miércoles, 24 de octubre de 2007

Capítulo 2: Llegada

-¿No sabes lo que sucedió? -preguntó el viejo mecánico del lugar.

-En realidad... no -contestó el muchacho que le miraba con desconcierto.

-Hace tres días que la totalidad de los habitantes de un pueblo cercano han caído enfermos. Es algo extraño, se comportan como seres irracionales; lo he visto en la televisión, atacan a mordidas a los que se les cruzan por el frente. Pero los militares y unos pocos policías locales les han detenido el avance por ahora.

El muchacho de cabello negro, ojos azules y piel pálida abrió le entregó dinero al hombre y abrió la puerta del auto.

-Entonces usted debería marcharse de este sitio ¿no cree? -preguntó arqueando una ceja.

El mecánico soltó una carcajada y se dio dos suaves golpes en la panza.

-Claro que no, este ha sido el negocio de mi familia por muchos años, sería un insulto a la memoria de mi padre, que en paz descanse. La mayoría de los pobladores se ha ido por el miedo a esa epidemia, pero yo me quedaré hasta el final.

-Como usted quiera...

El muchacho se subió al auto, bajó el vidrio para sentir la fresca brisa de la tarde de verano.

-Pienso que me estás mintiendo; si sabes acerca de la historia, de las noticias sobre ese suceso y me parece que te diriges hacia allá. Espero que no seas uno de esos tontos reporteros que dan su vida por la primicia -dijo de pronto el hombre acercándose a la ventana-. Yo estoy un poco loco por quedarme, pero tú si que eres idiota.

El chico sonrió por unos segundos al mirarle, luego dirigió la mirada hacia el frente y frunció el ceño. Encendió el auto y segundos después se vio en la carretera flanqueada por el bosque. El teléfono celular en el asiento de al lado comenzó a sonar, el muchacho lo miró de reojo y lo cogió sin prisa.

-¿Diga? -contestó con desinterés.

"Erik, no vayas, he visto en las noticias que es peligroso -advirtió la voz de una muchacha-, a estas horas ya han evacuado a la mayoría de las personas que viven en los alrededores. Ellos deben estar a salvo; además han colocado barricadas en las carreteras, no dejan pasar a nadie."

-Ya te lo dije, sólo los buscaré y los llevaré a la ciudad, no te preocupes por mi -contestó el muchacho.

La llamada se cortó en ese instante; miró la pantalla del teléfono, pudo ver que no tenía señal alguna. Tampoco podría devolverle la llamada. Lanzó el celular al asiento de al lado y siguió manejando. Pronto el sol desapareció y la luna iluminó la vacía carretera. Se suponía que no demoraría demasiado en llegar, eso le había dicho a su familia antes de salir de la universidad aquel día muy temprano por la mañana. Sería un agrado volver a la granja, aunque fuese por unos momentos.
Aumentó la velocidad un poco más, lo de la enfermedad le estaba preocupando demasiado, sus padres y su hermana pequeña corrían peligro quedándose en el campo. Pero si era verdad que los habían evacuado, entonces no había problema alguno. De pronto la sombra de algo o alguien pasó corriendo frente al auto con gran rapidez. Erik frenó de golpe y los neumáticos provocaron un estruendoso sonido. Se quedó mirando, aferrado al volante, a todos lados, pero no había nadie y era imposible intentar observar a través del espeso bosque. Sintió un poco de miedo, pensó en un animal, pero era demasiado grande como para ser uno, si era una persona entonces tenía que tener cuidado, tal vez era algún ladrón que provocaba accidentes en el camino atravesándose de esa forma para poder asaltar más fácilmente. De debajo del asiento sacó una pequeña pistola que uno de sus amigos le había prestado antes de iniciar su viaje. Entonces recordó la enfermedad, podía ser alguien que se haya contagiado, tal vez se la contagiaría a él. Rápidamente pisó el acelerador y continuó su camino.

Pasaron dos horas desde que se había detenido, llegaba a la enorme granja de sus padres. Los maizales cubrían varias hectáreas y había un sólo camino de tierra que llegaba directo a la casa.

-Es extraño... -murmuró al mirar hacia adelante en el camino- no hay ninguna luz que provenga desde la casa. Es muy temprano para que duerman aun, además les dije que vendría a buscarlos. Tal vez la policía del pueblo vino y se los llevó a un lugar más seguro.

Anduvo lentamente por el camino de tierra y piedras, no deseaba aumentar la velocidad para no causarle daño al auto o a los neumáticos. Mientras manejaba miraba a todos lados con desconfianza, tenía el presentimiento de que alguien se lanzaría contra el vehículo en cualquier momento.

-Maldita epidemia... -farfulló.

Después de unos minutos llegó a la gran casa, de color blanco y muy bella, con flores de todos los colores plantadas a su alrededor. Se bajó del auto, no sin antes tomar el arma que guardaba bajo el asiento del conductor, y caminó sigilosamente hasta la casa. De pronto las nubes cubrieron la luna y el brillo de esta desapareció dejándolo en medio de la aterradora oscuridad del lugar, en ese instante su corazón dio un salto, parecía que avanzaba con lentitud, las piernas le temblaron. Al acercarse más, se dio cuenta de que la puerta de entrada estaba abierta y tenía una oscura mancha encima, debido a la falta de luz no podía apreciarla bien. Subió las pequeñas escalerillas que lo llevarían hasta la parte delantera de la casa y antes de cruzar el umbral intentó observar, pero la oscuridad era total. Entró muy despacio, con el arma en alto, desafortunadamente no sabía utilizarla muy bien, sólo la había traído para asustar a alguien si era necesario, pero no para usarla.
Se quedó paralizado en la entrada, no sabía porque, pero las piernas ya no le respondían. Aquella enfermedad tan extraña, los síntomas que causaba en las personas; según había escuchado en el noticiario, esta apartaba a la persona totalmente de la razón llevándole al salvajismo y canibalismo total, como si quien la tuviese se moviera por el impulso de alimentarse y matar. Todo eso pasaba por su mente hasta que la madera del piso crujió a unos metros de él. Apuntó con desesperación hacia ningún lugar, los brazos le temblaron. Entonces pensó que podían ser sus padres, quienes habían dejado todo a oscuras para no ser encontrados por los contagiados. Otra vez la madera crujió, esta vez más cerca de él.
Ya no pudo más, se dio vuelta y corrió tan rápido como pudo hasta el auto, otros ruidos de pisadas se unieron a las suyas junto a un sonido metálico como de llaves que caía sobre el piso de madera; se giró para ver bien y sólo vio a un sujeto salir de la casa a gran velocidad. Afortunadamente había dejado la puerta abierta del vehículo, se introdujo en él y apuntó desde dentro hacia el vidrio delantero. El individuo que le perseguía se lanzó sobre el auto e intentó romper el cristal con los puños de manera salvaje. Erik cerró los ojos y disparó tres veces y una de las balas penetró afortunadamente en la garganta del hombre, quien cayó temblando y escupiendo sangre al suelo.
Erik se dispuso a encender el vehículo, pero las llaves no estaban, entonces recordó aquel ruido que había sentido al correr. Se bajó rápidamente, con el corazón a punto de salir disparado del pecho, miró por el lugar, pero debido a la oscuridad no las encontraba. En ese momento escuchó un gemido, como de animal, proveniente de los maizales que rodeaban la casa. Con desesperación entró en la casa y cerró la puerta con el seguro.

-Están aquí... ya han llegado hasta este lugar... -murmuró aterrado.

Desde el maizal llegaron corriendo cuatro individuos a los que no pudo identificar con claridad. Sus movimientos bruscos al moverse evidenciaban el salvajismo en ellos, estaban contagiados con aquella enfermedad desconocida. En ese instante las nubes se alejaron de la luna y permitieron que nuevamente iluminara el lugar.
Dos hombres, una mujer y una niña hurgueteaban en el auto. De sus bocas brotaba sangre, tenían cortes en varias partes de sus cuerpos. Estaban pálidos, como si estuviesen muertos, sus ojos estaban inyectados en sangre.

-No puede ser... -murmuró al reconocer a dos de ellos- papá, Hanna...

Retrocedió atemorizado lentamente, entonces el piso crujió, se dio la vuelta para mirar y vio a su madre lanzarse como una fiera sobre él.

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