domingo, 4 de noviembre de 2007

Capítulo 5: Los N. S.

Se despertó sobre un sucio colchón, en una habitación iluminada por unas cuantas velas y que parecía estar bajo tierra. Desde el techo caían, de cuando en cuando, gotas de agua.
Se levantó lentamente, se sentía muy cansado. Entonces recordó al viejo Juan y la multitud que los perseguía por la calle.

-¿Dónde estoy? -se preguntó a sí mismo en voz baja.

De pronto una puerta de metal se abrió de golpe a su espalda; Erik se giró asustado y vio a un sujeto, tal vez unos cuantos años mayor que él, de cabello castaño que vestía un uniforme militar.

-Al fin, dormilón -dijo el extraño con tono burlón.

Erik se quedó en silencio, observándole como si fuese un fantasma.

-No me mires así, no soy uno de ellos. Mi nombre es Jorge Rivas y pertenezco a una división especial del ejército -dijo el hombre extendiendo la mano para ayudarle a levantarse.

-Yo... soy Erik... vivía por aquí hace tiempo -contestó Erik estrechando la mano de Jorge colocándose de pie.

-Lindo lugar para venir de visita, creo -dijo el militar con sarcasmo-. Vamos, sígueme, te presentaré a alguien.

Erik asintió y le siguió fuera de aquella fría y oscura habitación, aunque del otro lado, nada era diferente. Caminaban alumbrados por una vela, que Jorge cargaba, a través de un estrecho conducto. Parecía que iban por el alcantarillado.

-Desde hace tres días que nos escondemos aquí. Hemos intentado escapar durante las noches, pero es imposible, el pueblo está repleto de ellos, de los N.S. -contó Jorge.

-¿Los N.S.? ¿Les pusieron nombres? -preguntó Erik un poco desconcertado por el detalle de lo dicho por el militar.

-Luego te lo explico. Listo, llegamos -dijo al mismo tiempo que abría otra puerta de hierro.

Entraron en una sala mucho más espaciosa que aquella en la que se había despertado. En medio había una mesa con dos velas y dos sillas, una mujer estaba sentada en una, reflexionando algo de lo que nunca se enterarían. Habían otras dos puertas en los muros izquierdo y derecho que llevaban a otros cuartos.

-Vaya, vaya -dijo la mujer sin mirarles en cuanto entraron-; ha despertado el muchacho que gusta de dar paseos por calles infestadas de esos malditos.

-¡Yo no...!

-Tranquilo, Erik -le calmó Jorge sonriendo-, sólo está bromeando. Toma asiento.

Erik se acercó a la mesa y se sentó en una de las sillas con algo de desconfianza. La mujer, que estaba frente a él, revisaba un arma, muy parecida a la que Juan le había entregado, con afán. La muchacha, tal vez de su misma edad, tenía el cabello negro, de tez blanca, ojos azules y delgada, muy hermosa; vestía un pantalón militar y una sudadera negra sin mangas.

-¿Qué hacías solo en la calle? -preguntó la chica de repente con voz firme e intimidante.

-Yo... bueno, yo no estaba solo -contestó Erik un poco nervioso-. Otra persona iba conmigo, pero se quedó atrás cuando nos perseguían. Ayer llegué por la noche a mi casa, una granja a unos cuantos kilómetros del pueblo. Venía en busca de mi familia, pero cuando llegué fui emboscado por esas personas, los infectados. Me salve gracias a un viejo llamado Juan, que mató a mis perseguidores; estuvimos escondidos en una vieja cabaña, usada como almacén, en medio del bosque. Fue idea mía venir al pueblo en busca de un auto o algo así para poder escapar.

-Mala idea... pésima idea... -dijo la chica sin quitar la mirada del arma- además, ya no queda en que poder escapar, los autos están descompuestos o se los llevaron aquellos que fueron inteligentes al huir en cuanto comenzó todo esto.

-Pero debe haber alguno en el cuartel de policía, incluso en el departamento de bomberos y el hospital -refutó Erik.

-No sé qué es lo que te hace pensar que somos unos aventureros y que salimos a la calle como si nada -contestó la chica con un poco de enfado.

-Entonces ¿qué hacían cuando me rescataron? -preguntó Erik arqueando una ceja.

-Oímos los disparos y pensamos que era algún grupo de rescate que había recibido nuestro mensaje de auxilio. Pero nos encontramos contigo sorpresivamente -respondió la muchacha, aunque esta vez con más calma.

-Entiendo... -dijo Erik bajando la mirada.

-Paulina, no seas dura con el chico -dijo Jorge sonriendo desde la puerta de hierro por la que anteriormente habían entrado.

-Por cierto, ¿cómo es que llegaron a para aquí? -preguntó Erik.

Jorge se acercó a Erik, hasta quedar iluminado totalmente por las velas.

-Verás, hace cuatro días informaron a nuestro superior sobre una enfermedad extraña que había contagiado a la mayoría de los pobladores de este lugar. Enviarían a un equipo especial de investigadores a recoger muestras y necesitaban una buena escolta. Paulina, otros cinco militares, que no conocía, y yo, fuimos llamados para hacerlo. Cuando llegamos habían varios bloqueos en el camino hacia acá, no dejaban pasar a la gente que intentaba huir, no querían arriesgarse a que la enfermedad se propagara. Los miembros de la policía y un grupo pequeño del ejército tenían bloqueada la entrada al pueblo. Al llegar nos reunimos con tres científicos en la comisaría y desde ahí nos dirigimos al pequeño hospital, donde se suponía, habían llevado al primer contagiado. En el trayecto fuimos emboscados por una docena de contagiados, no teníamos la potencia de fuego necesaria como para salir victoriosos del encuentro. Sobrevivimos cuatro: Paulina, uno de los militares, un científico y yo. Nos escondimos en una casa por varias horas, sin llamar la atención, además, ya era imposible ir en busca de alguna muestra que sirviera de investigación. Decidimos ir a la estación de radio para enviar un mensaje de auxilio, lo cual fue todo un éxito, pero al intentar volver al refugio nos salieron al encuentro varios sujetos que asesinaron a los otros, sólo Paulina y yo salimos vivos. Huimos tan rápido como pudimos, y llegamos hasta una calle que estaba siendo reparada, tenía un agujero enorme en el medio, entonces nos adentramos, en un acto de desesperación por escapar y nos encontramos con esta inmensa red de túneles que te llevan a varios puntos diferentes del pueblo. Afortunadamente, los malditos no lograron vernos cuando entramos, así que no pudieron seguirnos. Desde ese día hemos estado esperando que alguien llegue a rescatarnos.

-Pero nadie es tan idiota como para arriesgar la vida por otros, y no me quejo, yo no vendría. Ayer durante el medio día subimos a las calles, para intentar captar algo con el radio. Oímos que los policías y el pequeño contingente de militares estaba siendo atacado. Debido a eso ya no nos queda esperanza.

-Eres bastante optimista... -le dijo Erik con sarcasmo.

Jorge sonrió, nunca había escuchado a alguien que se atreviera a decirle eso a la chica, pues su carácter era bastante especial.

-La verdad, Erik, es que estamos atrapados y tal vez, pronto nos encuentren los N.S.

-¿Por qué los llamas así? -preguntó Erik esperando una buena respuesta- Es perturbador ver a alguien que les coloca nombre.

Paulina se echó a reír, burlándose de Jorge por lo que Erik había dicho.

-Tu sinceridad al hablar es admirable, pero muchas veces es mejor dejar la boca cerrada -contestó Jorge-. El nombre yo no se los he puesto, los científicos que escoltamos los llamaban de esa forma. Pero no sabemos por qué...

-Tengo una idea, creo que con esto podremos averiguarlo... -interrumpió Paulina sacando una bola de papel arrugada de su bolsillo.

-Me ocultaste esa información... -reprochó Jorge.

-No seas idiota, lo que sucede es que no recordaba esto -contestó al mismo tiempo que estiraba el papel-. Era de uno de los científicos, se le cayó del bolsillo cuando nos dirigíamos al hospital. Bueno para que les cuento eso. El asunto es que mientras estuvimos escondidos en la casa le eché una mirada rápida y alcancé a ver las siglas N.S.

Paulina le entregó el papel a Jorge y este lo acercó a las velas para poder leerlo mejor.

"Instrucciones:

-Es tu deber, como líder del equipo, hacer todo lo posible por encontrar una muestra de sangre de los infectados
-Una vez que tengas la muestra, si es posible, debes capturar uno de los insectos NoSaigo
-No habrá repercusiones si lo anterior no se cumple, ya que a estas alturas debe ser casi imposible de conseguir uno
-Al finalizar debes reunirte, junto a todos los del equipo que hayan sobrevivido a los N.S., en el hospital para ser evacuados al cuarto día
-La muestra de sangre es imprescindible, sin ella no hay posibilidades de cura para la enfermedad".

Jorge se quedó pasmado ante lo que leía, aun quedaba una oportunidad para escapar vivos de aquel infierno. Miró su reloj de pulsera, era la una de la madrugada.

-Habrá un equipo de evacuación en el hospital, en un par de horas estarán ahí. Aquí dice que al cuarto día vendrían a evacuar al equipo.

-Tienes razón, pero sólo al equipo de científicos que escoltábamos. De seguro en cualquier momento nos traicionarían.

-Creo al igual que Paulina, que la evacuación sólo está planeada para el grupo de científicos, lo dice de manera expresa en el papel -agregó Erik-. Además de la evacuación, me ha llamado la atención eso de los insectos NoSaigo. Tal vez esos bichos son los que propagan la enfermedad.

-Tal vez, pero si fuera así estaríamos todos contagiados -refutó Paulina mientras dejaba el arma en la mesa.

-Puede suceder que al picar los insectos mueran, igual como les sucede a las abejas, entonces...

-La enfermedad estaría siendo propagada por los contagiados... -interrumpió Paulina.

Erik asintió y tomó el papel para leerlo detenidamente.

-La enfermedad comenzó hace pocos días, es imposible que al momento de enviar el grupo ya les hubiesen puesto nombre a los bichos y a los portadores de la enfermedad. Esto lo tienen que haber conocido desde antes.

Repentinamente Jorge dio un golpe sobre la mesa para llamar la atención de los dos, parecía estar un poco molesto y ansioso.

-Eso no importa ahora. Debemos hacer un plan para salir de este agujero y dirigirnos al hospital. Podemos partir a las tres de la madrugada y quedarnos ocultos ahí hasta que el equipo de evacuación llegue, ya que de día no lo lograremos.

Erik y Paulina se quedaron pensando por unos momentos, era importante salir, pero también importan saber de la enfermedad, así no se contagiarían por ella fácilmente, pues sabrían que precauciones tomar.

-Está bien, ¿qué es lo que propones? -preguntó Paulina a Jorge mientras cruzaba los brazos y arqueaba una ceja.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Capítulo 4: El Pueblo

El sonido de varios disparos le despertaron sobresaltado. Abrió los ojos, pensando que todo había sido una horrible pesadilla, que su familia y todo lo de enfermedad eran parte de una desquiciada fantasía. Pero no, no era así, pues se vio rodeado de cajas y barriles, lo mismo que había visto antes de quedarse dormido. Otro disparo a lo lejos, entonces se colocó de pie rápidamente, el viejo no estaba en ningún lado. Miró por la ventana con cautela, pero no había nadie afuera.
Se quedó durante el resto del día, vigilando el lugar y esperando escuchar más disparos, pero eso no sucedió.

-Me muero de hambre... -murmuró mientras buscaba algo para comer dentro del almacén.

La noche cayó y el viejo, que el día anterior lo había rescatado, no aparecía.
Pensó en salir, pues ahora que estaba oscuro podría ocultarse fácilmente entre los arbustos si alguno de los humanos contagiados le encontraba. Entonces, recordó los disparos que había escuchado durante la mañana, en ese instante la puerta del almacén se abrió lentamente. Con extrema cautela, Erik se escondió detrás de unos barriles.

-¿Estás aquí? -preguntó una voz grave, la que encontró conocida.

Era el viejo, que llegaba con un rifle en sus manos, tal y como si hubiese ido de cacería. Erik salió de sus escondite y se lo encontró de frente, con un aspecto cansado y cabizbajo.

-Lo estaba esperando... -dijo Erik mirándole con suma atención- ¿dónde ha estado?

El viejo Juan se sentó en el piso de madera y dejó el rifle a un lado, apoyado en la pared y se dispuso a responder:

-Durante la madrugada escuché algunos ruidos muy cerca de este lugar, creí que nos habían encontrado los infectados. Decidí salir a echar un vistazo por los alrededor, pero no quise despertarte, dormías con tanto afán que preferí dejarte. Cuando estuve en el bosque me encontré con dos de mis amigos del pueblo y un policía; según el policía, un grupo de militares había dejado un camión muy cerca de este lugar, y pretendían llegar a el. Verás, en estas situaciones un humano sólo se preocupa de su bienestar, me había alejado lo suficiente de esta casa como para perder demasiado tiempo en volver a buscarte, ellos esperarían por mi.

Erik arqueó una ceja y el viejo sonrió a medias.

-Lo siento, pero es la verdad. Me uní a ellos y caminamos hasta el lugar donde se encontraría el vehículo. Pronto amaneció y nos convertimos en presas fáciles para los contagiados. Apuramos el paso y llegamos a nuestro destino, pero sólo nos encontramos con un camión descompuesto y con los cuerpos descuartizados de varios militares. Esas criaturas, son tan salvajes que no descansan hasta verte hecho pedazos. Sin otra cosa que hacer, les hable sobre este almacén y decidieron acompañarme. Nos adentramos en lo profundo del bosque para no ser encontrados, pero al mediodía nos vimos rodeados, venían de todas partes, corriendo y gimiendo con desesperación. Fui el único que logró escapar, pero no pude llegar de inmediato aquí, tuve que subir a un árbol y esperar a que se dispersaran; entonces se hizo de noche y ya no me buscaron más, fue ahí cuando me escabullí hasta llegar nuevamente aquí.

El viejo parecía trastornado luego de contar la historia, era algo que le había dejado, sin duda, en un estado muy alto de desesperación y alteración.

-Yo no quiero morir aquí... -dijo de repente Erik.

El viejo le observó desconcertado, tal vez el muchacho deseaba escapar, pero hacer cualquier movimiento sin pensarlo bien era de un desquiciado.

-¿Qué pretendes? -preguntó el viejo.

-Ir al pueblo, por supuesto... -contestó Erik con firmeza.

-¡Estás loco! -exclamó el viejo con sorpresa.

-Baje la voz... -pidió Erik al mismo tiempo que miraba por la ventana.

El viejo meneo la cabeza, desaprobando la idea del muchacho.

-Si vamos al pueblo podríamos encontrar una posibilidad de salvarnos, aquí, en esta vieja casucha, no podemos hacer nada...

-El pueblo es donde comenzó todo esto, debe estar infestado, además, podríamos contraer la enfermedad, tal vez está en el aire o algo así.

-No lo creo, de esa forma estaríamos contagiados también, y andaríamos por ahí correteando a otros como animales.

-Típico de los jóvenes...

El viejo se quedó pensando en la idea del muchacho unos instantes. Por una parte era cierto lo que decía, eso de morir en el almacén no era buena idea, y era cuestión de tiempo que los infectados los encontraran; pero ir al pueblo, donde podrían encontrar una mayor cantidad de sujetos con ansías de asesinarles, era algo que merecía meditación.

-Sin un auto no llegaremos a ningún lugar, y en el pueblo podremos encontrar uno, además están los teléfonos. Existe la posibilidad de que alguien de afuera venga a buscarnos. No es algo que necesita de tanta reflexión, creo.

El viejo se decidió, de alguna forma el chico le había convencido; él no era un cobarde y si moría, lo haría por lo menos enfrentándose a esas cosas o buscando una vía de escape.
Juan se levantó y sacó un reloj antiguo de bolsillo que miró atentamente.

-Son las nueve en punto de la noche, es buena hora para dirigirse al pueblo. Por cierto -dijo mientras metía se llevaba la mano a la espalda-, uno de mis amigos tiró esto al suelo y lo recogí, será de gran ayuda.

El viejo Juan entregó una pistola a Erik, quien la miró con atención, no era muy diferente de la que había perdido en la granja.

-Si no tienes buena puntería, intenta disparar a la rodilla... -aconsejó Juan al momento que abría la puerta de la casa.

Erik no guardó el arma, se la llevó en la mano por si cualquier cosa sucedía.
En realidad ir al pueblo tampoco le apetecía mucho, pero era la única forma de encontrar una posible vía de escape. Ni siquiera la pistola le hacía sentir seguro, ya nada lo haría.

Salieron los dos sigilosamente de la casa, dejando la puerta abierta y se adentraron en el bosque. Protegidos por los grandes árboles y arbustos caminaron a paso rápido, intentado no hacer demasiado ruido. Generalmente el viaje al pueblo desde esos lugares tardaba una hora a pie, no habría problema, pues la noche les cobijaba.

Juan sacó el reloj antiguo cuando estuvo en lo alto de una colina, donde al parecer terminaba el bosque. Erik llegó a su lado jadeando, cansado por la subida y agotado de estar evitando a cada momento llamar la atención, pues en el camino se habían topado con varios infectados, que gracias a la oscuridad y los arbustos, no les habían descubierto.

-Son casi las once de la noche, nos hemos tardado más de lo necesario -dijo Juan en voz baja-. Ahí está el pueblo; parece demasiado espeluznante, estoy seguro de que cualquier personas en sus cabales no entraría ahí jamás. Espero que no sea mucho peor que el almacén. Bueno, así sería si no nos descubren.

-¿Quieres viajar siempre de noche y durante el día esconderte sobre un árbol? -preguntó Erik mirándole de reojo.

-Es una opción muchacho, es una opción... -contestó el viejo sonriendo a medias.

-Debemos bajar de aquí... -dijo Erik mirando hacia abajo.

-Sígueme -ordenó Juan.

Caminaron colina abajo hasta encontrarse con las primeras casas de la comunidad. Eran todas de color blanco, con techos de tejas rojas y pequeñas cercas celestes que delimitaban el terreno de cada vivienda.

-Tendremos que entrar en una de las casas y luego salir a la calle, pero supongo que eso no es muy conveniente -dijo el viejo mientras pasaba a través de los arbustos del patio trasero de una de las casas.

Erik le siguió sin decir nada. El lugar estaba hundido en el completo silencio, ni un gemido, ni un grito proveniente de los contagiados con la enfermedad salvaje. Caminaron a través del patio, pasando entre algunos juguetes rotos y manchados de sangre.

-Que... desastre... -murmuró Erik.

Juan se detuvo en seco, Erik hizo lo mismo. El viejo observaba atentamente hacia la casa; la ventana de la puerta trasera estaba rota y las del segundo piso se encontraban abiertas.

-¿Qué sucede? -preguntó Erik en voz baja.

-Algo se ha movido dentro, lo he visto en la ventana del segundo piso... -respondió Juan con una expresión de miedo en su rostro.

Al verle, Erik se asustó aun más, si el viejo moría él se quedaría solo y estaba seguro de que no duraría mucho tiempo vagando por el pueblo.
Juan apuntó con el rifle a la puerta trasera, esperando a que apareciera quien los había observado desde el segundo piso de la casa.
Al lado de la puerta había un ventanal a través del cual se podía ver un poco el comedor de la casa. Erik apuntó con su armas a ese lugar. El brazo le temblaba, ni siquiera tenía una puntería muy buena como para matarle en el primer intento, no esperaba mucho de sus habilidades para manejar la pistola, además el nerviosismo y miedo que sentía afectaba a todo su cuerpo.

De pronto se escapó un disparo, Erik temblaba por completo, había disparado contra el ventanal, provocando un estruendoso sonido que probablemente se había oído en todo el barrio, dado el silencio sepulcral que reinaba.

-¡Idiota! -exclamó con furia Juan.

Un sujeto apareció por el lugar en el que antes se había encontrado el ventanal y se les quedó mirando unos segundos, para luego gritar y correr hacia ellos velozmente. Juan apuntó con el rifle y disparo cuando el individuo estaba cerca. La bala había penetrado justo en medio de la frente, lo había matado. Pero aun no estaban completamente a salvo, pues en ese instante varios gritos y chillidos se escucharon muy cerca del lugar.

-¡Corre! -gritó Juan a Erik.

Pasaron por un lado de la casa, saltaron la pequeña cerca de madera y llegaron a la calle. Miraron a ambos lados, debían saber de donde vendrían sus perseguidores antes de echar a correr.

-No aparecen... -murmuró el viejo.

-¡Por allá! -gritó Erik apuntando hacia una casa de la que salían tres mujeres corriendo hacia ellos.

Erik y Juan empezaron a correr hacia el otro extremo de la calle desesperadamente, mientras que más y más personas contagiadas se sumaban a la persecución; salían desde las calles y de las casas, todas con un fin diferente, matar o comer, pero ambos igual de terribles.
Erik se giró para disparar, pero el viejo le gritó:

-¡No lo hagas, no gastes balas, sólo concéntrate en correr!

-¡¿Qué haremos?! -exclamó Erik.

-¡Correr hasta encontrar algún lugar seguro! -respondió el viejo que extrañamente era muy rápido para su edad.

Pero de pronto, algo falló en él, se hizo más y más lento, Erik le sobrepasó en la carrera. Se giró para ver que le sucedía, pero Juan le ordenó que continuara. El muchacho hizo caso sin dudarlo. Momentos después volvió a mirar hacia atrás, pero esta vez Juan ya no estaba y los contagiados avanzaban, sin signos de rendirse, hacia él.
Cuando iba saliendo del barrio y a punto de rendirse, dos militares, con mascaras para soportar los gases, aparecieron frente a el. Erik se lanzó al piso para evitar que le dispararan. Uno de los sujetos le ayudó a ponerse de pie mientras el otro baleaba a sus perseguidores.
Todo se hizo confuso en ese momento, sólo vio que se adentraba en un lugar oscuro a través del asfalto, guiado por quien le había ayudado. Después de eso se desmayó.