Con una fuerza extraordinaria la mujer lo lanzó contra la puerta.
-¡¿Mamá?!
Parecía no prestar atención al llamado del muchacho, no parecía razonar, lo único que hacía era gemir e intentar golpearle.
Erik la empujó hacia atrás logrando quitársela de encima y ocupó esos segundos en que ella se reponía para reanudar su ataque en correr hacia la escalera de madera rápidamente. En ese momento los que estaban afuera de la casa comenzaron a golpear con fuerza la puerta de entrada. La mujer corrió tras él y alcanzó uno de sus piernas, la sostuvo con fuerza y haló.
Erik la golpeó con el pie que tenía libre en el rostro, pero ni siquiera disminuía un poco la fuerza del apretón; mientras tanto, la puerta comenzó a ceder, uno de los sujetos de afuera la atravesó con el puño.
Volví a golpear, esta vez con más fuerza, a su madre en el rostro y esta finalmente lo dejó libre. Erik se colocó de pie y corrió hasta una de las habitaciones, seguido de cerca por la mujer, cuya ventana daba con la parte trasera de la casa.
-Mi familia. -murmuró en cuanto entró en el cuarto y cerró la puerta con el seguro- Ahora como escapo de este... -se quedó observando la ventana abierta.
Dos golpes, tres golpes. El ruido de la puerta de entrada haciéndose añicos se escuchó en toda la casa, los pasos acelerados por la escalera y luego por el pasillo flanqueado por tres habitaciones. Los cinco contagiados comenzaron a golpear con fuerza la puerta hasta que la rompieron y entraron con rapidez, pero en el lugar no había nadie.
Luego de saltar y caer sobre una carreta de heno se adentró con velocidad en los maizales. Corrió sin detenerse a través de estos, pero poco se alejaba de la casa, parecía que no avanzaba nada. Los gemidos de sus cazadores le incitaron a esforzarse más por alcanzar un lugar seguro. Pensó en regresar al auto, pero no tenía las llaves y era demasiado peligroso darse el tiempo para buscarlas con su familia merodeando el lugar.
De repente paró en seco, oyó otras pisadas acercarse a él rápidamente.
-¿No son los únicos aquí...? -se preguntó en voz baja.
Se agachó y se arrastró hacia un lado. Pocos segundos después llegaban dos sujetos corriendo a gran velocidad como desquiciados que se detuvieron cerca de donde él había estado antes; miraban a todos lados buscando, pero no encontraron nada. Caminaron despacio por los alrededores.
Erik aterrado se arrastró con sigilo para alejarse de ellos; momentos después miró hacia atrás y ya no había nadie, al parecer los contagiados se habían marchado. Se levantó e intentó avanzar sin hacer mucho ruido. Cuando había dado unos pocos pasos aparecieron desde el costado derecho tres sujetos gritando y gimiendo. Erik empezó a correr tan rápido como sus cansadas y temblorosas piernas le permitieron.
La carrera se hacía difícil con las plantas dándole en el rostro y en el cuerpo, pero sus perseguidores ni se inmutaban por estas, seguían como si nada tras él.
Se dio cuenta de que faltaba muy poco para salir ya de la plantación de maíz, fuera de ese lugar podría correr más rápido, pero los individuos que le daban caza lo alcanzarían también fácilmente.
Corrió sin cesar, pensando a momentos en rendirse y servir de juguete para los infectados, pues estos lo matarían a golpes dado el salvajismo que causaba la enfermedad.
Ya podía ver unos cuantos árboles y la carretera, si ponía todo su esfuerzo entonces podría subirse a uno sin que se dieran cuenta, pasar ahí la noche y esperar a que alguien le rescatase, aunque era algo poco probable, pero en momentos como ese no podía perder la esperanza hasta en la idea más tonta que se le ocurriera. De pronto salió y su sorpresa fue grande al ver a un hombre de pie a unos pocos metros de él, entonces pensó que estaba perdido, su muerte era inminente. Ya estaba demasiado cansado como para huir, le habían atrapado.
-¡Abajo idiota! -le dijo el sujeto al momento que le apuntaba con una escopeta.
Erik hizo caso de inmediato y se lanzó al suelo como si este fuera agua e intentara hundirse para perder a sus perseguidores. Sintió el barro en su rostro y en sus brazos al quedar acostado; cerró los ojos, apretó los dientes y se quedó ahí, esperando a que el hombre hiciera algo. Segundos después oyó dos disparos y en seguida el sonido de tres cuerpos pesados cayendo al suelo muy cerca de él.
-De pie muchacho... -ordenó el sujeto, en ese momento los gritos de otros se escucharon desde las plantaciones de maíz- ¡De prisa!
Erik se levantó y le siguió. Cruzaron la carretera para luego ingresar al bosque. El terreno accidentado les impidió ir más rápido, pero ya casi estaban a salvo. Minutos más tarde se encontraron con una pequeña cabaña a oscuras.
-Entra, rápido -ordenó el individuo mientras miraba hacia atrás, percatándose de que no les hubiesen seguido.
Erik pasó a un lado de quien le había salvado la vida y pudo verle el rostro más de cerca, era un viejo de barba gris, un poco sucia, vestía una camisa rasgada con varios manchones de sangre sobre ella. Era de tez blanca y ojos de color marrón oscuro.
-No hagas ruido... -le ordenó en voz baja al mismo tiempo que cerraba la puerta con seguro.
Los minutos pasaron, pero nada sucedió, ni siquiera gemidos escuchaban, tal vez ya se había alejado del lugar. El viejo apoyó la escopeta en la pared a un lado de la puerta y suspiró de cansancio.
-Mi nombre es Juan... -le dijo a Erik estirando la mano.
-Yo soy Erik -contestó el muchacho estrechando la de Juan.
-Es un suicidio entrar a esa granja -dijo el viejo sentándose en el suelo, ya que el lugar al parecer servía sólo para almacenaje-. Tuve la idea de esconderme en esa granja, pero los vi llegar, eran alrededor de veinte los que se adentraron en los maizales. Me escondí entre los árboles a un lado de la carretera. Minutos después oí gritos y disparos. Todo eso sucedió aproximadamente al medio día.
Erik se quedó pasmado al escuchar la historia, su familia había sido atacada unas horas después de haberles hablado por teléfono. Bajó la mirada con tristeza e intentó no pensar en eso, nunca habría imaginado que sería la última conversación que tendría con ellos.
-Yo... eran mi familia, se supone que venía a buscarlos para llevarlos a la ciudad -explicó Erik-. Pensé que algunos militares y la policía local habían contenido a los contagiados en el lugar de origen.
-Así fue, pero sólo por un par de horas -contestó Juan-. Durante la madrugada de hoy las fuerzas fueron atacadas por estos sujetos. Mueren con un disparo, igual que las personas normales, pero son demasiado rápidos, ni siquiera te das cuenta cuando ya los tienes encima. Las granjas de los alrededores ya deben estar repletos de ellos. Encontré este lugar y me escondí, hasta que hace un rato escuché disparos. Creí que habían enviado otra fuerza para hacer desaparecer a esos malditos, pero me quedé en la carretera, oculto en los árboles, esperando y ahí te encontré.
-Fui yo el de los disparos... pero creo que he perdido el arma mientras corría, no se en que momento, lo único que pensaba era en escapar -dijo Erik.
-Entiendo...
Se quedaron en silencio unos momentos, escuchando y mirando a todos lados. Parecía que no andaban cerca del lugar, eso les permitiría pasar la noche a salvo.
-Una amiga me llamó al teléfono celular unas horas atrás, dijo que habían evacuado a todos en las cercanías...
-Evacuar... para nada, eso nunca iba a suceder. Es lo que dicen a los noticiarios para calmar a las personas. Los habitantes debían huir por su propia cuenta, lo malo es que por aquí no muchos entienden la gravedad de cosas como estas o son demasiado testarudos para abandonar sus hogares y tierras.
Erik recordó al viejo mecánico que había revisado su auto en el trayecto a la granja; sonrió a medias.
-¿Tienes el teléfono aquí? -preguntó Juan ansioso de escuchar una respuesta positiva.
Erik negó moviendo la cabeza.
-Está en el auto... que se encuentra frente a mi casa en la granja...
-Casi imposible de conseguir. Esa gente enferma aun debe merodear los maizales.
-¿Qué haremos, entonces? -preguntó Erik cruzando los brazos.
-En unas horas amanecerá -respondió Juan mientras sacaba un antiguo reloj de bolsillo-. Creo que es mala idea pasear a plena luz del día con esos locos dando vueltas por ahí. Por ahora duerme, yo me quedaré vigilando.
Erik asintió, se apoyó en la pared junto a unos barriles y cerró los ojos. No sabía si podría dormir, pero se sentía demasiado cansado, y debía aprovechar mientras estuviera a salvo en aquel almacén.
viernes, 26 de octubre de 2007
miércoles, 24 de octubre de 2007
Capítulo 2: Llegada
-¿No sabes lo que sucedió? -preguntó el viejo mecánico del lugar.
-En realidad... no -contestó el muchacho que le miraba con desconcierto.
-Hace tres días que la totalidad de los habitantes de un pueblo cercano han caído enfermos. Es algo extraño, se comportan como seres irracionales; lo he visto en la televisión, atacan a mordidas a los que se les cruzan por el frente. Pero los militares y unos pocos policías locales les han detenido el avance por ahora.
El muchacho de cabello negro, ojos azules y piel pálida abrió le entregó dinero al hombre y abrió la puerta del auto.
-Entonces usted debería marcharse de este sitio ¿no cree? -preguntó arqueando una ceja.
El mecánico soltó una carcajada y se dio dos suaves golpes en la panza.
-Claro que no, este ha sido el negocio de mi familia por muchos años, sería un insulto a la memoria de mi padre, que en paz descanse. La mayoría de los pobladores se ha ido por el miedo a esa epidemia, pero yo me quedaré hasta el final.
-Como usted quiera...
El muchacho se subió al auto, bajó el vidrio para sentir la fresca brisa de la tarde de verano.
-Pienso que me estás mintiendo; si sabes acerca de la historia, de las noticias sobre ese suceso y me parece que te diriges hacia allá. Espero que no seas uno de esos tontos reporteros que dan su vida por la primicia -dijo de pronto el hombre acercándose a la ventana-. Yo estoy un poco loco por quedarme, pero tú si que eres idiota.
El chico sonrió por unos segundos al mirarle, luego dirigió la mirada hacia el frente y frunció el ceño. Encendió el auto y segundos después se vio en la carretera flanqueada por el bosque. El teléfono celular en el asiento de al lado comenzó a sonar, el muchacho lo miró de reojo y lo cogió sin prisa.
-¿Diga? -contestó con desinterés.
"Erik, no vayas, he visto en las noticias que es peligroso -advirtió la voz de una muchacha-, a estas horas ya han evacuado a la mayoría de las personas que viven en los alrededores. Ellos deben estar a salvo; además han colocado barricadas en las carreteras, no dejan pasar a nadie."
-Ya te lo dije, sólo los buscaré y los llevaré a la ciudad, no te preocupes por mi -contestó el muchacho.
La llamada se cortó en ese instante; miró la pantalla del teléfono, pudo ver que no tenía señal alguna. Tampoco podría devolverle la llamada. Lanzó el celular al asiento de al lado y siguió manejando. Pronto el sol desapareció y la luna iluminó la vacía carretera. Se suponía que no demoraría demasiado en llegar, eso le había dicho a su familia antes de salir de la universidad aquel día muy temprano por la mañana. Sería un agrado volver a la granja, aunque fuese por unos momentos.
Aumentó la velocidad un poco más, lo de la enfermedad le estaba preocupando demasiado, sus padres y su hermana pequeña corrían peligro quedándose en el campo. Pero si era verdad que los habían evacuado, entonces no había problema alguno. De pronto la sombra de algo o alguien pasó corriendo frente al auto con gran rapidez. Erik frenó de golpe y los neumáticos provocaron un estruendoso sonido. Se quedó mirando, aferrado al volante, a todos lados, pero no había nadie y era imposible intentar observar a través del espeso bosque. Sintió un poco de miedo, pensó en un animal, pero era demasiado grande como para ser uno, si era una persona entonces tenía que tener cuidado, tal vez era algún ladrón que provocaba accidentes en el camino atravesándose de esa forma para poder asaltar más fácilmente. De debajo del asiento sacó una pequeña pistola que uno de sus amigos le había prestado antes de iniciar su viaje. Entonces recordó la enfermedad, podía ser alguien que se haya contagiado, tal vez se la contagiaría a él. Rápidamente pisó el acelerador y continuó su camino.
Pasaron dos horas desde que se había detenido, llegaba a la enorme granja de sus padres. Los maizales cubrían varias hectáreas y había un sólo camino de tierra que llegaba directo a la casa.
-Es extraño... -murmuró al mirar hacia adelante en el camino- no hay ninguna luz que provenga desde la casa. Es muy temprano para que duerman aun, además les dije que vendría a buscarlos. Tal vez la policía del pueblo vino y se los llevó a un lugar más seguro.
Anduvo lentamente por el camino de tierra y piedras, no deseaba aumentar la velocidad para no causarle daño al auto o a los neumáticos. Mientras manejaba miraba a todos lados con desconfianza, tenía el presentimiento de que alguien se lanzaría contra el vehículo en cualquier momento.
-Maldita epidemia... -farfulló.
Después de unos minutos llegó a la gran casa, de color blanco y muy bella, con flores de todos los colores plantadas a su alrededor. Se bajó del auto, no sin antes tomar el arma que guardaba bajo el asiento del conductor, y caminó sigilosamente hasta la casa. De pronto las nubes cubrieron la luna y el brillo de esta desapareció dejándolo en medio de la aterradora oscuridad del lugar, en ese instante su corazón dio un salto, parecía que avanzaba con lentitud, las piernas le temblaron. Al acercarse más, se dio cuenta de que la puerta de entrada estaba abierta y tenía una oscura mancha encima, debido a la falta de luz no podía apreciarla bien. Subió las pequeñas escalerillas que lo llevarían hasta la parte delantera de la casa y antes de cruzar el umbral intentó observar, pero la oscuridad era total. Entró muy despacio, con el arma en alto, desafortunadamente no sabía utilizarla muy bien, sólo la había traído para asustar a alguien si era necesario, pero no para usarla.
Se quedó paralizado en la entrada, no sabía porque, pero las piernas ya no le respondían. Aquella enfermedad tan extraña, los síntomas que causaba en las personas; según había escuchado en el noticiario, esta apartaba a la persona totalmente de la razón llevándole al salvajismo y canibalismo total, como si quien la tuviese se moviera por el impulso de alimentarse y matar. Todo eso pasaba por su mente hasta que la madera del piso crujió a unos metros de él. Apuntó con desesperación hacia ningún lugar, los brazos le temblaron. Entonces pensó que podían ser sus padres, quienes habían dejado todo a oscuras para no ser encontrados por los contagiados. Otra vez la madera crujió, esta vez más cerca de él.
Ya no pudo más, se dio vuelta y corrió tan rápido como pudo hasta el auto, otros ruidos de pisadas se unieron a las suyas junto a un sonido metálico como de llaves que caía sobre el piso de madera; se giró para ver bien y sólo vio a un sujeto salir de la casa a gran velocidad. Afortunadamente había dejado la puerta abierta del vehículo, se introdujo en él y apuntó desde dentro hacia el vidrio delantero. El individuo que le perseguía se lanzó sobre el auto e intentó romper el cristal con los puños de manera salvaje. Erik cerró los ojos y disparó tres veces y una de las balas penetró afortunadamente en la garganta del hombre, quien cayó temblando y escupiendo sangre al suelo.
Erik se dispuso a encender el vehículo, pero las llaves no estaban, entonces recordó aquel ruido que había sentido al correr. Se bajó rápidamente, con el corazón a punto de salir disparado del pecho, miró por el lugar, pero debido a la oscuridad no las encontraba. En ese momento escuchó un gemido, como de animal, proveniente de los maizales que rodeaban la casa. Con desesperación entró en la casa y cerró la puerta con el seguro.
-Están aquí... ya han llegado hasta este lugar... -murmuró aterrado.
Desde el maizal llegaron corriendo cuatro individuos a los que no pudo identificar con claridad. Sus movimientos bruscos al moverse evidenciaban el salvajismo en ellos, estaban contagiados con aquella enfermedad desconocida. En ese instante las nubes se alejaron de la luna y permitieron que nuevamente iluminara el lugar.
Dos hombres, una mujer y una niña hurgueteaban en el auto. De sus bocas brotaba sangre, tenían cortes en varias partes de sus cuerpos. Estaban pálidos, como si estuviesen muertos, sus ojos estaban inyectados en sangre.
-No puede ser... -murmuró al reconocer a dos de ellos- papá, Hanna...
Retrocedió atemorizado lentamente, entonces el piso crujió, se dio la vuelta para mirar y vio a su madre lanzarse como una fiera sobre él.
-En realidad... no -contestó el muchacho que le miraba con desconcierto.
-Hace tres días que la totalidad de los habitantes de un pueblo cercano han caído enfermos. Es algo extraño, se comportan como seres irracionales; lo he visto en la televisión, atacan a mordidas a los que se les cruzan por el frente. Pero los militares y unos pocos policías locales les han detenido el avance por ahora.
El muchacho de cabello negro, ojos azules y piel pálida abrió le entregó dinero al hombre y abrió la puerta del auto.
-Entonces usted debería marcharse de este sitio ¿no cree? -preguntó arqueando una ceja.
El mecánico soltó una carcajada y se dio dos suaves golpes en la panza.
-Claro que no, este ha sido el negocio de mi familia por muchos años, sería un insulto a la memoria de mi padre, que en paz descanse. La mayoría de los pobladores se ha ido por el miedo a esa epidemia, pero yo me quedaré hasta el final.
-Como usted quiera...
El muchacho se subió al auto, bajó el vidrio para sentir la fresca brisa de la tarde de verano.
-Pienso que me estás mintiendo; si sabes acerca de la historia, de las noticias sobre ese suceso y me parece que te diriges hacia allá. Espero que no seas uno de esos tontos reporteros que dan su vida por la primicia -dijo de pronto el hombre acercándose a la ventana-. Yo estoy un poco loco por quedarme, pero tú si que eres idiota.
El chico sonrió por unos segundos al mirarle, luego dirigió la mirada hacia el frente y frunció el ceño. Encendió el auto y segundos después se vio en la carretera flanqueada por el bosque. El teléfono celular en el asiento de al lado comenzó a sonar, el muchacho lo miró de reojo y lo cogió sin prisa.
-¿Diga? -contestó con desinterés.
"Erik, no vayas, he visto en las noticias que es peligroso -advirtió la voz de una muchacha-, a estas horas ya han evacuado a la mayoría de las personas que viven en los alrededores. Ellos deben estar a salvo; además han colocado barricadas en las carreteras, no dejan pasar a nadie."
-Ya te lo dije, sólo los buscaré y los llevaré a la ciudad, no te preocupes por mi -contestó el muchacho.
La llamada se cortó en ese instante; miró la pantalla del teléfono, pudo ver que no tenía señal alguna. Tampoco podría devolverle la llamada. Lanzó el celular al asiento de al lado y siguió manejando. Pronto el sol desapareció y la luna iluminó la vacía carretera. Se suponía que no demoraría demasiado en llegar, eso le había dicho a su familia antes de salir de la universidad aquel día muy temprano por la mañana. Sería un agrado volver a la granja, aunque fuese por unos momentos.
Aumentó la velocidad un poco más, lo de la enfermedad le estaba preocupando demasiado, sus padres y su hermana pequeña corrían peligro quedándose en el campo. Pero si era verdad que los habían evacuado, entonces no había problema alguno. De pronto la sombra de algo o alguien pasó corriendo frente al auto con gran rapidez. Erik frenó de golpe y los neumáticos provocaron un estruendoso sonido. Se quedó mirando, aferrado al volante, a todos lados, pero no había nadie y era imposible intentar observar a través del espeso bosque. Sintió un poco de miedo, pensó en un animal, pero era demasiado grande como para ser uno, si era una persona entonces tenía que tener cuidado, tal vez era algún ladrón que provocaba accidentes en el camino atravesándose de esa forma para poder asaltar más fácilmente. De debajo del asiento sacó una pequeña pistola que uno de sus amigos le había prestado antes de iniciar su viaje. Entonces recordó la enfermedad, podía ser alguien que se haya contagiado, tal vez se la contagiaría a él. Rápidamente pisó el acelerador y continuó su camino.
Pasaron dos horas desde que se había detenido, llegaba a la enorme granja de sus padres. Los maizales cubrían varias hectáreas y había un sólo camino de tierra que llegaba directo a la casa.
-Es extraño... -murmuró al mirar hacia adelante en el camino- no hay ninguna luz que provenga desde la casa. Es muy temprano para que duerman aun, además les dije que vendría a buscarlos. Tal vez la policía del pueblo vino y se los llevó a un lugar más seguro.
Anduvo lentamente por el camino de tierra y piedras, no deseaba aumentar la velocidad para no causarle daño al auto o a los neumáticos. Mientras manejaba miraba a todos lados con desconfianza, tenía el presentimiento de que alguien se lanzaría contra el vehículo en cualquier momento.
-Maldita epidemia... -farfulló.
Después de unos minutos llegó a la gran casa, de color blanco y muy bella, con flores de todos los colores plantadas a su alrededor. Se bajó del auto, no sin antes tomar el arma que guardaba bajo el asiento del conductor, y caminó sigilosamente hasta la casa. De pronto las nubes cubrieron la luna y el brillo de esta desapareció dejándolo en medio de la aterradora oscuridad del lugar, en ese instante su corazón dio un salto, parecía que avanzaba con lentitud, las piernas le temblaron. Al acercarse más, se dio cuenta de que la puerta de entrada estaba abierta y tenía una oscura mancha encima, debido a la falta de luz no podía apreciarla bien. Subió las pequeñas escalerillas que lo llevarían hasta la parte delantera de la casa y antes de cruzar el umbral intentó observar, pero la oscuridad era total. Entró muy despacio, con el arma en alto, desafortunadamente no sabía utilizarla muy bien, sólo la había traído para asustar a alguien si era necesario, pero no para usarla.
Se quedó paralizado en la entrada, no sabía porque, pero las piernas ya no le respondían. Aquella enfermedad tan extraña, los síntomas que causaba en las personas; según había escuchado en el noticiario, esta apartaba a la persona totalmente de la razón llevándole al salvajismo y canibalismo total, como si quien la tuviese se moviera por el impulso de alimentarse y matar. Todo eso pasaba por su mente hasta que la madera del piso crujió a unos metros de él. Apuntó con desesperación hacia ningún lugar, los brazos le temblaron. Entonces pensó que podían ser sus padres, quienes habían dejado todo a oscuras para no ser encontrados por los contagiados. Otra vez la madera crujió, esta vez más cerca de él.
Ya no pudo más, se dio vuelta y corrió tan rápido como pudo hasta el auto, otros ruidos de pisadas se unieron a las suyas junto a un sonido metálico como de llaves que caía sobre el piso de madera; se giró para ver bien y sólo vio a un sujeto salir de la casa a gran velocidad. Afortunadamente había dejado la puerta abierta del vehículo, se introdujo en él y apuntó desde dentro hacia el vidrio delantero. El individuo que le perseguía se lanzó sobre el auto e intentó romper el cristal con los puños de manera salvaje. Erik cerró los ojos y disparó tres veces y una de las balas penetró afortunadamente en la garganta del hombre, quien cayó temblando y escupiendo sangre al suelo.
Erik se dispuso a encender el vehículo, pero las llaves no estaban, entonces recordó aquel ruido que había sentido al correr. Se bajó rápidamente, con el corazón a punto de salir disparado del pecho, miró por el lugar, pero debido a la oscuridad no las encontraba. En ese momento escuchó un gemido, como de animal, proveniente de los maizales que rodeaban la casa. Con desesperación entró en la casa y cerró la puerta con el seguro.
-Están aquí... ya han llegado hasta este lugar... -murmuró aterrado.
Desde el maizal llegaron corriendo cuatro individuos a los que no pudo identificar con claridad. Sus movimientos bruscos al moverse evidenciaban el salvajismo en ellos, estaban contagiados con aquella enfermedad desconocida. En ese instante las nubes se alejaron de la luna y permitieron que nuevamente iluminara el lugar.
Dos hombres, una mujer y una niña hurgueteaban en el auto. De sus bocas brotaba sangre, tenían cortes en varias partes de sus cuerpos. Estaban pálidos, como si estuviesen muertos, sus ojos estaban inyectados en sangre.
-No puede ser... -murmuró al reconocer a dos de ellos- papá, Hanna...
Retrocedió atemorizado lentamente, entonces el piso crujió, se dio la vuelta para mirar y vio a su madre lanzarse como una fiera sobre él.
martes, 23 de octubre de 2007
Capítulo 1: Epidemia
-¿Cuál es su estado? -preguntó un hombre alto, de bata blanca, cabello rubio, ojos azules y de constitución delgada, a la enfermera que iba junto a la camilla en la que llevaban a un muchacho que no mostraba síntoma alguno de vida.
-Parece estar muerto, pero aun tiene pulso, sólo su aspecto externo es grave -contestó la mujer-. Tiene fiebre y me han informado de que escupió sangre dos veces en la ambulancia.
-¿Alguien sabe lo que le sucedió? -preguntó el doctor mientras tocaba la frente del chico.
-Sus padres dijeron que se encontraba de campamento, en el bosque cercano al pueblo, con unos amigos; ellos dijeron que se desmayó de repente, lo trajeron tan rápido como pudieron, pero como andaban a pie tardaron un poco más de hora y media.
El médico observaba con interés al muchacho, sus síntomas eran demasiado extraño, puesto que llevaba más de una hora y media desmayado. Pensó en todas las posibles enfermedades, en alguna caída o algo así, pero nada se le ocurría, jamás había visto algo así.
-Mire ahí... -apuntó de pronto la enfermera al cuello del chico, en donde tenía una pequeña picadura de insecto.
-Podría ser una alergia, pero se ve demasiado grave como para que fuera una. Tal vez no tiene nada que ver -dijo el doctor.
Continuaron por un pasillo de baldosas blancas, pasaron por una doble puerta y entraron en una habitación equipada con casi todo lo necesario para atender a un enfermo.
-Si empeora deberá ser llevado a la ciudad -dijo la enfermera mirando con preocupación al doctor- Pero será difícil de todas formas, ya son las nueve de la noche y Henry, el de la ambulancia, no se encuentra aquí.
-Haremos todo lo posible para que no suceda eso... debo hablar con sus padres. Cuida de él hasta que vuelva.
La mujer asintió un poco insegura. El silencio se apoderó de la sala, era algo inquietante. Buscó en unos cajones algunas jeringas y tomó una pequeña bolsa que contenía suero.
-No sentirás nada de...
Se quedó muda e inmóvil al ver que el chico ya no se encontraba en la camilla. Su respiración se aceleró y el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Después de unos segundos en lo que el miedo la dominó dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el muro, así tenía a vista todo el lugar y si el muchacho tenía ganas de bromear no la sorprendería.
-Ya deja... esto... no es... chistoso -tartamudeó.
Pero era extraño, el chico enfermo no podía levantarse de repente como si nada; algo andaba muy mal.
Caminó muy despacio hasta la puerta, en cuanto la cruzara saldría corriendo sin parar en busca del doctor o de cualquier otro funcionario del pequeño hospital para que le ayudase. De repente oyó un disparo y en ese momento una larga y blanca cortina que separaba una parte de la sala, en la que se encontraban otras máquinas para asistir a un herido, se movió levemente. Entonces la mujer ya no aguantó el miedo y salió corriendo sin importarle nada. Corrió a través de los pasillos lo más veloz que pudo hasta la recepción, en donde se encontró con el cadáver de un hombre. Se cubrió la boca y se apoyó en el muro. Miro a todos lados en busca de ayuda, pero no había rastro del doctor, ni de ninguna otra persona. Se acercó a una puerta que tenía un grabado que decía "seguridad", llamó dos veces sin dejar de mirar a todos lados nerviosamente, pero nadie abrió, entonces giró el pomo y entró. El guardia no estaba, sin embargo todos los monitores de las cámaras de seguridad estaban encendidos. Se sentó en la silla giratoria que se encontraba frente a los televisores y comenzó a observar uno por uno. En ese momento el agudo grito de dolor de alguna persona dentro del hospital le colocó los pelos de punta y segundos después vio a un sujeto corriendo por uno de los pasillos, por sus ropas, no pertenecía al hospital. Corría como salvaje y se dirigía a la habitación en la que ella había estado antes de ir a la recepción. Algo en su interior le indicó que no saliera del lugar. Sintió miedo y pánico, pero no estaba dispuesta a gritar o algo por el estilo, pues llamaría la atención
-¿Qué diablos sucede...? -se preguntó a si misma en voz baja.
Minutos después alguien golpeó la puerta con gran fuerza. La enfermera se levantó de la silla de inmediato. Nuevamente el mismo golpe. Observó a los monitores, buscó el de la recepción y vio a un hombre de bata blanca, muy parecido al doctor con el que había hablado antes, pero parecía diferente, parecía un animal, pues se estrellaba una y otra vez con la puerta. La mujer estaba completamente aterrada, no se podía imaginar que era lo que sucedía; tal vez era un pesadilla.
Sonrió a medias, intentado convencerse de que era un mal sueño, pero no era así, no era una fantasía. Los golpes siguientes y los continuos gritos de los sujetos que corrían por los pasillos le dieron a entender de que la situación era bastante real. Aparecieron más, ya eran seis individuos los que vagaban por el lugar actuando como salvajes. Parecían estar empapados de sangre.
En ese momento la puerta comenzó a ceder, pronto se abriría y el doctor entraría. Miró a todos lados, un ducto de ventilación cerca del techo le dio esperanzas. Colocó la silla por debajo de su posible vía de escape y se subió en ella para entrar en el ducto. Parecía haber sido hecho a su medida, pues no tuvo problemas en entrar. Comenzó a avanzar arrastrándose, y cuando hubo andado unos metros el ruido de la puerta haciéndose añicos le hizo seguir más rápido. Llegó hasta los vestidores, en ese lugar había una ventana por la cual podría escapar. Se sintió aliviada. Quitó la rejilla sin hacer mucho ruido y bajó con cuidado de no dañarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y cuando se dispuso a abrir la ventana miró hacia atrás por curiosidad. El muchacho que se suponía estaba gravemente enfermo la miraba con los ojos bien abiertos e inyectados de sangre; parecía agitado y de su boca corría un hilo de sangre. Entonces supo que ya no tenía escapatoria. Deseó haber sabido que sucedía con todos antes de morir, pero aquella petición que pasó por su mente en aquel momento jamás se realizaría.
El doctor caminó rápidamente hasta la recepción en busca de los padres del muchacho enfermo, tenía unas cuantas preguntas que hacerles, además necesitaba ver a quienes le habían traído al hospital.
Le pareció extraño no escuchar ruido alguno proveniente de las demás habitaciones. Sintió escalofríos y avanzó más rápido. Justo antes de llegar un hombre se abalanzó sobre él y le mordió en el hombro, en ese momento un disparo directo a la cabeza del sujeto hizo que le soltara. El doctor se puso de pie dolorido por la herida y vio al guardia, un hombre gordo de cabello negro y de baja estatura, que le apuntaba tembloroso.
-No... dispare -pidió con dificultad debido al dolor.
El rostro del guardia estaba pálido, parecía muy asustado o sorprendido por algo realmente horrible. Desde una esquina de la recepción observaba una mujer de cabello castaño y tez morena. Ella tenía la misma expresión que el guardia en su rostro. En ese instante dos sujetos entraron a gran velocidad al hospital, uno de ellos se abalanzó sobre el guardia y el otro intentó coger a la mujer, pero esta huyó despavorida por uno de los pasillos. El médico los siguió, aun sin entender por qué actuaban así aquellos individuos, incluido el que le había atacado antes. De repente un muchacho ensangrentado entró por la ventana del pasillo, desde fuera del hospital, rompiendo el vidrió. El doctor cayó al suelo, no pudo defenderse, ni siquiera hacer un poco de resistencia. El chico le mordió el cuello con fiereza. Pero un grito, proveniente de algún lugar muy cercano, hizo que le soltara de inmediato, dejándolo moribundo sobre un charco de sangre que aumentaba a cada momento.
-Parece estar muerto, pero aun tiene pulso, sólo su aspecto externo es grave -contestó la mujer-. Tiene fiebre y me han informado de que escupió sangre dos veces en la ambulancia.
-¿Alguien sabe lo que le sucedió? -preguntó el doctor mientras tocaba la frente del chico.
-Sus padres dijeron que se encontraba de campamento, en el bosque cercano al pueblo, con unos amigos; ellos dijeron que se desmayó de repente, lo trajeron tan rápido como pudieron, pero como andaban a pie tardaron un poco más de hora y media.
El médico observaba con interés al muchacho, sus síntomas eran demasiado extraño, puesto que llevaba más de una hora y media desmayado. Pensó en todas las posibles enfermedades, en alguna caída o algo así, pero nada se le ocurría, jamás había visto algo así.
-Mire ahí... -apuntó de pronto la enfermera al cuello del chico, en donde tenía una pequeña picadura de insecto.
-Podría ser una alergia, pero se ve demasiado grave como para que fuera una. Tal vez no tiene nada que ver -dijo el doctor.
Continuaron por un pasillo de baldosas blancas, pasaron por una doble puerta y entraron en una habitación equipada con casi todo lo necesario para atender a un enfermo.
-Si empeora deberá ser llevado a la ciudad -dijo la enfermera mirando con preocupación al doctor- Pero será difícil de todas formas, ya son las nueve de la noche y Henry, el de la ambulancia, no se encuentra aquí.
-Haremos todo lo posible para que no suceda eso... debo hablar con sus padres. Cuida de él hasta que vuelva.
La mujer asintió un poco insegura. El silencio se apoderó de la sala, era algo inquietante. Buscó en unos cajones algunas jeringas y tomó una pequeña bolsa que contenía suero.
-No sentirás nada de...
Se quedó muda e inmóvil al ver que el chico ya no se encontraba en la camilla. Su respiración se aceleró y el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Después de unos segundos en lo que el miedo la dominó dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el muro, así tenía a vista todo el lugar y si el muchacho tenía ganas de bromear no la sorprendería.
-Ya deja... esto... no es... chistoso -tartamudeó.
Pero era extraño, el chico enfermo no podía levantarse de repente como si nada; algo andaba muy mal.
Caminó muy despacio hasta la puerta, en cuanto la cruzara saldría corriendo sin parar en busca del doctor o de cualquier otro funcionario del pequeño hospital para que le ayudase. De repente oyó un disparo y en ese momento una larga y blanca cortina que separaba una parte de la sala, en la que se encontraban otras máquinas para asistir a un herido, se movió levemente. Entonces la mujer ya no aguantó el miedo y salió corriendo sin importarle nada. Corrió a través de los pasillos lo más veloz que pudo hasta la recepción, en donde se encontró con el cadáver de un hombre. Se cubrió la boca y se apoyó en el muro. Miro a todos lados en busca de ayuda, pero no había rastro del doctor, ni de ninguna otra persona. Se acercó a una puerta que tenía un grabado que decía "seguridad", llamó dos veces sin dejar de mirar a todos lados nerviosamente, pero nadie abrió, entonces giró el pomo y entró. El guardia no estaba, sin embargo todos los monitores de las cámaras de seguridad estaban encendidos. Se sentó en la silla giratoria que se encontraba frente a los televisores y comenzó a observar uno por uno. En ese momento el agudo grito de dolor de alguna persona dentro del hospital le colocó los pelos de punta y segundos después vio a un sujeto corriendo por uno de los pasillos, por sus ropas, no pertenecía al hospital. Corría como salvaje y se dirigía a la habitación en la que ella había estado antes de ir a la recepción. Algo en su interior le indicó que no saliera del lugar. Sintió miedo y pánico, pero no estaba dispuesta a gritar o algo por el estilo, pues llamaría la atención
-¿Qué diablos sucede...? -se preguntó a si misma en voz baja.
Minutos después alguien golpeó la puerta con gran fuerza. La enfermera se levantó de la silla de inmediato. Nuevamente el mismo golpe. Observó a los monitores, buscó el de la recepción y vio a un hombre de bata blanca, muy parecido al doctor con el que había hablado antes, pero parecía diferente, parecía un animal, pues se estrellaba una y otra vez con la puerta. La mujer estaba completamente aterrada, no se podía imaginar que era lo que sucedía; tal vez era un pesadilla.
Sonrió a medias, intentado convencerse de que era un mal sueño, pero no era así, no era una fantasía. Los golpes siguientes y los continuos gritos de los sujetos que corrían por los pasillos le dieron a entender de que la situación era bastante real. Aparecieron más, ya eran seis individuos los que vagaban por el lugar actuando como salvajes. Parecían estar empapados de sangre.
En ese momento la puerta comenzó a ceder, pronto se abriría y el doctor entraría. Miró a todos lados, un ducto de ventilación cerca del techo le dio esperanzas. Colocó la silla por debajo de su posible vía de escape y se subió en ella para entrar en el ducto. Parecía haber sido hecho a su medida, pues no tuvo problemas en entrar. Comenzó a avanzar arrastrándose, y cuando hubo andado unos metros el ruido de la puerta haciéndose añicos le hizo seguir más rápido. Llegó hasta los vestidores, en ese lugar había una ventana por la cual podría escapar. Se sintió aliviada. Quitó la rejilla sin hacer mucho ruido y bajó con cuidado de no dañarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y cuando se dispuso a abrir la ventana miró hacia atrás por curiosidad. El muchacho que se suponía estaba gravemente enfermo la miraba con los ojos bien abiertos e inyectados de sangre; parecía agitado y de su boca corría un hilo de sangre. Entonces supo que ya no tenía escapatoria. Deseó haber sabido que sucedía con todos antes de morir, pero aquella petición que pasó por su mente en aquel momento jamás se realizaría.
El doctor caminó rápidamente hasta la recepción en busca de los padres del muchacho enfermo, tenía unas cuantas preguntas que hacerles, además necesitaba ver a quienes le habían traído al hospital.
Le pareció extraño no escuchar ruido alguno proveniente de las demás habitaciones. Sintió escalofríos y avanzó más rápido. Justo antes de llegar un hombre se abalanzó sobre él y le mordió en el hombro, en ese momento un disparo directo a la cabeza del sujeto hizo que le soltara. El doctor se puso de pie dolorido por la herida y vio al guardia, un hombre gordo de cabello negro y de baja estatura, que le apuntaba tembloroso.
-No... dispare -pidió con dificultad debido al dolor.
El rostro del guardia estaba pálido, parecía muy asustado o sorprendido por algo realmente horrible. Desde una esquina de la recepción observaba una mujer de cabello castaño y tez morena. Ella tenía la misma expresión que el guardia en su rostro. En ese instante dos sujetos entraron a gran velocidad al hospital, uno de ellos se abalanzó sobre el guardia y el otro intentó coger a la mujer, pero esta huyó despavorida por uno de los pasillos. El médico los siguió, aun sin entender por qué actuaban así aquellos individuos, incluido el que le había atacado antes. De repente un muchacho ensangrentado entró por la ventana del pasillo, desde fuera del hospital, rompiendo el vidrió. El doctor cayó al suelo, no pudo defenderse, ni siquiera hacer un poco de resistencia. El chico le mordió el cuello con fiereza. Pero un grito, proveniente de algún lugar muy cercano, hizo que le soltara de inmediato, dejándolo moribundo sobre un charco de sangre que aumentaba a cada momento.
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