-¿Cuál es su estado? -preguntó un hombre alto, de bata blanca, cabello rubio, ojos azules y de constitución delgada, a la enfermera que iba junto a la camilla en la que llevaban a un muchacho que no mostraba síntoma alguno de vida.
-Parece estar muerto, pero aun tiene pulso, sólo su aspecto externo es grave -contestó la mujer-. Tiene fiebre y me han informado de que escupió sangre dos veces en la ambulancia.
-¿Alguien sabe lo que le sucedió? -preguntó el doctor mientras tocaba la frente del chico.
-Sus padres dijeron que se encontraba de campamento, en el bosque cercano al pueblo, con unos amigos; ellos dijeron que se desmayó de repente, lo trajeron tan rápido como pudieron, pero como andaban a pie tardaron un poco más de hora y media.
El médico observaba con interés al muchacho, sus síntomas eran demasiado extraño, puesto que llevaba más de una hora y media desmayado. Pensó en todas las posibles enfermedades, en alguna caída o algo así, pero nada se le ocurría, jamás había visto algo así.
-Mire ahí... -apuntó de pronto la enfermera al cuello del chico, en donde tenía una pequeña picadura de insecto.
-Podría ser una alergia, pero se ve demasiado grave como para que fuera una. Tal vez no tiene nada que ver -dijo el doctor.
Continuaron por un pasillo de baldosas blancas, pasaron por una doble puerta y entraron en una habitación equipada con casi todo lo necesario para atender a un enfermo.
-Si empeora deberá ser llevado a la ciudad -dijo la enfermera mirando con preocupación al doctor- Pero será difícil de todas formas, ya son las nueve de la noche y Henry, el de la ambulancia, no se encuentra aquí.
-Haremos todo lo posible para que no suceda eso... debo hablar con sus padres. Cuida de él hasta que vuelva.
La mujer asintió un poco insegura. El silencio se apoderó de la sala, era algo inquietante. Buscó en unos cajones algunas jeringas y tomó una pequeña bolsa que contenía suero.
-No sentirás nada de...
Se quedó muda e inmóvil al ver que el chico ya no se encontraba en la camilla. Su respiración se aceleró y el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Después de unos segundos en lo que el miedo la dominó dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el muro, así tenía a vista todo el lugar y si el muchacho tenía ganas de bromear no la sorprendería.
-Ya deja... esto... no es... chistoso -tartamudeó.
Pero era extraño, el chico enfermo no podía levantarse de repente como si nada; algo andaba muy mal.
Caminó muy despacio hasta la puerta, en cuanto la cruzara saldría corriendo sin parar en busca del doctor o de cualquier otro funcionario del pequeño hospital para que le ayudase. De repente oyó un disparo y en ese momento una larga y blanca cortina que separaba una parte de la sala, en la que se encontraban otras máquinas para asistir a un herido, se movió levemente. Entonces la mujer ya no aguantó el miedo y salió corriendo sin importarle nada. Corrió a través de los pasillos lo más veloz que pudo hasta la recepción, en donde se encontró con el cadáver de un hombre. Se cubrió la boca y se apoyó en el muro. Miro a todos lados en busca de ayuda, pero no había rastro del doctor, ni de ninguna otra persona. Se acercó a una puerta que tenía un grabado que decía "seguridad", llamó dos veces sin dejar de mirar a todos lados nerviosamente, pero nadie abrió, entonces giró el pomo y entró. El guardia no estaba, sin embargo todos los monitores de las cámaras de seguridad estaban encendidos. Se sentó en la silla giratoria que se encontraba frente a los televisores y comenzó a observar uno por uno. En ese momento el agudo grito de dolor de alguna persona dentro del hospital le colocó los pelos de punta y segundos después vio a un sujeto corriendo por uno de los pasillos, por sus ropas, no pertenecía al hospital. Corría como salvaje y se dirigía a la habitación en la que ella había estado antes de ir a la recepción. Algo en su interior le indicó que no saliera del lugar. Sintió miedo y pánico, pero no estaba dispuesta a gritar o algo por el estilo, pues llamaría la atención
-¿Qué diablos sucede...? -se preguntó a si misma en voz baja.
Minutos después alguien golpeó la puerta con gran fuerza. La enfermera se levantó de la silla de inmediato. Nuevamente el mismo golpe. Observó a los monitores, buscó el de la recepción y vio a un hombre de bata blanca, muy parecido al doctor con el que había hablado antes, pero parecía diferente, parecía un animal, pues se estrellaba una y otra vez con la puerta. La mujer estaba completamente aterrada, no se podía imaginar que era lo que sucedía; tal vez era un pesadilla.
Sonrió a medias, intentado convencerse de que era un mal sueño, pero no era así, no era una fantasía. Los golpes siguientes y los continuos gritos de los sujetos que corrían por los pasillos le dieron a entender de que la situación era bastante real. Aparecieron más, ya eran seis individuos los que vagaban por el lugar actuando como salvajes. Parecían estar empapados de sangre.
En ese momento la puerta comenzó a ceder, pronto se abriría y el doctor entraría. Miró a todos lados, un ducto de ventilación cerca del techo le dio esperanzas. Colocó la silla por debajo de su posible vía de escape y se subió en ella para entrar en el ducto. Parecía haber sido hecho a su medida, pues no tuvo problemas en entrar. Comenzó a avanzar arrastrándose, y cuando hubo andado unos metros el ruido de la puerta haciéndose añicos le hizo seguir más rápido. Llegó hasta los vestidores, en ese lugar había una ventana por la cual podría escapar. Se sintió aliviada. Quitó la rejilla sin hacer mucho ruido y bajó con cuidado de no dañarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y cuando se dispuso a abrir la ventana miró hacia atrás por curiosidad. El muchacho que se suponía estaba gravemente enfermo la miraba con los ojos bien abiertos e inyectados de sangre; parecía agitado y de su boca corría un hilo de sangre. Entonces supo que ya no tenía escapatoria. Deseó haber sabido que sucedía con todos antes de morir, pero aquella petición que pasó por su mente en aquel momento jamás se realizaría.
El doctor caminó rápidamente hasta la recepción en busca de los padres del muchacho enfermo, tenía unas cuantas preguntas que hacerles, además necesitaba ver a quienes le habían traído al hospital.
Le pareció extraño no escuchar ruido alguno proveniente de las demás habitaciones. Sintió escalofríos y avanzó más rápido. Justo antes de llegar un hombre se abalanzó sobre él y le mordió en el hombro, en ese momento un disparo directo a la cabeza del sujeto hizo que le soltara. El doctor se puso de pie dolorido por la herida y vio al guardia, un hombre gordo de cabello negro y de baja estatura, que le apuntaba tembloroso.
-No... dispare -pidió con dificultad debido al dolor.
El rostro del guardia estaba pálido, parecía muy asustado o sorprendido por algo realmente horrible. Desde una esquina de la recepción observaba una mujer de cabello castaño y tez morena. Ella tenía la misma expresión que el guardia en su rostro. En ese instante dos sujetos entraron a gran velocidad al hospital, uno de ellos se abalanzó sobre el guardia y el otro intentó coger a la mujer, pero esta huyó despavorida por uno de los pasillos. El médico los siguió, aun sin entender por qué actuaban así aquellos individuos, incluido el que le había atacado antes. De repente un muchacho ensangrentado entró por la ventana del pasillo, desde fuera del hospital, rompiendo el vidrió. El doctor cayó al suelo, no pudo defenderse, ni siquiera hacer un poco de resistencia. El chico le mordió el cuello con fiereza. Pero un grito, proveniente de algún lugar muy cercano, hizo que le soltara de inmediato, dejándolo moribundo sobre un charco de sangre que aumentaba a cada momento.
martes, 23 de octubre de 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario