Ya era medio día cuando aparecieron en lo alto de un colina. La granja estaba un poco más adelante, desde ese lugar era perfectamente visible; pero por desagracia también se podían apreciar varias personas que rondaban la casa y otros pocos que daban vueltas por los maizales tal vez buscando algo que jamás encontrarían si ellos no se incorporaban en el lugar.
-¿Estás seguro de esto? -preguntó Paulina- No tenemos armas ni nada, si nos alcanzan estaremos perdidos...
-Sí, estoy seguro -interrumpió Erik-. Es la última oportunidad de vivir, además la última vez que estuve ahí deje caer un arma por accidente, no creo que los N.S. la hayan cogido.
-Eso es algo...
Los gritos de los contagiados que se acercaban a gran velocidad tras ellos les alertaron por lo que reanudaron la carrera hacia la granja.
-Maldito muchacho... -fafulló Juan mientras corría rápidamente junto a varios N.S.- estoy casi seguro de saber a donde se dirige ahora. Si permito que se adelante demasiado escapará.
-¿Tienes algún plan en particular? -preguntó Paulina.
Ambos estaban escondidos tras unos árboles, en el mismo lugar en el que Erik había estado la primera vez cuando Juan le salvó la vida.
-Atravesaremos el maizal, les será mucho más difícil encontrarnos, además Juan nos pisa los talones y no podemos ir por el camino principal.
-¿Tu padre tenía ún rifle o algo así? -preguntó Paulina.
-Creo que si, pero en su cuarto en la segunda planta de la casa, Si no hay oportunidad de cogerla no lo hagas.
Paulina asintió y después entraron rápidamente en el maizal, no podían alertar a los infectados que estaban ahí, eso les daría tiempo hasta que Juan llegara con su grupo.
-Quiero que todos busquen en este lugar a esos dos -ordenó Juan mientras era rodeado por una multitud de infectados-. Hagan lo que se les plazca con la chica.
Corrieron en todas direcciones, adetrándose en los maizales con un sólo objetivo, el de encontrar a Erik y destruir a su acompañante.
-Un momento... -murmuró Erik y Paulina se detuvo sin vacilar.
El chico levantó un poco la cabeza para mirar por sobre el maizal. Gatear era una buena para no ser descubiertos, pero una mala a la hora de saber cuan cerca estaban de la casa y del auto que los llevaría lejos de aquel infierno.
-Creo que vamos en...
Erik se agachó velozmente antes la sorprendida Paulina.
-¿Qué sucede? -preguntó ella en voz baja.
Erik la observó sin decir nada y movió la cabeza en signo de negación para que no hablara. El ruido de las plantas siendo apartadas se hizo cada vez más fuerte cerca de ellos. Los N.S. habían llegado hasta la posición en la que se encontraban en tan sólo unos segundos, pero sin descubrirlos aun.
Erik se quedó inmovil, el miedo le hacía empuñar con fuerza sus dos manos como si haciendolo los infectados se alejarían más rápido del lugar.
-Se van... -murmuró Paulina para alivió de Erik.
Avanzaron un poco más sin hacer ruido, pero unos centimetros más adelante se toparon de frente con tres contagiados. Uno de ellos lanzó un grito para llamar a los otros. Erik se levantó de un salto y le dio un puñetazo en la cara.
-¡Corre! -gritó Erik a Paulina en el momento en que los otros dos N.S. se disponían aperseguirle.
Pero la mujer lejos de hacer lo que Erik decía saltó sobre uno de ellos y le propinó una patada logrando hacer el espacio perfecto para poder correr sin tener que esquivarlos. Ambos avanzaron con tanta velocidad como podían a través del maizal. Los chillidos de varios N.S. que rodaban cerca alertaron a los otros; ahora todos les pisaban los talones.
-¡Quiero vivo al chico!
Era la voz de Juan, quien por alguna razón bastante extraña y que no era momento de comprender ordenaba a los demás que lo dejaran. Paulina era el verdadero blanco de los contagiados.
-Queda muy poco... -jadeó Erik- entra en la casa y busca el rifle... yo me quedaré fuera, tengo un plan.
-Confío en ti... -respondió Paulina al instante.
El auto seguía intacto y cerca de una de las ruedas vio el arma tirada como si su llegada a aquella granja infernal hubiese sido sólo unos minutos antes. Se metió en el auto a toda velocidad mientras Paulina llegaba a la desolada casa.
-¡No tiene puerta! -advirtió la mujer con enfado.
-¡Consigue el arma! -contestó Erik buscando las llaves del vehículo que no veía por ninguna parte.
Entonces recordó; aquella noche al escapar las llaves se le habían caído del bolsillo, por eso no pudo huír en el auto. Eso le quitaría demasiado tiempo y los N.S. ya se encontraban muy cerca. Se bajó desesperado e intento ir hacia la casa y fue ahí cuando divisó las llaves que deseaba tener con tanto anhelo en el piso de madera frente al umbral de la puerta de entrada. Se avalanzó sobre el lugar, pero alguien le sujetó fuertemente por la espalda. Se dio la vuelta y vio a Juan sonriendo y rodeado de personas infectas como si fuesen su escolta personal.
-¡Traigan a la mujer ahora! -gritó con rabia y los N.S. obedecieron al instante.
Entraron en la casa y momentos después se oyeron dos disparos de rifle. Todo volvió a quedar en silencio y los infectados traían a Paulina con el rostro ensangrentado, pues al parece rla habían golpeado con brutalidad.
-¡Malditos enfermos! -exclamó Erik dándose la vuelta y empujando a Juan, aunque sólo le movió un poco.
-Ahora tú... tú también nos catalogas como desquiciados -dijo Juan.
Colocaron el cuerpo de la muchacha cerca de las ruedas del auto y Erik se arrodilló frente a ella, deseando que estuviese con vida después de la aparente paliza que había recibido.
-No son otra cosa -respondió Erik sintiendo odio y rabia-. Predicas una salvación gracias a la infección; pero para lograrla lo único que anhelas es la destrucción. Eres igual que esos científicos del hospital... tu naturaleza humana aun permanece intacta.
Juan pateó a Erik en el pecho llegando incluso a lanzarlo varios metros por el aire hasta el umbral de su propia casa.
-Una persona normal no puede hacer eso, somos de alguna forma manera superiores y si los inferiores nos atacan nosotros les atacamos. Tal como tú al dispararme allá en el bosque; aunque mis heridas sanan muy rápido. Esta "Enfermedad" como dicen ustedes es la salvación para muchos de nosotros. Lástima que otros no puedan complementarse con ella y sólo lleguen a un estado primitivo, pero no por eso más bajo.
Erik se levantó con dificultad y por un segundo se dio la vuelta para mirar dentro de su casa y vio el rifle de su padre tirado en el suelo manchado en sangre, con el habían golpeado a Paulina. Si lograba reunir un poco de fuerzas podría ir en su busca, pero debía esperar un poco para recuperarse después del golpe que Juan le había dado. Tenía la idea perfecta.
-¿Por... qué ordenaste a tus amiguitos que... no me mataran? -preguntó el chico para distraerle por un rato.
-Verás, Erik. Al principio pensé que podías convertirte en uno de nosotros al ser infectado por uno de los insectos. Eso haría en el bosque, mataría a tu amiga y luego tu serías uno de nuestros hermanos. Sentí lástima por ti al recordar lo de tu familia. Si te contagias estarías con ellos todo lo que les resta de vida, además podría suceder contigo lo que sucedió conmigo. Yo le llamaría subir un nivel. Este estado de infección es superior al normal de los humanos. El virus que portaban los insectos fue evolucionando con los años, es como si estuviesen aquí con el sólo propósito de infectarnos. Al principio las personas que enfermaban morían unas horas después, ahora eso cambió. El virus logró adaptarse a nuestro cuerpo y nuestro cuerpo a el.
-Vaya, en realidad pensé que eras un viejo ignorante, pero veo que sabes mucho de ese tipo de cosas -dijo Erik burlándose.
Juan soltó una carcajada y luego le miró con satisfacción.
-Ha llegado la hora de revelarte mi verdadero pasado -dijo para confusión de Erik-. No siempre fui un fracasado anciano amante del nefasto pueblo y su gente. Cuando era joven trabajé como ayudante de un científico, fue cuando descubrí mi pasión por la investigación, y aunque no fui a la universidad era todo un experto en el tema. Hace treinta años me encontre con este virus tan extraño, lamentablemente fui sacado del proyecto de investigación gracias a unos malditos envidiosos que se jactaban de sus títulos universitarios. En fin, pude quedarme con las notas que había reunido sobre el virus y continue mi trabajo en secreto, así seguí la evolución que muy pocos consiguieron ver en la enfermedad que transmitía el insecto NoSaigo, bautizado así por dos científicos al darse cuenta de que el bicho podía sobrevivir mucho más de lo normal y al poder adaptarse a cualquier ambiente como si fuera inmortal. Vi mi oportunidad hace algunos años cuando vi a uno de los preciados insectos muerto en el bosque. Los busqué por mucho tiempo con ahinco, pero no lograba encontrarlos hasta que hace algunos días atrás mientras caminaba por el bosque caí en un agujero, no muy profundo, que conducía hacia unas pequeñas camaras subterraneas en las que habían cientos y cientos. Mi felicidad fue enorme y planeé algo bastante atrevido y peligroso. Capturé uno de ellos sin lograr que mi picara y lo introduje en la bolsa de dormir de un chico que acampaba con sus amigos en el bosque. Después me hice con algunos más. Los llevé durante el mismo día al pueblo y los dejé libres. Como esperaba todo salió a la perfección, la epidemia comenzó. Pronto me di cuenta de que las cosas se habían salido un poco de control, tampoco advertí que la evolución fuese tan grande como para mantenerlos con vida por horas. Incluso traje algunos hasta este lugar, le mostré uno de ellos a tus padres, quienes por alguna extraña razón mostraron mucha curiosidad y entusiamo. En especial tu hermana, quien fue la primera en ser contagiada, como dicen por ahí: La curiosidad mató al gato.
-¡Maldito! -gritó Erik- ¡Cómo pudiste maldito enfermo!
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no deseaba llorar, quería ser fuerte, aparentar ser fuerte.
-Yo estaba aquí cuando hablaste con tus padres por teléfono, para ese entonces tu hermana ya estaba padeciendo los síntomas de la "Enfermedad" transmitida por los insectos. Tus padres estaban tan orgullosos de ti, lástima que ahora estén del bando contrario ¿no creees?
-¡Ya es suficiente! -gritó Erik al momento que encontraba en la casa para coger el rifle de su padre.
Juan ordenó a los N.S. que entraran en su busca, pero los disparos provenientes desde su espaldas mataron a la mayoría de sus subordinados. Juan se dio la vuelta y vio a Paulina sujetando el arma que Erik había dejado caer álgunos días atrás.
-Maldito... bastardo... -dijo la muchacha.
Erik volvió al umbral sosteniendo el rifle e intrigado por saber quien había disparado. Dos de los N.S. que quedaban con vida le alcanzaron, pero les dio muerte con facilidad al dispararles en pleno rostro.
-Paulina... -murmuró cuando vio a Juan que se acercaba de forma amenazadora hacia ella.
Erik corrió rápidamente y disparo varias veces la espalda de Juan, pero sólo unos cuantos gemidos de dolor eran la única respuesta a las heridas causadas por las balas.
Paulina retrocedió lentamente mientras seguía disparando hasta que ya no quedó ni una sóla bala en el arma. Erik saltó sobre la espalda del N.S. pero éste de una sacudida lo arrojó varios metros atrás.
-Ya estás muerto... -murmuró Paulina unos segundos antes de recivir el fatal golpe.
Juan le dio un puñetado en pleno rostro rompiéndole de inmediato el cuello con una facilidad difícil de creer. La cabeza de Paulina dio vueltas sobre su cuerpo como si fuese una simple muñeca a la que se le podía sacar cualquier parte de su cuerpo. El cadaver de la muchacha cayó al suelo cerca del auto, ahora ya no se entrometería nunca más en los planes del N.S.
Erik observaba estupefacto, una mezcla de sensaciones en su interior le dejaron inmovil por la grotesca escena que acababa de ver, parecía como si su alma hubiese abandonado el cuerpo para huir lejos. Juan se acercó con una clara expresión de enfado en su rostro, estaba decidido a matar al muchacho si este no se decidía de una vez.
-Es tiempo de que elijas niño -ordenó Juan cuando le sujetó del cuello y lo levantó sin dificultad-. Tus padres fueron muy buenos amigos mios, esa fue una de las razones por las que decidí darte una oportunidad.
Erik se había quedado en silencio, su mirada estaba perdida en el vacío y su cuerpo no se movía, parecía que estaba muerto.
-Vamos, se que has quedado impactado por todo esto; pero esas cosas son parte de la vida de alguien, ver morir a personas que estimas no es gran cosa, es normal -dijo Juan con indiferencia-. Piensalo, estarás con tu familia, ya nada los separará.
En ese instante Erik volvió en sí gracias al recuerdo de su familia y otras personas a las que admiraba y quería.
-Todo eso es parte de la vida enferma de una persona como tú... maldito viejo -respondió Erik sonriendo a medias.
Entonces gracias a su determinación logró sacar la fuerza que era necesaria para quitarse a Juan de encima y de una patada fuerte patada que le propinó en el vientre logró salir de sus garras.
-Mi familia ya está muerta... -Agregó Erik cuando Juan cayó al suelo dolorido por el golpe que Erik le había dado- después de todo no eres invulnerable.
Recogió las llaves del auto que yacían en un rincón del piso de madera y corrió hacia el auto. Cerró la puerta con seguro e intentó encenderlo. Pero Juan no se rendía y de unos cuantos brincos hasta el vehículo. Golpeó con fuerza lo que quedaba de vidrio delantero logrando romperlo, pero en aquel instante Erik lo encendió y retrocedió bruscamente haciando que Juan cayera de espaldas sobre la tierra. Luego avanzó hacia delante y atropelló a Juan. El sonido de algo reventando se escuchó y Erik sonrió. Se bajó, pero no para ver el cuerpo del N.S. sino que para coger el cuerpo de Paulina. Abrió la puerta trasera del auto y la introdujo con toda la delicadeza que pudo ofrecer en ese momento.
Avanzó por el camino de tierra directo hacia la carretera, recordando a sus padres, a su hermana y a Paulina. Al fin los había vengado, el desquiciado que había comenzado todo estaba muerto al fin. En ese momento un atronador ruido proveniente desde el techo del auto le alertó, segundos después el rostro casi mutilado de Juan le observaba desde la parte de atrás del auto sonriendo o algo parecido, pues la sangre y la malformación del rostro le impedían saber con certeza, aunque era una espeluznante escena. Frenó de golpe, pero aun así no se lo quitó de encima. Presionó el acelerador con fuerza y el vehículo avanzó rápidamente, pero Juan aun seguía en el techo y ahora intentaba entrar por la parte de atrás rompiendo el vidrio.
-Este maldito nunca se muere... -murmuró Erik- al fina, la carretera, aquí podré quitar...
Se vio frente a un camión rodeado de militares apuntando sus armas, entonces dobló el manubrio y freno de golpe nuevamente. Juan cayó al suelo, le faltaba uno de sus brazos y su cuerpo estaba bañado en sangre, parecía un verdadero monstruo sacado de una muy buena película de terror. Erik apretó de nuevo el acelerador, pero esta vez no hasta el fondo, sólo lo hacía para quitarse del camino. En cuando lo hizo Juan se colocó de pie como si nada, entonces una verdadera lluvia de balas, superior a la que había recibido en el hospital, atravesaron su cuerpo arrebatándole la vida en unos cuantos segundos. Juan podía resistir aquel daño; pero sólo en pequeña cantidad, como los disparos recibidos por el rifle del padre de Erik.
Erik se echó hacia atrás en el asiento, fatigado por completo, esperando que los militares le rodearan y le amenzaran con matarle si no bajaba del auto.
-Muchacho -le llamó una voz grave-, baja de ahí, te sacaremos de este lugar inmediatamente.
Aquellas palabras fueron una verdadera delicia para sus oídos, parecía que había estado esperándolas por toda una eternidad.
-Creo que a tu amiga no la podremos llevar -dijo el militar mirando hacia el asiento trasero.
Erik se bajó del vehículo cansado, las rodillas le temblaban, lo único que deseaba era dormir y mucho.
-No importa -respondió Erik-, no quería dejarla en ese lugar.
-No te preocupes, ella era uno de los nuestros, recibirá el funeral correspondiente.
Erik asintió no muy convencido, pero quiso creerlo de todas formas. La presencia militar y policial era grande. Pronto todas las personas contagiadas que habían sido lideradas por el desquiciado Juan desaparecerían. Horas más tarde un helicóptero aterrizó en la carretera y Erik fue llevado en el a la ciudad para ser atendido en algún hospital. Eso no le importaba, lo necesario para él en ese instante era alejarse todo posible de ese infierno y por un momento sintió lástima por lo militares que se quedaban para acabar con todo. Lo único que vio fue un hermoso ocaso, pues no pudo resistir más al cansancio.
-Todo esto es una locura, jamás imagine que tendría que ver algo así... -dijo un muchacho perteneciente al grupo de los militares a otro mientras observaba los alrededores de la antigua casa de Erik.
-Estas personas de verdad estaban... ¡pero que diablos!
El muchacho observó a su compañero intrigado y le preguntó:
-¿Sucede algo, has visto algo?
-No, nada de que precuparse -contestó el militar mientras metía su mano dentro de la chaqueta que llevaba puesta-, sólo sentí un piquete.
-Por eso no me gusta el campo ni las granjas, por los mozquitos...
-Oye, es uno un poco más grande lo normal... -dijo mientras sostenía al bicho que había logrado sacar- creo que está muriendo.
-Nunca había visto uno así... ¡mira! hay más en el maizal -advirtió el muchacho-. Podriamos capturar algunos y venderlos a esos locos que estudian bichos.
-Espera... creo que no me siento muy bien... -dijo su compañero al mismo tiempo que le sujetaba el brazo con fuerza.
Juan había muerto y los N.S. que reinaban en el pueblo estaban a punto de ser exterminados; pero los insectos, quienes eran los que realmente transmitían la enfermedad, estaban muy lejos de desaparecer.
jueves, 7 de febrero de 2008
viernes, 1 de febrero de 2008
Capítulo 9: La Infección es Salvación
Los infectados los rodeaban, ya no había escapatoría para ninguno de ellos, o eso era lo que creían.
-Malditos monstruos... -farfulló Tom omirándoles con odio.
-Montruos... -dijo uno de los N.S. que estaba ahi presentes para sorpresa de todos.
-Puede hablar... -murmuró otro de los científicos.
El N.S. sonrió y caminó hacia ellos abriendose paso entre los demás contagiados quienes aparentemente le respetaban mucho.
-Han pasado muy pocos días para que crean que ya saben todo sobre nosotros -dijo el hombre infectado. Ahora intentan también buscar una cura.
-No podemos permitir que el mundo de esta enfermedad de locos... todo sería un caos, por eso buscamos la manera de pararla de una vez por todas. Más de veinte años de investigación no se tirarán a la basura ahora que por fin tenemos las muestras que necesitamos. Es nuestra obligación salvar al mundo.
-Salvar al mundo... ya veo; pero me atrevo a pensar que ustedes hacia lo único que sienten obligación es al reconocimiento y a la fama internacional -dijo el N.S. sonriendo a medias.
-¿Treinta años? -dijo Erik de repente sin quitar la mirada de Tom.
Paulina miró a su alrededor buscando algún punto débil entre los contagiados para poder escapar. Pero la pregunta de Erik llamó más su atención.
-Verás, no es la primera vez que sucede esto en algún lugar recóndito del planeta -dijo uno de los científicos-. La primera vez se desató una epidemia parecida en una pequeña aldea escondida en Africa. Los síntomas eran parecidos, la gente se volvía loca, parecía perder la cordura y atacaban incluso a sus más cercanos. Todos ellos fueron aniquilados por fuerzas extranjeras, no dejando rastro alguno, lo que hizo más difícil la investigación. Luego en un olvidado pueblo Alemán, ahora los contagiados tenían actitudes diferentes, parecían convivir entre ellos; pero cualquiera ajeno a su población era inmediatamente eliminado. Fue en ese instante en que nos dimos cuenta que era un tipo de insecto el que transmitía la extraña enfermedad. Este insecto tenía la capacidad de viajar miles de kilometros, pudiendo llegar a vivir más de diez semanas en cualquier tipo de ambiente adaptándose en poco tiempo. La última vez que sucedió fue en Japón, pero esta vez en una ciudad no muy grande, aunque fue un hecho aislado, ya que afectó a un sólo hombre. Este sujeto fue capaz de asesinar a toda su familia, incluyendo a cuatro de una docena de policías que intentaron detenerle en plena calle. Cuando fue abatido una equipo especial de científicos le examinaron encontrando su cerebro atrofiado. Parecía que al contagiarse el virus comenzaba a destruir las células cerebrales desembocando al final en una muerte segura. Pero aquí descubrimos algo muy especial, después de uno días los N.S. aun no mueren, siendo que sus cerebros deberían estar agotados. Deberían desaparecer sin necesidad de cura, pero este sucedo ha ameritado que nos concentremos en la fabricación de una.
-Esto debería ser comunicado al mundo, para que todos estén preparados -dijo Paulina una vez que el científico dejó de hablar.
-Se ha informado, obviamente, pero sólo a los líderes mundiales -contestó Tom sonriendo-. Otra cosa es que ellos no se hayan encargado de hacer público todo esto para tomar las medidas necesarias.
-Pero aun así ustedes no han hecho nada -reclamó Erik.
-No es nuestro problema... -contestó Tom.
-Claro que lo es, de otra forma no estarían en este lugar arriesgando sus vidas -refutó Paulina.
-Así es -apoyó el N.S.
Todos se quedaron en silencio, habían olvidado la naturaleza de quienes los rodeaban. En ese momento Erik miró atentamente al N.S. que podía hablar.
-Me pareces conocido... -le dijo con algo de temor.
-Claro, muchacho -respondió el sujeto con felicidad, como si hubiese estado esperando aquel momento desde la llegada-. Soy yo, Juan, el viejo que te salvó en las afueras de la granja de tu familia.
-Juan... pero estás... más joven y pensé que los N.S. te habían matado cuando escapabamos por la calle -dijo Erik confundido.
-Si, pero bueno, yo sabía que no lo harían -dijo y después sonrió con satisfacción-. Bien, tu ya sabes toda esa pequeña aventura que tuve en el bosque mientras tu dormías en la cabaña después de haberte salvado el pellejo. El asunto es que mientras intentaba encontrar la fuente de los extraño ruidos que había oído sentí un piquete en mi espalda. Me sacudí tanto como pude para que el maldito que me había picado cayera al suelo y rematarle de un pisotón. Entonces me encontre con un bicho enorme de color verde moribundo. El me había picado. Al poco rato me sentí extraño, como si hubiese estado enfermo; pero al mismo tiempo sentía que mis sentidos se gudizaban, que de alguna forma estaba cambiando. Encontré a unos amigos del pueblo y un policía vagando por el lugar, caminaba por el bosque hasta llegar a la ciudad más cercana en busca de ayuda. Entonces esos deseos de matarles se apoderaron de mi, era extraño, pero me sentía bien. Mi cuerpo se fortaleció y yo entendí que se debía al piquete del insecto, me di cuenta de que estaba contagiado de la misma enfermedad, pero no había perdido la cordura o algo parecido como se creía. Los maté para probarme a mi mismo, los maté con mis propias manos, ni siquiera tuve que utilizar el rifle y me sentí bien, emocionado a decir verdad. Preparé toda una historia, tenía que sonar convincente, pues quería volver al almacén donde estabas para matarte. Pero entonces en el último momento, antes de abrir la puerta cambié de opinión. Sabía que plantearías un plan de escape, que al mismo tiempo sería demasiado peligroso. Eso gracias a las ansias de aventura y adrenalina de la juventud. Tenía que ser convincente. En el momento en que nos persiguieron creo que me dejé llevar un poco e hice notar mi cambio al llegar a correr incluso más rápido que tú. Por suerte me di cuenta a tiempo y me quedé atrás como si estuviese muy cansado. Los N.S. pasaron a mi lado sin hacerme caso alguno, corrieron hacia ti hasta que desapareciste gracias a esos dos miliatares.
-Recuerdo eso, también me pareció extraño que corrieras tan rápido para la edad que tienes... o tenías -dijo Erik un poco sorprendido por la historia que Juan contaba.
-Intenté reunir a los contagiados que más pude, todos estaban dispersos, parecían ovejas sin su pastor, pero yo había llegado al fin. La infección en mi actuó de otra forma, me salvó después de todo. Me hizo rejuvenecer de alguna manera que no he podido lograr entender muy bien, pero con esto he podido hacer que todos los contagiados formaran una comunidad. Estaba seguro de que llegarían a matarlos, pero sentí pena por ellos. De todas formas ya eramos como hermanos. No se pueden comunicar muy bien, debido a las razones que explicó antes el científico; pero a mi me entienden muy bien y me respetan como su líder, ellos saben ahora que tenemos oportunidad en contra de ustedes. Lo único que conservan es la voluntad para sobrevivir, no son caníbales, pero si tinen hambre comerán cualquier cosa que encuentren y que se vea sabrosa, como la carne por ejemplo. Matan porque se sienten amenazados, al final son como nosotros en los momentos en que nuestra vida depende de matar o morir. Al final, la infección es salvación para algunos de nosotros.
Todos se quedaron perplejos, ahora sabían más acerca de la enfermedad y de lo que sentían sus portadores. Los científicos siempre habían observado con frialdad, preocupándose sólo del virus en sí, pero no de sus continentes. Ahora sabían que tenían un gran parecido.
Tom rió a carcajadas tomando por sorpresa a quienes lo rodeaban y haciendo que Juan arqueara una ceja en signo de molestía.
-Puede que lo que dices sea verdad, pero tus amigos, familia o quién quiera que sean también nos amenazan a nosotros, por eso deben ser exterminados. Verás, los humanos somos la raza que domina este planeta, somos superiores, debes entender que los cerebros de estas bestias están atrofiados, nunca podrán llegar a desarrollar civilizaciones tan grandes como las nuestras, jamás podrán inventar o cosas parecidas. Después de todo son simples enfermos que no tienen otra cura que ser eliminados, a menos que permitas que desarrollemos una dándonos a uno de tus N.S. para poder experimentar.
Juan sonrió y se burló del científico, pues jamás permitiría aquello, para eso había llegado hasta ese lugar, no para observar lo que sucedía, sino para impedir que la cura fuese fabricada a base de torturas a sus, ahora, hermanos.
-Sabía que algo así pasaría... maten a los científicos -ordenó con tranquilidad a los contagiados que los rodeaban.
Fueron tomados y sacados fuera de la tienda de campaña. Merecían morir, según Juan, por oponerse a ellos, no podía permitir que sobreviviera, incluso habían pensado en aumentar la población de contagiados, pero para eso necesitaban la ayuda de los insectos, pues eran los únicos capaces de transmitir el virus.
Sólo los gritos se escucharon, la carne siendo rasgada con las propias manos de los infectados, no se lo comerían o algo parecido, pero los hacían sufrir mientras los mataban.
-Tú eres como ellos, piensas exterminar a otros para sobrevivir, no hay diferencia entre los pensamientos de esos científicos y tus desquiciadas ideas -dijo Paulina con enfado.
Juan se molestó por el comentario reflejandolo en la expresión de su rostro y estuvo a punto de ordenar que la mataran, pero en ese momento Erik se colocó por delante de ella.
-Muchacho -dijo Juan ahora sonriendo a medias-, te busqué por todo el hospital, pensé que por esas cosas de la vida habrías muerto por los N.S. hasta que me di cuenta de que te tenían en cautiverio estos monstruos. Por cierto, creo que asesiné a uno de tus amigos, un militar en la sala de seguridad. No fue difícil dar vuelta su rostro de una patada.
-¡Maldito! -exclamó Paulina al momento que se lanzaba contra él.
Juan detuvo el puño de la mujer sin dificultad a unos cuantos centímetros de su rostro, luego la sostuvo del brazo y con gran fuerza la mandó a volar por toda la tienda.
-Mi fuerza, al igual como sucedió con los otros, aumentó considerablemente. No hay alguien que me pueda detener de esa forma y tampoco toleraré que se atrevan a tocarme.
-Que arrogante... eso es lo que provocará tu muerte... -dijo Erik al momento en que sacaba un arma que llevaba oculta bajo su camisa y disparó al hombro de Juan quien soltó un horrible grito de dolor.
Erik corrió hacia Paulina y le ayudó a ponerse de pie, luego salieron de la tienda por la parte de atrás para no encontrarse con los N.S. que habían salido para matar a los científicos.
-Por suerte se la quité a uno de los soldados cuando nos escoltaban hacia este lugar -celebró Erik sonriente mientras corría junto a Paulina a toda velocidad por el bosque.
-No podemos volver a la ciudad, no tenemos escapatoria. Con ese tal Juan tras nuestros pasos no podremos llegar a la siguiente ciudad.
-Si lo haremos, queda una opción -contradijo Erik-. El automóvil en el que llegué, aun funciona, pero está un poco lejos de aquí; en la granja de mi familia.
Paulina asintió confiando en el plan del muchacho, de todas formas era lo único que sonaba cuerdo a esas alturas. Siguieron corriendo mientras escuchaban los incontables gritos de los N.S. por todo el bosque intentando alcanzarles por orden de Juan.
-Malditos monstruos... -farfulló Tom omirándoles con odio.
-Montruos... -dijo uno de los N.S. que estaba ahi presentes para sorpresa de todos.
-Puede hablar... -murmuró otro de los científicos.
El N.S. sonrió y caminó hacia ellos abriendose paso entre los demás contagiados quienes aparentemente le respetaban mucho.
-Han pasado muy pocos días para que crean que ya saben todo sobre nosotros -dijo el hombre infectado. Ahora intentan también buscar una cura.
-No podemos permitir que el mundo de esta enfermedad de locos... todo sería un caos, por eso buscamos la manera de pararla de una vez por todas. Más de veinte años de investigación no se tirarán a la basura ahora que por fin tenemos las muestras que necesitamos. Es nuestra obligación salvar al mundo.
-Salvar al mundo... ya veo; pero me atrevo a pensar que ustedes hacia lo único que sienten obligación es al reconocimiento y a la fama internacional -dijo el N.S. sonriendo a medias.
-¿Treinta años? -dijo Erik de repente sin quitar la mirada de Tom.
Paulina miró a su alrededor buscando algún punto débil entre los contagiados para poder escapar. Pero la pregunta de Erik llamó más su atención.
-Verás, no es la primera vez que sucede esto en algún lugar recóndito del planeta -dijo uno de los científicos-. La primera vez se desató una epidemia parecida en una pequeña aldea escondida en Africa. Los síntomas eran parecidos, la gente se volvía loca, parecía perder la cordura y atacaban incluso a sus más cercanos. Todos ellos fueron aniquilados por fuerzas extranjeras, no dejando rastro alguno, lo que hizo más difícil la investigación. Luego en un olvidado pueblo Alemán, ahora los contagiados tenían actitudes diferentes, parecían convivir entre ellos; pero cualquiera ajeno a su población era inmediatamente eliminado. Fue en ese instante en que nos dimos cuenta que era un tipo de insecto el que transmitía la extraña enfermedad. Este insecto tenía la capacidad de viajar miles de kilometros, pudiendo llegar a vivir más de diez semanas en cualquier tipo de ambiente adaptándose en poco tiempo. La última vez que sucedió fue en Japón, pero esta vez en una ciudad no muy grande, aunque fue un hecho aislado, ya que afectó a un sólo hombre. Este sujeto fue capaz de asesinar a toda su familia, incluyendo a cuatro de una docena de policías que intentaron detenerle en plena calle. Cuando fue abatido una equipo especial de científicos le examinaron encontrando su cerebro atrofiado. Parecía que al contagiarse el virus comenzaba a destruir las células cerebrales desembocando al final en una muerte segura. Pero aquí descubrimos algo muy especial, después de uno días los N.S. aun no mueren, siendo que sus cerebros deberían estar agotados. Deberían desaparecer sin necesidad de cura, pero este sucedo ha ameritado que nos concentremos en la fabricación de una.
-Esto debería ser comunicado al mundo, para que todos estén preparados -dijo Paulina una vez que el científico dejó de hablar.
-Se ha informado, obviamente, pero sólo a los líderes mundiales -contestó Tom sonriendo-. Otra cosa es que ellos no se hayan encargado de hacer público todo esto para tomar las medidas necesarias.
-Pero aun así ustedes no han hecho nada -reclamó Erik.
-No es nuestro problema... -contestó Tom.
-Claro que lo es, de otra forma no estarían en este lugar arriesgando sus vidas -refutó Paulina.
-Así es -apoyó el N.S.
Todos se quedaron en silencio, habían olvidado la naturaleza de quienes los rodeaban. En ese momento Erik miró atentamente al N.S. que podía hablar.
-Me pareces conocido... -le dijo con algo de temor.
-Claro, muchacho -respondió el sujeto con felicidad, como si hubiese estado esperando aquel momento desde la llegada-. Soy yo, Juan, el viejo que te salvó en las afueras de la granja de tu familia.
-Juan... pero estás... más joven y pensé que los N.S. te habían matado cuando escapabamos por la calle -dijo Erik confundido.
-Si, pero bueno, yo sabía que no lo harían -dijo y después sonrió con satisfacción-. Bien, tu ya sabes toda esa pequeña aventura que tuve en el bosque mientras tu dormías en la cabaña después de haberte salvado el pellejo. El asunto es que mientras intentaba encontrar la fuente de los extraño ruidos que había oído sentí un piquete en mi espalda. Me sacudí tanto como pude para que el maldito que me había picado cayera al suelo y rematarle de un pisotón. Entonces me encontre con un bicho enorme de color verde moribundo. El me había picado. Al poco rato me sentí extraño, como si hubiese estado enfermo; pero al mismo tiempo sentía que mis sentidos se gudizaban, que de alguna forma estaba cambiando. Encontré a unos amigos del pueblo y un policía vagando por el lugar, caminaba por el bosque hasta llegar a la ciudad más cercana en busca de ayuda. Entonces esos deseos de matarles se apoderaron de mi, era extraño, pero me sentía bien. Mi cuerpo se fortaleció y yo entendí que se debía al piquete del insecto, me di cuenta de que estaba contagiado de la misma enfermedad, pero no había perdido la cordura o algo parecido como se creía. Los maté para probarme a mi mismo, los maté con mis propias manos, ni siquiera tuve que utilizar el rifle y me sentí bien, emocionado a decir verdad. Preparé toda una historia, tenía que sonar convincente, pues quería volver al almacén donde estabas para matarte. Pero entonces en el último momento, antes de abrir la puerta cambié de opinión. Sabía que plantearías un plan de escape, que al mismo tiempo sería demasiado peligroso. Eso gracias a las ansias de aventura y adrenalina de la juventud. Tenía que ser convincente. En el momento en que nos persiguieron creo que me dejé llevar un poco e hice notar mi cambio al llegar a correr incluso más rápido que tú. Por suerte me di cuenta a tiempo y me quedé atrás como si estuviese muy cansado. Los N.S. pasaron a mi lado sin hacerme caso alguno, corrieron hacia ti hasta que desapareciste gracias a esos dos miliatares.
-Recuerdo eso, también me pareció extraño que corrieras tan rápido para la edad que tienes... o tenías -dijo Erik un poco sorprendido por la historia que Juan contaba.
-Intenté reunir a los contagiados que más pude, todos estaban dispersos, parecían ovejas sin su pastor, pero yo había llegado al fin. La infección en mi actuó de otra forma, me salvó después de todo. Me hizo rejuvenecer de alguna manera que no he podido lograr entender muy bien, pero con esto he podido hacer que todos los contagiados formaran una comunidad. Estaba seguro de que llegarían a matarlos, pero sentí pena por ellos. De todas formas ya eramos como hermanos. No se pueden comunicar muy bien, debido a las razones que explicó antes el científico; pero a mi me entienden muy bien y me respetan como su líder, ellos saben ahora que tenemos oportunidad en contra de ustedes. Lo único que conservan es la voluntad para sobrevivir, no son caníbales, pero si tinen hambre comerán cualquier cosa que encuentren y que se vea sabrosa, como la carne por ejemplo. Matan porque se sienten amenazados, al final son como nosotros en los momentos en que nuestra vida depende de matar o morir. Al final, la infección es salvación para algunos de nosotros.
Todos se quedaron perplejos, ahora sabían más acerca de la enfermedad y de lo que sentían sus portadores. Los científicos siempre habían observado con frialdad, preocupándose sólo del virus en sí, pero no de sus continentes. Ahora sabían que tenían un gran parecido.
Tom rió a carcajadas tomando por sorpresa a quienes lo rodeaban y haciendo que Juan arqueara una ceja en signo de molestía.
-Puede que lo que dices sea verdad, pero tus amigos, familia o quién quiera que sean también nos amenazan a nosotros, por eso deben ser exterminados. Verás, los humanos somos la raza que domina este planeta, somos superiores, debes entender que los cerebros de estas bestias están atrofiados, nunca podrán llegar a desarrollar civilizaciones tan grandes como las nuestras, jamás podrán inventar o cosas parecidas. Después de todo son simples enfermos que no tienen otra cura que ser eliminados, a menos que permitas que desarrollemos una dándonos a uno de tus N.S. para poder experimentar.
Juan sonrió y se burló del científico, pues jamás permitiría aquello, para eso había llegado hasta ese lugar, no para observar lo que sucedía, sino para impedir que la cura fuese fabricada a base de torturas a sus, ahora, hermanos.
-Sabía que algo así pasaría... maten a los científicos -ordenó con tranquilidad a los contagiados que los rodeaban.
Fueron tomados y sacados fuera de la tienda de campaña. Merecían morir, según Juan, por oponerse a ellos, no podía permitir que sobreviviera, incluso habían pensado en aumentar la población de contagiados, pero para eso necesitaban la ayuda de los insectos, pues eran los únicos capaces de transmitir el virus.
Sólo los gritos se escucharon, la carne siendo rasgada con las propias manos de los infectados, no se lo comerían o algo parecido, pero los hacían sufrir mientras los mataban.
-Tú eres como ellos, piensas exterminar a otros para sobrevivir, no hay diferencia entre los pensamientos de esos científicos y tus desquiciadas ideas -dijo Paulina con enfado.
Juan se molestó por el comentario reflejandolo en la expresión de su rostro y estuvo a punto de ordenar que la mataran, pero en ese momento Erik se colocó por delante de ella.
-Muchacho -dijo Juan ahora sonriendo a medias-, te busqué por todo el hospital, pensé que por esas cosas de la vida habrías muerto por los N.S. hasta que me di cuenta de que te tenían en cautiverio estos monstruos. Por cierto, creo que asesiné a uno de tus amigos, un militar en la sala de seguridad. No fue difícil dar vuelta su rostro de una patada.
-¡Maldito! -exclamó Paulina al momento que se lanzaba contra él.
Juan detuvo el puño de la mujer sin dificultad a unos cuantos centímetros de su rostro, luego la sostuvo del brazo y con gran fuerza la mandó a volar por toda la tienda.
-Mi fuerza, al igual como sucedió con los otros, aumentó considerablemente. No hay alguien que me pueda detener de esa forma y tampoco toleraré que se atrevan a tocarme.
-Que arrogante... eso es lo que provocará tu muerte... -dijo Erik al momento en que sacaba un arma que llevaba oculta bajo su camisa y disparó al hombro de Juan quien soltó un horrible grito de dolor.
Erik corrió hacia Paulina y le ayudó a ponerse de pie, luego salieron de la tienda por la parte de atrás para no encontrarse con los N.S. que habían salido para matar a los científicos.
-Por suerte se la quité a uno de los soldados cuando nos escoltaban hacia este lugar -celebró Erik sonriente mientras corría junto a Paulina a toda velocidad por el bosque.
-No podemos volver a la ciudad, no tenemos escapatoria. Con ese tal Juan tras nuestros pasos no podremos llegar a la siguiente ciudad.
-Si lo haremos, queda una opción -contradijo Erik-. El automóvil en el que llegué, aun funciona, pero está un poco lejos de aquí; en la granja de mi familia.
Paulina asintió confiando en el plan del muchacho, de todas formas era lo único que sonaba cuerdo a esas alturas. Siguieron corriendo mientras escuchaban los incontables gritos de los N.S. por todo el bosque intentando alcanzarles por orden de Juan.
jueves, 31 de enero de 2008
Capítulo 8: Para Salvar al Mundo
Caminaron por unos minutos, a un lado de ellos los soldados iban y venían; al parecer una gran fuerza de combate había llegado al pueblo en busca de los científicos.
-¿A dónde nos llevan? -preguntó Paulina mirando de reojo a uno de los soldados que los escoltaba.
-Al campamento... -respondió tajante el sujeto.
Avanzaron sin detenerse. El bosque cada vez se hacía más espeso, no había forma de que un campamento pudiese ser instalado en aquel lugar; pero pronto llegaron a un enorme claro en el que habían instaladas dos tiendas de campañas. Varios sujetos con batas azules se les quedaron observando mientras caminaban ambos escoltados por los soldados hasta la tienda más grande.
-Hemos encontrado sobrevivientes, señor -dijo uno de los individuos que los llevaba al mismo tiempo que los empujaba hacia adentro de la tienda.
Había tres hombre con batas blancas que observaban sorprendidos al escuchar a quien los traía, pues les parecía imposible encontrar seres humanos no contagiados a esas alturas. Un hombre de cabello gris, con algunas arrugas en el rostro y no más alto que Erik se acercó para observarlos con mayor cuidado.
-¡No somos especímenes! -reclamó Paulina.
-Lo sé querida, lo sé... -dijo el hombre ahora alejándose de ellos- espósenlos, déjenlos aquí y vigilen la entrada.
-Ustedes son los enviados para rescatar a los cientifícos... no tienen que tratarnos como prisioneros -dijo Erik mostrándole las esposas a los que estaban en el lugar.
-Ese es el trabajo de los soldados que se han encontrado por todo este lugar. El perímetro debe estar seguro, los N.S. puede atacar en cualquier momento. Yo soy un científico que trabaja para el gobierno de un país extranjero, mi nombre es Tom y estos señores que me acompañan -refiriéndose a otros dos sujetos que estaban a su lado- son Chris y Sebastian. Ambos son mis asistentes.
Paulina no le quitaba la mirada a Tom, había algo en él que le hacía desconfiar; algo no andaba bien en todo aquello.
-Necesitamos la muestra de sangre que han reunido los científicos para poder hacer una cura, sólo si es posible claro -explicó Tom mientras se paseaba de un lado para otro.
Cerca de una esquina había un escritorio repleto de papeles y libros y algunos tubos de ensayo vacíos colocados sobre un pequeño mostrador de madera que parecía fina.
-¿Ustedes los han visto? ya que no han encontrado rastro alguno de ellos -preguntó Sebastian sonriendo con malicia.
-Bueno... pues yo ni les he visto, he llegado al pueblo por la carretera -respondió Erik.
-Tú pareces ser del ejército, deberías saber dónde están ahora... -dijo Tom mientras se acercaba.
Paulina sonrió y respondió:
-Es verdad, soy del ejército; pero eso no signifca que deba saber el paradedor de esos sujetos. Soy la única que queda del grupo de contención enviado hace unos días a la ciudad.
Erik le miró de reojo. Se suponía que Paulina sí era una de las que acompañaba a los científicos que ellos buscaban; pero por alguna razón importante les había mentido. Pensó que era mejor guardar silencio.
-Ya veo... -murmuró Tom- pero no entiendo algo ¿Qué diablos hacían en el hospital?
-Encontramos un papel con ciertas instrucciones -contestó Paulina de inmediato-. Decía que habría un grupo de rescate en el hospital, por eso estabamos ahí.
-Justo a tiempo -dijo Sebastian mientras se agachaba para sacar una caja de vidrio de debajo del escritorio.
Chris le dio unas pinzas, después de unos segundos Sebastian se levantó con un insecto atrapado entre ellas. Era de color verde, de un tamaño poco común.
-Este es un insecto NoSaoigo, señorita -aclaró Tom-. Ellos son los causantes de esta maldita epidemia. Afortunadamente al llegar, hace unas horas, encontramos uno moribundo entre las hojas caídas de un árbol. Si bien es importante tener un espécimen, también necesitamos la sangre de uno de los contagiados. Hemos descubierto hace muy poco que son necesarias ambas cosas para poder fabricar una vacuna.
-¿Qué quiere decir con est? -preguntó Erik sabiendo la respuesta, pero rogando en su mente que fuese otra muy distinta.
-Desafortunadamente tendremos que infectar a uno de ustedes... -respondió Tom sonriendo con satisfacción-. Piénsenlo, es por un bien mayor, es por el bien de la humanidad. Si esta enfermedad se sigue expandiendo...
Se quedaron en silencio por unos momentos. Los científicos les observaban deseosos de contaminar con el virus de aquel insecto a uno de los dos; aunque lo que decían era realmente cierto. Era por un bien mayor.
-¿Quién de ustedes se ofrece... para salvar al mundo? -preguntó el científico Tom.
Erik recordó a su familia en la granja, a sus amigos en la universidad y a todas las personas por las que sentía cariño. Pero su madre, su padre y su hermana estaban contagiados con aquella terrible enfermedad, ya nunca más los volvería a ver. Ahora tenía la oportunidad de hacer algo por ellos.
-Acaben con todos los N.S. que encuentren dentro del hospital... cambio -ordenó Luxemburg calmadamente.
-Señor... no podemos... ellos... afectan nuestro ata... bio...
la comunicación del radio se perdió y la estática fue lo único que el capitán escuchó.
-Cuatro se quedarán en la entrada, los demás que vengan conmigo -dijo Luxemburg cargando una de sus armas y luego poniéndola en su cinturón.
Entraron con prisa, unos pocos disparos se escuchaban en algún lugar del edificio. Todos los soldados corrieron sin importarles cuando pisaban los cuerpos mutilados de algunos N.S. avanzaban directo a la recepción. De repente un muchacho de tez pálida y con apariencia de estar muy enfermo les bloqueó el paso.
-Fuego... -ordenó Luxemburg como si nada pasara.
Todos el grupo de soldados disparó al mismo tiempo al joven; pero este ni se inmutaba por la ráfaga de balas que caía sobre él. En su rostro se dibujó una macabra sonrisa y su penetrante mirada dejó inmovil a más de uno. Con velocidad anormal corrió hasta los soldados y de un manotazo derribó a varios de ellos.
-¡Retrocedan y disparen! -exclamó Luxemburg al darse cuenta de que ese no era un N.S. cualquiera.
Otro manotazo y tres miembros del equipo cayeron con el craneo completamente roto al suelo. Seis soldados más retrocedían y disparaban al mismo tiempo. El chico que les atacaba los lanzó hacia los muros para abrirse camino hasta Luxemburg.
-Maldito... -farfulló el capitán cuando el chico lo tomaba por un brazo.
Le azotó contra la pared con toda su fuerza; si mataba al líder los demás caerían con facilidad. Luxemburg intentó apuntarle; pero de un manotazo el N.S. le quitó el arma dejándole indefenso.
-¡A mi no me matas! -exclamó el líder del equipo.
Los otros soldados que aun estaban vivos comenzaron a disparar en la espalda del chico, pero nada sucedía. En ese momento Luxemburg observó un agujero del tamaño de una moneda en el cuello del muchacho e introdujó sus dedos en ese lugar. El N.S. gritó de dolor y soltó de inmediato al capitán dándole la oportunidad para matarlo. Luxemburg sacó el arma que llevaba en el cinturón y antes de disparar dijo:
-Te veré en el infierno... maldito monstruo.
La bala atravesó el ojo izquierdo del N.S. por fin quitándole la vida. Los soldados se colocaron de pie con calma, pues el N.S. que había causado tanto problema a los otros estaba muerto.
-No se confíen... -dijo de repente Luxemburg al ver a algunos sonriendo- la llamada por radio era del equipo que se encontraba en la recepción del hospital y este desgraciado deforme ha salido de esta habitación.
La sorpresa y el miedo abundó en el rostro de los soldados; todos sujetaron sus armas con fuerza, decididos a continuar por el pasillo. En ese momento varios N.S. llegaron corriendo desde la recepción y otros salían de las habitaciones cercanas, como si hubiesen planeado una emboscada desde el principio.
-¡Fuego! -exclamó el capitán.
Varios de los contagiados cayeron muertos; pero salían más y más de las habitaciones y por el pasillo no paraban de llegar. Todo terminaría ahí para ellos. Los soldados fueron cayendo, los seis casi al mismo tiempo fueron abatidos por los salvajes ataques de los N.S.; pero al llegar el turno de Luxemburg se detuvieron como si nada y sólo se limitaron a observar.
-¿Qué diablos sucede? -se preguntó el capitán.
Entre los N.S. apareció un sujeto que no parecía estar infectado, pero no le atacaban. Se abrió paso entre la multitud de contagiados que observaba con deseo al capitán Luxemburg.
-Busco a un chico llamado Erik, creo que usted lo mantiene en custodia...
-Un N.S. que habla... -murmuró Luxemburg.
-Maldita superioridad la suya -dijo el extraño sujeto-. Esto me ha salvado, es una bendición para mi. El haberme contagiado ha prolongado mi vida, capitán Luxemburg.
Después de sonreir a medias en un abrir y cerrar de ojos atravesó el pecho del líder del equipo de rescate sin dificultad. Luxemburg se quedó inmovil, la sangre brotó de su boca y cayó de inmediato al suelo, deslizandose a través del brazo de aquel que había robado su vida.
-Encuentren al muchacho y a los otros... bueno, pueden hacer lo que quieran -dijo el extraño.
Los N.S. gritaron y chillaron, como si estuvieran alegres; pero el ruido era tan macabro que no parecía ser así. Después de unos momentos siguieron por el pasillo hasta la puerta que daba al bosque que se encontraba detrás del hospital. No sin antes de matar a los que custodiaban la salida.
Erik se decidió, dejaría que el insecto le infectara. Tal vez podría estar con su familia de esa forma. Habían pasado tantas cosas que ni siquiera los había recordado desde el día en que llegó a la granja.
-Yo lo haré... -se apresuró a decir Paulina cuando se dio cuenta de que Erik hablaría.
-Eres muy buena -dijo Tom al mismo tiempo que hacía una seña para que Sebastian se acercara con el insecto a ella-. Recuerda que todo esto es para salvar al mundo. Mucho te lo agradecerán.
-Paulina... -murmuró Erik sorprendido.
Sebastian acercó el mosquito NoSaigo al brazo desnudo de Paulina; pero todo se fue abajo en ese momento, pues de repente un infectado entró a toda prisa por uno de los costados de la tienda de campaña saltando sobre Chris y rompíendole de unos cuantos golpes el cuello. Afuera los horribles gritos de los N.S. mezclados con los de los soldados que custodiaban el lugar les hicieron saber que estaban rodeados.
-¿A dónde nos llevan? -preguntó Paulina mirando de reojo a uno de los soldados que los escoltaba.
-Al campamento... -respondió tajante el sujeto.
Avanzaron sin detenerse. El bosque cada vez se hacía más espeso, no había forma de que un campamento pudiese ser instalado en aquel lugar; pero pronto llegaron a un enorme claro en el que habían instaladas dos tiendas de campañas. Varios sujetos con batas azules se les quedaron observando mientras caminaban ambos escoltados por los soldados hasta la tienda más grande.
-Hemos encontrado sobrevivientes, señor -dijo uno de los individuos que los llevaba al mismo tiempo que los empujaba hacia adentro de la tienda.
Había tres hombre con batas blancas que observaban sorprendidos al escuchar a quien los traía, pues les parecía imposible encontrar seres humanos no contagiados a esas alturas. Un hombre de cabello gris, con algunas arrugas en el rostro y no más alto que Erik se acercó para observarlos con mayor cuidado.
-¡No somos especímenes! -reclamó Paulina.
-Lo sé querida, lo sé... -dijo el hombre ahora alejándose de ellos- espósenlos, déjenlos aquí y vigilen la entrada.
-Ustedes son los enviados para rescatar a los cientifícos... no tienen que tratarnos como prisioneros -dijo Erik mostrándole las esposas a los que estaban en el lugar.
-Ese es el trabajo de los soldados que se han encontrado por todo este lugar. El perímetro debe estar seguro, los N.S. puede atacar en cualquier momento. Yo soy un científico que trabaja para el gobierno de un país extranjero, mi nombre es Tom y estos señores que me acompañan -refiriéndose a otros dos sujetos que estaban a su lado- son Chris y Sebastian. Ambos son mis asistentes.
Paulina no le quitaba la mirada a Tom, había algo en él que le hacía desconfiar; algo no andaba bien en todo aquello.
-Necesitamos la muestra de sangre que han reunido los científicos para poder hacer una cura, sólo si es posible claro -explicó Tom mientras se paseaba de un lado para otro.
Cerca de una esquina había un escritorio repleto de papeles y libros y algunos tubos de ensayo vacíos colocados sobre un pequeño mostrador de madera que parecía fina.
-¿Ustedes los han visto? ya que no han encontrado rastro alguno de ellos -preguntó Sebastian sonriendo con malicia.
-Bueno... pues yo ni les he visto, he llegado al pueblo por la carretera -respondió Erik.
-Tú pareces ser del ejército, deberías saber dónde están ahora... -dijo Tom mientras se acercaba.
Paulina sonrió y respondió:
-Es verdad, soy del ejército; pero eso no signifca que deba saber el paradedor de esos sujetos. Soy la única que queda del grupo de contención enviado hace unos días a la ciudad.
Erik le miró de reojo. Se suponía que Paulina sí era una de las que acompañaba a los científicos que ellos buscaban; pero por alguna razón importante les había mentido. Pensó que era mejor guardar silencio.
-Ya veo... -murmuró Tom- pero no entiendo algo ¿Qué diablos hacían en el hospital?
-Encontramos un papel con ciertas instrucciones -contestó Paulina de inmediato-. Decía que habría un grupo de rescate en el hospital, por eso estabamos ahí.
-Justo a tiempo -dijo Sebastian mientras se agachaba para sacar una caja de vidrio de debajo del escritorio.
Chris le dio unas pinzas, después de unos segundos Sebastian se levantó con un insecto atrapado entre ellas. Era de color verde, de un tamaño poco común.
-Este es un insecto NoSaoigo, señorita -aclaró Tom-. Ellos son los causantes de esta maldita epidemia. Afortunadamente al llegar, hace unas horas, encontramos uno moribundo entre las hojas caídas de un árbol. Si bien es importante tener un espécimen, también necesitamos la sangre de uno de los contagiados. Hemos descubierto hace muy poco que son necesarias ambas cosas para poder fabricar una vacuna.
-¿Qué quiere decir con est? -preguntó Erik sabiendo la respuesta, pero rogando en su mente que fuese otra muy distinta.
-Desafortunadamente tendremos que infectar a uno de ustedes... -respondió Tom sonriendo con satisfacción-. Piénsenlo, es por un bien mayor, es por el bien de la humanidad. Si esta enfermedad se sigue expandiendo...
Se quedaron en silencio por unos momentos. Los científicos les observaban deseosos de contaminar con el virus de aquel insecto a uno de los dos; aunque lo que decían era realmente cierto. Era por un bien mayor.
-¿Quién de ustedes se ofrece... para salvar al mundo? -preguntó el científico Tom.
Erik recordó a su familia en la granja, a sus amigos en la universidad y a todas las personas por las que sentía cariño. Pero su madre, su padre y su hermana estaban contagiados con aquella terrible enfermedad, ya nunca más los volvería a ver. Ahora tenía la oportunidad de hacer algo por ellos.
-Acaben con todos los N.S. que encuentren dentro del hospital... cambio -ordenó Luxemburg calmadamente.
-Señor... no podemos... ellos... afectan nuestro ata... bio...
la comunicación del radio se perdió y la estática fue lo único que el capitán escuchó.
-Cuatro se quedarán en la entrada, los demás que vengan conmigo -dijo Luxemburg cargando una de sus armas y luego poniéndola en su cinturón.
Entraron con prisa, unos pocos disparos se escuchaban en algún lugar del edificio. Todos los soldados corrieron sin importarles cuando pisaban los cuerpos mutilados de algunos N.S. avanzaban directo a la recepción. De repente un muchacho de tez pálida y con apariencia de estar muy enfermo les bloqueó el paso.
-Fuego... -ordenó Luxemburg como si nada pasara.
Todos el grupo de soldados disparó al mismo tiempo al joven; pero este ni se inmutaba por la ráfaga de balas que caía sobre él. En su rostro se dibujó una macabra sonrisa y su penetrante mirada dejó inmovil a más de uno. Con velocidad anormal corrió hasta los soldados y de un manotazo derribó a varios de ellos.
-¡Retrocedan y disparen! -exclamó Luxemburg al darse cuenta de que ese no era un N.S. cualquiera.
Otro manotazo y tres miembros del equipo cayeron con el craneo completamente roto al suelo. Seis soldados más retrocedían y disparaban al mismo tiempo. El chico que les atacaba los lanzó hacia los muros para abrirse camino hasta Luxemburg.
-Maldito... -farfulló el capitán cuando el chico lo tomaba por un brazo.
Le azotó contra la pared con toda su fuerza; si mataba al líder los demás caerían con facilidad. Luxemburg intentó apuntarle; pero de un manotazo el N.S. le quitó el arma dejándole indefenso.
-¡A mi no me matas! -exclamó el líder del equipo.
Los otros soldados que aun estaban vivos comenzaron a disparar en la espalda del chico, pero nada sucedía. En ese momento Luxemburg observó un agujero del tamaño de una moneda en el cuello del muchacho e introdujó sus dedos en ese lugar. El N.S. gritó de dolor y soltó de inmediato al capitán dándole la oportunidad para matarlo. Luxemburg sacó el arma que llevaba en el cinturón y antes de disparar dijo:
-Te veré en el infierno... maldito monstruo.
La bala atravesó el ojo izquierdo del N.S. por fin quitándole la vida. Los soldados se colocaron de pie con calma, pues el N.S. que había causado tanto problema a los otros estaba muerto.
-No se confíen... -dijo de repente Luxemburg al ver a algunos sonriendo- la llamada por radio era del equipo que se encontraba en la recepción del hospital y este desgraciado deforme ha salido de esta habitación.
La sorpresa y el miedo abundó en el rostro de los soldados; todos sujetaron sus armas con fuerza, decididos a continuar por el pasillo. En ese momento varios N.S. llegaron corriendo desde la recepción y otros salían de las habitaciones cercanas, como si hubiesen planeado una emboscada desde el principio.
-¡Fuego! -exclamó el capitán.
Varios de los contagiados cayeron muertos; pero salían más y más de las habitaciones y por el pasillo no paraban de llegar. Todo terminaría ahí para ellos. Los soldados fueron cayendo, los seis casi al mismo tiempo fueron abatidos por los salvajes ataques de los N.S.; pero al llegar el turno de Luxemburg se detuvieron como si nada y sólo se limitaron a observar.
-¿Qué diablos sucede? -se preguntó el capitán.
Entre los N.S. apareció un sujeto que no parecía estar infectado, pero no le atacaban. Se abrió paso entre la multitud de contagiados que observaba con deseo al capitán Luxemburg.
-Busco a un chico llamado Erik, creo que usted lo mantiene en custodia...
-Un N.S. que habla... -murmuró Luxemburg.
-Maldita superioridad la suya -dijo el extraño sujeto-. Esto me ha salvado, es una bendición para mi. El haberme contagiado ha prolongado mi vida, capitán Luxemburg.
Después de sonreir a medias en un abrir y cerrar de ojos atravesó el pecho del líder del equipo de rescate sin dificultad. Luxemburg se quedó inmovil, la sangre brotó de su boca y cayó de inmediato al suelo, deslizandose a través del brazo de aquel que había robado su vida.
-Encuentren al muchacho y a los otros... bueno, pueden hacer lo que quieran -dijo el extraño.
Los N.S. gritaron y chillaron, como si estuvieran alegres; pero el ruido era tan macabro que no parecía ser así. Después de unos momentos siguieron por el pasillo hasta la puerta que daba al bosque que se encontraba detrás del hospital. No sin antes de matar a los que custodiaban la salida.
Erik se decidió, dejaría que el insecto le infectara. Tal vez podría estar con su familia de esa forma. Habían pasado tantas cosas que ni siquiera los había recordado desde el día en que llegó a la granja.
-Yo lo haré... -se apresuró a decir Paulina cuando se dio cuenta de que Erik hablaría.
-Eres muy buena -dijo Tom al mismo tiempo que hacía una seña para que Sebastian se acercara con el insecto a ella-. Recuerda que todo esto es para salvar al mundo. Mucho te lo agradecerán.
-Paulina... -murmuró Erik sorprendido.
Sebastian acercó el mosquito NoSaigo al brazo desnudo de Paulina; pero todo se fue abajo en ese momento, pues de repente un infectado entró a toda prisa por uno de los costados de la tienda de campaña saltando sobre Chris y rompíendole de unos cuantos golpes el cuello. Afuera los horribles gritos de los N.S. mezclados con los de los soldados que custodiaban el lugar les hicieron saber que estaban rodeados.
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