jueves, 7 de febrero de 2008

Capítulo 10: La Hora de la Verdad

Ya era medio día cuando aparecieron en lo alto de un colina. La granja estaba un poco más adelante, desde ese lugar era perfectamente visible; pero por desagracia también se podían apreciar varias personas que rondaban la casa y otros pocos que daban vueltas por los maizales tal vez buscando algo que jamás encontrarían si ellos no se incorporaban en el lugar.

-¿Estás seguro de esto? -preguntó Paulina- No tenemos armas ni nada, si nos alcanzan estaremos perdidos...

-Sí, estoy seguro -interrumpió Erik-. Es la última oportunidad de vivir, además la última vez que estuve ahí deje caer un arma por accidente, no creo que los N.S. la hayan cogido.

-Eso es algo...

Los gritos de los contagiados que se acercaban a gran velocidad tras ellos les alertaron por lo que reanudaron la carrera hacia la granja.

-Maldito muchacho... -fafulló Juan mientras corría rápidamente junto a varios N.S.- estoy casi seguro de saber a donde se dirige ahora. Si permito que se adelante demasiado escapará.

-¿Tienes algún plan en particular? -preguntó Paulina.

Ambos estaban escondidos tras unos árboles, en el mismo lugar en el que Erik había estado la primera vez cuando Juan le salvó la vida.

-Atravesaremos el maizal, les será mucho más difícil encontrarnos, además Juan nos pisa los talones y no podemos ir por el camino principal.

-¿Tu padre tenía ún rifle o algo así? -preguntó Paulina.

-Creo que si, pero en su cuarto en la segunda planta de la casa, Si no hay oportunidad de cogerla no lo hagas.

Paulina asintió y después entraron rápidamente en el maizal, no podían alertar a los infectados que estaban ahí, eso les daría tiempo hasta que Juan llegara con su grupo.

-Quiero que todos busquen en este lugar a esos dos -ordenó Juan mientras era rodeado por una multitud de infectados-. Hagan lo que se les plazca con la chica.

Corrieron en todas direcciones, adetrándose en los maizales con un sólo objetivo, el de encontrar a Erik y destruir a su acompañante.

-Un momento... -murmuró Erik y Paulina se detuvo sin vacilar.

El chico levantó un poco la cabeza para mirar por sobre el maizal. Gatear era una buena para no ser descubiertos, pero una mala a la hora de saber cuan cerca estaban de la casa y del auto que los llevaría lejos de aquel infierno.

-Creo que vamos en...

Erik se agachó velozmente antes la sorprendida Paulina.

-¿Qué sucede? -preguntó ella en voz baja.

Erik la observó sin decir nada y movió la cabeza en signo de negación para que no hablara. El ruido de las plantas siendo apartadas se hizo cada vez más fuerte cerca de ellos. Los N.S. habían llegado hasta la posición en la que se encontraban en tan sólo unos segundos, pero sin descubrirlos aun.
Erik se quedó inmovil, el miedo le hacía empuñar con fuerza sus dos manos como si haciendolo los infectados se alejarían más rápido del lugar.

-Se van... -murmuró Paulina para alivió de Erik.

Avanzaron un poco más sin hacer ruido, pero unos centimetros más adelante se toparon de frente con tres contagiados. Uno de ellos lanzó un grito para llamar a los otros. Erik se levantó de un salto y le dio un puñetazo en la cara.

-¡Corre! -gritó Erik a Paulina en el momento en que los otros dos N.S. se disponían aperseguirle.

Pero la mujer lejos de hacer lo que Erik decía saltó sobre uno de ellos y le propinó una patada logrando hacer el espacio perfecto para poder correr sin tener que esquivarlos. Ambos avanzaron con tanta velocidad como podían a través del maizal. Los chillidos de varios N.S. que rodaban cerca alertaron a los otros; ahora todos les pisaban los talones.

-¡Quiero vivo al chico!

Era la voz de Juan, quien por alguna razón bastante extraña y que no era momento de comprender ordenaba a los demás que lo dejaran. Paulina era el verdadero blanco de los contagiados.

-Queda muy poco... -jadeó Erik- entra en la casa y busca el rifle... yo me quedaré fuera, tengo un plan.

-Confío en ti... -respondió Paulina al instante.

El auto seguía intacto y cerca de una de las ruedas vio el arma tirada como si su llegada a aquella granja infernal hubiese sido sólo unos minutos antes. Se metió en el auto a toda velocidad mientras Paulina llegaba a la desolada casa.

-¡No tiene puerta! -advirtió la mujer con enfado.

-¡Consigue el arma! -contestó Erik buscando las llaves del vehículo que no veía por ninguna parte.

Entonces recordó; aquella noche al escapar las llaves se le habían caído del bolsillo, por eso no pudo huír en el auto. Eso le quitaría demasiado tiempo y los N.S. ya se encontraban muy cerca. Se bajó desesperado e intento ir hacia la casa y fue ahí cuando divisó las llaves que deseaba tener con tanto anhelo en el piso de madera frente al umbral de la puerta de entrada. Se avalanzó sobre el lugar, pero alguien le sujetó fuertemente por la espalda. Se dio la vuelta y vio a Juan sonriendo y rodeado de personas infectas como si fuesen su escolta personal.

-¡Traigan a la mujer ahora! -gritó con rabia y los N.S. obedecieron al instante.

Entraron en la casa y momentos después se oyeron dos disparos de rifle. Todo volvió a quedar en silencio y los infectados traían a Paulina con el rostro ensangrentado, pues al parece rla habían golpeado con brutalidad.

-¡Malditos enfermos! -exclamó Erik dándose la vuelta y empujando a Juan, aunque sólo le movió un poco.

-Ahora tú... tú también nos catalogas como desquiciados -dijo Juan.

Colocaron el cuerpo de la muchacha cerca de las ruedas del auto y Erik se arrodilló frente a ella, deseando que estuviese con vida después de la aparente paliza que había recibido.

-No son otra cosa -respondió Erik sintiendo odio y rabia-. Predicas una salvación gracias a la infección; pero para lograrla lo único que anhelas es la destrucción. Eres igual que esos científicos del hospital... tu naturaleza humana aun permanece intacta.

Juan pateó a Erik en el pecho llegando incluso a lanzarlo varios metros por el aire hasta el umbral de su propia casa.

-Una persona normal no puede hacer eso, somos de alguna forma manera superiores y si los inferiores nos atacan nosotros les atacamos. Tal como tú al dispararme allá en el bosque; aunque mis heridas sanan muy rápido. Esta "Enfermedad" como dicen ustedes es la salvación para muchos de nosotros. Lástima que otros no puedan complementarse con ella y sólo lleguen a un estado primitivo, pero no por eso más bajo.

Erik se levantó con dificultad y por un segundo se dio la vuelta para mirar dentro de su casa y vio el rifle de su padre tirado en el suelo manchado en sangre, con el habían golpeado a Paulina. Si lograba reunir un poco de fuerzas podría ir en su busca, pero debía esperar un poco para recuperarse después del golpe que Juan le había dado. Tenía la idea perfecta.

-¿Por... qué ordenaste a tus amiguitos que... no me mataran? -preguntó el chico para distraerle por un rato.

-Verás, Erik. Al principio pensé que podías convertirte en uno de nosotros al ser infectado por uno de los insectos. Eso haría en el bosque, mataría a tu amiga y luego tu serías uno de nuestros hermanos. Sentí lástima por ti al recordar lo de tu familia. Si te contagias estarías con ellos todo lo que les resta de vida, además podría suceder contigo lo que sucedió conmigo. Yo le llamaría subir un nivel. Este estado de infección es superior al normal de los humanos. El virus que portaban los insectos fue evolucionando con los años, es como si estuviesen aquí con el sólo propósito de infectarnos. Al principio las personas que enfermaban morían unas horas después, ahora eso cambió. El virus logró adaptarse a nuestro cuerpo y nuestro cuerpo a el.

-Vaya, en realidad pensé que eras un viejo ignorante, pero veo que sabes mucho de ese tipo de cosas -dijo Erik burlándose.

Juan soltó una carcajada y luego le miró con satisfacción.

-Ha llegado la hora de revelarte mi verdadero pasado -dijo para confusión de Erik-. No siempre fui un fracasado anciano amante del nefasto pueblo y su gente. Cuando era joven trabajé como ayudante de un científico, fue cuando descubrí mi pasión por la investigación, y aunque no fui a la universidad era todo un experto en el tema. Hace treinta años me encontre con este virus tan extraño, lamentablemente fui sacado del proyecto de investigación gracias a unos malditos envidiosos que se jactaban de sus títulos universitarios. En fin, pude quedarme con las notas que había reunido sobre el virus y continue mi trabajo en secreto, así seguí la evolución que muy pocos consiguieron ver en la enfermedad que transmitía el insecto NoSaigo, bautizado así por dos científicos al darse cuenta de que el bicho podía sobrevivir mucho más de lo normal y al poder adaptarse a cualquier ambiente como si fuera inmortal. Vi mi oportunidad hace algunos años cuando vi a uno de los preciados insectos muerto en el bosque. Los busqué por mucho tiempo con ahinco, pero no lograba encontrarlos hasta que hace algunos días atrás mientras caminaba por el bosque caí en un agujero, no muy profundo, que conducía hacia unas pequeñas camaras subterraneas en las que habían cientos y cientos. Mi felicidad fue enorme y planeé algo bastante atrevido y peligroso. Capturé uno de ellos sin lograr que mi picara y lo introduje en la bolsa de dormir de un chico que acampaba con sus amigos en el bosque. Después me hice con algunos más. Los llevé durante el mismo día al pueblo y los dejé libres. Como esperaba todo salió a la perfección, la epidemia comenzó. Pronto me di cuenta de que las cosas se habían salido un poco de control, tampoco advertí que la evolución fuese tan grande como para mantenerlos con vida por horas. Incluso traje algunos hasta este lugar, le mostré uno de ellos a tus padres, quienes por alguna extraña razón mostraron mucha curiosidad y entusiamo. En especial tu hermana, quien fue la primera en ser contagiada, como dicen por ahí: La curiosidad mató al gato.

-¡Maldito! -gritó Erik- ¡Cómo pudiste maldito enfermo!

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no deseaba llorar, quería ser fuerte, aparentar ser fuerte.

-Yo estaba aquí cuando hablaste con tus padres por teléfono, para ese entonces tu hermana ya estaba padeciendo los síntomas de la "Enfermedad" transmitida por los insectos. Tus padres estaban tan orgullosos de ti, lástima que ahora estén del bando contrario ¿no creees?

-¡Ya es suficiente! -gritó Erik al momento que encontraba en la casa para coger el rifle de su padre.

Juan ordenó a los N.S. que entraran en su busca, pero los disparos provenientes desde su espaldas mataron a la mayoría de sus subordinados. Juan se dio la vuelta y vio a Paulina sujetando el arma que Erik había dejado caer álgunos días atrás.

-Maldito... bastardo... -dijo la muchacha.

Erik volvió al umbral sosteniendo el rifle e intrigado por saber quien había disparado. Dos de los N.S. que quedaban con vida le alcanzaron, pero les dio muerte con facilidad al dispararles en pleno rostro.

-Paulina... -murmuró cuando vio a Juan que se acercaba de forma amenazadora hacia ella.

Erik corrió rápidamente y disparo varias veces la espalda de Juan, pero sólo unos cuantos gemidos de dolor eran la única respuesta a las heridas causadas por las balas.
Paulina retrocedió lentamente mientras seguía disparando hasta que ya no quedó ni una sóla bala en el arma. Erik saltó sobre la espalda del N.S. pero éste de una sacudida lo arrojó varios metros atrás.

-Ya estás muerto... -murmuró Paulina unos segundos antes de recivir el fatal golpe.

Juan le dio un puñetado en pleno rostro rompiéndole de inmediato el cuello con una facilidad difícil de creer. La cabeza de Paulina dio vueltas sobre su cuerpo como si fuese una simple muñeca a la que se le podía sacar cualquier parte de su cuerpo. El cadaver de la muchacha cayó al suelo cerca del auto, ahora ya no se entrometería nunca más en los planes del N.S.

Erik observaba estupefacto, una mezcla de sensaciones en su interior le dejaron inmovil por la grotesca escena que acababa de ver, parecía como si su alma hubiese abandonado el cuerpo para huir lejos. Juan se acercó con una clara expresión de enfado en su rostro, estaba decidido a matar al muchacho si este no se decidía de una vez.

-Es tiempo de que elijas niño -ordenó Juan cuando le sujetó del cuello y lo levantó sin dificultad-. Tus padres fueron muy buenos amigos mios, esa fue una de las razones por las que decidí darte una oportunidad.

Erik se había quedado en silencio, su mirada estaba perdida en el vacío y su cuerpo no se movía, parecía que estaba muerto.

-Vamos, se que has quedado impactado por todo esto; pero esas cosas son parte de la vida de alguien, ver morir a personas que estimas no es gran cosa, es normal -dijo Juan con indiferencia-. Piensalo, estarás con tu familia, ya nada los separará.

En ese instante Erik volvió en sí gracias al recuerdo de su familia y otras personas a las que admiraba y quería.

-Todo eso es parte de la vida enferma de una persona como tú... maldito viejo -respondió Erik sonriendo a medias.

Entonces gracias a su determinación logró sacar la fuerza que era necesaria para quitarse a Juan de encima y de una patada fuerte patada que le propinó en el vientre logró salir de sus garras.

-Mi familia ya está muerta... -Agregó Erik cuando Juan cayó al suelo dolorido por el golpe que Erik le había dado- después de todo no eres invulnerable.

Recogió las llaves del auto que yacían en un rincón del piso de madera y corrió hacia el auto. Cerró la puerta con seguro e intentó encenderlo. Pero Juan no se rendía y de unos cuantos brincos hasta el vehículo. Golpeó con fuerza lo que quedaba de vidrio delantero logrando romperlo, pero en aquel instante Erik lo encendió y retrocedió bruscamente haciando que Juan cayera de espaldas sobre la tierra. Luego avanzó hacia delante y atropelló a Juan. El sonido de algo reventando se escuchó y Erik sonrió. Se bajó, pero no para ver el cuerpo del N.S. sino que para coger el cuerpo de Paulina. Abrió la puerta trasera del auto y la introdujo con toda la delicadeza que pudo ofrecer en ese momento.

Avanzó por el camino de tierra directo hacia la carretera, recordando a sus padres, a su hermana y a Paulina. Al fin los había vengado, el desquiciado que había comenzado todo estaba muerto al fin. En ese momento un atronador ruido proveniente desde el techo del auto le alertó, segundos después el rostro casi mutilado de Juan le observaba desde la parte de atrás del auto sonriendo o algo parecido, pues la sangre y la malformación del rostro le impedían saber con certeza, aunque era una espeluznante escena. Frenó de golpe, pero aun así no se lo quitó de encima. Presionó el acelerador con fuerza y el vehículo avanzó rápidamente, pero Juan aun seguía en el techo y ahora intentaba entrar por la parte de atrás rompiendo el vidrio.

-Este maldito nunca se muere... -murmuró Erik- al fina, la carretera, aquí podré quitar...

Se vio frente a un camión rodeado de militares apuntando sus armas, entonces dobló el manubrio y freno de golpe nuevamente. Juan cayó al suelo, le faltaba uno de sus brazos y su cuerpo estaba bañado en sangre, parecía un verdadero monstruo sacado de una muy buena película de terror. Erik apretó de nuevo el acelerador, pero esta vez no hasta el fondo, sólo lo hacía para quitarse del camino. En cuando lo hizo Juan se colocó de pie como si nada, entonces una verdadera lluvia de balas, superior a la que había recibido en el hospital, atravesaron su cuerpo arrebatándole la vida en unos cuantos segundos. Juan podía resistir aquel daño; pero sólo en pequeña cantidad, como los disparos recibidos por el rifle del padre de Erik.

Erik se echó hacia atrás en el asiento, fatigado por completo, esperando que los militares le rodearan y le amenzaran con matarle si no bajaba del auto.

-Muchacho -le llamó una voz grave-, baja de ahí, te sacaremos de este lugar inmediatamente.

Aquellas palabras fueron una verdadera delicia para sus oídos, parecía que había estado esperándolas por toda una eternidad.

-Creo que a tu amiga no la podremos llevar -dijo el militar mirando hacia el asiento trasero.

Erik se bajó del vehículo cansado, las rodillas le temblaban, lo único que deseaba era dormir y mucho.

-No importa -respondió Erik-, no quería dejarla en ese lugar.

-No te preocupes, ella era uno de los nuestros, recibirá el funeral correspondiente.

Erik asintió no muy convencido, pero quiso creerlo de todas formas. La presencia militar y policial era grande. Pronto todas las personas contagiadas que habían sido lideradas por el desquiciado Juan desaparecerían. Horas más tarde un helicóptero aterrizó en la carretera y Erik fue llevado en el a la ciudad para ser atendido en algún hospital. Eso no le importaba, lo necesario para él en ese instante era alejarse todo posible de ese infierno y por un momento sintió lástima por lo militares que se quedaban para acabar con todo. Lo único que vio fue un hermoso ocaso, pues no pudo resistir más al cansancio.

-Todo esto es una locura, jamás imagine que tendría que ver algo así... -dijo un muchacho perteneciente al grupo de los militares a otro mientras observaba los alrededores de la antigua casa de Erik.

-Estas personas de verdad estaban... ¡pero que diablos!

El muchacho observó a su compañero intrigado y le preguntó:

-¿Sucede algo, has visto algo?

-No, nada de que precuparse -contestó el militar mientras metía su mano dentro de la chaqueta que llevaba puesta-, sólo sentí un piquete.

-Por eso no me gusta el campo ni las granjas, por los mozquitos...

-Oye, es uno un poco más grande lo normal... -dijo mientras sostenía al bicho que había logrado sacar- creo que está muriendo.

-Nunca había visto uno así... ¡mira! hay más en el maizal -advirtió el muchacho-. Podriamos capturar algunos y venderlos a esos locos que estudian bichos.

-Espera... creo que no me siento muy bien... -dijo su compañero al mismo tiempo que le sujetaba el brazo con fuerza.

Juan había muerto y los N.S. que reinaban en el pueblo estaban a punto de ser exterminados; pero los insectos, quienes eran los que realmente transmitían la enfermedad, estaban muy lejos de desaparecer.

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