viernes, 26 de octubre de 2007

Capítulo 3: El Viejo

Con una fuerza extraordinaria la mujer lo lanzó contra la puerta.

-¡¿Mamá?!

Parecía no prestar atención al llamado del muchacho, no parecía razonar, lo único que hacía era gemir e intentar golpearle.
Erik la empujó hacia atrás logrando quitársela de encima y ocupó esos segundos en que ella se reponía para reanudar su ataque en correr hacia la escalera de madera rápidamente. En ese momento los que estaban afuera de la casa comenzaron a golpear con fuerza la puerta de entrada. La mujer corrió tras él y alcanzó uno de sus piernas, la sostuvo con fuerza y haló.
Erik la golpeó con el pie que tenía libre en el rostro, pero ni siquiera disminuía un poco la fuerza del apretón; mientras tanto, la puerta comenzó a ceder, uno de los sujetos de afuera la atravesó con el puño.
Volví a golpear, esta vez con más fuerza, a su madre en el rostro y esta finalmente lo dejó libre. Erik se colocó de pie y corrió hasta una de las habitaciones, seguido de cerca por la mujer, cuya ventana daba con la parte trasera de la casa.

-Mi familia. -murmuró en cuanto entró en el cuarto y cerró la puerta con el seguro- Ahora como escapo de este... -se quedó observando la ventana abierta.

Dos golpes, tres golpes. El ruido de la puerta de entrada haciéndose añicos se escuchó en toda la casa, los pasos acelerados por la escalera y luego por el pasillo flanqueado por tres habitaciones. Los cinco contagiados comenzaron a golpear con fuerza la puerta hasta que la rompieron y entraron con rapidez, pero en el lugar no había nadie.

Luego de saltar y caer sobre una carreta de heno se adentró con velocidad en los maizales. Corrió sin detenerse a través de estos, pero poco se alejaba de la casa, parecía que no avanzaba nada. Los gemidos de sus cazadores le incitaron a esforzarse más por alcanzar un lugar seguro. Pensó en regresar al auto, pero no tenía las llaves y era demasiado peligroso darse el tiempo para buscarlas con su familia merodeando el lugar.
De repente paró en seco, oyó otras pisadas acercarse a él rápidamente.

-¿No son los únicos aquí...? -se preguntó en voz baja.

Se agachó y se arrastró hacia un lado. Pocos segundos después llegaban dos sujetos corriendo a gran velocidad como desquiciados que se detuvieron cerca de donde él había estado antes; miraban a todos lados buscando, pero no encontraron nada. Caminaron despacio por los alrededores.
Erik aterrado se arrastró con sigilo para alejarse de ellos; momentos después miró hacia atrás y ya no había nadie, al parecer los contagiados se habían marchado. Se levantó e intentó avanzar sin hacer mucho ruido. Cuando había dado unos pocos pasos aparecieron desde el costado derecho tres sujetos gritando y gimiendo. Erik empezó a correr tan rápido como sus cansadas y temblorosas piernas le permitieron.
La carrera se hacía difícil con las plantas dándole en el rostro y en el cuerpo, pero sus perseguidores ni se inmutaban por estas, seguían como si nada tras él.
Se dio cuenta de que faltaba muy poco para salir ya de la plantación de maíz, fuera de ese lugar podría correr más rápido, pero los individuos que le daban caza lo alcanzarían también fácilmente.
Corrió sin cesar, pensando a momentos en rendirse y servir de juguete para los infectados, pues estos lo matarían a golpes dado el salvajismo que causaba la enfermedad.
Ya podía ver unos cuantos árboles y la carretera, si ponía todo su esfuerzo entonces podría subirse a uno sin que se dieran cuenta, pasar ahí la noche y esperar a que alguien le rescatase, aunque era algo poco probable, pero en momentos como ese no podía perder la esperanza hasta en la idea más tonta que se le ocurriera. De pronto salió y su sorpresa fue grande al ver a un hombre de pie a unos pocos metros de él, entonces pensó que estaba perdido, su muerte era inminente. Ya estaba demasiado cansado como para huir, le habían atrapado.

-¡Abajo idiota! -le dijo el sujeto al momento que le apuntaba con una escopeta.

Erik hizo caso de inmediato y se lanzó al suelo como si este fuera agua e intentara hundirse para perder a sus perseguidores. Sintió el barro en su rostro y en sus brazos al quedar acostado; cerró los ojos, apretó los dientes y se quedó ahí, esperando a que el hombre hiciera algo. Segundos después oyó dos disparos y en seguida el sonido de tres cuerpos pesados cayendo al suelo muy cerca de él.

-De pie muchacho... -ordenó el sujeto, en ese momento los gritos de otros se escucharon desde las plantaciones de maíz- ¡De prisa!

Erik se levantó y le siguió. Cruzaron la carretera para luego ingresar al bosque. El terreno accidentado les impidió ir más rápido, pero ya casi estaban a salvo. Minutos más tarde se encontraron con una pequeña cabaña a oscuras.

-Entra, rápido -ordenó el individuo mientras miraba hacia atrás, percatándose de que no les hubiesen seguido.

Erik pasó a un lado de quien le había salvado la vida y pudo verle el rostro más de cerca, era un viejo de barba gris, un poco sucia, vestía una camisa rasgada con varios manchones de sangre sobre ella. Era de tez blanca y ojos de color marrón oscuro.

-No hagas ruido... -le ordenó en voz baja al mismo tiempo que cerraba la puerta con seguro.

Los minutos pasaron, pero nada sucedió, ni siquiera gemidos escuchaban, tal vez ya se había alejado del lugar. El viejo apoyó la escopeta en la pared a un lado de la puerta y suspiró de cansancio.

-Mi nombre es Juan... -le dijo a Erik estirando la mano.

-Yo soy Erik -contestó el muchacho estrechando la de Juan.

-Es un suicidio entrar a esa granja -dijo el viejo sentándose en el suelo, ya que el lugar al parecer servía sólo para almacenaje-. Tuve la idea de esconderme en esa granja, pero los vi llegar, eran alrededor de veinte los que se adentraron en los maizales. Me escondí entre los árboles a un lado de la carretera. Minutos después oí gritos y disparos. Todo eso sucedió aproximadamente al medio día.

Erik se quedó pasmado al escuchar la historia, su familia había sido atacada unas horas después de haberles hablado por teléfono. Bajó la mirada con tristeza e intentó no pensar en eso, nunca habría imaginado que sería la última conversación que tendría con ellos.

-Yo... eran mi familia, se supone que venía a buscarlos para llevarlos a la ciudad -explicó Erik-. Pensé que algunos militares y la policía local habían contenido a los contagiados en el lugar de origen.

-Así fue, pero sólo por un par de horas -contestó Juan-. Durante la madrugada de hoy las fuerzas fueron atacadas por estos sujetos. Mueren con un disparo, igual que las personas normales, pero son demasiado rápidos, ni siquiera te das cuenta cuando ya los tienes encima. Las granjas de los alrededores ya deben estar repletos de ellos. Encontré este lugar y me escondí, hasta que hace un rato escuché disparos. Creí que habían enviado otra fuerza para hacer desaparecer a esos malditos, pero me quedé en la carretera, oculto en los árboles, esperando y ahí te encontré.

-Fui yo el de los disparos... pero creo que he perdido el arma mientras corría, no se en que momento, lo único que pensaba era en escapar -dijo Erik.

-Entiendo...

Se quedaron en silencio unos momentos, escuchando y mirando a todos lados. Parecía que no andaban cerca del lugar, eso les permitiría pasar la noche a salvo.

-Una amiga me llamó al teléfono celular unas horas atrás, dijo que habían evacuado a todos en las cercanías...

-Evacuar... para nada, eso nunca iba a suceder. Es lo que dicen a los noticiarios para calmar a las personas. Los habitantes debían huir por su propia cuenta, lo malo es que por aquí no muchos entienden la gravedad de cosas como estas o son demasiado testarudos para abandonar sus hogares y tierras.

Erik recordó al viejo mecánico que había revisado su auto en el trayecto a la granja; sonrió a medias.

-¿Tienes el teléfono aquí? -preguntó Juan ansioso de escuchar una respuesta positiva.

Erik negó moviendo la cabeza.

-Está en el auto... que se encuentra frente a mi casa en la granja...

-Casi imposible de conseguir. Esa gente enferma aun debe merodear los maizales.

-¿Qué haremos, entonces? -preguntó Erik cruzando los brazos.

-En unas horas amanecerá -respondió Juan mientras sacaba un antiguo reloj de bolsillo-. Creo que es mala idea pasear a plena luz del día con esos locos dando vueltas por ahí. Por ahora duerme, yo me quedaré vigilando.

Erik asintió, se apoyó en la pared junto a unos barriles y cerró los ojos. No sabía si podría dormir, pero se sentía demasiado cansado, y debía aprovechar mientras estuviera a salvo en aquel almacén.

No hay comentarios.: