Ya era medio día cuando aparecieron en lo alto de un colina. La granja estaba un poco más adelante, desde ese lugar era perfectamente visible; pero por desagracia también se podían apreciar varias personas que rondaban la casa y otros pocos que daban vueltas por los maizales tal vez buscando algo que jamás encontrarían si ellos no se incorporaban en el lugar.
-¿Estás seguro de esto? -preguntó Paulina- No tenemos armas ni nada, si nos alcanzan estaremos perdidos...
-Sí, estoy seguro -interrumpió Erik-. Es la última oportunidad de vivir, además la última vez que estuve ahí deje caer un arma por accidente, no creo que los N.S. la hayan cogido.
-Eso es algo...
Los gritos de los contagiados que se acercaban a gran velocidad tras ellos les alertaron por lo que reanudaron la carrera hacia la granja.
-Maldito muchacho... -fafulló Juan mientras corría rápidamente junto a varios N.S.- estoy casi seguro de saber a donde se dirige ahora. Si permito que se adelante demasiado escapará.
-¿Tienes algún plan en particular? -preguntó Paulina.
Ambos estaban escondidos tras unos árboles, en el mismo lugar en el que Erik había estado la primera vez cuando Juan le salvó la vida.
-Atravesaremos el maizal, les será mucho más difícil encontrarnos, además Juan nos pisa los talones y no podemos ir por el camino principal.
-¿Tu padre tenía ún rifle o algo así? -preguntó Paulina.
-Creo que si, pero en su cuarto en la segunda planta de la casa, Si no hay oportunidad de cogerla no lo hagas.
Paulina asintió y después entraron rápidamente en el maizal, no podían alertar a los infectados que estaban ahí, eso les daría tiempo hasta que Juan llegara con su grupo.
-Quiero que todos busquen en este lugar a esos dos -ordenó Juan mientras era rodeado por una multitud de infectados-. Hagan lo que se les plazca con la chica.
Corrieron en todas direcciones, adetrándose en los maizales con un sólo objetivo, el de encontrar a Erik y destruir a su acompañante.
-Un momento... -murmuró Erik y Paulina se detuvo sin vacilar.
El chico levantó un poco la cabeza para mirar por sobre el maizal. Gatear era una buena para no ser descubiertos, pero una mala a la hora de saber cuan cerca estaban de la casa y del auto que los llevaría lejos de aquel infierno.
-Creo que vamos en...
Erik se agachó velozmente antes la sorprendida Paulina.
-¿Qué sucede? -preguntó ella en voz baja.
Erik la observó sin decir nada y movió la cabeza en signo de negación para que no hablara. El ruido de las plantas siendo apartadas se hizo cada vez más fuerte cerca de ellos. Los N.S. habían llegado hasta la posición en la que se encontraban en tan sólo unos segundos, pero sin descubrirlos aun.
Erik se quedó inmovil, el miedo le hacía empuñar con fuerza sus dos manos como si haciendolo los infectados se alejarían más rápido del lugar.
-Se van... -murmuró Paulina para alivió de Erik.
Avanzaron un poco más sin hacer ruido, pero unos centimetros más adelante se toparon de frente con tres contagiados. Uno de ellos lanzó un grito para llamar a los otros. Erik se levantó de un salto y le dio un puñetazo en la cara.
-¡Corre! -gritó Erik a Paulina en el momento en que los otros dos N.S. se disponían aperseguirle.
Pero la mujer lejos de hacer lo que Erik decía saltó sobre uno de ellos y le propinó una patada logrando hacer el espacio perfecto para poder correr sin tener que esquivarlos. Ambos avanzaron con tanta velocidad como podían a través del maizal. Los chillidos de varios N.S. que rodaban cerca alertaron a los otros; ahora todos les pisaban los talones.
-¡Quiero vivo al chico!
Era la voz de Juan, quien por alguna razón bastante extraña y que no era momento de comprender ordenaba a los demás que lo dejaran. Paulina era el verdadero blanco de los contagiados.
-Queda muy poco... -jadeó Erik- entra en la casa y busca el rifle... yo me quedaré fuera, tengo un plan.
-Confío en ti... -respondió Paulina al instante.
El auto seguía intacto y cerca de una de las ruedas vio el arma tirada como si su llegada a aquella granja infernal hubiese sido sólo unos minutos antes. Se metió en el auto a toda velocidad mientras Paulina llegaba a la desolada casa.
-¡No tiene puerta! -advirtió la mujer con enfado.
-¡Consigue el arma! -contestó Erik buscando las llaves del vehículo que no veía por ninguna parte.
Entonces recordó; aquella noche al escapar las llaves se le habían caído del bolsillo, por eso no pudo huír en el auto. Eso le quitaría demasiado tiempo y los N.S. ya se encontraban muy cerca. Se bajó desesperado e intento ir hacia la casa y fue ahí cuando divisó las llaves que deseaba tener con tanto anhelo en el piso de madera frente al umbral de la puerta de entrada. Se avalanzó sobre el lugar, pero alguien le sujetó fuertemente por la espalda. Se dio la vuelta y vio a Juan sonriendo y rodeado de personas infectas como si fuesen su escolta personal.
-¡Traigan a la mujer ahora! -gritó con rabia y los N.S. obedecieron al instante.
Entraron en la casa y momentos después se oyeron dos disparos de rifle. Todo volvió a quedar en silencio y los infectados traían a Paulina con el rostro ensangrentado, pues al parece rla habían golpeado con brutalidad.
-¡Malditos enfermos! -exclamó Erik dándose la vuelta y empujando a Juan, aunque sólo le movió un poco.
-Ahora tú... tú también nos catalogas como desquiciados -dijo Juan.
Colocaron el cuerpo de la muchacha cerca de las ruedas del auto y Erik se arrodilló frente a ella, deseando que estuviese con vida después de la aparente paliza que había recibido.
-No son otra cosa -respondió Erik sintiendo odio y rabia-. Predicas una salvación gracias a la infección; pero para lograrla lo único que anhelas es la destrucción. Eres igual que esos científicos del hospital... tu naturaleza humana aun permanece intacta.
Juan pateó a Erik en el pecho llegando incluso a lanzarlo varios metros por el aire hasta el umbral de su propia casa.
-Una persona normal no puede hacer eso, somos de alguna forma manera superiores y si los inferiores nos atacan nosotros les atacamos. Tal como tú al dispararme allá en el bosque; aunque mis heridas sanan muy rápido. Esta "Enfermedad" como dicen ustedes es la salvación para muchos de nosotros. Lástima que otros no puedan complementarse con ella y sólo lleguen a un estado primitivo, pero no por eso más bajo.
Erik se levantó con dificultad y por un segundo se dio la vuelta para mirar dentro de su casa y vio el rifle de su padre tirado en el suelo manchado en sangre, con el habían golpeado a Paulina. Si lograba reunir un poco de fuerzas podría ir en su busca, pero debía esperar un poco para recuperarse después del golpe que Juan le había dado. Tenía la idea perfecta.
-¿Por... qué ordenaste a tus amiguitos que... no me mataran? -preguntó el chico para distraerle por un rato.
-Verás, Erik. Al principio pensé que podías convertirte en uno de nosotros al ser infectado por uno de los insectos. Eso haría en el bosque, mataría a tu amiga y luego tu serías uno de nuestros hermanos. Sentí lástima por ti al recordar lo de tu familia. Si te contagias estarías con ellos todo lo que les resta de vida, además podría suceder contigo lo que sucedió conmigo. Yo le llamaría subir un nivel. Este estado de infección es superior al normal de los humanos. El virus que portaban los insectos fue evolucionando con los años, es como si estuviesen aquí con el sólo propósito de infectarnos. Al principio las personas que enfermaban morían unas horas después, ahora eso cambió. El virus logró adaptarse a nuestro cuerpo y nuestro cuerpo a el.
-Vaya, en realidad pensé que eras un viejo ignorante, pero veo que sabes mucho de ese tipo de cosas -dijo Erik burlándose.
Juan soltó una carcajada y luego le miró con satisfacción.
-Ha llegado la hora de revelarte mi verdadero pasado -dijo para confusión de Erik-. No siempre fui un fracasado anciano amante del nefasto pueblo y su gente. Cuando era joven trabajé como ayudante de un científico, fue cuando descubrí mi pasión por la investigación, y aunque no fui a la universidad era todo un experto en el tema. Hace treinta años me encontre con este virus tan extraño, lamentablemente fui sacado del proyecto de investigación gracias a unos malditos envidiosos que se jactaban de sus títulos universitarios. En fin, pude quedarme con las notas que había reunido sobre el virus y continue mi trabajo en secreto, así seguí la evolución que muy pocos consiguieron ver en la enfermedad que transmitía el insecto NoSaigo, bautizado así por dos científicos al darse cuenta de que el bicho podía sobrevivir mucho más de lo normal y al poder adaptarse a cualquier ambiente como si fuera inmortal. Vi mi oportunidad hace algunos años cuando vi a uno de los preciados insectos muerto en el bosque. Los busqué por mucho tiempo con ahinco, pero no lograba encontrarlos hasta que hace algunos días atrás mientras caminaba por el bosque caí en un agujero, no muy profundo, que conducía hacia unas pequeñas camaras subterraneas en las que habían cientos y cientos. Mi felicidad fue enorme y planeé algo bastante atrevido y peligroso. Capturé uno de ellos sin lograr que mi picara y lo introduje en la bolsa de dormir de un chico que acampaba con sus amigos en el bosque. Después me hice con algunos más. Los llevé durante el mismo día al pueblo y los dejé libres. Como esperaba todo salió a la perfección, la epidemia comenzó. Pronto me di cuenta de que las cosas se habían salido un poco de control, tampoco advertí que la evolución fuese tan grande como para mantenerlos con vida por horas. Incluso traje algunos hasta este lugar, le mostré uno de ellos a tus padres, quienes por alguna extraña razón mostraron mucha curiosidad y entusiamo. En especial tu hermana, quien fue la primera en ser contagiada, como dicen por ahí: La curiosidad mató al gato.
-¡Maldito! -gritó Erik- ¡Cómo pudiste maldito enfermo!
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no deseaba llorar, quería ser fuerte, aparentar ser fuerte.
-Yo estaba aquí cuando hablaste con tus padres por teléfono, para ese entonces tu hermana ya estaba padeciendo los síntomas de la "Enfermedad" transmitida por los insectos. Tus padres estaban tan orgullosos de ti, lástima que ahora estén del bando contrario ¿no creees?
-¡Ya es suficiente! -gritó Erik al momento que encontraba en la casa para coger el rifle de su padre.
Juan ordenó a los N.S. que entraran en su busca, pero los disparos provenientes desde su espaldas mataron a la mayoría de sus subordinados. Juan se dio la vuelta y vio a Paulina sujetando el arma que Erik había dejado caer álgunos días atrás.
-Maldito... bastardo... -dijo la muchacha.
Erik volvió al umbral sosteniendo el rifle e intrigado por saber quien había disparado. Dos de los N.S. que quedaban con vida le alcanzaron, pero les dio muerte con facilidad al dispararles en pleno rostro.
-Paulina... -murmuró cuando vio a Juan que se acercaba de forma amenazadora hacia ella.
Erik corrió rápidamente y disparo varias veces la espalda de Juan, pero sólo unos cuantos gemidos de dolor eran la única respuesta a las heridas causadas por las balas.
Paulina retrocedió lentamente mientras seguía disparando hasta que ya no quedó ni una sóla bala en el arma. Erik saltó sobre la espalda del N.S. pero éste de una sacudida lo arrojó varios metros atrás.
-Ya estás muerto... -murmuró Paulina unos segundos antes de recivir el fatal golpe.
Juan le dio un puñetado en pleno rostro rompiéndole de inmediato el cuello con una facilidad difícil de creer. La cabeza de Paulina dio vueltas sobre su cuerpo como si fuese una simple muñeca a la que se le podía sacar cualquier parte de su cuerpo. El cadaver de la muchacha cayó al suelo cerca del auto, ahora ya no se entrometería nunca más en los planes del N.S.
Erik observaba estupefacto, una mezcla de sensaciones en su interior le dejaron inmovil por la grotesca escena que acababa de ver, parecía como si su alma hubiese abandonado el cuerpo para huir lejos. Juan se acercó con una clara expresión de enfado en su rostro, estaba decidido a matar al muchacho si este no se decidía de una vez.
-Es tiempo de que elijas niño -ordenó Juan cuando le sujetó del cuello y lo levantó sin dificultad-. Tus padres fueron muy buenos amigos mios, esa fue una de las razones por las que decidí darte una oportunidad.
Erik se había quedado en silencio, su mirada estaba perdida en el vacío y su cuerpo no se movía, parecía que estaba muerto.
-Vamos, se que has quedado impactado por todo esto; pero esas cosas son parte de la vida de alguien, ver morir a personas que estimas no es gran cosa, es normal -dijo Juan con indiferencia-. Piensalo, estarás con tu familia, ya nada los separará.
En ese instante Erik volvió en sí gracias al recuerdo de su familia y otras personas a las que admiraba y quería.
-Todo eso es parte de la vida enferma de una persona como tú... maldito viejo -respondió Erik sonriendo a medias.
Entonces gracias a su determinación logró sacar la fuerza que era necesaria para quitarse a Juan de encima y de una patada fuerte patada que le propinó en el vientre logró salir de sus garras.
-Mi familia ya está muerta... -Agregó Erik cuando Juan cayó al suelo dolorido por el golpe que Erik le había dado- después de todo no eres invulnerable.
Recogió las llaves del auto que yacían en un rincón del piso de madera y corrió hacia el auto. Cerró la puerta con seguro e intentó encenderlo. Pero Juan no se rendía y de unos cuantos brincos hasta el vehículo. Golpeó con fuerza lo que quedaba de vidrio delantero logrando romperlo, pero en aquel instante Erik lo encendió y retrocedió bruscamente haciando que Juan cayera de espaldas sobre la tierra. Luego avanzó hacia delante y atropelló a Juan. El sonido de algo reventando se escuchó y Erik sonrió. Se bajó, pero no para ver el cuerpo del N.S. sino que para coger el cuerpo de Paulina. Abrió la puerta trasera del auto y la introdujo con toda la delicadeza que pudo ofrecer en ese momento.
Avanzó por el camino de tierra directo hacia la carretera, recordando a sus padres, a su hermana y a Paulina. Al fin los había vengado, el desquiciado que había comenzado todo estaba muerto al fin. En ese momento un atronador ruido proveniente desde el techo del auto le alertó, segundos después el rostro casi mutilado de Juan le observaba desde la parte de atrás del auto sonriendo o algo parecido, pues la sangre y la malformación del rostro le impedían saber con certeza, aunque era una espeluznante escena. Frenó de golpe, pero aun así no se lo quitó de encima. Presionó el acelerador con fuerza y el vehículo avanzó rápidamente, pero Juan aun seguía en el techo y ahora intentaba entrar por la parte de atrás rompiendo el vidrio.
-Este maldito nunca se muere... -murmuró Erik- al fina, la carretera, aquí podré quitar...
Se vio frente a un camión rodeado de militares apuntando sus armas, entonces dobló el manubrio y freno de golpe nuevamente. Juan cayó al suelo, le faltaba uno de sus brazos y su cuerpo estaba bañado en sangre, parecía un verdadero monstruo sacado de una muy buena película de terror. Erik apretó de nuevo el acelerador, pero esta vez no hasta el fondo, sólo lo hacía para quitarse del camino. En cuando lo hizo Juan se colocó de pie como si nada, entonces una verdadera lluvia de balas, superior a la que había recibido en el hospital, atravesaron su cuerpo arrebatándole la vida en unos cuantos segundos. Juan podía resistir aquel daño; pero sólo en pequeña cantidad, como los disparos recibidos por el rifle del padre de Erik.
Erik se echó hacia atrás en el asiento, fatigado por completo, esperando que los militares le rodearan y le amenzaran con matarle si no bajaba del auto.
-Muchacho -le llamó una voz grave-, baja de ahí, te sacaremos de este lugar inmediatamente.
Aquellas palabras fueron una verdadera delicia para sus oídos, parecía que había estado esperándolas por toda una eternidad.
-Creo que a tu amiga no la podremos llevar -dijo el militar mirando hacia el asiento trasero.
Erik se bajó del vehículo cansado, las rodillas le temblaban, lo único que deseaba era dormir y mucho.
-No importa -respondió Erik-, no quería dejarla en ese lugar.
-No te preocupes, ella era uno de los nuestros, recibirá el funeral correspondiente.
Erik asintió no muy convencido, pero quiso creerlo de todas formas. La presencia militar y policial era grande. Pronto todas las personas contagiadas que habían sido lideradas por el desquiciado Juan desaparecerían. Horas más tarde un helicóptero aterrizó en la carretera y Erik fue llevado en el a la ciudad para ser atendido en algún hospital. Eso no le importaba, lo necesario para él en ese instante era alejarse todo posible de ese infierno y por un momento sintió lástima por lo militares que se quedaban para acabar con todo. Lo único que vio fue un hermoso ocaso, pues no pudo resistir más al cansancio.
-Todo esto es una locura, jamás imagine que tendría que ver algo así... -dijo un muchacho perteneciente al grupo de los militares a otro mientras observaba los alrededores de la antigua casa de Erik.
-Estas personas de verdad estaban... ¡pero que diablos!
El muchacho observó a su compañero intrigado y le preguntó:
-¿Sucede algo, has visto algo?
-No, nada de que precuparse -contestó el militar mientras metía su mano dentro de la chaqueta que llevaba puesta-, sólo sentí un piquete.
-Por eso no me gusta el campo ni las granjas, por los mozquitos...
-Oye, es uno un poco más grande lo normal... -dijo mientras sostenía al bicho que había logrado sacar- creo que está muriendo.
-Nunca había visto uno así... ¡mira! hay más en el maizal -advirtió el muchacho-. Podriamos capturar algunos y venderlos a esos locos que estudian bichos.
-Espera... creo que no me siento muy bien... -dijo su compañero al mismo tiempo que le sujetaba el brazo con fuerza.
Juan había muerto y los N.S. que reinaban en el pueblo estaban a punto de ser exterminados; pero los insectos, quienes eran los que realmente transmitían la enfermedad, estaban muy lejos de desaparecer.
jueves, 7 de febrero de 2008
viernes, 1 de febrero de 2008
Capítulo 9: La Infección es Salvación
Los infectados los rodeaban, ya no había escapatoría para ninguno de ellos, o eso era lo que creían.
-Malditos monstruos... -farfulló Tom omirándoles con odio.
-Montruos... -dijo uno de los N.S. que estaba ahi presentes para sorpresa de todos.
-Puede hablar... -murmuró otro de los científicos.
El N.S. sonrió y caminó hacia ellos abriendose paso entre los demás contagiados quienes aparentemente le respetaban mucho.
-Han pasado muy pocos días para que crean que ya saben todo sobre nosotros -dijo el hombre infectado. Ahora intentan también buscar una cura.
-No podemos permitir que el mundo de esta enfermedad de locos... todo sería un caos, por eso buscamos la manera de pararla de una vez por todas. Más de veinte años de investigación no se tirarán a la basura ahora que por fin tenemos las muestras que necesitamos. Es nuestra obligación salvar al mundo.
-Salvar al mundo... ya veo; pero me atrevo a pensar que ustedes hacia lo único que sienten obligación es al reconocimiento y a la fama internacional -dijo el N.S. sonriendo a medias.
-¿Treinta años? -dijo Erik de repente sin quitar la mirada de Tom.
Paulina miró a su alrededor buscando algún punto débil entre los contagiados para poder escapar. Pero la pregunta de Erik llamó más su atención.
-Verás, no es la primera vez que sucede esto en algún lugar recóndito del planeta -dijo uno de los científicos-. La primera vez se desató una epidemia parecida en una pequeña aldea escondida en Africa. Los síntomas eran parecidos, la gente se volvía loca, parecía perder la cordura y atacaban incluso a sus más cercanos. Todos ellos fueron aniquilados por fuerzas extranjeras, no dejando rastro alguno, lo que hizo más difícil la investigación. Luego en un olvidado pueblo Alemán, ahora los contagiados tenían actitudes diferentes, parecían convivir entre ellos; pero cualquiera ajeno a su población era inmediatamente eliminado. Fue en ese instante en que nos dimos cuenta que era un tipo de insecto el que transmitía la extraña enfermedad. Este insecto tenía la capacidad de viajar miles de kilometros, pudiendo llegar a vivir más de diez semanas en cualquier tipo de ambiente adaptándose en poco tiempo. La última vez que sucedió fue en Japón, pero esta vez en una ciudad no muy grande, aunque fue un hecho aislado, ya que afectó a un sólo hombre. Este sujeto fue capaz de asesinar a toda su familia, incluyendo a cuatro de una docena de policías que intentaron detenerle en plena calle. Cuando fue abatido una equipo especial de científicos le examinaron encontrando su cerebro atrofiado. Parecía que al contagiarse el virus comenzaba a destruir las células cerebrales desembocando al final en una muerte segura. Pero aquí descubrimos algo muy especial, después de uno días los N.S. aun no mueren, siendo que sus cerebros deberían estar agotados. Deberían desaparecer sin necesidad de cura, pero este sucedo ha ameritado que nos concentremos en la fabricación de una.
-Esto debería ser comunicado al mundo, para que todos estén preparados -dijo Paulina una vez que el científico dejó de hablar.
-Se ha informado, obviamente, pero sólo a los líderes mundiales -contestó Tom sonriendo-. Otra cosa es que ellos no se hayan encargado de hacer público todo esto para tomar las medidas necesarias.
-Pero aun así ustedes no han hecho nada -reclamó Erik.
-No es nuestro problema... -contestó Tom.
-Claro que lo es, de otra forma no estarían en este lugar arriesgando sus vidas -refutó Paulina.
-Así es -apoyó el N.S.
Todos se quedaron en silencio, habían olvidado la naturaleza de quienes los rodeaban. En ese momento Erik miró atentamente al N.S. que podía hablar.
-Me pareces conocido... -le dijo con algo de temor.
-Claro, muchacho -respondió el sujeto con felicidad, como si hubiese estado esperando aquel momento desde la llegada-. Soy yo, Juan, el viejo que te salvó en las afueras de la granja de tu familia.
-Juan... pero estás... más joven y pensé que los N.S. te habían matado cuando escapabamos por la calle -dijo Erik confundido.
-Si, pero bueno, yo sabía que no lo harían -dijo y después sonrió con satisfacción-. Bien, tu ya sabes toda esa pequeña aventura que tuve en el bosque mientras tu dormías en la cabaña después de haberte salvado el pellejo. El asunto es que mientras intentaba encontrar la fuente de los extraño ruidos que había oído sentí un piquete en mi espalda. Me sacudí tanto como pude para que el maldito que me había picado cayera al suelo y rematarle de un pisotón. Entonces me encontre con un bicho enorme de color verde moribundo. El me había picado. Al poco rato me sentí extraño, como si hubiese estado enfermo; pero al mismo tiempo sentía que mis sentidos se gudizaban, que de alguna forma estaba cambiando. Encontré a unos amigos del pueblo y un policía vagando por el lugar, caminaba por el bosque hasta llegar a la ciudad más cercana en busca de ayuda. Entonces esos deseos de matarles se apoderaron de mi, era extraño, pero me sentía bien. Mi cuerpo se fortaleció y yo entendí que se debía al piquete del insecto, me di cuenta de que estaba contagiado de la misma enfermedad, pero no había perdido la cordura o algo parecido como se creía. Los maté para probarme a mi mismo, los maté con mis propias manos, ni siquiera tuve que utilizar el rifle y me sentí bien, emocionado a decir verdad. Preparé toda una historia, tenía que sonar convincente, pues quería volver al almacén donde estabas para matarte. Pero entonces en el último momento, antes de abrir la puerta cambié de opinión. Sabía que plantearías un plan de escape, que al mismo tiempo sería demasiado peligroso. Eso gracias a las ansias de aventura y adrenalina de la juventud. Tenía que ser convincente. En el momento en que nos persiguieron creo que me dejé llevar un poco e hice notar mi cambio al llegar a correr incluso más rápido que tú. Por suerte me di cuenta a tiempo y me quedé atrás como si estuviese muy cansado. Los N.S. pasaron a mi lado sin hacerme caso alguno, corrieron hacia ti hasta que desapareciste gracias a esos dos miliatares.
-Recuerdo eso, también me pareció extraño que corrieras tan rápido para la edad que tienes... o tenías -dijo Erik un poco sorprendido por la historia que Juan contaba.
-Intenté reunir a los contagiados que más pude, todos estaban dispersos, parecían ovejas sin su pastor, pero yo había llegado al fin. La infección en mi actuó de otra forma, me salvó después de todo. Me hizo rejuvenecer de alguna manera que no he podido lograr entender muy bien, pero con esto he podido hacer que todos los contagiados formaran una comunidad. Estaba seguro de que llegarían a matarlos, pero sentí pena por ellos. De todas formas ya eramos como hermanos. No se pueden comunicar muy bien, debido a las razones que explicó antes el científico; pero a mi me entienden muy bien y me respetan como su líder, ellos saben ahora que tenemos oportunidad en contra de ustedes. Lo único que conservan es la voluntad para sobrevivir, no son caníbales, pero si tinen hambre comerán cualquier cosa que encuentren y que se vea sabrosa, como la carne por ejemplo. Matan porque se sienten amenazados, al final son como nosotros en los momentos en que nuestra vida depende de matar o morir. Al final, la infección es salvación para algunos de nosotros.
Todos se quedaron perplejos, ahora sabían más acerca de la enfermedad y de lo que sentían sus portadores. Los científicos siempre habían observado con frialdad, preocupándose sólo del virus en sí, pero no de sus continentes. Ahora sabían que tenían un gran parecido.
Tom rió a carcajadas tomando por sorpresa a quienes lo rodeaban y haciendo que Juan arqueara una ceja en signo de molestía.
-Puede que lo que dices sea verdad, pero tus amigos, familia o quién quiera que sean también nos amenazan a nosotros, por eso deben ser exterminados. Verás, los humanos somos la raza que domina este planeta, somos superiores, debes entender que los cerebros de estas bestias están atrofiados, nunca podrán llegar a desarrollar civilizaciones tan grandes como las nuestras, jamás podrán inventar o cosas parecidas. Después de todo son simples enfermos que no tienen otra cura que ser eliminados, a menos que permitas que desarrollemos una dándonos a uno de tus N.S. para poder experimentar.
Juan sonrió y se burló del científico, pues jamás permitiría aquello, para eso había llegado hasta ese lugar, no para observar lo que sucedía, sino para impedir que la cura fuese fabricada a base de torturas a sus, ahora, hermanos.
-Sabía que algo así pasaría... maten a los científicos -ordenó con tranquilidad a los contagiados que los rodeaban.
Fueron tomados y sacados fuera de la tienda de campaña. Merecían morir, según Juan, por oponerse a ellos, no podía permitir que sobreviviera, incluso habían pensado en aumentar la población de contagiados, pero para eso necesitaban la ayuda de los insectos, pues eran los únicos capaces de transmitir el virus.
Sólo los gritos se escucharon, la carne siendo rasgada con las propias manos de los infectados, no se lo comerían o algo parecido, pero los hacían sufrir mientras los mataban.
-Tú eres como ellos, piensas exterminar a otros para sobrevivir, no hay diferencia entre los pensamientos de esos científicos y tus desquiciadas ideas -dijo Paulina con enfado.
Juan se molestó por el comentario reflejandolo en la expresión de su rostro y estuvo a punto de ordenar que la mataran, pero en ese momento Erik se colocó por delante de ella.
-Muchacho -dijo Juan ahora sonriendo a medias-, te busqué por todo el hospital, pensé que por esas cosas de la vida habrías muerto por los N.S. hasta que me di cuenta de que te tenían en cautiverio estos monstruos. Por cierto, creo que asesiné a uno de tus amigos, un militar en la sala de seguridad. No fue difícil dar vuelta su rostro de una patada.
-¡Maldito! -exclamó Paulina al momento que se lanzaba contra él.
Juan detuvo el puño de la mujer sin dificultad a unos cuantos centímetros de su rostro, luego la sostuvo del brazo y con gran fuerza la mandó a volar por toda la tienda.
-Mi fuerza, al igual como sucedió con los otros, aumentó considerablemente. No hay alguien que me pueda detener de esa forma y tampoco toleraré que se atrevan a tocarme.
-Que arrogante... eso es lo que provocará tu muerte... -dijo Erik al momento en que sacaba un arma que llevaba oculta bajo su camisa y disparó al hombro de Juan quien soltó un horrible grito de dolor.
Erik corrió hacia Paulina y le ayudó a ponerse de pie, luego salieron de la tienda por la parte de atrás para no encontrarse con los N.S. que habían salido para matar a los científicos.
-Por suerte se la quité a uno de los soldados cuando nos escoltaban hacia este lugar -celebró Erik sonriente mientras corría junto a Paulina a toda velocidad por el bosque.
-No podemos volver a la ciudad, no tenemos escapatoria. Con ese tal Juan tras nuestros pasos no podremos llegar a la siguiente ciudad.
-Si lo haremos, queda una opción -contradijo Erik-. El automóvil en el que llegué, aun funciona, pero está un poco lejos de aquí; en la granja de mi familia.
Paulina asintió confiando en el plan del muchacho, de todas formas era lo único que sonaba cuerdo a esas alturas. Siguieron corriendo mientras escuchaban los incontables gritos de los N.S. por todo el bosque intentando alcanzarles por orden de Juan.
-Malditos monstruos... -farfulló Tom omirándoles con odio.
-Montruos... -dijo uno de los N.S. que estaba ahi presentes para sorpresa de todos.
-Puede hablar... -murmuró otro de los científicos.
El N.S. sonrió y caminó hacia ellos abriendose paso entre los demás contagiados quienes aparentemente le respetaban mucho.
-Han pasado muy pocos días para que crean que ya saben todo sobre nosotros -dijo el hombre infectado. Ahora intentan también buscar una cura.
-No podemos permitir que el mundo de esta enfermedad de locos... todo sería un caos, por eso buscamos la manera de pararla de una vez por todas. Más de veinte años de investigación no se tirarán a la basura ahora que por fin tenemos las muestras que necesitamos. Es nuestra obligación salvar al mundo.
-Salvar al mundo... ya veo; pero me atrevo a pensar que ustedes hacia lo único que sienten obligación es al reconocimiento y a la fama internacional -dijo el N.S. sonriendo a medias.
-¿Treinta años? -dijo Erik de repente sin quitar la mirada de Tom.
Paulina miró a su alrededor buscando algún punto débil entre los contagiados para poder escapar. Pero la pregunta de Erik llamó más su atención.
-Verás, no es la primera vez que sucede esto en algún lugar recóndito del planeta -dijo uno de los científicos-. La primera vez se desató una epidemia parecida en una pequeña aldea escondida en Africa. Los síntomas eran parecidos, la gente se volvía loca, parecía perder la cordura y atacaban incluso a sus más cercanos. Todos ellos fueron aniquilados por fuerzas extranjeras, no dejando rastro alguno, lo que hizo más difícil la investigación. Luego en un olvidado pueblo Alemán, ahora los contagiados tenían actitudes diferentes, parecían convivir entre ellos; pero cualquiera ajeno a su población era inmediatamente eliminado. Fue en ese instante en que nos dimos cuenta que era un tipo de insecto el que transmitía la extraña enfermedad. Este insecto tenía la capacidad de viajar miles de kilometros, pudiendo llegar a vivir más de diez semanas en cualquier tipo de ambiente adaptándose en poco tiempo. La última vez que sucedió fue en Japón, pero esta vez en una ciudad no muy grande, aunque fue un hecho aislado, ya que afectó a un sólo hombre. Este sujeto fue capaz de asesinar a toda su familia, incluyendo a cuatro de una docena de policías que intentaron detenerle en plena calle. Cuando fue abatido una equipo especial de científicos le examinaron encontrando su cerebro atrofiado. Parecía que al contagiarse el virus comenzaba a destruir las células cerebrales desembocando al final en una muerte segura. Pero aquí descubrimos algo muy especial, después de uno días los N.S. aun no mueren, siendo que sus cerebros deberían estar agotados. Deberían desaparecer sin necesidad de cura, pero este sucedo ha ameritado que nos concentremos en la fabricación de una.
-Esto debería ser comunicado al mundo, para que todos estén preparados -dijo Paulina una vez que el científico dejó de hablar.
-Se ha informado, obviamente, pero sólo a los líderes mundiales -contestó Tom sonriendo-. Otra cosa es que ellos no se hayan encargado de hacer público todo esto para tomar las medidas necesarias.
-Pero aun así ustedes no han hecho nada -reclamó Erik.
-No es nuestro problema... -contestó Tom.
-Claro que lo es, de otra forma no estarían en este lugar arriesgando sus vidas -refutó Paulina.
-Así es -apoyó el N.S.
Todos se quedaron en silencio, habían olvidado la naturaleza de quienes los rodeaban. En ese momento Erik miró atentamente al N.S. que podía hablar.
-Me pareces conocido... -le dijo con algo de temor.
-Claro, muchacho -respondió el sujeto con felicidad, como si hubiese estado esperando aquel momento desde la llegada-. Soy yo, Juan, el viejo que te salvó en las afueras de la granja de tu familia.
-Juan... pero estás... más joven y pensé que los N.S. te habían matado cuando escapabamos por la calle -dijo Erik confundido.
-Si, pero bueno, yo sabía que no lo harían -dijo y después sonrió con satisfacción-. Bien, tu ya sabes toda esa pequeña aventura que tuve en el bosque mientras tu dormías en la cabaña después de haberte salvado el pellejo. El asunto es que mientras intentaba encontrar la fuente de los extraño ruidos que había oído sentí un piquete en mi espalda. Me sacudí tanto como pude para que el maldito que me había picado cayera al suelo y rematarle de un pisotón. Entonces me encontre con un bicho enorme de color verde moribundo. El me había picado. Al poco rato me sentí extraño, como si hubiese estado enfermo; pero al mismo tiempo sentía que mis sentidos se gudizaban, que de alguna forma estaba cambiando. Encontré a unos amigos del pueblo y un policía vagando por el lugar, caminaba por el bosque hasta llegar a la ciudad más cercana en busca de ayuda. Entonces esos deseos de matarles se apoderaron de mi, era extraño, pero me sentía bien. Mi cuerpo se fortaleció y yo entendí que se debía al piquete del insecto, me di cuenta de que estaba contagiado de la misma enfermedad, pero no había perdido la cordura o algo parecido como se creía. Los maté para probarme a mi mismo, los maté con mis propias manos, ni siquiera tuve que utilizar el rifle y me sentí bien, emocionado a decir verdad. Preparé toda una historia, tenía que sonar convincente, pues quería volver al almacén donde estabas para matarte. Pero entonces en el último momento, antes de abrir la puerta cambié de opinión. Sabía que plantearías un plan de escape, que al mismo tiempo sería demasiado peligroso. Eso gracias a las ansias de aventura y adrenalina de la juventud. Tenía que ser convincente. En el momento en que nos persiguieron creo que me dejé llevar un poco e hice notar mi cambio al llegar a correr incluso más rápido que tú. Por suerte me di cuenta a tiempo y me quedé atrás como si estuviese muy cansado. Los N.S. pasaron a mi lado sin hacerme caso alguno, corrieron hacia ti hasta que desapareciste gracias a esos dos miliatares.
-Recuerdo eso, también me pareció extraño que corrieras tan rápido para la edad que tienes... o tenías -dijo Erik un poco sorprendido por la historia que Juan contaba.
-Intenté reunir a los contagiados que más pude, todos estaban dispersos, parecían ovejas sin su pastor, pero yo había llegado al fin. La infección en mi actuó de otra forma, me salvó después de todo. Me hizo rejuvenecer de alguna manera que no he podido lograr entender muy bien, pero con esto he podido hacer que todos los contagiados formaran una comunidad. Estaba seguro de que llegarían a matarlos, pero sentí pena por ellos. De todas formas ya eramos como hermanos. No se pueden comunicar muy bien, debido a las razones que explicó antes el científico; pero a mi me entienden muy bien y me respetan como su líder, ellos saben ahora que tenemos oportunidad en contra de ustedes. Lo único que conservan es la voluntad para sobrevivir, no son caníbales, pero si tinen hambre comerán cualquier cosa que encuentren y que se vea sabrosa, como la carne por ejemplo. Matan porque se sienten amenazados, al final son como nosotros en los momentos en que nuestra vida depende de matar o morir. Al final, la infección es salvación para algunos de nosotros.
Todos se quedaron perplejos, ahora sabían más acerca de la enfermedad y de lo que sentían sus portadores. Los científicos siempre habían observado con frialdad, preocupándose sólo del virus en sí, pero no de sus continentes. Ahora sabían que tenían un gran parecido.
Tom rió a carcajadas tomando por sorpresa a quienes lo rodeaban y haciendo que Juan arqueara una ceja en signo de molestía.
-Puede que lo que dices sea verdad, pero tus amigos, familia o quién quiera que sean también nos amenazan a nosotros, por eso deben ser exterminados. Verás, los humanos somos la raza que domina este planeta, somos superiores, debes entender que los cerebros de estas bestias están atrofiados, nunca podrán llegar a desarrollar civilizaciones tan grandes como las nuestras, jamás podrán inventar o cosas parecidas. Después de todo son simples enfermos que no tienen otra cura que ser eliminados, a menos que permitas que desarrollemos una dándonos a uno de tus N.S. para poder experimentar.
Juan sonrió y se burló del científico, pues jamás permitiría aquello, para eso había llegado hasta ese lugar, no para observar lo que sucedía, sino para impedir que la cura fuese fabricada a base de torturas a sus, ahora, hermanos.
-Sabía que algo así pasaría... maten a los científicos -ordenó con tranquilidad a los contagiados que los rodeaban.
Fueron tomados y sacados fuera de la tienda de campaña. Merecían morir, según Juan, por oponerse a ellos, no podía permitir que sobreviviera, incluso habían pensado en aumentar la población de contagiados, pero para eso necesitaban la ayuda de los insectos, pues eran los únicos capaces de transmitir el virus.
Sólo los gritos se escucharon, la carne siendo rasgada con las propias manos de los infectados, no se lo comerían o algo parecido, pero los hacían sufrir mientras los mataban.
-Tú eres como ellos, piensas exterminar a otros para sobrevivir, no hay diferencia entre los pensamientos de esos científicos y tus desquiciadas ideas -dijo Paulina con enfado.
Juan se molestó por el comentario reflejandolo en la expresión de su rostro y estuvo a punto de ordenar que la mataran, pero en ese momento Erik se colocó por delante de ella.
-Muchacho -dijo Juan ahora sonriendo a medias-, te busqué por todo el hospital, pensé que por esas cosas de la vida habrías muerto por los N.S. hasta que me di cuenta de que te tenían en cautiverio estos monstruos. Por cierto, creo que asesiné a uno de tus amigos, un militar en la sala de seguridad. No fue difícil dar vuelta su rostro de una patada.
-¡Maldito! -exclamó Paulina al momento que se lanzaba contra él.
Juan detuvo el puño de la mujer sin dificultad a unos cuantos centímetros de su rostro, luego la sostuvo del brazo y con gran fuerza la mandó a volar por toda la tienda.
-Mi fuerza, al igual como sucedió con los otros, aumentó considerablemente. No hay alguien que me pueda detener de esa forma y tampoco toleraré que se atrevan a tocarme.
-Que arrogante... eso es lo que provocará tu muerte... -dijo Erik al momento en que sacaba un arma que llevaba oculta bajo su camisa y disparó al hombro de Juan quien soltó un horrible grito de dolor.
Erik corrió hacia Paulina y le ayudó a ponerse de pie, luego salieron de la tienda por la parte de atrás para no encontrarse con los N.S. que habían salido para matar a los científicos.
-Por suerte se la quité a uno de los soldados cuando nos escoltaban hacia este lugar -celebró Erik sonriente mientras corría junto a Paulina a toda velocidad por el bosque.
-No podemos volver a la ciudad, no tenemos escapatoria. Con ese tal Juan tras nuestros pasos no podremos llegar a la siguiente ciudad.
-Si lo haremos, queda una opción -contradijo Erik-. El automóvil en el que llegué, aun funciona, pero está un poco lejos de aquí; en la granja de mi familia.
Paulina asintió confiando en el plan del muchacho, de todas formas era lo único que sonaba cuerdo a esas alturas. Siguieron corriendo mientras escuchaban los incontables gritos de los N.S. por todo el bosque intentando alcanzarles por orden de Juan.
jueves, 31 de enero de 2008
Capítulo 8: Para Salvar al Mundo
Caminaron por unos minutos, a un lado de ellos los soldados iban y venían; al parecer una gran fuerza de combate había llegado al pueblo en busca de los científicos.
-¿A dónde nos llevan? -preguntó Paulina mirando de reojo a uno de los soldados que los escoltaba.
-Al campamento... -respondió tajante el sujeto.
Avanzaron sin detenerse. El bosque cada vez se hacía más espeso, no había forma de que un campamento pudiese ser instalado en aquel lugar; pero pronto llegaron a un enorme claro en el que habían instaladas dos tiendas de campañas. Varios sujetos con batas azules se les quedaron observando mientras caminaban ambos escoltados por los soldados hasta la tienda más grande.
-Hemos encontrado sobrevivientes, señor -dijo uno de los individuos que los llevaba al mismo tiempo que los empujaba hacia adentro de la tienda.
Había tres hombre con batas blancas que observaban sorprendidos al escuchar a quien los traía, pues les parecía imposible encontrar seres humanos no contagiados a esas alturas. Un hombre de cabello gris, con algunas arrugas en el rostro y no más alto que Erik se acercó para observarlos con mayor cuidado.
-¡No somos especímenes! -reclamó Paulina.
-Lo sé querida, lo sé... -dijo el hombre ahora alejándose de ellos- espósenlos, déjenlos aquí y vigilen la entrada.
-Ustedes son los enviados para rescatar a los cientifícos... no tienen que tratarnos como prisioneros -dijo Erik mostrándole las esposas a los que estaban en el lugar.
-Ese es el trabajo de los soldados que se han encontrado por todo este lugar. El perímetro debe estar seguro, los N.S. puede atacar en cualquier momento. Yo soy un científico que trabaja para el gobierno de un país extranjero, mi nombre es Tom y estos señores que me acompañan -refiriéndose a otros dos sujetos que estaban a su lado- son Chris y Sebastian. Ambos son mis asistentes.
Paulina no le quitaba la mirada a Tom, había algo en él que le hacía desconfiar; algo no andaba bien en todo aquello.
-Necesitamos la muestra de sangre que han reunido los científicos para poder hacer una cura, sólo si es posible claro -explicó Tom mientras se paseaba de un lado para otro.
Cerca de una esquina había un escritorio repleto de papeles y libros y algunos tubos de ensayo vacíos colocados sobre un pequeño mostrador de madera que parecía fina.
-¿Ustedes los han visto? ya que no han encontrado rastro alguno de ellos -preguntó Sebastian sonriendo con malicia.
-Bueno... pues yo ni les he visto, he llegado al pueblo por la carretera -respondió Erik.
-Tú pareces ser del ejército, deberías saber dónde están ahora... -dijo Tom mientras se acercaba.
Paulina sonrió y respondió:
-Es verdad, soy del ejército; pero eso no signifca que deba saber el paradedor de esos sujetos. Soy la única que queda del grupo de contención enviado hace unos días a la ciudad.
Erik le miró de reojo. Se suponía que Paulina sí era una de las que acompañaba a los científicos que ellos buscaban; pero por alguna razón importante les había mentido. Pensó que era mejor guardar silencio.
-Ya veo... -murmuró Tom- pero no entiendo algo ¿Qué diablos hacían en el hospital?
-Encontramos un papel con ciertas instrucciones -contestó Paulina de inmediato-. Decía que habría un grupo de rescate en el hospital, por eso estabamos ahí.
-Justo a tiempo -dijo Sebastian mientras se agachaba para sacar una caja de vidrio de debajo del escritorio.
Chris le dio unas pinzas, después de unos segundos Sebastian se levantó con un insecto atrapado entre ellas. Era de color verde, de un tamaño poco común.
-Este es un insecto NoSaoigo, señorita -aclaró Tom-. Ellos son los causantes de esta maldita epidemia. Afortunadamente al llegar, hace unas horas, encontramos uno moribundo entre las hojas caídas de un árbol. Si bien es importante tener un espécimen, también necesitamos la sangre de uno de los contagiados. Hemos descubierto hace muy poco que son necesarias ambas cosas para poder fabricar una vacuna.
-¿Qué quiere decir con est? -preguntó Erik sabiendo la respuesta, pero rogando en su mente que fuese otra muy distinta.
-Desafortunadamente tendremos que infectar a uno de ustedes... -respondió Tom sonriendo con satisfacción-. Piénsenlo, es por un bien mayor, es por el bien de la humanidad. Si esta enfermedad se sigue expandiendo...
Se quedaron en silencio por unos momentos. Los científicos les observaban deseosos de contaminar con el virus de aquel insecto a uno de los dos; aunque lo que decían era realmente cierto. Era por un bien mayor.
-¿Quién de ustedes se ofrece... para salvar al mundo? -preguntó el científico Tom.
Erik recordó a su familia en la granja, a sus amigos en la universidad y a todas las personas por las que sentía cariño. Pero su madre, su padre y su hermana estaban contagiados con aquella terrible enfermedad, ya nunca más los volvería a ver. Ahora tenía la oportunidad de hacer algo por ellos.
-Acaben con todos los N.S. que encuentren dentro del hospital... cambio -ordenó Luxemburg calmadamente.
-Señor... no podemos... ellos... afectan nuestro ata... bio...
la comunicación del radio se perdió y la estática fue lo único que el capitán escuchó.
-Cuatro se quedarán en la entrada, los demás que vengan conmigo -dijo Luxemburg cargando una de sus armas y luego poniéndola en su cinturón.
Entraron con prisa, unos pocos disparos se escuchaban en algún lugar del edificio. Todos los soldados corrieron sin importarles cuando pisaban los cuerpos mutilados de algunos N.S. avanzaban directo a la recepción. De repente un muchacho de tez pálida y con apariencia de estar muy enfermo les bloqueó el paso.
-Fuego... -ordenó Luxemburg como si nada pasara.
Todos el grupo de soldados disparó al mismo tiempo al joven; pero este ni se inmutaba por la ráfaga de balas que caía sobre él. En su rostro se dibujó una macabra sonrisa y su penetrante mirada dejó inmovil a más de uno. Con velocidad anormal corrió hasta los soldados y de un manotazo derribó a varios de ellos.
-¡Retrocedan y disparen! -exclamó Luxemburg al darse cuenta de que ese no era un N.S. cualquiera.
Otro manotazo y tres miembros del equipo cayeron con el craneo completamente roto al suelo. Seis soldados más retrocedían y disparaban al mismo tiempo. El chico que les atacaba los lanzó hacia los muros para abrirse camino hasta Luxemburg.
-Maldito... -farfulló el capitán cuando el chico lo tomaba por un brazo.
Le azotó contra la pared con toda su fuerza; si mataba al líder los demás caerían con facilidad. Luxemburg intentó apuntarle; pero de un manotazo el N.S. le quitó el arma dejándole indefenso.
-¡A mi no me matas! -exclamó el líder del equipo.
Los otros soldados que aun estaban vivos comenzaron a disparar en la espalda del chico, pero nada sucedía. En ese momento Luxemburg observó un agujero del tamaño de una moneda en el cuello del muchacho e introdujó sus dedos en ese lugar. El N.S. gritó de dolor y soltó de inmediato al capitán dándole la oportunidad para matarlo. Luxemburg sacó el arma que llevaba en el cinturón y antes de disparar dijo:
-Te veré en el infierno... maldito monstruo.
La bala atravesó el ojo izquierdo del N.S. por fin quitándole la vida. Los soldados se colocaron de pie con calma, pues el N.S. que había causado tanto problema a los otros estaba muerto.
-No se confíen... -dijo de repente Luxemburg al ver a algunos sonriendo- la llamada por radio era del equipo que se encontraba en la recepción del hospital y este desgraciado deforme ha salido de esta habitación.
La sorpresa y el miedo abundó en el rostro de los soldados; todos sujetaron sus armas con fuerza, decididos a continuar por el pasillo. En ese momento varios N.S. llegaron corriendo desde la recepción y otros salían de las habitaciones cercanas, como si hubiesen planeado una emboscada desde el principio.
-¡Fuego! -exclamó el capitán.
Varios de los contagiados cayeron muertos; pero salían más y más de las habitaciones y por el pasillo no paraban de llegar. Todo terminaría ahí para ellos. Los soldados fueron cayendo, los seis casi al mismo tiempo fueron abatidos por los salvajes ataques de los N.S.; pero al llegar el turno de Luxemburg se detuvieron como si nada y sólo se limitaron a observar.
-¿Qué diablos sucede? -se preguntó el capitán.
Entre los N.S. apareció un sujeto que no parecía estar infectado, pero no le atacaban. Se abrió paso entre la multitud de contagiados que observaba con deseo al capitán Luxemburg.
-Busco a un chico llamado Erik, creo que usted lo mantiene en custodia...
-Un N.S. que habla... -murmuró Luxemburg.
-Maldita superioridad la suya -dijo el extraño sujeto-. Esto me ha salvado, es una bendición para mi. El haberme contagiado ha prolongado mi vida, capitán Luxemburg.
Después de sonreir a medias en un abrir y cerrar de ojos atravesó el pecho del líder del equipo de rescate sin dificultad. Luxemburg se quedó inmovil, la sangre brotó de su boca y cayó de inmediato al suelo, deslizandose a través del brazo de aquel que había robado su vida.
-Encuentren al muchacho y a los otros... bueno, pueden hacer lo que quieran -dijo el extraño.
Los N.S. gritaron y chillaron, como si estuvieran alegres; pero el ruido era tan macabro que no parecía ser así. Después de unos momentos siguieron por el pasillo hasta la puerta que daba al bosque que se encontraba detrás del hospital. No sin antes de matar a los que custodiaban la salida.
Erik se decidió, dejaría que el insecto le infectara. Tal vez podría estar con su familia de esa forma. Habían pasado tantas cosas que ni siquiera los había recordado desde el día en que llegó a la granja.
-Yo lo haré... -se apresuró a decir Paulina cuando se dio cuenta de que Erik hablaría.
-Eres muy buena -dijo Tom al mismo tiempo que hacía una seña para que Sebastian se acercara con el insecto a ella-. Recuerda que todo esto es para salvar al mundo. Mucho te lo agradecerán.
-Paulina... -murmuró Erik sorprendido.
Sebastian acercó el mosquito NoSaigo al brazo desnudo de Paulina; pero todo se fue abajo en ese momento, pues de repente un infectado entró a toda prisa por uno de los costados de la tienda de campaña saltando sobre Chris y rompíendole de unos cuantos golpes el cuello. Afuera los horribles gritos de los N.S. mezclados con los de los soldados que custodiaban el lugar les hicieron saber que estaban rodeados.
-¿A dónde nos llevan? -preguntó Paulina mirando de reojo a uno de los soldados que los escoltaba.
-Al campamento... -respondió tajante el sujeto.
Avanzaron sin detenerse. El bosque cada vez se hacía más espeso, no había forma de que un campamento pudiese ser instalado en aquel lugar; pero pronto llegaron a un enorme claro en el que habían instaladas dos tiendas de campañas. Varios sujetos con batas azules se les quedaron observando mientras caminaban ambos escoltados por los soldados hasta la tienda más grande.
-Hemos encontrado sobrevivientes, señor -dijo uno de los individuos que los llevaba al mismo tiempo que los empujaba hacia adentro de la tienda.
Había tres hombre con batas blancas que observaban sorprendidos al escuchar a quien los traía, pues les parecía imposible encontrar seres humanos no contagiados a esas alturas. Un hombre de cabello gris, con algunas arrugas en el rostro y no más alto que Erik se acercó para observarlos con mayor cuidado.
-¡No somos especímenes! -reclamó Paulina.
-Lo sé querida, lo sé... -dijo el hombre ahora alejándose de ellos- espósenlos, déjenlos aquí y vigilen la entrada.
-Ustedes son los enviados para rescatar a los cientifícos... no tienen que tratarnos como prisioneros -dijo Erik mostrándole las esposas a los que estaban en el lugar.
-Ese es el trabajo de los soldados que se han encontrado por todo este lugar. El perímetro debe estar seguro, los N.S. puede atacar en cualquier momento. Yo soy un científico que trabaja para el gobierno de un país extranjero, mi nombre es Tom y estos señores que me acompañan -refiriéndose a otros dos sujetos que estaban a su lado- son Chris y Sebastian. Ambos son mis asistentes.
Paulina no le quitaba la mirada a Tom, había algo en él que le hacía desconfiar; algo no andaba bien en todo aquello.
-Necesitamos la muestra de sangre que han reunido los científicos para poder hacer una cura, sólo si es posible claro -explicó Tom mientras se paseaba de un lado para otro.
Cerca de una esquina había un escritorio repleto de papeles y libros y algunos tubos de ensayo vacíos colocados sobre un pequeño mostrador de madera que parecía fina.
-¿Ustedes los han visto? ya que no han encontrado rastro alguno de ellos -preguntó Sebastian sonriendo con malicia.
-Bueno... pues yo ni les he visto, he llegado al pueblo por la carretera -respondió Erik.
-Tú pareces ser del ejército, deberías saber dónde están ahora... -dijo Tom mientras se acercaba.
Paulina sonrió y respondió:
-Es verdad, soy del ejército; pero eso no signifca que deba saber el paradedor de esos sujetos. Soy la única que queda del grupo de contención enviado hace unos días a la ciudad.
Erik le miró de reojo. Se suponía que Paulina sí era una de las que acompañaba a los científicos que ellos buscaban; pero por alguna razón importante les había mentido. Pensó que era mejor guardar silencio.
-Ya veo... -murmuró Tom- pero no entiendo algo ¿Qué diablos hacían en el hospital?
-Encontramos un papel con ciertas instrucciones -contestó Paulina de inmediato-. Decía que habría un grupo de rescate en el hospital, por eso estabamos ahí.
-Justo a tiempo -dijo Sebastian mientras se agachaba para sacar una caja de vidrio de debajo del escritorio.
Chris le dio unas pinzas, después de unos segundos Sebastian se levantó con un insecto atrapado entre ellas. Era de color verde, de un tamaño poco común.
-Este es un insecto NoSaoigo, señorita -aclaró Tom-. Ellos son los causantes de esta maldita epidemia. Afortunadamente al llegar, hace unas horas, encontramos uno moribundo entre las hojas caídas de un árbol. Si bien es importante tener un espécimen, también necesitamos la sangre de uno de los contagiados. Hemos descubierto hace muy poco que son necesarias ambas cosas para poder fabricar una vacuna.
-¿Qué quiere decir con est? -preguntó Erik sabiendo la respuesta, pero rogando en su mente que fuese otra muy distinta.
-Desafortunadamente tendremos que infectar a uno de ustedes... -respondió Tom sonriendo con satisfacción-. Piénsenlo, es por un bien mayor, es por el bien de la humanidad. Si esta enfermedad se sigue expandiendo...
Se quedaron en silencio por unos momentos. Los científicos les observaban deseosos de contaminar con el virus de aquel insecto a uno de los dos; aunque lo que decían era realmente cierto. Era por un bien mayor.
-¿Quién de ustedes se ofrece... para salvar al mundo? -preguntó el científico Tom.
Erik recordó a su familia en la granja, a sus amigos en la universidad y a todas las personas por las que sentía cariño. Pero su madre, su padre y su hermana estaban contagiados con aquella terrible enfermedad, ya nunca más los volvería a ver. Ahora tenía la oportunidad de hacer algo por ellos.
-Acaben con todos los N.S. que encuentren dentro del hospital... cambio -ordenó Luxemburg calmadamente.
-Señor... no podemos... ellos... afectan nuestro ata... bio...
la comunicación del radio se perdió y la estática fue lo único que el capitán escuchó.
-Cuatro se quedarán en la entrada, los demás que vengan conmigo -dijo Luxemburg cargando una de sus armas y luego poniéndola en su cinturón.
Entraron con prisa, unos pocos disparos se escuchaban en algún lugar del edificio. Todos los soldados corrieron sin importarles cuando pisaban los cuerpos mutilados de algunos N.S. avanzaban directo a la recepción. De repente un muchacho de tez pálida y con apariencia de estar muy enfermo les bloqueó el paso.
-Fuego... -ordenó Luxemburg como si nada pasara.
Todos el grupo de soldados disparó al mismo tiempo al joven; pero este ni se inmutaba por la ráfaga de balas que caía sobre él. En su rostro se dibujó una macabra sonrisa y su penetrante mirada dejó inmovil a más de uno. Con velocidad anormal corrió hasta los soldados y de un manotazo derribó a varios de ellos.
-¡Retrocedan y disparen! -exclamó Luxemburg al darse cuenta de que ese no era un N.S. cualquiera.
Otro manotazo y tres miembros del equipo cayeron con el craneo completamente roto al suelo. Seis soldados más retrocedían y disparaban al mismo tiempo. El chico que les atacaba los lanzó hacia los muros para abrirse camino hasta Luxemburg.
-Maldito... -farfulló el capitán cuando el chico lo tomaba por un brazo.
Le azotó contra la pared con toda su fuerza; si mataba al líder los demás caerían con facilidad. Luxemburg intentó apuntarle; pero de un manotazo el N.S. le quitó el arma dejándole indefenso.
-¡A mi no me matas! -exclamó el líder del equipo.
Los otros soldados que aun estaban vivos comenzaron a disparar en la espalda del chico, pero nada sucedía. En ese momento Luxemburg observó un agujero del tamaño de una moneda en el cuello del muchacho e introdujó sus dedos en ese lugar. El N.S. gritó de dolor y soltó de inmediato al capitán dándole la oportunidad para matarlo. Luxemburg sacó el arma que llevaba en el cinturón y antes de disparar dijo:
-Te veré en el infierno... maldito monstruo.
La bala atravesó el ojo izquierdo del N.S. por fin quitándole la vida. Los soldados se colocaron de pie con calma, pues el N.S. que había causado tanto problema a los otros estaba muerto.
-No se confíen... -dijo de repente Luxemburg al ver a algunos sonriendo- la llamada por radio era del equipo que se encontraba en la recepción del hospital y este desgraciado deforme ha salido de esta habitación.
La sorpresa y el miedo abundó en el rostro de los soldados; todos sujetaron sus armas con fuerza, decididos a continuar por el pasillo. En ese momento varios N.S. llegaron corriendo desde la recepción y otros salían de las habitaciones cercanas, como si hubiesen planeado una emboscada desde el principio.
-¡Fuego! -exclamó el capitán.
Varios de los contagiados cayeron muertos; pero salían más y más de las habitaciones y por el pasillo no paraban de llegar. Todo terminaría ahí para ellos. Los soldados fueron cayendo, los seis casi al mismo tiempo fueron abatidos por los salvajes ataques de los N.S.; pero al llegar el turno de Luxemburg se detuvieron como si nada y sólo se limitaron a observar.
-¿Qué diablos sucede? -se preguntó el capitán.
Entre los N.S. apareció un sujeto que no parecía estar infectado, pero no le atacaban. Se abrió paso entre la multitud de contagiados que observaba con deseo al capitán Luxemburg.
-Busco a un chico llamado Erik, creo que usted lo mantiene en custodia...
-Un N.S. que habla... -murmuró Luxemburg.
-Maldita superioridad la suya -dijo el extraño sujeto-. Esto me ha salvado, es una bendición para mi. El haberme contagiado ha prolongado mi vida, capitán Luxemburg.
Después de sonreir a medias en un abrir y cerrar de ojos atravesó el pecho del líder del equipo de rescate sin dificultad. Luxemburg se quedó inmovil, la sangre brotó de su boca y cayó de inmediato al suelo, deslizandose a través del brazo de aquel que había robado su vida.
-Encuentren al muchacho y a los otros... bueno, pueden hacer lo que quieran -dijo el extraño.
Los N.S. gritaron y chillaron, como si estuvieran alegres; pero el ruido era tan macabro que no parecía ser así. Después de unos momentos siguieron por el pasillo hasta la puerta que daba al bosque que se encontraba detrás del hospital. No sin antes de matar a los que custodiaban la salida.
Erik se decidió, dejaría que el insecto le infectara. Tal vez podría estar con su familia de esa forma. Habían pasado tantas cosas que ni siquiera los había recordado desde el día en que llegó a la granja.
-Yo lo haré... -se apresuró a decir Paulina cuando se dio cuenta de que Erik hablaría.
-Eres muy buena -dijo Tom al mismo tiempo que hacía una seña para que Sebastian se acercara con el insecto a ella-. Recuerda que todo esto es para salvar al mundo. Mucho te lo agradecerán.
-Paulina... -murmuró Erik sorprendido.
Sebastian acercó el mosquito NoSaigo al brazo desnudo de Paulina; pero todo se fue abajo en ese momento, pues de repente un infectado entró a toda prisa por uno de los costados de la tienda de campaña saltando sobre Chris y rompíendole de unos cuantos golpes el cuello. Afuera los horribles gritos de los N.S. mezclados con los de los soldados que custodiaban el lugar les hicieron saber que estaban rodeados.
jueves, 13 de diciembre de 2007
Capítulo 7: El Equipo de Rescate
Paulina miró el cuerpo del hombre que vestía una bata blanca y le reconoció; era el doctor de la identificación que antes había encontrado en el suelo del pasillo. Siguió caminando con cuidado, ahora la luz le acompañaba, aunque también podía ser perjudicial, sería un blanco fácil si se quedaba sin munición y no tendría muchos lugares donde esconderse.
Al final del pasillo se hayó frente a una oficina bastante desordenada, como si alguien hubiese estado buscando algo desesperadamente. Por el piso se encontraban regados varios archivos y carpetas amarillas que contenían los registros de los enfermos que ingresaban; Paulina se agachó para recogerlas, pero lamentablemente estaban vacías. En ese instante escuchó ruidos en el pasillo, parecía que varias personas corrían hacia el lugar, pero desde el otro extremo del pasillo. Paulina gateó hasta el escritorio y se escondió detrás de éste junto al cuerpo destrozado de una mujer.
-Por ahí... yo por acá...
Quiénes quiera que hayan estado en el pasillo se separaron y sólo uno se quedó fuera de la oficina para revisar, pues al parecer se había percatado del desorden de la habitación. Paulina preparó su revolver, pero en ese momento varios disparos se oyeron desde la recepción en la que antes ella había estado junto a Jorge y Erik. Segundos después al sujeto que se había quedado recibió una llamada por radio.
-Habla el Armadillo, cambio.
-Aquí el Halcón -respondió el extraño en la oficina-, informa, cambio.
-Una gran cantidad de contagiados han entrado en el hospital -se oyó otra ráfaga de disparos-, son demasiados, pero creo que podemos contra ellos... espera... ¡aaaahggg!
-Maldición... -farfulló el extraño con rabia.
-¡Baja el arma y coloca tus manos donde yo pueda verlas! -exigió Paulina de repente al salir de detrás del escritorio sorprendiendo al sujeto que le apuntó de inmediato.
El extraño se quedó en silencio y apuntando con su rifle a la muchacha sin siquiera demostrar vacilación.
-¿Qué te hace pensar que no dispararé? -preguntó el sujeto con la misma voz grave que ella había oído antes.
Paulina le observó con detenimiento, estaba vestido completamente de negro, cargaba otras dos armas más pequeñas, una en el cinturon y otra sujeta al muslo. Tenía cabello rubio, ojos verdes y una cicatriz en la mejilla que apenas se le notaba debido a una mascarilla que ocultaba su nariz y su boca.
-¿Eres del equipo de rescate? -preguntó Paulina sin dejar de apuntar.
-¿Quién quiere saber? -preguntó el extraño con tono burlón.
-Contesta mi pregunta... -exigió Paulina apretando con fuerza el arma.
-Soy el lider del grupo de rescate, capitán Luxemburg, encargado de sacar de este maldito infierno a los científicos que fueron enviados junto a algunos militares para extraer muestras de la enfermedad.
-Para la cura... ¿no es cierto?
Luxemburg no respondió, pero la forma de una pequeña sonrisa a medias se dibujó através del protector de boca y nariz que llevaba.
Erik se levantó, aquel manotazo del muchacho le había dolido bastante, poseía una fuerza anormal. Apuntó a penas con el arma y disparó otras dos veces, pero nada sucedía, el chico se acercaba a él sonriendo con alegría, tanto que llegaba a ser espeluznante; babeaba constantemente y de vez en cuando se tambaleaba un poco.
-No podras... escapar... -jadeo el chico.
-¡¿Quién eres?! -preguntó Erik al momento que quedó atrapado entre el muchacho y el muro.
-Yo nací aquí... en esta sala -respondió y se detuvo para mirar a su alrededor-. Estaba destinado a morir tarde o temprano por una enfermedad en mi corazón. Ir al bosque de campamento con mis amigos fue lo que me cambiaría para siempre, como ya te has dado cuenta -sonrió y pasó su brazo izquierdo por la boca para quitar un poco de saliva que le chorreaba-. Me adentré entre los árboles para explorar el lugar y de repente caí en un hoyo; estuve inconsciente un rato y al despertar sentí picazón en el cuello, entonces me di cuenta de que algo me había picado. Me asusté un poco al principio, pero luego comenzé a experimentar cambios en mi cuerpo, mi piel se volvió pálida y por alguna razón extraña el intenso dolor en el pecho al agitarme desapareció. Pero no sólo eso sucedió, mi fuerza se incrementó y pude salir sin ayuda de aquel agujero. No le conté de eso a ninguno de mis amigos. Al poco tiempo de volver al lugar donde estaban reunidos me desmayé y vine a parar a este hospital, donde muchas personas habían sido internadas por síntomas similares. Cuando desperté me escabullí y me escondí en una sala. Pude oír algunos gritos y disparos, personas que pasaban corriendo de un lado a otro fuera de la habitación en la que estaba. Después de un rato una mujer apareció desde el ducto de ventilación, creo que pretendía escapar por la ventana de aquel lugar, y se encontró conmigo. Fue en ese instante en que el deseo de atacarla, de destruirla, de morderla y razgar su carne con el sólo objetivo de satisfacer esa sensación inundó todo mi ser. No me pude resistir y al terminar con ella me sentí completo, más vivo de lo que jamás me había sentido antes.
-Estás... enfermo -dijo Erik con expresión de asco.
-Eso es lo que diría cualquiera, pero la enfermedad que algún animal me transmitió salvó mi vida. Hay muchos contagiados con la misma, pero ninguno de ellos a llegado al mismo estado que yo. Corren por ahí buscando que destruir, de vez en cuando se comunican entre ellos con gemidos, aunque durante las últimas horas los he visto mucho más organizados. Tal vez ellos tomen el control desde ahora en adelante.
-Eso no...
-Claro que sucederá -interrumpió el chico-. Durante estos días he visto a docenas de militares y policías caer muertos por esos seres inferiores. No tengo la menor idea de la existencia de nuevos contagiados, pero me he percatado de que esta enfermedad no se transmite por medio de los infectados.
En ese instante se oyeron varios disparos provenientes desde los pasillos y las salas cercanas; el chico miró hacia la puerta y Erik intentó escapar nuevamente pasando por su lado, pero el muchacho no se había descuidado y rápidamente lo tomó por el cuello con fuerza.
-Deberías haber escuchado... con atención lo que te he contado; no puedes contra mi superioridad -dijo el muchacho contagiado sonriendo.
Su piel era pegajosa, parecía estar hecha sólo de saliva, sus venas de un color azul muy oscuro resaltaban con cada aprentón que daba al cuello de Erik, quien luchaba inutilmente contra su agresor.
-Hace dos días comí a un infectado que pasaba por aqui corriendo, al parecer ellos se han dado cuenta de mi presencia y me temen; fue el primero en pasar desde que la epidemia afectó al pueblo. No he comido desde entonces... -agregó con entusiasmo.
La boca desfigurada por los crecidos dientes del muchacho se abrió para dar el primer bocado al pecho de Erik. En ese momento un disparo directo al tobillo le hizo tambalear y caer al suelo soltando a Erik de inmediato.
-Maldito monstruo... -farfulló Paulina, quien apuntaba desde la puerta de la habitación.
Erik corrió hacia ella tan rápido como pudo tosiendo y sujetandose el cuello, donde las manos del muchacho habían quedado marcadas.
-¡Rápido, debemos largarnos de este lugar, se acercan más! -adivirtió Luxemburg que aparecía desde una esquina corriendo desesperadamente.
-¿Dónde... está Jorge? -preguntó Erik algo ahogado.
-Muerto... -contestó Paulina mientras lo tomaba del brazo y comenzaba a correr trás Luxemburg.
Corrieron velozmente a través del pasillo sin detenerse o mirar atrás, sabían que los perseguían, pues a unos cuantos metros oían los horribles gemidos de los N.S. acercándose.
-Espero que hayan despejado la puerta... -murmuró Luxemburg.
Paulina se percató de que el capitán decía algo en voz baja, pero no pudo escuchar bien debido a los gritos de los N.S.
-¡Ahí hay una puerta! -exclamó Erik.
No muy lejos de donde estaban el pasillo terminaba y había una enorme puerta de hierro. La alcanzaron justo a tiempo. El capitán comenzó a empujar la pesada puerta, Erik le ayudó mientras Paulina disparaba a los N.S. que corrían hacia ellos sonrientes por alguna razón que ella no deseaba saber.
-¡Con fuerza! -gritó Luxemburg al mismo tiempo que la puerta comenzaba a abrirse gracias al esfuerzo empleado por ambos.
Sin duda de que el traspasar la salida les llevó un segundo aquel momento pareció durar varios mintos, como si la situación se hubiese detenido en el tiempo. Los N.S. acercándoseles lentamente, mientras ellos apenas podían correr por sus vidas. Al salir la luz del sol les cegó y de un empujón Erik y Paulina cayeron al suelo seguidos por el capitán. Oyeron una ráfaga de disparos interminables sobre ellos, y luego el sonido de varios cuerpos que caían cerca de ellos.
-¡Capitán! -exclamó alguien al terminar de disparar.
Paulina abrió los ojos y vió a varios hombres vestidos de forma similar a Luxemburg apuntando con sus rifles hacia la puerta y hacia ellos.
Luxemburg se colocó de pie ayudado por, al parecer, uno de sus subordinados.
-Es una alegría verlo con vida, señor. Pensamos que había muerto junto a su equipo dentro del hospital.
-¿Qué hacemos con ellos, señor? -preguntó otro soldado acercándose hacia Paulina y Erik sin dejar de apuntar con el arma.
Luxemburg se quitó el protector que cubría su boca y parte de su nariz, luego miró a ambos con desagrado.
-Llévenlos con el viejo, el sabrá que hacer -respondió el capitan.
Cuatro sujetos se acercaron a Erik y Paulina mientras estos se colocaban de pie. Les quitaron las armas que llevaban y los condujeron hacia los árboles de la parte trasera del hospital; desde ese punto comenzaba el bosque.
-Que otro grupo de seis entré en el hospital -ordenó el capitán Luxemburg-. Hay que encontrar a esos científicos a toda costa, son nuestro objetivo principal.
El supuesto equipo de rescate había llegado, pero parecía que tramaban algo más. Aun buscaban a los científicos, pues Paulina en ningún momento le había mencionado la muerte de estos al capitán, ya que pensó que sería una buena idea mantenerlo en secreto, por si las dudas.
Algunos entraron y otros se quedaron fuera protegiendo la única vía de escape que tenían sus compañeros si se veían atrapados, pero ya habían perdido a un grupo adentro y ni siquiera tenían pista alguna sobre los científicos que buscaban, se suponía que debían estar ahí esperando.
Al final del pasillo se hayó frente a una oficina bastante desordenada, como si alguien hubiese estado buscando algo desesperadamente. Por el piso se encontraban regados varios archivos y carpetas amarillas que contenían los registros de los enfermos que ingresaban; Paulina se agachó para recogerlas, pero lamentablemente estaban vacías. En ese instante escuchó ruidos en el pasillo, parecía que varias personas corrían hacia el lugar, pero desde el otro extremo del pasillo. Paulina gateó hasta el escritorio y se escondió detrás de éste junto al cuerpo destrozado de una mujer.
-Por ahí... yo por acá...
Quiénes quiera que hayan estado en el pasillo se separaron y sólo uno se quedó fuera de la oficina para revisar, pues al parecer se había percatado del desorden de la habitación. Paulina preparó su revolver, pero en ese momento varios disparos se oyeron desde la recepción en la que antes ella había estado junto a Jorge y Erik. Segundos después al sujeto que se había quedado recibió una llamada por radio.
-Habla el Armadillo, cambio.
-Aquí el Halcón -respondió el extraño en la oficina-, informa, cambio.
-Una gran cantidad de contagiados han entrado en el hospital -se oyó otra ráfaga de disparos-, son demasiados, pero creo que podemos contra ellos... espera... ¡aaaahggg!
-Maldición... -farfulló el extraño con rabia.
-¡Baja el arma y coloca tus manos donde yo pueda verlas! -exigió Paulina de repente al salir de detrás del escritorio sorprendiendo al sujeto que le apuntó de inmediato.
El extraño se quedó en silencio y apuntando con su rifle a la muchacha sin siquiera demostrar vacilación.
-¿Qué te hace pensar que no dispararé? -preguntó el sujeto con la misma voz grave que ella había oído antes.
Paulina le observó con detenimiento, estaba vestido completamente de negro, cargaba otras dos armas más pequeñas, una en el cinturon y otra sujeta al muslo. Tenía cabello rubio, ojos verdes y una cicatriz en la mejilla que apenas se le notaba debido a una mascarilla que ocultaba su nariz y su boca.
-¿Eres del equipo de rescate? -preguntó Paulina sin dejar de apuntar.
-¿Quién quiere saber? -preguntó el extraño con tono burlón.
-Contesta mi pregunta... -exigió Paulina apretando con fuerza el arma.
-Soy el lider del grupo de rescate, capitán Luxemburg, encargado de sacar de este maldito infierno a los científicos que fueron enviados junto a algunos militares para extraer muestras de la enfermedad.
-Para la cura... ¿no es cierto?
Luxemburg no respondió, pero la forma de una pequeña sonrisa a medias se dibujó através del protector de boca y nariz que llevaba.
Erik se levantó, aquel manotazo del muchacho le había dolido bastante, poseía una fuerza anormal. Apuntó a penas con el arma y disparó otras dos veces, pero nada sucedía, el chico se acercaba a él sonriendo con alegría, tanto que llegaba a ser espeluznante; babeaba constantemente y de vez en cuando se tambaleaba un poco.
-No podras... escapar... -jadeo el chico.
-¡¿Quién eres?! -preguntó Erik al momento que quedó atrapado entre el muchacho y el muro.
-Yo nací aquí... en esta sala -respondió y se detuvo para mirar a su alrededor-. Estaba destinado a morir tarde o temprano por una enfermedad en mi corazón. Ir al bosque de campamento con mis amigos fue lo que me cambiaría para siempre, como ya te has dado cuenta -sonrió y pasó su brazo izquierdo por la boca para quitar un poco de saliva que le chorreaba-. Me adentré entre los árboles para explorar el lugar y de repente caí en un hoyo; estuve inconsciente un rato y al despertar sentí picazón en el cuello, entonces me di cuenta de que algo me había picado. Me asusté un poco al principio, pero luego comenzé a experimentar cambios en mi cuerpo, mi piel se volvió pálida y por alguna razón extraña el intenso dolor en el pecho al agitarme desapareció. Pero no sólo eso sucedió, mi fuerza se incrementó y pude salir sin ayuda de aquel agujero. No le conté de eso a ninguno de mis amigos. Al poco tiempo de volver al lugar donde estaban reunidos me desmayé y vine a parar a este hospital, donde muchas personas habían sido internadas por síntomas similares. Cuando desperté me escabullí y me escondí en una sala. Pude oír algunos gritos y disparos, personas que pasaban corriendo de un lado a otro fuera de la habitación en la que estaba. Después de un rato una mujer apareció desde el ducto de ventilación, creo que pretendía escapar por la ventana de aquel lugar, y se encontró conmigo. Fue en ese instante en que el deseo de atacarla, de destruirla, de morderla y razgar su carne con el sólo objetivo de satisfacer esa sensación inundó todo mi ser. No me pude resistir y al terminar con ella me sentí completo, más vivo de lo que jamás me había sentido antes.
-Estás... enfermo -dijo Erik con expresión de asco.
-Eso es lo que diría cualquiera, pero la enfermedad que algún animal me transmitió salvó mi vida. Hay muchos contagiados con la misma, pero ninguno de ellos a llegado al mismo estado que yo. Corren por ahí buscando que destruir, de vez en cuando se comunican entre ellos con gemidos, aunque durante las últimas horas los he visto mucho más organizados. Tal vez ellos tomen el control desde ahora en adelante.
-Eso no...
-Claro que sucederá -interrumpió el chico-. Durante estos días he visto a docenas de militares y policías caer muertos por esos seres inferiores. No tengo la menor idea de la existencia de nuevos contagiados, pero me he percatado de que esta enfermedad no se transmite por medio de los infectados.
En ese instante se oyeron varios disparos provenientes desde los pasillos y las salas cercanas; el chico miró hacia la puerta y Erik intentó escapar nuevamente pasando por su lado, pero el muchacho no se había descuidado y rápidamente lo tomó por el cuello con fuerza.
-Deberías haber escuchado... con atención lo que te he contado; no puedes contra mi superioridad -dijo el muchacho contagiado sonriendo.
Su piel era pegajosa, parecía estar hecha sólo de saliva, sus venas de un color azul muy oscuro resaltaban con cada aprentón que daba al cuello de Erik, quien luchaba inutilmente contra su agresor.
-Hace dos días comí a un infectado que pasaba por aqui corriendo, al parecer ellos se han dado cuenta de mi presencia y me temen; fue el primero en pasar desde que la epidemia afectó al pueblo. No he comido desde entonces... -agregó con entusiasmo.
La boca desfigurada por los crecidos dientes del muchacho se abrió para dar el primer bocado al pecho de Erik. En ese momento un disparo directo al tobillo le hizo tambalear y caer al suelo soltando a Erik de inmediato.
-Maldito monstruo... -farfulló Paulina, quien apuntaba desde la puerta de la habitación.
Erik corrió hacia ella tan rápido como pudo tosiendo y sujetandose el cuello, donde las manos del muchacho habían quedado marcadas.
-¡Rápido, debemos largarnos de este lugar, se acercan más! -adivirtió Luxemburg que aparecía desde una esquina corriendo desesperadamente.
-¿Dónde... está Jorge? -preguntó Erik algo ahogado.
-Muerto... -contestó Paulina mientras lo tomaba del brazo y comenzaba a correr trás Luxemburg.
Corrieron velozmente a través del pasillo sin detenerse o mirar atrás, sabían que los perseguían, pues a unos cuantos metros oían los horribles gemidos de los N.S. acercándose.
-Espero que hayan despejado la puerta... -murmuró Luxemburg.
Paulina se percató de que el capitán decía algo en voz baja, pero no pudo escuchar bien debido a los gritos de los N.S.
-¡Ahí hay una puerta! -exclamó Erik.
No muy lejos de donde estaban el pasillo terminaba y había una enorme puerta de hierro. La alcanzaron justo a tiempo. El capitán comenzó a empujar la pesada puerta, Erik le ayudó mientras Paulina disparaba a los N.S. que corrían hacia ellos sonrientes por alguna razón que ella no deseaba saber.
-¡Con fuerza! -gritó Luxemburg al mismo tiempo que la puerta comenzaba a abrirse gracias al esfuerzo empleado por ambos.
Sin duda de que el traspasar la salida les llevó un segundo aquel momento pareció durar varios mintos, como si la situación se hubiese detenido en el tiempo. Los N.S. acercándoseles lentamente, mientras ellos apenas podían correr por sus vidas. Al salir la luz del sol les cegó y de un empujón Erik y Paulina cayeron al suelo seguidos por el capitán. Oyeron una ráfaga de disparos interminables sobre ellos, y luego el sonido de varios cuerpos que caían cerca de ellos.
-¡Capitán! -exclamó alguien al terminar de disparar.
Paulina abrió los ojos y vió a varios hombres vestidos de forma similar a Luxemburg apuntando con sus rifles hacia la puerta y hacia ellos.
Luxemburg se colocó de pie ayudado por, al parecer, uno de sus subordinados.
-Es una alegría verlo con vida, señor. Pensamos que había muerto junto a su equipo dentro del hospital.
-¿Qué hacemos con ellos, señor? -preguntó otro soldado acercándose hacia Paulina y Erik sin dejar de apuntar con el arma.
Luxemburg se quitó el protector que cubría su boca y parte de su nariz, luego miró a ambos con desagrado.
-Llévenlos con el viejo, el sabrá que hacer -respondió el capitan.
Cuatro sujetos se acercaron a Erik y Paulina mientras estos se colocaban de pie. Les quitaron las armas que llevaban y los condujeron hacia los árboles de la parte trasera del hospital; desde ese punto comenzaba el bosque.
-Que otro grupo de seis entré en el hospital -ordenó el capitán Luxemburg-. Hay que encontrar a esos científicos a toda costa, son nuestro objetivo principal.
El supuesto equipo de rescate había llegado, pero parecía que tramaban algo más. Aun buscaban a los científicos, pues Paulina en ningún momento le había mencionado la muerte de estos al capitán, ya que pensó que sería una buena idea mantenerlo en secreto, por si las dudas.
Algunos entraron y otros se quedaron fuera protegiendo la única vía de escape que tenían sus compañeros si se veían atrapados, pero ya habían perdido a un grupo adentro y ni siquiera tenían pista alguna sobre los científicos que buscaban, se suponía que debían estar ahí esperando.
lunes, 3 de diciembre de 2007
Capítulo 6: El Hospital
Jorge levantó la pesada tapa de hierro, la que afortunadamente no estaba trabada, y salieron los tres sigilosamente a un oscuro callejón solitario.
Paulina desenfundó su pistola rápidamente y apuntó hacia las esquinas, cerciorándose de que nadie los estuviese vigilando.
-Despejado... -murmuró la muchacha.
Eran las seis de la madrugada y dentro de muy poco la luz del sol cubriría todo el pueblo, dejándolos descubiertos frente a los residentes contagiados.
-Sólo a dos calles desde aquí... -dijo Jorge en voz baja sonriendo.
Paulina se acercó a la esquina del callejón y observó el lugar, pero no había nadie, ni siquiera un sólo contagiado vagando por ahí.
-Está todo... vacío, no veo a nadie... -murmuró a Jorge y Erik que se acercaban despacio hacia ella desde atrás.
-Hay una calle en frente, debemos ir por ahí y estaremos de inmediato en el hospital -dijo Jorge apuntando hacia adelante.
-Yo cruzaré primero, luego de unos segundos me siguen -ordenó Paulina para luego correr hacia la otra calle lo más rápido posible y sin hacer ruido alguno.
Logró hacerlo, nada había salido mal; Jorge y Erik le siguieron al instante. Se refugiaron nuevamente en las sombras de la calle. Caminaron lentamente, uno tras de otro, hasta que llegaron a punto en el que podían observar el hospital.
-Ahí está -murmuró Erik.
Se acercaron al final del callejón, nuevamente se encontraron con el lugar desierto, sin ninguna pista de los N.S.
-Crucemos todos al mismo tiempo ahora -propuso Jorge con entusiasmo.
-No, pueden descubrirnos si lo hacemos... -contradijo Paulina mirando fijamente hacia el hospital.
-No hay tiempo de discutir -interrumpió Erik al mismo tiempo que se echaba a correr hacia el edificio.
Jorge le siguió dejando a Paulina atrás.
Por un segundo Erik miró a su alrededor, hacia unas tiendas comerciales cercanas al hospital, entonces se sorprendió al ver a alguien muy parecido a Juan, pero más joven.
Erik se detuvo e hizo señas a Jorge y Paulina para que se detuvieran donde el estaba.
-El viejo que antes... -miró de nuevo y él individuo ya no estaba.
-¿Quién? -preguntó Jorge en voz baja.
Erik guardó silencio, sólo miraba fijamente hacia el lugar donde había visto a Juan.
-Déjalo, está alucinando -se burló Paulina-. Debemos entrar ahora en el hospital, no podemos quedarnos aquí a admirar la escena.
La chica continuó hasta la entrada del hospital, mientras Jorge daba un empujón a Erik para que siguiera avanzando.
Paulina empujó muy despacio una de las puertas hacia dentro con pistola en mano y lista para disparar a cualquier N.S. que se les cruzara.
-¡Excelente! -celebró en voz baja- afortunadamente está abierta.
Entraron con sigilo; había una puerta en el muro de la derecha a unos cuantos metros de la entrada principal que decía "SEGURIDAD".
-Jorge -llamó Paulina en voz baja mientras avanzaba con el arma en alto hacia adelante-, revisa esa habitación.
Jorge obedeció de inmediato sin titubear y se acercó a la puerta de la sala de seguridad. La abrió lentamente y luego con total rapidez apuntó su arma hacia adentro.
-Está muy obscuro, no puedo ver nada -murmuró mientras ingresaba.
-Jorge... -llamó Erik mientras apuntaba tembloroso con el arma hacia todos lados.
-Mira -dijo Paulina señalando con el arma a unos cuantos metros de ellos.
Erik bajó el arma un poco dudoso y miró hacia donde la chica le indicaba. Era el cadáver de un hombre tirado en el pasillo, con un agujero de bala en el cráneo. Parecía estar ahí desde hacía algunos días atrás.
En ese momento Jorge salió de la pequeña sala de seguridad, con un sonrisa a medias dibujada en el rostro.
-¿Qué sucede? -preguntó Paulina.
-Hay varios monitores para observar los pasillos y principales salas del hospital, incluido este lugar. Si logramos que enciendan podremos tener cubiertos todos los puntos del edificio, así sabríamos con certeza en que lugar estará el equipo de evacuación cuando llegue. Lamentablemente no hay energía eléctrica. Debe haber algún generador en este lugar para casos de emergencia.
-Hay que encontrarlo -dijo Paulina-. Tú te quedarás en esta sala cubriéndola, sería fatal encontrarnos con sorpresas al regreso. Erik y yo nos divideremos, pues hay dos pasillos principales, uno que va a la izquierda y otro a la derecha.
-Es común que el generador se encuentre en alguna bodega en la parte de atrás del hospital, incluso, podría ser que esté en el patio trasero en algún edificio más pequeño; si así es, entonces será más difícil de llegar.
Erik asintió no muy convencido, explorar el hospital no era algo muy grato, especialmente cuando debías estar preparado para morir en cualquier momento, era complicado aceptar eso.
-Ve por la derecha, Erik -dijo Paulina-; yo tomaré la izquierda. Intenta apuntar bien a sus órganos vitales, te he visto sostener el arma con demasiada ligereza; ni que fueras una chica.
Erik frunció el ceño, sujetó el arma con fuerza y la levantó apuntando hacia adelante; así se dirigió al pasillo derecho y desapareció entre las sombras de éste.
-Ten cuidado Paulina... -advirtió Jorge antes de entrar en la sala de seguridad y cerrar la puerta con seguro.
La chica no alcanzó a responderle, aunque tampoco lo deseaba, no le gustaba que los demás pensaran que no se podía cuidar, siendo que se había graduado de la academia militar como la mejor de todos.
-Maldición... -farfulló Erik.
El muchacho caminaba nervioso por el oscuro pasillo, no alcanzaba a ver mucho, sólo lo que sus ojos podían permitirle al acostumbrarse a la penumbra. El corazón le palpitaba con fuerza, parecía que saldría volando a través de su pecho. Avanzó sin dejar de pensar que en cualquier momento podía aparecer un contagiado y atacarle. No quería morir después de que había sobrevivido incluso en situaciones en que no pensó que lo haría, como en la granja o al llegar al pueblo.
De pronto se encontró con una puerta entre abierta al lado izquierdo del pasillo. Se acercó sin hacer ruido, tembloroso y asustado. La empujó con el arma hasta abrirla por completo y se quedó unos segundos mirando hacia dentro, como si estuviese paralizado. Parecía ser una sala de operaciones, había una camilla y varios utensilios como jeringas y objetos cortantes, pero sin señal de alguien, eso le reconfortó.
Al pisar los restos de vidrio de una ventana rota se detuvo de golpe y apuntó con el arma a todos lados. Miró al suelo y se percató de unas manchas de sangre gracias a la naciente luz del amanecer. Bajó el arma y se agachó para tocar el piso; la sangre ya estaba seca, parecía de hace unos días atrás. Continuó por el pasillo y un poco más adelante se encontró con una identificación en el piso.
-Doctor... Estefano Jott... -murmuró al leer la tarjeta cubierta por la mitad de sangre.
En ese momento un ruido proveniente más adelante en el corredor le alertó. Paulina guardó la identificación en su bolsillo y apuntó el arma en dirección a las sombras. Pronto se escucharon pasos, cada vez más rápidos que se dirigían hacia ella. Entonces después de unos segundos dos hombres aparecieron corriendo, uno que vestía una bata blanca y otro de pantalones rasgados y camisas salpicada en sangre. Paulina disparó dos veces.
Erik se quedó inmóvil debido al miedo cuando escuchó los disparos provenientes de algún lugar del hospital. Ni siquiera pensó en salir de la sala de operaciones, se quedó temblando y deseando que ningún N.S. le atacara.
-Soy un maldito cobarde... -murmuró con enfado.
Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza, no quería estar en ese lugar, no quería que todo terminara así, quería despertar si es que estaba teniendo una pesadilla, pero todo era tan real. Entonces sujetó el arma con fuerza y recordó a su familia, aniquilada por la enfermedad, él no quería terminar así.
-Sal de aquí... -dijo a sí mismo en voz baja.
Se dispuso a salir rápidamente de la sala, pero alguien le bloqueó el paso; parecía un muchacho de menor edad que él, con cabello negro y corto, ojos azul pálido. Su piel era blanca, como la de un muerto, sus venas sobresalían con un color verdoso. Se podía apreciar claramente un agujero del tamaño de una moneda en su cuello.
Erik retrocedió, pasmado ante la figura del muchacho que lo miraba y sonreía como un desquiciado. No intentó disparar, sino que huir, el chico lucía extraño, no era igual que los otros que tenían la enfermedad; parecía una mutación de la misma.
El chico ingresó en la sala y juntó la puerta tras de sí.
-Hambre... -dijo el chico mientras se acercaba cada vez más.
Erik se echó hacia atrás, apuntó con el arma y disparo tres veces sin tener un objetivo claro. Tres agujeros más se abrieron en el cuerpo del muchacho, uno en el pecho, otro en el vientre y otro en el brazo izquierdo; pero no sucedió nada. Erik intentó huir pasando a un lado del chico, pero este de un fuerte manotazo, con fuerza sobrehumana, le mando a volar por la habitación.
Jorge empuñó su arma al escuchar primero dos disparos y minutos después otros tres. Era obvio para él que Erik y Paulina se habían encontrado con algún contagiado, el problema que surgía ahora era que el ruido atraería a más. Pensó en salir a ayudarles, pero tenía que quedarse para despejar el lugar por cualquier cosa que pudiese suceder. De pronto tocaron la puerta suavemente. Aquello le extraño, era posible que al ser descubierto los contagiados se avalanzaran sobre ella hasta romperla.
-¿Qué demonios...? -farfulló al acercarse a la puerta.
El pomo comenzó a girar, alguien intentaba entrar, entonces soltó el arma y lo sujetó con fuerza. Pero por su mente pasaron Paulina y Erik, podían ser ellos, aunque era poco probable, ya que le hablarían en ese caso. De repente quien deseaba entrar atravesó la puerta de un puñetazo logrando también golpear a Jorge y hacerle retroceder. La puerta se abrió de golpe y un extraño individuo, delgado, de barba negra, ojos color marrón y piel pálida ingresó sonriente.
No parecía ser un N.S. y Jorge preguntó:
-¿Quién eres?
-Soy Juan; antiguamente un viejo, ahora un hombre nuevo -respondió.
Jorge se lanzó a los pies de Juan, donde estaba la pistola que antes había tirado, pero el sujeto de una patada le dio vuelta el rostro causándole la muerte inmediatamente. El cuerpo de Jorge cayó sin vida a los pies del sonriente Juan.
-Nada personal... ahora sólo faltan dos...
Juan salió victorioso de la sala, entonces varios contagiados entraron por la puerta principal causando alboroto y corriendo hacia los caminos que antes Paulina y Erik habían tomado.
Paulina desenfundó su pistola rápidamente y apuntó hacia las esquinas, cerciorándose de que nadie los estuviese vigilando.
-Despejado... -murmuró la muchacha.
Eran las seis de la madrugada y dentro de muy poco la luz del sol cubriría todo el pueblo, dejándolos descubiertos frente a los residentes contagiados.
-Sólo a dos calles desde aquí... -dijo Jorge en voz baja sonriendo.
Paulina se acercó a la esquina del callejón y observó el lugar, pero no había nadie, ni siquiera un sólo contagiado vagando por ahí.
-Está todo... vacío, no veo a nadie... -murmuró a Jorge y Erik que se acercaban despacio hacia ella desde atrás.
-Hay una calle en frente, debemos ir por ahí y estaremos de inmediato en el hospital -dijo Jorge apuntando hacia adelante.
-Yo cruzaré primero, luego de unos segundos me siguen -ordenó Paulina para luego correr hacia la otra calle lo más rápido posible y sin hacer ruido alguno.
Logró hacerlo, nada había salido mal; Jorge y Erik le siguieron al instante. Se refugiaron nuevamente en las sombras de la calle. Caminaron lentamente, uno tras de otro, hasta que llegaron a punto en el que podían observar el hospital.
-Ahí está -murmuró Erik.
Se acercaron al final del callejón, nuevamente se encontraron con el lugar desierto, sin ninguna pista de los N.S.
-Crucemos todos al mismo tiempo ahora -propuso Jorge con entusiasmo.
-No, pueden descubrirnos si lo hacemos... -contradijo Paulina mirando fijamente hacia el hospital.
-No hay tiempo de discutir -interrumpió Erik al mismo tiempo que se echaba a correr hacia el edificio.
Jorge le siguió dejando a Paulina atrás.
Por un segundo Erik miró a su alrededor, hacia unas tiendas comerciales cercanas al hospital, entonces se sorprendió al ver a alguien muy parecido a Juan, pero más joven.
Erik se detuvo e hizo señas a Jorge y Paulina para que se detuvieran donde el estaba.
-El viejo que antes... -miró de nuevo y él individuo ya no estaba.
-¿Quién? -preguntó Jorge en voz baja.
Erik guardó silencio, sólo miraba fijamente hacia el lugar donde había visto a Juan.
-Déjalo, está alucinando -se burló Paulina-. Debemos entrar ahora en el hospital, no podemos quedarnos aquí a admirar la escena.
La chica continuó hasta la entrada del hospital, mientras Jorge daba un empujón a Erik para que siguiera avanzando.
Paulina empujó muy despacio una de las puertas hacia dentro con pistola en mano y lista para disparar a cualquier N.S. que se les cruzara.
-¡Excelente! -celebró en voz baja- afortunadamente está abierta.
Entraron con sigilo; había una puerta en el muro de la derecha a unos cuantos metros de la entrada principal que decía "SEGURIDAD".
-Jorge -llamó Paulina en voz baja mientras avanzaba con el arma en alto hacia adelante-, revisa esa habitación.
Jorge obedeció de inmediato sin titubear y se acercó a la puerta de la sala de seguridad. La abrió lentamente y luego con total rapidez apuntó su arma hacia adentro.
-Está muy obscuro, no puedo ver nada -murmuró mientras ingresaba.
-Jorge... -llamó Erik mientras apuntaba tembloroso con el arma hacia todos lados.
-Mira -dijo Paulina señalando con el arma a unos cuantos metros de ellos.
Erik bajó el arma un poco dudoso y miró hacia donde la chica le indicaba. Era el cadáver de un hombre tirado en el pasillo, con un agujero de bala en el cráneo. Parecía estar ahí desde hacía algunos días atrás.
En ese momento Jorge salió de la pequeña sala de seguridad, con un sonrisa a medias dibujada en el rostro.
-¿Qué sucede? -preguntó Paulina.
-Hay varios monitores para observar los pasillos y principales salas del hospital, incluido este lugar. Si logramos que enciendan podremos tener cubiertos todos los puntos del edificio, así sabríamos con certeza en que lugar estará el equipo de evacuación cuando llegue. Lamentablemente no hay energía eléctrica. Debe haber algún generador en este lugar para casos de emergencia.
-Hay que encontrarlo -dijo Paulina-. Tú te quedarás en esta sala cubriéndola, sería fatal encontrarnos con sorpresas al regreso. Erik y yo nos divideremos, pues hay dos pasillos principales, uno que va a la izquierda y otro a la derecha.
-Es común que el generador se encuentre en alguna bodega en la parte de atrás del hospital, incluso, podría ser que esté en el patio trasero en algún edificio más pequeño; si así es, entonces será más difícil de llegar.
Erik asintió no muy convencido, explorar el hospital no era algo muy grato, especialmente cuando debías estar preparado para morir en cualquier momento, era complicado aceptar eso.
-Ve por la derecha, Erik -dijo Paulina-; yo tomaré la izquierda. Intenta apuntar bien a sus órganos vitales, te he visto sostener el arma con demasiada ligereza; ni que fueras una chica.
Erik frunció el ceño, sujetó el arma con fuerza y la levantó apuntando hacia adelante; así se dirigió al pasillo derecho y desapareció entre las sombras de éste.
-Ten cuidado Paulina... -advirtió Jorge antes de entrar en la sala de seguridad y cerrar la puerta con seguro.
La chica no alcanzó a responderle, aunque tampoco lo deseaba, no le gustaba que los demás pensaran que no se podía cuidar, siendo que se había graduado de la academia militar como la mejor de todos.
-Maldición... -farfulló Erik.
El muchacho caminaba nervioso por el oscuro pasillo, no alcanzaba a ver mucho, sólo lo que sus ojos podían permitirle al acostumbrarse a la penumbra. El corazón le palpitaba con fuerza, parecía que saldría volando a través de su pecho. Avanzó sin dejar de pensar que en cualquier momento podía aparecer un contagiado y atacarle. No quería morir después de que había sobrevivido incluso en situaciones en que no pensó que lo haría, como en la granja o al llegar al pueblo.
De pronto se encontró con una puerta entre abierta al lado izquierdo del pasillo. Se acercó sin hacer ruido, tembloroso y asustado. La empujó con el arma hasta abrirla por completo y se quedó unos segundos mirando hacia dentro, como si estuviese paralizado. Parecía ser una sala de operaciones, había una camilla y varios utensilios como jeringas y objetos cortantes, pero sin señal de alguien, eso le reconfortó.
Al pisar los restos de vidrio de una ventana rota se detuvo de golpe y apuntó con el arma a todos lados. Miró al suelo y se percató de unas manchas de sangre gracias a la naciente luz del amanecer. Bajó el arma y se agachó para tocar el piso; la sangre ya estaba seca, parecía de hace unos días atrás. Continuó por el pasillo y un poco más adelante se encontró con una identificación en el piso.
-Doctor... Estefano Jott... -murmuró al leer la tarjeta cubierta por la mitad de sangre.
En ese momento un ruido proveniente más adelante en el corredor le alertó. Paulina guardó la identificación en su bolsillo y apuntó el arma en dirección a las sombras. Pronto se escucharon pasos, cada vez más rápidos que se dirigían hacia ella. Entonces después de unos segundos dos hombres aparecieron corriendo, uno que vestía una bata blanca y otro de pantalones rasgados y camisas salpicada en sangre. Paulina disparó dos veces.
Erik se quedó inmóvil debido al miedo cuando escuchó los disparos provenientes de algún lugar del hospital. Ni siquiera pensó en salir de la sala de operaciones, se quedó temblando y deseando que ningún N.S. le atacara.
-Soy un maldito cobarde... -murmuró con enfado.
Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza, no quería estar en ese lugar, no quería que todo terminara así, quería despertar si es que estaba teniendo una pesadilla, pero todo era tan real. Entonces sujetó el arma con fuerza y recordó a su familia, aniquilada por la enfermedad, él no quería terminar así.
-Sal de aquí... -dijo a sí mismo en voz baja.
Se dispuso a salir rápidamente de la sala, pero alguien le bloqueó el paso; parecía un muchacho de menor edad que él, con cabello negro y corto, ojos azul pálido. Su piel era blanca, como la de un muerto, sus venas sobresalían con un color verdoso. Se podía apreciar claramente un agujero del tamaño de una moneda en su cuello.
Erik retrocedió, pasmado ante la figura del muchacho que lo miraba y sonreía como un desquiciado. No intentó disparar, sino que huir, el chico lucía extraño, no era igual que los otros que tenían la enfermedad; parecía una mutación de la misma.
El chico ingresó en la sala y juntó la puerta tras de sí.
-Hambre... -dijo el chico mientras se acercaba cada vez más.
Erik se echó hacia atrás, apuntó con el arma y disparo tres veces sin tener un objetivo claro. Tres agujeros más se abrieron en el cuerpo del muchacho, uno en el pecho, otro en el vientre y otro en el brazo izquierdo; pero no sucedió nada. Erik intentó huir pasando a un lado del chico, pero este de un fuerte manotazo, con fuerza sobrehumana, le mando a volar por la habitación.
Jorge empuñó su arma al escuchar primero dos disparos y minutos después otros tres. Era obvio para él que Erik y Paulina se habían encontrado con algún contagiado, el problema que surgía ahora era que el ruido atraería a más. Pensó en salir a ayudarles, pero tenía que quedarse para despejar el lugar por cualquier cosa que pudiese suceder. De pronto tocaron la puerta suavemente. Aquello le extraño, era posible que al ser descubierto los contagiados se avalanzaran sobre ella hasta romperla.
-¿Qué demonios...? -farfulló al acercarse a la puerta.
El pomo comenzó a girar, alguien intentaba entrar, entonces soltó el arma y lo sujetó con fuerza. Pero por su mente pasaron Paulina y Erik, podían ser ellos, aunque era poco probable, ya que le hablarían en ese caso. De repente quien deseaba entrar atravesó la puerta de un puñetazo logrando también golpear a Jorge y hacerle retroceder. La puerta se abrió de golpe y un extraño individuo, delgado, de barba negra, ojos color marrón y piel pálida ingresó sonriente.
No parecía ser un N.S. y Jorge preguntó:
-¿Quién eres?
-Soy Juan; antiguamente un viejo, ahora un hombre nuevo -respondió.
Jorge se lanzó a los pies de Juan, donde estaba la pistola que antes había tirado, pero el sujeto de una patada le dio vuelta el rostro causándole la muerte inmediatamente. El cuerpo de Jorge cayó sin vida a los pies del sonriente Juan.
-Nada personal... ahora sólo faltan dos...
Juan salió victorioso de la sala, entonces varios contagiados entraron por la puerta principal causando alboroto y corriendo hacia los caminos que antes Paulina y Erik habían tomado.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Capítulo 5: Los N. S.
Se despertó sobre un sucio colchón, en una habitación iluminada por unas cuantas velas y que parecía estar bajo tierra. Desde el techo caían, de cuando en cuando, gotas de agua.
Se levantó lentamente, se sentía muy cansado. Entonces recordó al viejo Juan y la multitud que los perseguía por la calle.
-¿Dónde estoy? -se preguntó a sí mismo en voz baja.
De pronto una puerta de metal se abrió de golpe a su espalda; Erik se giró asustado y vio a un sujeto, tal vez unos cuantos años mayor que él, de cabello castaño que vestía un uniforme militar.
-Al fin, dormilón -dijo el extraño con tono burlón.
Erik se quedó en silencio, observándole como si fuese un fantasma.
-No me mires así, no soy uno de ellos. Mi nombre es Jorge Rivas y pertenezco a una división especial del ejército -dijo el hombre extendiendo la mano para ayudarle a levantarse.
-Yo... soy Erik... vivía por aquí hace tiempo -contestó Erik estrechando la mano de Jorge colocándose de pie.
-Lindo lugar para venir de visita, creo -dijo el militar con sarcasmo-. Vamos, sígueme, te presentaré a alguien.
Erik asintió y le siguió fuera de aquella fría y oscura habitación, aunque del otro lado, nada era diferente. Caminaban alumbrados por una vela, que Jorge cargaba, a través de un estrecho conducto. Parecía que iban por el alcantarillado.
-Desde hace tres días que nos escondemos aquí. Hemos intentado escapar durante las noches, pero es imposible, el pueblo está repleto de ellos, de los N.S. -contó Jorge.
-¿Los N.S.? ¿Les pusieron nombres? -preguntó Erik un poco desconcertado por el detalle de lo dicho por el militar.
-Luego te lo explico. Listo, llegamos -dijo al mismo tiempo que abría otra puerta de hierro.
Entraron en una sala mucho más espaciosa que aquella en la que se había despertado. En medio había una mesa con dos velas y dos sillas, una mujer estaba sentada en una, reflexionando algo de lo que nunca se enterarían. Habían otras dos puertas en los muros izquierdo y derecho que llevaban a otros cuartos.
-Vaya, vaya -dijo la mujer sin mirarles en cuanto entraron-; ha despertado el muchacho que gusta de dar paseos por calles infestadas de esos malditos.
-¡Yo no...!
-Tranquilo, Erik -le calmó Jorge sonriendo-, sólo está bromeando. Toma asiento.
Erik se acercó a la mesa y se sentó en una de las sillas con algo de desconfianza. La mujer, que estaba frente a él, revisaba un arma, muy parecida a la que Juan le había entregado, con afán. La muchacha, tal vez de su misma edad, tenía el cabello negro, de tez blanca, ojos azules y delgada, muy hermosa; vestía un pantalón militar y una sudadera negra sin mangas.
-¿Qué hacías solo en la calle? -preguntó la chica de repente con voz firme e intimidante.
-Yo... bueno, yo no estaba solo -contestó Erik un poco nervioso-. Otra persona iba conmigo, pero se quedó atrás cuando nos perseguían. Ayer llegué por la noche a mi casa, una granja a unos cuantos kilómetros del pueblo. Venía en busca de mi familia, pero cuando llegué fui emboscado por esas personas, los infectados. Me salve gracias a un viejo llamado Juan, que mató a mis perseguidores; estuvimos escondidos en una vieja cabaña, usada como almacén, en medio del bosque. Fue idea mía venir al pueblo en busca de un auto o algo así para poder escapar.
-Mala idea... pésima idea... -dijo la chica sin quitar la mirada del arma- además, ya no queda en que poder escapar, los autos están descompuestos o se los llevaron aquellos que fueron inteligentes al huir en cuanto comenzó todo esto.
-Pero debe haber alguno en el cuartel de policía, incluso en el departamento de bomberos y el hospital -refutó Erik.
-No sé qué es lo que te hace pensar que somos unos aventureros y que salimos a la calle como si nada -contestó la chica con un poco de enfado.
-Entonces ¿qué hacían cuando me rescataron? -preguntó Erik arqueando una ceja.
-Oímos los disparos y pensamos que era algún grupo de rescate que había recibido nuestro mensaje de auxilio. Pero nos encontramos contigo sorpresivamente -respondió la muchacha, aunque esta vez con más calma.
-Entiendo... -dijo Erik bajando la mirada.
-Paulina, no seas dura con el chico -dijo Jorge sonriendo desde la puerta de hierro por la que anteriormente habían entrado.
-Por cierto, ¿cómo es que llegaron a para aquí? -preguntó Erik.
Jorge se acercó a Erik, hasta quedar iluminado totalmente por las velas.
-Verás, hace cuatro días informaron a nuestro superior sobre una enfermedad extraña que había contagiado a la mayoría de los pobladores de este lugar. Enviarían a un equipo especial de investigadores a recoger muestras y necesitaban una buena escolta. Paulina, otros cinco militares, que no conocía, y yo, fuimos llamados para hacerlo. Cuando llegamos habían varios bloqueos en el camino hacia acá, no dejaban pasar a la gente que intentaba huir, no querían arriesgarse a que la enfermedad se propagara. Los miembros de la policía y un grupo pequeño del ejército tenían bloqueada la entrada al pueblo. Al llegar nos reunimos con tres científicos en la comisaría y desde ahí nos dirigimos al pequeño hospital, donde se suponía, habían llevado al primer contagiado. En el trayecto fuimos emboscados por una docena de contagiados, no teníamos la potencia de fuego necesaria como para salir victoriosos del encuentro. Sobrevivimos cuatro: Paulina, uno de los militares, un científico y yo. Nos escondimos en una casa por varias horas, sin llamar la atención, además, ya era imposible ir en busca de alguna muestra que sirviera de investigación. Decidimos ir a la estación de radio para enviar un mensaje de auxilio, lo cual fue todo un éxito, pero al intentar volver al refugio nos salieron al encuentro varios sujetos que asesinaron a los otros, sólo Paulina y yo salimos vivos. Huimos tan rápido como pudimos, y llegamos hasta una calle que estaba siendo reparada, tenía un agujero enorme en el medio, entonces nos adentramos, en un acto de desesperación por escapar y nos encontramos con esta inmensa red de túneles que te llevan a varios puntos diferentes del pueblo. Afortunadamente, los malditos no lograron vernos cuando entramos, así que no pudieron seguirnos. Desde ese día hemos estado esperando que alguien llegue a rescatarnos.
-Pero nadie es tan idiota como para arriesgar la vida por otros, y no me quejo, yo no vendría. Ayer durante el medio día subimos a las calles, para intentar captar algo con el radio. Oímos que los policías y el pequeño contingente de militares estaba siendo atacado. Debido a eso ya no nos queda esperanza.
-Eres bastante optimista... -le dijo Erik con sarcasmo.
Jorge sonrió, nunca había escuchado a alguien que se atreviera a decirle eso a la chica, pues su carácter era bastante especial.
-La verdad, Erik, es que estamos atrapados y tal vez, pronto nos encuentren los N.S.
-¿Por qué los llamas así? -preguntó Erik esperando una buena respuesta- Es perturbador ver a alguien que les coloca nombre.
Paulina se echó a reír, burlándose de Jorge por lo que Erik había dicho.
-Tu sinceridad al hablar es admirable, pero muchas veces es mejor dejar la boca cerrada -contestó Jorge-. El nombre yo no se los he puesto, los científicos que escoltamos los llamaban de esa forma. Pero no sabemos por qué...
-Tengo una idea, creo que con esto podremos averiguarlo... -interrumpió Paulina sacando una bola de papel arrugada de su bolsillo.
-Me ocultaste esa información... -reprochó Jorge.
-No seas idiota, lo que sucede es que no recordaba esto -contestó al mismo tiempo que estiraba el papel-. Era de uno de los científicos, se le cayó del bolsillo cuando nos dirigíamos al hospital. Bueno para que les cuento eso. El asunto es que mientras estuvimos escondidos en la casa le eché una mirada rápida y alcancé a ver las siglas N.S.
Paulina le entregó el papel a Jorge y este lo acercó a las velas para poder leerlo mejor.
"Instrucciones:
-Es tu deber, como líder del equipo, hacer todo lo posible por encontrar una muestra de sangre de los infectados
-Una vez que tengas la muestra, si es posible, debes capturar uno de los insectos NoSaigo
-No habrá repercusiones si lo anterior no se cumple, ya que a estas alturas debe ser casi imposible de conseguir uno
-Al finalizar debes reunirte, junto a todos los del equipo que hayan sobrevivido a los N.S., en el hospital para ser evacuados al cuarto día
-La muestra de sangre es imprescindible, sin ella no hay posibilidades de cura para la enfermedad".
Jorge se quedó pasmado ante lo que leía, aun quedaba una oportunidad para escapar vivos de aquel infierno. Miró su reloj de pulsera, era la una de la madrugada.
-Habrá un equipo de evacuación en el hospital, en un par de horas estarán ahí. Aquí dice que al cuarto día vendrían a evacuar al equipo.
-Tienes razón, pero sólo al equipo de científicos que escoltábamos. De seguro en cualquier momento nos traicionarían.
-Creo al igual que Paulina, que la evacuación sólo está planeada para el grupo de científicos, lo dice de manera expresa en el papel -agregó Erik-. Además de la evacuación, me ha llamado la atención eso de los insectos NoSaigo. Tal vez esos bichos son los que propagan la enfermedad.
-Tal vez, pero si fuera así estaríamos todos contagiados -refutó Paulina mientras dejaba el arma en la mesa.
-Puede suceder que al picar los insectos mueran, igual como les sucede a las abejas, entonces...
-La enfermedad estaría siendo propagada por los contagiados... -interrumpió Paulina.
Erik asintió y tomó el papel para leerlo detenidamente.
-La enfermedad comenzó hace pocos días, es imposible que al momento de enviar el grupo ya les hubiesen puesto nombre a los bichos y a los portadores de la enfermedad. Esto lo tienen que haber conocido desde antes.
Repentinamente Jorge dio un golpe sobre la mesa para llamar la atención de los dos, parecía estar un poco molesto y ansioso.
-Eso no importa ahora. Debemos hacer un plan para salir de este agujero y dirigirnos al hospital. Podemos partir a las tres de la madrugada y quedarnos ocultos ahí hasta que el equipo de evacuación llegue, ya que de día no lo lograremos.
Erik y Paulina se quedaron pensando por unos momentos, era importante salir, pero también importan saber de la enfermedad, así no se contagiarían por ella fácilmente, pues sabrían que precauciones tomar.
-Está bien, ¿qué es lo que propones? -preguntó Paulina a Jorge mientras cruzaba los brazos y arqueaba una ceja.
Se levantó lentamente, se sentía muy cansado. Entonces recordó al viejo Juan y la multitud que los perseguía por la calle.
-¿Dónde estoy? -se preguntó a sí mismo en voz baja.
De pronto una puerta de metal se abrió de golpe a su espalda; Erik se giró asustado y vio a un sujeto, tal vez unos cuantos años mayor que él, de cabello castaño que vestía un uniforme militar.
-Al fin, dormilón -dijo el extraño con tono burlón.
Erik se quedó en silencio, observándole como si fuese un fantasma.
-No me mires así, no soy uno de ellos. Mi nombre es Jorge Rivas y pertenezco a una división especial del ejército -dijo el hombre extendiendo la mano para ayudarle a levantarse.
-Yo... soy Erik... vivía por aquí hace tiempo -contestó Erik estrechando la mano de Jorge colocándose de pie.
-Lindo lugar para venir de visita, creo -dijo el militar con sarcasmo-. Vamos, sígueme, te presentaré a alguien.
Erik asintió y le siguió fuera de aquella fría y oscura habitación, aunque del otro lado, nada era diferente. Caminaban alumbrados por una vela, que Jorge cargaba, a través de un estrecho conducto. Parecía que iban por el alcantarillado.
-Desde hace tres días que nos escondemos aquí. Hemos intentado escapar durante las noches, pero es imposible, el pueblo está repleto de ellos, de los N.S. -contó Jorge.
-¿Los N.S.? ¿Les pusieron nombres? -preguntó Erik un poco desconcertado por el detalle de lo dicho por el militar.
-Luego te lo explico. Listo, llegamos -dijo al mismo tiempo que abría otra puerta de hierro.
Entraron en una sala mucho más espaciosa que aquella en la que se había despertado. En medio había una mesa con dos velas y dos sillas, una mujer estaba sentada en una, reflexionando algo de lo que nunca se enterarían. Habían otras dos puertas en los muros izquierdo y derecho que llevaban a otros cuartos.
-Vaya, vaya -dijo la mujer sin mirarles en cuanto entraron-; ha despertado el muchacho que gusta de dar paseos por calles infestadas de esos malditos.
-¡Yo no...!
-Tranquilo, Erik -le calmó Jorge sonriendo-, sólo está bromeando. Toma asiento.
Erik se acercó a la mesa y se sentó en una de las sillas con algo de desconfianza. La mujer, que estaba frente a él, revisaba un arma, muy parecida a la que Juan le había entregado, con afán. La muchacha, tal vez de su misma edad, tenía el cabello negro, de tez blanca, ojos azules y delgada, muy hermosa; vestía un pantalón militar y una sudadera negra sin mangas.
-¿Qué hacías solo en la calle? -preguntó la chica de repente con voz firme e intimidante.
-Yo... bueno, yo no estaba solo -contestó Erik un poco nervioso-. Otra persona iba conmigo, pero se quedó atrás cuando nos perseguían. Ayer llegué por la noche a mi casa, una granja a unos cuantos kilómetros del pueblo. Venía en busca de mi familia, pero cuando llegué fui emboscado por esas personas, los infectados. Me salve gracias a un viejo llamado Juan, que mató a mis perseguidores; estuvimos escondidos en una vieja cabaña, usada como almacén, en medio del bosque. Fue idea mía venir al pueblo en busca de un auto o algo así para poder escapar.
-Mala idea... pésima idea... -dijo la chica sin quitar la mirada del arma- además, ya no queda en que poder escapar, los autos están descompuestos o se los llevaron aquellos que fueron inteligentes al huir en cuanto comenzó todo esto.
-Pero debe haber alguno en el cuartel de policía, incluso en el departamento de bomberos y el hospital -refutó Erik.
-No sé qué es lo que te hace pensar que somos unos aventureros y que salimos a la calle como si nada -contestó la chica con un poco de enfado.
-Entonces ¿qué hacían cuando me rescataron? -preguntó Erik arqueando una ceja.
-Oímos los disparos y pensamos que era algún grupo de rescate que había recibido nuestro mensaje de auxilio. Pero nos encontramos contigo sorpresivamente -respondió la muchacha, aunque esta vez con más calma.
-Entiendo... -dijo Erik bajando la mirada.
-Paulina, no seas dura con el chico -dijo Jorge sonriendo desde la puerta de hierro por la que anteriormente habían entrado.
-Por cierto, ¿cómo es que llegaron a para aquí? -preguntó Erik.
Jorge se acercó a Erik, hasta quedar iluminado totalmente por las velas.
-Verás, hace cuatro días informaron a nuestro superior sobre una enfermedad extraña que había contagiado a la mayoría de los pobladores de este lugar. Enviarían a un equipo especial de investigadores a recoger muestras y necesitaban una buena escolta. Paulina, otros cinco militares, que no conocía, y yo, fuimos llamados para hacerlo. Cuando llegamos habían varios bloqueos en el camino hacia acá, no dejaban pasar a la gente que intentaba huir, no querían arriesgarse a que la enfermedad se propagara. Los miembros de la policía y un grupo pequeño del ejército tenían bloqueada la entrada al pueblo. Al llegar nos reunimos con tres científicos en la comisaría y desde ahí nos dirigimos al pequeño hospital, donde se suponía, habían llevado al primer contagiado. En el trayecto fuimos emboscados por una docena de contagiados, no teníamos la potencia de fuego necesaria como para salir victoriosos del encuentro. Sobrevivimos cuatro: Paulina, uno de los militares, un científico y yo. Nos escondimos en una casa por varias horas, sin llamar la atención, además, ya era imposible ir en busca de alguna muestra que sirviera de investigación. Decidimos ir a la estación de radio para enviar un mensaje de auxilio, lo cual fue todo un éxito, pero al intentar volver al refugio nos salieron al encuentro varios sujetos que asesinaron a los otros, sólo Paulina y yo salimos vivos. Huimos tan rápido como pudimos, y llegamos hasta una calle que estaba siendo reparada, tenía un agujero enorme en el medio, entonces nos adentramos, en un acto de desesperación por escapar y nos encontramos con esta inmensa red de túneles que te llevan a varios puntos diferentes del pueblo. Afortunadamente, los malditos no lograron vernos cuando entramos, así que no pudieron seguirnos. Desde ese día hemos estado esperando que alguien llegue a rescatarnos.
-Pero nadie es tan idiota como para arriesgar la vida por otros, y no me quejo, yo no vendría. Ayer durante el medio día subimos a las calles, para intentar captar algo con el radio. Oímos que los policías y el pequeño contingente de militares estaba siendo atacado. Debido a eso ya no nos queda esperanza.
-Eres bastante optimista... -le dijo Erik con sarcasmo.
Jorge sonrió, nunca había escuchado a alguien que se atreviera a decirle eso a la chica, pues su carácter era bastante especial.
-La verdad, Erik, es que estamos atrapados y tal vez, pronto nos encuentren los N.S.
-¿Por qué los llamas así? -preguntó Erik esperando una buena respuesta- Es perturbador ver a alguien que les coloca nombre.
Paulina se echó a reír, burlándose de Jorge por lo que Erik había dicho.
-Tu sinceridad al hablar es admirable, pero muchas veces es mejor dejar la boca cerrada -contestó Jorge-. El nombre yo no se los he puesto, los científicos que escoltamos los llamaban de esa forma. Pero no sabemos por qué...
-Tengo una idea, creo que con esto podremos averiguarlo... -interrumpió Paulina sacando una bola de papel arrugada de su bolsillo.
-Me ocultaste esa información... -reprochó Jorge.
-No seas idiota, lo que sucede es que no recordaba esto -contestó al mismo tiempo que estiraba el papel-. Era de uno de los científicos, se le cayó del bolsillo cuando nos dirigíamos al hospital. Bueno para que les cuento eso. El asunto es que mientras estuvimos escondidos en la casa le eché una mirada rápida y alcancé a ver las siglas N.S.
Paulina le entregó el papel a Jorge y este lo acercó a las velas para poder leerlo mejor.
"Instrucciones:
-Es tu deber, como líder del equipo, hacer todo lo posible por encontrar una muestra de sangre de los infectados
-Una vez que tengas la muestra, si es posible, debes capturar uno de los insectos NoSaigo
-No habrá repercusiones si lo anterior no se cumple, ya que a estas alturas debe ser casi imposible de conseguir uno
-Al finalizar debes reunirte, junto a todos los del equipo que hayan sobrevivido a los N.S., en el hospital para ser evacuados al cuarto día
-La muestra de sangre es imprescindible, sin ella no hay posibilidades de cura para la enfermedad".
Jorge se quedó pasmado ante lo que leía, aun quedaba una oportunidad para escapar vivos de aquel infierno. Miró su reloj de pulsera, era la una de la madrugada.
-Habrá un equipo de evacuación en el hospital, en un par de horas estarán ahí. Aquí dice que al cuarto día vendrían a evacuar al equipo.
-Tienes razón, pero sólo al equipo de científicos que escoltábamos. De seguro en cualquier momento nos traicionarían.
-Creo al igual que Paulina, que la evacuación sólo está planeada para el grupo de científicos, lo dice de manera expresa en el papel -agregó Erik-. Además de la evacuación, me ha llamado la atención eso de los insectos NoSaigo. Tal vez esos bichos son los que propagan la enfermedad.
-Tal vez, pero si fuera así estaríamos todos contagiados -refutó Paulina mientras dejaba el arma en la mesa.
-Puede suceder que al picar los insectos mueran, igual como les sucede a las abejas, entonces...
-La enfermedad estaría siendo propagada por los contagiados... -interrumpió Paulina.
Erik asintió y tomó el papel para leerlo detenidamente.
-La enfermedad comenzó hace pocos días, es imposible que al momento de enviar el grupo ya les hubiesen puesto nombre a los bichos y a los portadores de la enfermedad. Esto lo tienen que haber conocido desde antes.
Repentinamente Jorge dio un golpe sobre la mesa para llamar la atención de los dos, parecía estar un poco molesto y ansioso.
-Eso no importa ahora. Debemos hacer un plan para salir de este agujero y dirigirnos al hospital. Podemos partir a las tres de la madrugada y quedarnos ocultos ahí hasta que el equipo de evacuación llegue, ya que de día no lo lograremos.
Erik y Paulina se quedaron pensando por unos momentos, era importante salir, pero también importan saber de la enfermedad, así no se contagiarían por ella fácilmente, pues sabrían que precauciones tomar.
-Está bien, ¿qué es lo que propones? -preguntó Paulina a Jorge mientras cruzaba los brazos y arqueaba una ceja.
viernes, 2 de noviembre de 2007
Capítulo 4: El Pueblo
El sonido de varios disparos le despertaron sobresaltado. Abrió los ojos, pensando que todo había sido una horrible pesadilla, que su familia y todo lo de enfermedad eran parte de una desquiciada fantasía. Pero no, no era así, pues se vio rodeado de cajas y barriles, lo mismo que había visto antes de quedarse dormido. Otro disparo a lo lejos, entonces se colocó de pie rápidamente, el viejo no estaba en ningún lado. Miró por la ventana con cautela, pero no había nadie afuera.
Se quedó durante el resto del día, vigilando el lugar y esperando escuchar más disparos, pero eso no sucedió.
-Me muero de hambre... -murmuró mientras buscaba algo para comer dentro del almacén.
La noche cayó y el viejo, que el día anterior lo había rescatado, no aparecía.
Pensó en salir, pues ahora que estaba oscuro podría ocultarse fácilmente entre los arbustos si alguno de los humanos contagiados le encontraba. Entonces, recordó los disparos que había escuchado durante la mañana, en ese instante la puerta del almacén se abrió lentamente. Con extrema cautela, Erik se escondió detrás de unos barriles.
-¿Estás aquí? -preguntó una voz grave, la que encontró conocida.
Era el viejo, que llegaba con un rifle en sus manos, tal y como si hubiese ido de cacería. Erik salió de sus escondite y se lo encontró de frente, con un aspecto cansado y cabizbajo.
-Lo estaba esperando... -dijo Erik mirándole con suma atención- ¿dónde ha estado?
El viejo Juan se sentó en el piso de madera y dejó el rifle a un lado, apoyado en la pared y se dispuso a responder:
-Durante la madrugada escuché algunos ruidos muy cerca de este lugar, creí que nos habían encontrado los infectados. Decidí salir a echar un vistazo por los alrededor, pero no quise despertarte, dormías con tanto afán que preferí dejarte. Cuando estuve en el bosque me encontré con dos de mis amigos del pueblo y un policía; según el policía, un grupo de militares había dejado un camión muy cerca de este lugar, y pretendían llegar a el. Verás, en estas situaciones un humano sólo se preocupa de su bienestar, me había alejado lo suficiente de esta casa como para perder demasiado tiempo en volver a buscarte, ellos esperarían por mi.
Erik arqueó una ceja y el viejo sonrió a medias.
-Lo siento, pero es la verdad. Me uní a ellos y caminamos hasta el lugar donde se encontraría el vehículo. Pronto amaneció y nos convertimos en presas fáciles para los contagiados. Apuramos el paso y llegamos a nuestro destino, pero sólo nos encontramos con un camión descompuesto y con los cuerpos descuartizados de varios militares. Esas criaturas, son tan salvajes que no descansan hasta verte hecho pedazos. Sin otra cosa que hacer, les hable sobre este almacén y decidieron acompañarme. Nos adentramos en lo profundo del bosque para no ser encontrados, pero al mediodía nos vimos rodeados, venían de todas partes, corriendo y gimiendo con desesperación. Fui el único que logró escapar, pero no pude llegar de inmediato aquí, tuve que subir a un árbol y esperar a que se dispersaran; entonces se hizo de noche y ya no me buscaron más, fue ahí cuando me escabullí hasta llegar nuevamente aquí.
El viejo parecía trastornado luego de contar la historia, era algo que le había dejado, sin duda, en un estado muy alto de desesperación y alteración.
-Yo no quiero morir aquí... -dijo de repente Erik.
El viejo le observó desconcertado, tal vez el muchacho deseaba escapar, pero hacer cualquier movimiento sin pensarlo bien era de un desquiciado.
-¿Qué pretendes? -preguntó el viejo.
-Ir al pueblo, por supuesto... -contestó Erik con firmeza.
-¡Estás loco! -exclamó el viejo con sorpresa.
-Baje la voz... -pidió Erik al mismo tiempo que miraba por la ventana.
El viejo meneo la cabeza, desaprobando la idea del muchacho.
-Si vamos al pueblo podríamos encontrar una posibilidad de salvarnos, aquí, en esta vieja casucha, no podemos hacer nada...
-El pueblo es donde comenzó todo esto, debe estar infestado, además, podríamos contraer la enfermedad, tal vez está en el aire o algo así.
-No lo creo, de esa forma estaríamos contagiados también, y andaríamos por ahí correteando a otros como animales.
-Típico de los jóvenes...
El viejo se quedó pensando en la idea del muchacho unos instantes. Por una parte era cierto lo que decía, eso de morir en el almacén no era buena idea, y era cuestión de tiempo que los infectados los encontraran; pero ir al pueblo, donde podrían encontrar una mayor cantidad de sujetos con ansías de asesinarles, era algo que merecía meditación.
-Sin un auto no llegaremos a ningún lugar, y en el pueblo podremos encontrar uno, además están los teléfonos. Existe la posibilidad de que alguien de afuera venga a buscarnos. No es algo que necesita de tanta reflexión, creo.
El viejo se decidió, de alguna forma el chico le había convencido; él no era un cobarde y si moría, lo haría por lo menos enfrentándose a esas cosas o buscando una vía de escape.
Juan se levantó y sacó un reloj antiguo de bolsillo que miró atentamente.
-Son las nueve en punto de la noche, es buena hora para dirigirse al pueblo. Por cierto -dijo mientras metía se llevaba la mano a la espalda-, uno de mis amigos tiró esto al suelo y lo recogí, será de gran ayuda.
El viejo Juan entregó una pistola a Erik, quien la miró con atención, no era muy diferente de la que había perdido en la granja.
-Si no tienes buena puntería, intenta disparar a la rodilla... -aconsejó Juan al momento que abría la puerta de la casa.
Erik no guardó el arma, se la llevó en la mano por si cualquier cosa sucedía.
En realidad ir al pueblo tampoco le apetecía mucho, pero era la única forma de encontrar una posible vía de escape. Ni siquiera la pistola le hacía sentir seguro, ya nada lo haría.
Salieron los dos sigilosamente de la casa, dejando la puerta abierta y se adentraron en el bosque. Protegidos por los grandes árboles y arbustos caminaron a paso rápido, intentado no hacer demasiado ruido. Generalmente el viaje al pueblo desde esos lugares tardaba una hora a pie, no habría problema, pues la noche les cobijaba.
Juan sacó el reloj antiguo cuando estuvo en lo alto de una colina, donde al parecer terminaba el bosque. Erik llegó a su lado jadeando, cansado por la subida y agotado de estar evitando a cada momento llamar la atención, pues en el camino se habían topado con varios infectados, que gracias a la oscuridad y los arbustos, no les habían descubierto.
-Son casi las once de la noche, nos hemos tardado más de lo necesario -dijo Juan en voz baja-. Ahí está el pueblo; parece demasiado espeluznante, estoy seguro de que cualquier personas en sus cabales no entraría ahí jamás. Espero que no sea mucho peor que el almacén. Bueno, así sería si no nos descubren.
-¿Quieres viajar siempre de noche y durante el día esconderte sobre un árbol? -preguntó Erik mirándole de reojo.
-Es una opción muchacho, es una opción... -contestó el viejo sonriendo a medias.
-Debemos bajar de aquí... -dijo Erik mirando hacia abajo.
-Sígueme -ordenó Juan.
Caminaron colina abajo hasta encontrarse con las primeras casas de la comunidad. Eran todas de color blanco, con techos de tejas rojas y pequeñas cercas celestes que delimitaban el terreno de cada vivienda.
-Tendremos que entrar en una de las casas y luego salir a la calle, pero supongo que eso no es muy conveniente -dijo el viejo mientras pasaba a través de los arbustos del patio trasero de una de las casas.
Erik le siguió sin decir nada. El lugar estaba hundido en el completo silencio, ni un gemido, ni un grito proveniente de los contagiados con la enfermedad salvaje. Caminaron a través del patio, pasando entre algunos juguetes rotos y manchados de sangre.
-Que... desastre... -murmuró Erik.
Juan se detuvo en seco, Erik hizo lo mismo. El viejo observaba atentamente hacia la casa; la ventana de la puerta trasera estaba rota y las del segundo piso se encontraban abiertas.
-¿Qué sucede? -preguntó Erik en voz baja.
-Algo se ha movido dentro, lo he visto en la ventana del segundo piso... -respondió Juan con una expresión de miedo en su rostro.
Al verle, Erik se asustó aun más, si el viejo moría él se quedaría solo y estaba seguro de que no duraría mucho tiempo vagando por el pueblo.
Juan apuntó con el rifle a la puerta trasera, esperando a que apareciera quien los había observado desde el segundo piso de la casa.
Al lado de la puerta había un ventanal a través del cual se podía ver un poco el comedor de la casa. Erik apuntó con su armas a ese lugar. El brazo le temblaba, ni siquiera tenía una puntería muy buena como para matarle en el primer intento, no esperaba mucho de sus habilidades para manejar la pistola, además el nerviosismo y miedo que sentía afectaba a todo su cuerpo.
De pronto se escapó un disparo, Erik temblaba por completo, había disparado contra el ventanal, provocando un estruendoso sonido que probablemente se había oído en todo el barrio, dado el silencio sepulcral que reinaba.
-¡Idiota! -exclamó con furia Juan.
Un sujeto apareció por el lugar en el que antes se había encontrado el ventanal y se les quedó mirando unos segundos, para luego gritar y correr hacia ellos velozmente. Juan apuntó con el rifle y disparo cuando el individuo estaba cerca. La bala había penetrado justo en medio de la frente, lo había matado. Pero aun no estaban completamente a salvo, pues en ese instante varios gritos y chillidos se escucharon muy cerca del lugar.
-¡Corre! -gritó Juan a Erik.
Pasaron por un lado de la casa, saltaron la pequeña cerca de madera y llegaron a la calle. Miraron a ambos lados, debían saber de donde vendrían sus perseguidores antes de echar a correr.
-No aparecen... -murmuró el viejo.
-¡Por allá! -gritó Erik apuntando hacia una casa de la que salían tres mujeres corriendo hacia ellos.
Erik y Juan empezaron a correr hacia el otro extremo de la calle desesperadamente, mientras que más y más personas contagiadas se sumaban a la persecución; salían desde las calles y de las casas, todas con un fin diferente, matar o comer, pero ambos igual de terribles.
Erik se giró para disparar, pero el viejo le gritó:
-¡No lo hagas, no gastes balas, sólo concéntrate en correr!
-¡¿Qué haremos?! -exclamó Erik.
-¡Correr hasta encontrar algún lugar seguro! -respondió el viejo que extrañamente era muy rápido para su edad.
Pero de pronto, algo falló en él, se hizo más y más lento, Erik le sobrepasó en la carrera. Se giró para ver que le sucedía, pero Juan le ordenó que continuara. El muchacho hizo caso sin dudarlo. Momentos después volvió a mirar hacia atrás, pero esta vez Juan ya no estaba y los contagiados avanzaban, sin signos de rendirse, hacia él.
Cuando iba saliendo del barrio y a punto de rendirse, dos militares, con mascaras para soportar los gases, aparecieron frente a el. Erik se lanzó al piso para evitar que le dispararan. Uno de los sujetos le ayudó a ponerse de pie mientras el otro baleaba a sus perseguidores.
Todo se hizo confuso en ese momento, sólo vio que se adentraba en un lugar oscuro a través del asfalto, guiado por quien le había ayudado. Después de eso se desmayó.
Se quedó durante el resto del día, vigilando el lugar y esperando escuchar más disparos, pero eso no sucedió.
-Me muero de hambre... -murmuró mientras buscaba algo para comer dentro del almacén.
La noche cayó y el viejo, que el día anterior lo había rescatado, no aparecía.
Pensó en salir, pues ahora que estaba oscuro podría ocultarse fácilmente entre los arbustos si alguno de los humanos contagiados le encontraba. Entonces, recordó los disparos que había escuchado durante la mañana, en ese instante la puerta del almacén se abrió lentamente. Con extrema cautela, Erik se escondió detrás de unos barriles.
-¿Estás aquí? -preguntó una voz grave, la que encontró conocida.
Era el viejo, que llegaba con un rifle en sus manos, tal y como si hubiese ido de cacería. Erik salió de sus escondite y se lo encontró de frente, con un aspecto cansado y cabizbajo.
-Lo estaba esperando... -dijo Erik mirándole con suma atención- ¿dónde ha estado?
El viejo Juan se sentó en el piso de madera y dejó el rifle a un lado, apoyado en la pared y se dispuso a responder:
-Durante la madrugada escuché algunos ruidos muy cerca de este lugar, creí que nos habían encontrado los infectados. Decidí salir a echar un vistazo por los alrededor, pero no quise despertarte, dormías con tanto afán que preferí dejarte. Cuando estuve en el bosque me encontré con dos de mis amigos del pueblo y un policía; según el policía, un grupo de militares había dejado un camión muy cerca de este lugar, y pretendían llegar a el. Verás, en estas situaciones un humano sólo se preocupa de su bienestar, me había alejado lo suficiente de esta casa como para perder demasiado tiempo en volver a buscarte, ellos esperarían por mi.
Erik arqueó una ceja y el viejo sonrió a medias.
-Lo siento, pero es la verdad. Me uní a ellos y caminamos hasta el lugar donde se encontraría el vehículo. Pronto amaneció y nos convertimos en presas fáciles para los contagiados. Apuramos el paso y llegamos a nuestro destino, pero sólo nos encontramos con un camión descompuesto y con los cuerpos descuartizados de varios militares. Esas criaturas, son tan salvajes que no descansan hasta verte hecho pedazos. Sin otra cosa que hacer, les hable sobre este almacén y decidieron acompañarme. Nos adentramos en lo profundo del bosque para no ser encontrados, pero al mediodía nos vimos rodeados, venían de todas partes, corriendo y gimiendo con desesperación. Fui el único que logró escapar, pero no pude llegar de inmediato aquí, tuve que subir a un árbol y esperar a que se dispersaran; entonces se hizo de noche y ya no me buscaron más, fue ahí cuando me escabullí hasta llegar nuevamente aquí.
El viejo parecía trastornado luego de contar la historia, era algo que le había dejado, sin duda, en un estado muy alto de desesperación y alteración.
-Yo no quiero morir aquí... -dijo de repente Erik.
El viejo le observó desconcertado, tal vez el muchacho deseaba escapar, pero hacer cualquier movimiento sin pensarlo bien era de un desquiciado.
-¿Qué pretendes? -preguntó el viejo.
-Ir al pueblo, por supuesto... -contestó Erik con firmeza.
-¡Estás loco! -exclamó el viejo con sorpresa.
-Baje la voz... -pidió Erik al mismo tiempo que miraba por la ventana.
El viejo meneo la cabeza, desaprobando la idea del muchacho.
-Si vamos al pueblo podríamos encontrar una posibilidad de salvarnos, aquí, en esta vieja casucha, no podemos hacer nada...
-El pueblo es donde comenzó todo esto, debe estar infestado, además, podríamos contraer la enfermedad, tal vez está en el aire o algo así.
-No lo creo, de esa forma estaríamos contagiados también, y andaríamos por ahí correteando a otros como animales.
-Típico de los jóvenes...
El viejo se quedó pensando en la idea del muchacho unos instantes. Por una parte era cierto lo que decía, eso de morir en el almacén no era buena idea, y era cuestión de tiempo que los infectados los encontraran; pero ir al pueblo, donde podrían encontrar una mayor cantidad de sujetos con ansías de asesinarles, era algo que merecía meditación.
-Sin un auto no llegaremos a ningún lugar, y en el pueblo podremos encontrar uno, además están los teléfonos. Existe la posibilidad de que alguien de afuera venga a buscarnos. No es algo que necesita de tanta reflexión, creo.
El viejo se decidió, de alguna forma el chico le había convencido; él no era un cobarde y si moría, lo haría por lo menos enfrentándose a esas cosas o buscando una vía de escape.
Juan se levantó y sacó un reloj antiguo de bolsillo que miró atentamente.
-Son las nueve en punto de la noche, es buena hora para dirigirse al pueblo. Por cierto -dijo mientras metía se llevaba la mano a la espalda-, uno de mis amigos tiró esto al suelo y lo recogí, será de gran ayuda.
El viejo Juan entregó una pistola a Erik, quien la miró con atención, no era muy diferente de la que había perdido en la granja.
-Si no tienes buena puntería, intenta disparar a la rodilla... -aconsejó Juan al momento que abría la puerta de la casa.
Erik no guardó el arma, se la llevó en la mano por si cualquier cosa sucedía.
En realidad ir al pueblo tampoco le apetecía mucho, pero era la única forma de encontrar una posible vía de escape. Ni siquiera la pistola le hacía sentir seguro, ya nada lo haría.
Salieron los dos sigilosamente de la casa, dejando la puerta abierta y se adentraron en el bosque. Protegidos por los grandes árboles y arbustos caminaron a paso rápido, intentado no hacer demasiado ruido. Generalmente el viaje al pueblo desde esos lugares tardaba una hora a pie, no habría problema, pues la noche les cobijaba.
Juan sacó el reloj antiguo cuando estuvo en lo alto de una colina, donde al parecer terminaba el bosque. Erik llegó a su lado jadeando, cansado por la subida y agotado de estar evitando a cada momento llamar la atención, pues en el camino se habían topado con varios infectados, que gracias a la oscuridad y los arbustos, no les habían descubierto.
-Son casi las once de la noche, nos hemos tardado más de lo necesario -dijo Juan en voz baja-. Ahí está el pueblo; parece demasiado espeluznante, estoy seguro de que cualquier personas en sus cabales no entraría ahí jamás. Espero que no sea mucho peor que el almacén. Bueno, así sería si no nos descubren.
-¿Quieres viajar siempre de noche y durante el día esconderte sobre un árbol? -preguntó Erik mirándole de reojo.
-Es una opción muchacho, es una opción... -contestó el viejo sonriendo a medias.
-Debemos bajar de aquí... -dijo Erik mirando hacia abajo.
-Sígueme -ordenó Juan.
Caminaron colina abajo hasta encontrarse con las primeras casas de la comunidad. Eran todas de color blanco, con techos de tejas rojas y pequeñas cercas celestes que delimitaban el terreno de cada vivienda.
-Tendremos que entrar en una de las casas y luego salir a la calle, pero supongo que eso no es muy conveniente -dijo el viejo mientras pasaba a través de los arbustos del patio trasero de una de las casas.
Erik le siguió sin decir nada. El lugar estaba hundido en el completo silencio, ni un gemido, ni un grito proveniente de los contagiados con la enfermedad salvaje. Caminaron a través del patio, pasando entre algunos juguetes rotos y manchados de sangre.
-Que... desastre... -murmuró Erik.
Juan se detuvo en seco, Erik hizo lo mismo. El viejo observaba atentamente hacia la casa; la ventana de la puerta trasera estaba rota y las del segundo piso se encontraban abiertas.
-¿Qué sucede? -preguntó Erik en voz baja.
-Algo se ha movido dentro, lo he visto en la ventana del segundo piso... -respondió Juan con una expresión de miedo en su rostro.
Al verle, Erik se asustó aun más, si el viejo moría él se quedaría solo y estaba seguro de que no duraría mucho tiempo vagando por el pueblo.
Juan apuntó con el rifle a la puerta trasera, esperando a que apareciera quien los había observado desde el segundo piso de la casa.
Al lado de la puerta había un ventanal a través del cual se podía ver un poco el comedor de la casa. Erik apuntó con su armas a ese lugar. El brazo le temblaba, ni siquiera tenía una puntería muy buena como para matarle en el primer intento, no esperaba mucho de sus habilidades para manejar la pistola, además el nerviosismo y miedo que sentía afectaba a todo su cuerpo.
De pronto se escapó un disparo, Erik temblaba por completo, había disparado contra el ventanal, provocando un estruendoso sonido que probablemente se había oído en todo el barrio, dado el silencio sepulcral que reinaba.
-¡Idiota! -exclamó con furia Juan.
Un sujeto apareció por el lugar en el que antes se había encontrado el ventanal y se les quedó mirando unos segundos, para luego gritar y correr hacia ellos velozmente. Juan apuntó con el rifle y disparo cuando el individuo estaba cerca. La bala había penetrado justo en medio de la frente, lo había matado. Pero aun no estaban completamente a salvo, pues en ese instante varios gritos y chillidos se escucharon muy cerca del lugar.
-¡Corre! -gritó Juan a Erik.
Pasaron por un lado de la casa, saltaron la pequeña cerca de madera y llegaron a la calle. Miraron a ambos lados, debían saber de donde vendrían sus perseguidores antes de echar a correr.
-No aparecen... -murmuró el viejo.
-¡Por allá! -gritó Erik apuntando hacia una casa de la que salían tres mujeres corriendo hacia ellos.
Erik y Juan empezaron a correr hacia el otro extremo de la calle desesperadamente, mientras que más y más personas contagiadas se sumaban a la persecución; salían desde las calles y de las casas, todas con un fin diferente, matar o comer, pero ambos igual de terribles.
Erik se giró para disparar, pero el viejo le gritó:
-¡No lo hagas, no gastes balas, sólo concéntrate en correr!
-¡¿Qué haremos?! -exclamó Erik.
-¡Correr hasta encontrar algún lugar seguro! -respondió el viejo que extrañamente era muy rápido para su edad.
Pero de pronto, algo falló en él, se hizo más y más lento, Erik le sobrepasó en la carrera. Se giró para ver que le sucedía, pero Juan le ordenó que continuara. El muchacho hizo caso sin dudarlo. Momentos después volvió a mirar hacia atrás, pero esta vez Juan ya no estaba y los contagiados avanzaban, sin signos de rendirse, hacia él.
Cuando iba saliendo del barrio y a punto de rendirse, dos militares, con mascaras para soportar los gases, aparecieron frente a el. Erik se lanzó al piso para evitar que le dispararan. Uno de los sujetos le ayudó a ponerse de pie mientras el otro baleaba a sus perseguidores.
Todo se hizo confuso en ese momento, sólo vio que se adentraba en un lugar oscuro a través del asfalto, guiado por quien le había ayudado. Después de eso se desmayó.
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