Paulina miró el cuerpo del hombre que vestía una bata blanca y le reconoció; era el doctor de la identificación que antes había encontrado en el suelo del pasillo. Siguió caminando con cuidado, ahora la luz le acompañaba, aunque también podía ser perjudicial, sería un blanco fácil si se quedaba sin munición y no tendría muchos lugares donde esconderse.
Al final del pasillo se hayó frente a una oficina bastante desordenada, como si alguien hubiese estado buscando algo desesperadamente. Por el piso se encontraban regados varios archivos y carpetas amarillas que contenían los registros de los enfermos que ingresaban; Paulina se agachó para recogerlas, pero lamentablemente estaban vacías. En ese instante escuchó ruidos en el pasillo, parecía que varias personas corrían hacia el lugar, pero desde el otro extremo del pasillo. Paulina gateó hasta el escritorio y se escondió detrás de éste junto al cuerpo destrozado de una mujer.
-Por ahí... yo por acá...
Quiénes quiera que hayan estado en el pasillo se separaron y sólo uno se quedó fuera de la oficina para revisar, pues al parecer se había percatado del desorden de la habitación. Paulina preparó su revolver, pero en ese momento varios disparos se oyeron desde la recepción en la que antes ella había estado junto a Jorge y Erik. Segundos después al sujeto que se había quedado recibió una llamada por radio.
-Habla el Armadillo, cambio.
-Aquí el Halcón -respondió el extraño en la oficina-, informa, cambio.
-Una gran cantidad de contagiados han entrado en el hospital -se oyó otra ráfaga de disparos-, son demasiados, pero creo que podemos contra ellos... espera... ¡aaaahggg!
-Maldición... -farfulló el extraño con rabia.
-¡Baja el arma y coloca tus manos donde yo pueda verlas! -exigió Paulina de repente al salir de detrás del escritorio sorprendiendo al sujeto que le apuntó de inmediato.
El extraño se quedó en silencio y apuntando con su rifle a la muchacha sin siquiera demostrar vacilación.
-¿Qué te hace pensar que no dispararé? -preguntó el sujeto con la misma voz grave que ella había oído antes.
Paulina le observó con detenimiento, estaba vestido completamente de negro, cargaba otras dos armas más pequeñas, una en el cinturon y otra sujeta al muslo. Tenía cabello rubio, ojos verdes y una cicatriz en la mejilla que apenas se le notaba debido a una mascarilla que ocultaba su nariz y su boca.
-¿Eres del equipo de rescate? -preguntó Paulina sin dejar de apuntar.
-¿Quién quiere saber? -preguntó el extraño con tono burlón.
-Contesta mi pregunta... -exigió Paulina apretando con fuerza el arma.
-Soy el lider del grupo de rescate, capitán Luxemburg, encargado de sacar de este maldito infierno a los científicos que fueron enviados junto a algunos militares para extraer muestras de la enfermedad.
-Para la cura... ¿no es cierto?
Luxemburg no respondió, pero la forma de una pequeña sonrisa a medias se dibujó através del protector de boca y nariz que llevaba.
Erik se levantó, aquel manotazo del muchacho le había dolido bastante, poseía una fuerza anormal. Apuntó a penas con el arma y disparó otras dos veces, pero nada sucedía, el chico se acercaba a él sonriendo con alegría, tanto que llegaba a ser espeluznante; babeaba constantemente y de vez en cuando se tambaleaba un poco.
-No podras... escapar... -jadeo el chico.
-¡¿Quién eres?! -preguntó Erik al momento que quedó atrapado entre el muchacho y el muro.
-Yo nací aquí... en esta sala -respondió y se detuvo para mirar a su alrededor-. Estaba destinado a morir tarde o temprano por una enfermedad en mi corazón. Ir al bosque de campamento con mis amigos fue lo que me cambiaría para siempre, como ya te has dado cuenta -sonrió y pasó su brazo izquierdo por la boca para quitar un poco de saliva que le chorreaba-. Me adentré entre los árboles para explorar el lugar y de repente caí en un hoyo; estuve inconsciente un rato y al despertar sentí picazón en el cuello, entonces me di cuenta de que algo me había picado. Me asusté un poco al principio, pero luego comenzé a experimentar cambios en mi cuerpo, mi piel se volvió pálida y por alguna razón extraña el intenso dolor en el pecho al agitarme desapareció. Pero no sólo eso sucedió, mi fuerza se incrementó y pude salir sin ayuda de aquel agujero. No le conté de eso a ninguno de mis amigos. Al poco tiempo de volver al lugar donde estaban reunidos me desmayé y vine a parar a este hospital, donde muchas personas habían sido internadas por síntomas similares. Cuando desperté me escabullí y me escondí en una sala. Pude oír algunos gritos y disparos, personas que pasaban corriendo de un lado a otro fuera de la habitación en la que estaba. Después de un rato una mujer apareció desde el ducto de ventilación, creo que pretendía escapar por la ventana de aquel lugar, y se encontró conmigo. Fue en ese instante en que el deseo de atacarla, de destruirla, de morderla y razgar su carne con el sólo objetivo de satisfacer esa sensación inundó todo mi ser. No me pude resistir y al terminar con ella me sentí completo, más vivo de lo que jamás me había sentido antes.
-Estás... enfermo -dijo Erik con expresión de asco.
-Eso es lo que diría cualquiera, pero la enfermedad que algún animal me transmitió salvó mi vida. Hay muchos contagiados con la misma, pero ninguno de ellos a llegado al mismo estado que yo. Corren por ahí buscando que destruir, de vez en cuando se comunican entre ellos con gemidos, aunque durante las últimas horas los he visto mucho más organizados. Tal vez ellos tomen el control desde ahora en adelante.
-Eso no...
-Claro que sucederá -interrumpió el chico-. Durante estos días he visto a docenas de militares y policías caer muertos por esos seres inferiores. No tengo la menor idea de la existencia de nuevos contagiados, pero me he percatado de que esta enfermedad no se transmite por medio de los infectados.
En ese instante se oyeron varios disparos provenientes desde los pasillos y las salas cercanas; el chico miró hacia la puerta y Erik intentó escapar nuevamente pasando por su lado, pero el muchacho no se había descuidado y rápidamente lo tomó por el cuello con fuerza.
-Deberías haber escuchado... con atención lo que te he contado; no puedes contra mi superioridad -dijo el muchacho contagiado sonriendo.
Su piel era pegajosa, parecía estar hecha sólo de saliva, sus venas de un color azul muy oscuro resaltaban con cada aprentón que daba al cuello de Erik, quien luchaba inutilmente contra su agresor.
-Hace dos días comí a un infectado que pasaba por aqui corriendo, al parecer ellos se han dado cuenta de mi presencia y me temen; fue el primero en pasar desde que la epidemia afectó al pueblo. No he comido desde entonces... -agregó con entusiasmo.
La boca desfigurada por los crecidos dientes del muchacho se abrió para dar el primer bocado al pecho de Erik. En ese momento un disparo directo al tobillo le hizo tambalear y caer al suelo soltando a Erik de inmediato.
-Maldito monstruo... -farfulló Paulina, quien apuntaba desde la puerta de la habitación.
Erik corrió hacia ella tan rápido como pudo tosiendo y sujetandose el cuello, donde las manos del muchacho habían quedado marcadas.
-¡Rápido, debemos largarnos de este lugar, se acercan más! -adivirtió Luxemburg que aparecía desde una esquina corriendo desesperadamente.
-¿Dónde... está Jorge? -preguntó Erik algo ahogado.
-Muerto... -contestó Paulina mientras lo tomaba del brazo y comenzaba a correr trás Luxemburg.
Corrieron velozmente a través del pasillo sin detenerse o mirar atrás, sabían que los perseguían, pues a unos cuantos metros oían los horribles gemidos de los N.S. acercándose.
-Espero que hayan despejado la puerta... -murmuró Luxemburg.
Paulina se percató de que el capitán decía algo en voz baja, pero no pudo escuchar bien debido a los gritos de los N.S.
-¡Ahí hay una puerta! -exclamó Erik.
No muy lejos de donde estaban el pasillo terminaba y había una enorme puerta de hierro. La alcanzaron justo a tiempo. El capitán comenzó a empujar la pesada puerta, Erik le ayudó mientras Paulina disparaba a los N.S. que corrían hacia ellos sonrientes por alguna razón que ella no deseaba saber.
-¡Con fuerza! -gritó Luxemburg al mismo tiempo que la puerta comenzaba a abrirse gracias al esfuerzo empleado por ambos.
Sin duda de que el traspasar la salida les llevó un segundo aquel momento pareció durar varios mintos, como si la situación se hubiese detenido en el tiempo. Los N.S. acercándoseles lentamente, mientras ellos apenas podían correr por sus vidas. Al salir la luz del sol les cegó y de un empujón Erik y Paulina cayeron al suelo seguidos por el capitán. Oyeron una ráfaga de disparos interminables sobre ellos, y luego el sonido de varios cuerpos que caían cerca de ellos.
-¡Capitán! -exclamó alguien al terminar de disparar.
Paulina abrió los ojos y vió a varios hombres vestidos de forma similar a Luxemburg apuntando con sus rifles hacia la puerta y hacia ellos.
Luxemburg se colocó de pie ayudado por, al parecer, uno de sus subordinados.
-Es una alegría verlo con vida, señor. Pensamos que había muerto junto a su equipo dentro del hospital.
-¿Qué hacemos con ellos, señor? -preguntó otro soldado acercándose hacia Paulina y Erik sin dejar de apuntar con el arma.
Luxemburg se quitó el protector que cubría su boca y parte de su nariz, luego miró a ambos con desagrado.
-Llévenlos con el viejo, el sabrá que hacer -respondió el capitan.
Cuatro sujetos se acercaron a Erik y Paulina mientras estos se colocaban de pie. Les quitaron las armas que llevaban y los condujeron hacia los árboles de la parte trasera del hospital; desde ese punto comenzaba el bosque.
-Que otro grupo de seis entré en el hospital -ordenó el capitán Luxemburg-. Hay que encontrar a esos científicos a toda costa, son nuestro objetivo principal.
El supuesto equipo de rescate había llegado, pero parecía que tramaban algo más. Aun buscaban a los científicos, pues Paulina en ningún momento le había mencionado la muerte de estos al capitán, ya que pensó que sería una buena idea mantenerlo en secreto, por si las dudas.
Algunos entraron y otros se quedaron fuera protegiendo la única vía de escape que tenían sus compañeros si se veían atrapados, pero ya habían perdido a un grupo adentro y ni siquiera tenían pista alguna sobre los científicos que buscaban, se suponía que debían estar ahí esperando.
jueves, 13 de diciembre de 2007
lunes, 3 de diciembre de 2007
Capítulo 6: El Hospital
Jorge levantó la pesada tapa de hierro, la que afortunadamente no estaba trabada, y salieron los tres sigilosamente a un oscuro callejón solitario.
Paulina desenfundó su pistola rápidamente y apuntó hacia las esquinas, cerciorándose de que nadie los estuviese vigilando.
-Despejado... -murmuró la muchacha.
Eran las seis de la madrugada y dentro de muy poco la luz del sol cubriría todo el pueblo, dejándolos descubiertos frente a los residentes contagiados.
-Sólo a dos calles desde aquí... -dijo Jorge en voz baja sonriendo.
Paulina se acercó a la esquina del callejón y observó el lugar, pero no había nadie, ni siquiera un sólo contagiado vagando por ahí.
-Está todo... vacío, no veo a nadie... -murmuró a Jorge y Erik que se acercaban despacio hacia ella desde atrás.
-Hay una calle en frente, debemos ir por ahí y estaremos de inmediato en el hospital -dijo Jorge apuntando hacia adelante.
-Yo cruzaré primero, luego de unos segundos me siguen -ordenó Paulina para luego correr hacia la otra calle lo más rápido posible y sin hacer ruido alguno.
Logró hacerlo, nada había salido mal; Jorge y Erik le siguieron al instante. Se refugiaron nuevamente en las sombras de la calle. Caminaron lentamente, uno tras de otro, hasta que llegaron a punto en el que podían observar el hospital.
-Ahí está -murmuró Erik.
Se acercaron al final del callejón, nuevamente se encontraron con el lugar desierto, sin ninguna pista de los N.S.
-Crucemos todos al mismo tiempo ahora -propuso Jorge con entusiasmo.
-No, pueden descubrirnos si lo hacemos... -contradijo Paulina mirando fijamente hacia el hospital.
-No hay tiempo de discutir -interrumpió Erik al mismo tiempo que se echaba a correr hacia el edificio.
Jorge le siguió dejando a Paulina atrás.
Por un segundo Erik miró a su alrededor, hacia unas tiendas comerciales cercanas al hospital, entonces se sorprendió al ver a alguien muy parecido a Juan, pero más joven.
Erik se detuvo e hizo señas a Jorge y Paulina para que se detuvieran donde el estaba.
-El viejo que antes... -miró de nuevo y él individuo ya no estaba.
-¿Quién? -preguntó Jorge en voz baja.
Erik guardó silencio, sólo miraba fijamente hacia el lugar donde había visto a Juan.
-Déjalo, está alucinando -se burló Paulina-. Debemos entrar ahora en el hospital, no podemos quedarnos aquí a admirar la escena.
La chica continuó hasta la entrada del hospital, mientras Jorge daba un empujón a Erik para que siguiera avanzando.
Paulina empujó muy despacio una de las puertas hacia dentro con pistola en mano y lista para disparar a cualquier N.S. que se les cruzara.
-¡Excelente! -celebró en voz baja- afortunadamente está abierta.
Entraron con sigilo; había una puerta en el muro de la derecha a unos cuantos metros de la entrada principal que decía "SEGURIDAD".
-Jorge -llamó Paulina en voz baja mientras avanzaba con el arma en alto hacia adelante-, revisa esa habitación.
Jorge obedeció de inmediato sin titubear y se acercó a la puerta de la sala de seguridad. La abrió lentamente y luego con total rapidez apuntó su arma hacia adentro.
-Está muy obscuro, no puedo ver nada -murmuró mientras ingresaba.
-Jorge... -llamó Erik mientras apuntaba tembloroso con el arma hacia todos lados.
-Mira -dijo Paulina señalando con el arma a unos cuantos metros de ellos.
Erik bajó el arma un poco dudoso y miró hacia donde la chica le indicaba. Era el cadáver de un hombre tirado en el pasillo, con un agujero de bala en el cráneo. Parecía estar ahí desde hacía algunos días atrás.
En ese momento Jorge salió de la pequeña sala de seguridad, con un sonrisa a medias dibujada en el rostro.
-¿Qué sucede? -preguntó Paulina.
-Hay varios monitores para observar los pasillos y principales salas del hospital, incluido este lugar. Si logramos que enciendan podremos tener cubiertos todos los puntos del edificio, así sabríamos con certeza en que lugar estará el equipo de evacuación cuando llegue. Lamentablemente no hay energía eléctrica. Debe haber algún generador en este lugar para casos de emergencia.
-Hay que encontrarlo -dijo Paulina-. Tú te quedarás en esta sala cubriéndola, sería fatal encontrarnos con sorpresas al regreso. Erik y yo nos divideremos, pues hay dos pasillos principales, uno que va a la izquierda y otro a la derecha.
-Es común que el generador se encuentre en alguna bodega en la parte de atrás del hospital, incluso, podría ser que esté en el patio trasero en algún edificio más pequeño; si así es, entonces será más difícil de llegar.
Erik asintió no muy convencido, explorar el hospital no era algo muy grato, especialmente cuando debías estar preparado para morir en cualquier momento, era complicado aceptar eso.
-Ve por la derecha, Erik -dijo Paulina-; yo tomaré la izquierda. Intenta apuntar bien a sus órganos vitales, te he visto sostener el arma con demasiada ligereza; ni que fueras una chica.
Erik frunció el ceño, sujetó el arma con fuerza y la levantó apuntando hacia adelante; así se dirigió al pasillo derecho y desapareció entre las sombras de éste.
-Ten cuidado Paulina... -advirtió Jorge antes de entrar en la sala de seguridad y cerrar la puerta con seguro.
La chica no alcanzó a responderle, aunque tampoco lo deseaba, no le gustaba que los demás pensaran que no se podía cuidar, siendo que se había graduado de la academia militar como la mejor de todos.
-Maldición... -farfulló Erik.
El muchacho caminaba nervioso por el oscuro pasillo, no alcanzaba a ver mucho, sólo lo que sus ojos podían permitirle al acostumbrarse a la penumbra. El corazón le palpitaba con fuerza, parecía que saldría volando a través de su pecho. Avanzó sin dejar de pensar que en cualquier momento podía aparecer un contagiado y atacarle. No quería morir después de que había sobrevivido incluso en situaciones en que no pensó que lo haría, como en la granja o al llegar al pueblo.
De pronto se encontró con una puerta entre abierta al lado izquierdo del pasillo. Se acercó sin hacer ruido, tembloroso y asustado. La empujó con el arma hasta abrirla por completo y se quedó unos segundos mirando hacia dentro, como si estuviese paralizado. Parecía ser una sala de operaciones, había una camilla y varios utensilios como jeringas y objetos cortantes, pero sin señal de alguien, eso le reconfortó.
Al pisar los restos de vidrio de una ventana rota se detuvo de golpe y apuntó con el arma a todos lados. Miró al suelo y se percató de unas manchas de sangre gracias a la naciente luz del amanecer. Bajó el arma y se agachó para tocar el piso; la sangre ya estaba seca, parecía de hace unos días atrás. Continuó por el pasillo y un poco más adelante se encontró con una identificación en el piso.
-Doctor... Estefano Jott... -murmuró al leer la tarjeta cubierta por la mitad de sangre.
En ese momento un ruido proveniente más adelante en el corredor le alertó. Paulina guardó la identificación en su bolsillo y apuntó el arma en dirección a las sombras. Pronto se escucharon pasos, cada vez más rápidos que se dirigían hacia ella. Entonces después de unos segundos dos hombres aparecieron corriendo, uno que vestía una bata blanca y otro de pantalones rasgados y camisas salpicada en sangre. Paulina disparó dos veces.
Erik se quedó inmóvil debido al miedo cuando escuchó los disparos provenientes de algún lugar del hospital. Ni siquiera pensó en salir de la sala de operaciones, se quedó temblando y deseando que ningún N.S. le atacara.
-Soy un maldito cobarde... -murmuró con enfado.
Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza, no quería estar en ese lugar, no quería que todo terminara así, quería despertar si es que estaba teniendo una pesadilla, pero todo era tan real. Entonces sujetó el arma con fuerza y recordó a su familia, aniquilada por la enfermedad, él no quería terminar así.
-Sal de aquí... -dijo a sí mismo en voz baja.
Se dispuso a salir rápidamente de la sala, pero alguien le bloqueó el paso; parecía un muchacho de menor edad que él, con cabello negro y corto, ojos azul pálido. Su piel era blanca, como la de un muerto, sus venas sobresalían con un color verdoso. Se podía apreciar claramente un agujero del tamaño de una moneda en su cuello.
Erik retrocedió, pasmado ante la figura del muchacho que lo miraba y sonreía como un desquiciado. No intentó disparar, sino que huir, el chico lucía extraño, no era igual que los otros que tenían la enfermedad; parecía una mutación de la misma.
El chico ingresó en la sala y juntó la puerta tras de sí.
-Hambre... -dijo el chico mientras se acercaba cada vez más.
Erik se echó hacia atrás, apuntó con el arma y disparo tres veces sin tener un objetivo claro. Tres agujeros más se abrieron en el cuerpo del muchacho, uno en el pecho, otro en el vientre y otro en el brazo izquierdo; pero no sucedió nada. Erik intentó huir pasando a un lado del chico, pero este de un fuerte manotazo, con fuerza sobrehumana, le mando a volar por la habitación.
Jorge empuñó su arma al escuchar primero dos disparos y minutos después otros tres. Era obvio para él que Erik y Paulina se habían encontrado con algún contagiado, el problema que surgía ahora era que el ruido atraería a más. Pensó en salir a ayudarles, pero tenía que quedarse para despejar el lugar por cualquier cosa que pudiese suceder. De pronto tocaron la puerta suavemente. Aquello le extraño, era posible que al ser descubierto los contagiados se avalanzaran sobre ella hasta romperla.
-¿Qué demonios...? -farfulló al acercarse a la puerta.
El pomo comenzó a girar, alguien intentaba entrar, entonces soltó el arma y lo sujetó con fuerza. Pero por su mente pasaron Paulina y Erik, podían ser ellos, aunque era poco probable, ya que le hablarían en ese caso. De repente quien deseaba entrar atravesó la puerta de un puñetazo logrando también golpear a Jorge y hacerle retroceder. La puerta se abrió de golpe y un extraño individuo, delgado, de barba negra, ojos color marrón y piel pálida ingresó sonriente.
No parecía ser un N.S. y Jorge preguntó:
-¿Quién eres?
-Soy Juan; antiguamente un viejo, ahora un hombre nuevo -respondió.
Jorge se lanzó a los pies de Juan, donde estaba la pistola que antes había tirado, pero el sujeto de una patada le dio vuelta el rostro causándole la muerte inmediatamente. El cuerpo de Jorge cayó sin vida a los pies del sonriente Juan.
-Nada personal... ahora sólo faltan dos...
Juan salió victorioso de la sala, entonces varios contagiados entraron por la puerta principal causando alboroto y corriendo hacia los caminos que antes Paulina y Erik habían tomado.
Paulina desenfundó su pistola rápidamente y apuntó hacia las esquinas, cerciorándose de que nadie los estuviese vigilando.
-Despejado... -murmuró la muchacha.
Eran las seis de la madrugada y dentro de muy poco la luz del sol cubriría todo el pueblo, dejándolos descubiertos frente a los residentes contagiados.
-Sólo a dos calles desde aquí... -dijo Jorge en voz baja sonriendo.
Paulina se acercó a la esquina del callejón y observó el lugar, pero no había nadie, ni siquiera un sólo contagiado vagando por ahí.
-Está todo... vacío, no veo a nadie... -murmuró a Jorge y Erik que se acercaban despacio hacia ella desde atrás.
-Hay una calle en frente, debemos ir por ahí y estaremos de inmediato en el hospital -dijo Jorge apuntando hacia adelante.
-Yo cruzaré primero, luego de unos segundos me siguen -ordenó Paulina para luego correr hacia la otra calle lo más rápido posible y sin hacer ruido alguno.
Logró hacerlo, nada había salido mal; Jorge y Erik le siguieron al instante. Se refugiaron nuevamente en las sombras de la calle. Caminaron lentamente, uno tras de otro, hasta que llegaron a punto en el que podían observar el hospital.
-Ahí está -murmuró Erik.
Se acercaron al final del callejón, nuevamente se encontraron con el lugar desierto, sin ninguna pista de los N.S.
-Crucemos todos al mismo tiempo ahora -propuso Jorge con entusiasmo.
-No, pueden descubrirnos si lo hacemos... -contradijo Paulina mirando fijamente hacia el hospital.
-No hay tiempo de discutir -interrumpió Erik al mismo tiempo que se echaba a correr hacia el edificio.
Jorge le siguió dejando a Paulina atrás.
Por un segundo Erik miró a su alrededor, hacia unas tiendas comerciales cercanas al hospital, entonces se sorprendió al ver a alguien muy parecido a Juan, pero más joven.
Erik se detuvo e hizo señas a Jorge y Paulina para que se detuvieran donde el estaba.
-El viejo que antes... -miró de nuevo y él individuo ya no estaba.
-¿Quién? -preguntó Jorge en voz baja.
Erik guardó silencio, sólo miraba fijamente hacia el lugar donde había visto a Juan.
-Déjalo, está alucinando -se burló Paulina-. Debemos entrar ahora en el hospital, no podemos quedarnos aquí a admirar la escena.
La chica continuó hasta la entrada del hospital, mientras Jorge daba un empujón a Erik para que siguiera avanzando.
Paulina empujó muy despacio una de las puertas hacia dentro con pistola en mano y lista para disparar a cualquier N.S. que se les cruzara.
-¡Excelente! -celebró en voz baja- afortunadamente está abierta.
Entraron con sigilo; había una puerta en el muro de la derecha a unos cuantos metros de la entrada principal que decía "SEGURIDAD".
-Jorge -llamó Paulina en voz baja mientras avanzaba con el arma en alto hacia adelante-, revisa esa habitación.
Jorge obedeció de inmediato sin titubear y se acercó a la puerta de la sala de seguridad. La abrió lentamente y luego con total rapidez apuntó su arma hacia adentro.
-Está muy obscuro, no puedo ver nada -murmuró mientras ingresaba.
-Jorge... -llamó Erik mientras apuntaba tembloroso con el arma hacia todos lados.
-Mira -dijo Paulina señalando con el arma a unos cuantos metros de ellos.
Erik bajó el arma un poco dudoso y miró hacia donde la chica le indicaba. Era el cadáver de un hombre tirado en el pasillo, con un agujero de bala en el cráneo. Parecía estar ahí desde hacía algunos días atrás.
En ese momento Jorge salió de la pequeña sala de seguridad, con un sonrisa a medias dibujada en el rostro.
-¿Qué sucede? -preguntó Paulina.
-Hay varios monitores para observar los pasillos y principales salas del hospital, incluido este lugar. Si logramos que enciendan podremos tener cubiertos todos los puntos del edificio, así sabríamos con certeza en que lugar estará el equipo de evacuación cuando llegue. Lamentablemente no hay energía eléctrica. Debe haber algún generador en este lugar para casos de emergencia.
-Hay que encontrarlo -dijo Paulina-. Tú te quedarás en esta sala cubriéndola, sería fatal encontrarnos con sorpresas al regreso. Erik y yo nos divideremos, pues hay dos pasillos principales, uno que va a la izquierda y otro a la derecha.
-Es común que el generador se encuentre en alguna bodega en la parte de atrás del hospital, incluso, podría ser que esté en el patio trasero en algún edificio más pequeño; si así es, entonces será más difícil de llegar.
Erik asintió no muy convencido, explorar el hospital no era algo muy grato, especialmente cuando debías estar preparado para morir en cualquier momento, era complicado aceptar eso.
-Ve por la derecha, Erik -dijo Paulina-; yo tomaré la izquierda. Intenta apuntar bien a sus órganos vitales, te he visto sostener el arma con demasiada ligereza; ni que fueras una chica.
Erik frunció el ceño, sujetó el arma con fuerza y la levantó apuntando hacia adelante; así se dirigió al pasillo derecho y desapareció entre las sombras de éste.
-Ten cuidado Paulina... -advirtió Jorge antes de entrar en la sala de seguridad y cerrar la puerta con seguro.
La chica no alcanzó a responderle, aunque tampoco lo deseaba, no le gustaba que los demás pensaran que no se podía cuidar, siendo que se había graduado de la academia militar como la mejor de todos.
-Maldición... -farfulló Erik.
El muchacho caminaba nervioso por el oscuro pasillo, no alcanzaba a ver mucho, sólo lo que sus ojos podían permitirle al acostumbrarse a la penumbra. El corazón le palpitaba con fuerza, parecía que saldría volando a través de su pecho. Avanzó sin dejar de pensar que en cualquier momento podía aparecer un contagiado y atacarle. No quería morir después de que había sobrevivido incluso en situaciones en que no pensó que lo haría, como en la granja o al llegar al pueblo.
De pronto se encontró con una puerta entre abierta al lado izquierdo del pasillo. Se acercó sin hacer ruido, tembloroso y asustado. La empujó con el arma hasta abrirla por completo y se quedó unos segundos mirando hacia dentro, como si estuviese paralizado. Parecía ser una sala de operaciones, había una camilla y varios utensilios como jeringas y objetos cortantes, pero sin señal de alguien, eso le reconfortó.
Al pisar los restos de vidrio de una ventana rota se detuvo de golpe y apuntó con el arma a todos lados. Miró al suelo y se percató de unas manchas de sangre gracias a la naciente luz del amanecer. Bajó el arma y se agachó para tocar el piso; la sangre ya estaba seca, parecía de hace unos días atrás. Continuó por el pasillo y un poco más adelante se encontró con una identificación en el piso.
-Doctor... Estefano Jott... -murmuró al leer la tarjeta cubierta por la mitad de sangre.
En ese momento un ruido proveniente más adelante en el corredor le alertó. Paulina guardó la identificación en su bolsillo y apuntó el arma en dirección a las sombras. Pronto se escucharon pasos, cada vez más rápidos que se dirigían hacia ella. Entonces después de unos segundos dos hombres aparecieron corriendo, uno que vestía una bata blanca y otro de pantalones rasgados y camisas salpicada en sangre. Paulina disparó dos veces.
Erik se quedó inmóvil debido al miedo cuando escuchó los disparos provenientes de algún lugar del hospital. Ni siquiera pensó en salir de la sala de operaciones, se quedó temblando y deseando que ningún N.S. le atacara.
-Soy un maldito cobarde... -murmuró con enfado.
Cerró los ojos y apretó los dientes con fuerza, no quería estar en ese lugar, no quería que todo terminara así, quería despertar si es que estaba teniendo una pesadilla, pero todo era tan real. Entonces sujetó el arma con fuerza y recordó a su familia, aniquilada por la enfermedad, él no quería terminar así.
-Sal de aquí... -dijo a sí mismo en voz baja.
Se dispuso a salir rápidamente de la sala, pero alguien le bloqueó el paso; parecía un muchacho de menor edad que él, con cabello negro y corto, ojos azul pálido. Su piel era blanca, como la de un muerto, sus venas sobresalían con un color verdoso. Se podía apreciar claramente un agujero del tamaño de una moneda en su cuello.
Erik retrocedió, pasmado ante la figura del muchacho que lo miraba y sonreía como un desquiciado. No intentó disparar, sino que huir, el chico lucía extraño, no era igual que los otros que tenían la enfermedad; parecía una mutación de la misma.
El chico ingresó en la sala y juntó la puerta tras de sí.
-Hambre... -dijo el chico mientras se acercaba cada vez más.
Erik se echó hacia atrás, apuntó con el arma y disparo tres veces sin tener un objetivo claro. Tres agujeros más se abrieron en el cuerpo del muchacho, uno en el pecho, otro en el vientre y otro en el brazo izquierdo; pero no sucedió nada. Erik intentó huir pasando a un lado del chico, pero este de un fuerte manotazo, con fuerza sobrehumana, le mando a volar por la habitación.
Jorge empuñó su arma al escuchar primero dos disparos y minutos después otros tres. Era obvio para él que Erik y Paulina se habían encontrado con algún contagiado, el problema que surgía ahora era que el ruido atraería a más. Pensó en salir a ayudarles, pero tenía que quedarse para despejar el lugar por cualquier cosa que pudiese suceder. De pronto tocaron la puerta suavemente. Aquello le extraño, era posible que al ser descubierto los contagiados se avalanzaran sobre ella hasta romperla.
-¿Qué demonios...? -farfulló al acercarse a la puerta.
El pomo comenzó a girar, alguien intentaba entrar, entonces soltó el arma y lo sujetó con fuerza. Pero por su mente pasaron Paulina y Erik, podían ser ellos, aunque era poco probable, ya que le hablarían en ese caso. De repente quien deseaba entrar atravesó la puerta de un puñetazo logrando también golpear a Jorge y hacerle retroceder. La puerta se abrió de golpe y un extraño individuo, delgado, de barba negra, ojos color marrón y piel pálida ingresó sonriente.
No parecía ser un N.S. y Jorge preguntó:
-¿Quién eres?
-Soy Juan; antiguamente un viejo, ahora un hombre nuevo -respondió.
Jorge se lanzó a los pies de Juan, donde estaba la pistola que antes había tirado, pero el sujeto de una patada le dio vuelta el rostro causándole la muerte inmediatamente. El cuerpo de Jorge cayó sin vida a los pies del sonriente Juan.
-Nada personal... ahora sólo faltan dos...
Juan salió victorioso de la sala, entonces varios contagiados entraron por la puerta principal causando alboroto y corriendo hacia los caminos que antes Paulina y Erik habían tomado.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Capítulo 5: Los N. S.
Se despertó sobre un sucio colchón, en una habitación iluminada por unas cuantas velas y que parecía estar bajo tierra. Desde el techo caían, de cuando en cuando, gotas de agua.
Se levantó lentamente, se sentía muy cansado. Entonces recordó al viejo Juan y la multitud que los perseguía por la calle.
-¿Dónde estoy? -se preguntó a sí mismo en voz baja.
De pronto una puerta de metal se abrió de golpe a su espalda; Erik se giró asustado y vio a un sujeto, tal vez unos cuantos años mayor que él, de cabello castaño que vestía un uniforme militar.
-Al fin, dormilón -dijo el extraño con tono burlón.
Erik se quedó en silencio, observándole como si fuese un fantasma.
-No me mires así, no soy uno de ellos. Mi nombre es Jorge Rivas y pertenezco a una división especial del ejército -dijo el hombre extendiendo la mano para ayudarle a levantarse.
-Yo... soy Erik... vivía por aquí hace tiempo -contestó Erik estrechando la mano de Jorge colocándose de pie.
-Lindo lugar para venir de visita, creo -dijo el militar con sarcasmo-. Vamos, sígueme, te presentaré a alguien.
Erik asintió y le siguió fuera de aquella fría y oscura habitación, aunque del otro lado, nada era diferente. Caminaban alumbrados por una vela, que Jorge cargaba, a través de un estrecho conducto. Parecía que iban por el alcantarillado.
-Desde hace tres días que nos escondemos aquí. Hemos intentado escapar durante las noches, pero es imposible, el pueblo está repleto de ellos, de los N.S. -contó Jorge.
-¿Los N.S.? ¿Les pusieron nombres? -preguntó Erik un poco desconcertado por el detalle de lo dicho por el militar.
-Luego te lo explico. Listo, llegamos -dijo al mismo tiempo que abría otra puerta de hierro.
Entraron en una sala mucho más espaciosa que aquella en la que se había despertado. En medio había una mesa con dos velas y dos sillas, una mujer estaba sentada en una, reflexionando algo de lo que nunca se enterarían. Habían otras dos puertas en los muros izquierdo y derecho que llevaban a otros cuartos.
-Vaya, vaya -dijo la mujer sin mirarles en cuanto entraron-; ha despertado el muchacho que gusta de dar paseos por calles infestadas de esos malditos.
-¡Yo no...!
-Tranquilo, Erik -le calmó Jorge sonriendo-, sólo está bromeando. Toma asiento.
Erik se acercó a la mesa y se sentó en una de las sillas con algo de desconfianza. La mujer, que estaba frente a él, revisaba un arma, muy parecida a la que Juan le había entregado, con afán. La muchacha, tal vez de su misma edad, tenía el cabello negro, de tez blanca, ojos azules y delgada, muy hermosa; vestía un pantalón militar y una sudadera negra sin mangas.
-¿Qué hacías solo en la calle? -preguntó la chica de repente con voz firme e intimidante.
-Yo... bueno, yo no estaba solo -contestó Erik un poco nervioso-. Otra persona iba conmigo, pero se quedó atrás cuando nos perseguían. Ayer llegué por la noche a mi casa, una granja a unos cuantos kilómetros del pueblo. Venía en busca de mi familia, pero cuando llegué fui emboscado por esas personas, los infectados. Me salve gracias a un viejo llamado Juan, que mató a mis perseguidores; estuvimos escondidos en una vieja cabaña, usada como almacén, en medio del bosque. Fue idea mía venir al pueblo en busca de un auto o algo así para poder escapar.
-Mala idea... pésima idea... -dijo la chica sin quitar la mirada del arma- además, ya no queda en que poder escapar, los autos están descompuestos o se los llevaron aquellos que fueron inteligentes al huir en cuanto comenzó todo esto.
-Pero debe haber alguno en el cuartel de policía, incluso en el departamento de bomberos y el hospital -refutó Erik.
-No sé qué es lo que te hace pensar que somos unos aventureros y que salimos a la calle como si nada -contestó la chica con un poco de enfado.
-Entonces ¿qué hacían cuando me rescataron? -preguntó Erik arqueando una ceja.
-Oímos los disparos y pensamos que era algún grupo de rescate que había recibido nuestro mensaje de auxilio. Pero nos encontramos contigo sorpresivamente -respondió la muchacha, aunque esta vez con más calma.
-Entiendo... -dijo Erik bajando la mirada.
-Paulina, no seas dura con el chico -dijo Jorge sonriendo desde la puerta de hierro por la que anteriormente habían entrado.
-Por cierto, ¿cómo es que llegaron a para aquí? -preguntó Erik.
Jorge se acercó a Erik, hasta quedar iluminado totalmente por las velas.
-Verás, hace cuatro días informaron a nuestro superior sobre una enfermedad extraña que había contagiado a la mayoría de los pobladores de este lugar. Enviarían a un equipo especial de investigadores a recoger muestras y necesitaban una buena escolta. Paulina, otros cinco militares, que no conocía, y yo, fuimos llamados para hacerlo. Cuando llegamos habían varios bloqueos en el camino hacia acá, no dejaban pasar a la gente que intentaba huir, no querían arriesgarse a que la enfermedad se propagara. Los miembros de la policía y un grupo pequeño del ejército tenían bloqueada la entrada al pueblo. Al llegar nos reunimos con tres científicos en la comisaría y desde ahí nos dirigimos al pequeño hospital, donde se suponía, habían llevado al primer contagiado. En el trayecto fuimos emboscados por una docena de contagiados, no teníamos la potencia de fuego necesaria como para salir victoriosos del encuentro. Sobrevivimos cuatro: Paulina, uno de los militares, un científico y yo. Nos escondimos en una casa por varias horas, sin llamar la atención, además, ya era imposible ir en busca de alguna muestra que sirviera de investigación. Decidimos ir a la estación de radio para enviar un mensaje de auxilio, lo cual fue todo un éxito, pero al intentar volver al refugio nos salieron al encuentro varios sujetos que asesinaron a los otros, sólo Paulina y yo salimos vivos. Huimos tan rápido como pudimos, y llegamos hasta una calle que estaba siendo reparada, tenía un agujero enorme en el medio, entonces nos adentramos, en un acto de desesperación por escapar y nos encontramos con esta inmensa red de túneles que te llevan a varios puntos diferentes del pueblo. Afortunadamente, los malditos no lograron vernos cuando entramos, así que no pudieron seguirnos. Desde ese día hemos estado esperando que alguien llegue a rescatarnos.
-Pero nadie es tan idiota como para arriesgar la vida por otros, y no me quejo, yo no vendría. Ayer durante el medio día subimos a las calles, para intentar captar algo con el radio. Oímos que los policías y el pequeño contingente de militares estaba siendo atacado. Debido a eso ya no nos queda esperanza.
-Eres bastante optimista... -le dijo Erik con sarcasmo.
Jorge sonrió, nunca había escuchado a alguien que se atreviera a decirle eso a la chica, pues su carácter era bastante especial.
-La verdad, Erik, es que estamos atrapados y tal vez, pronto nos encuentren los N.S.
-¿Por qué los llamas así? -preguntó Erik esperando una buena respuesta- Es perturbador ver a alguien que les coloca nombre.
Paulina se echó a reír, burlándose de Jorge por lo que Erik había dicho.
-Tu sinceridad al hablar es admirable, pero muchas veces es mejor dejar la boca cerrada -contestó Jorge-. El nombre yo no se los he puesto, los científicos que escoltamos los llamaban de esa forma. Pero no sabemos por qué...
-Tengo una idea, creo que con esto podremos averiguarlo... -interrumpió Paulina sacando una bola de papel arrugada de su bolsillo.
-Me ocultaste esa información... -reprochó Jorge.
-No seas idiota, lo que sucede es que no recordaba esto -contestó al mismo tiempo que estiraba el papel-. Era de uno de los científicos, se le cayó del bolsillo cuando nos dirigíamos al hospital. Bueno para que les cuento eso. El asunto es que mientras estuvimos escondidos en la casa le eché una mirada rápida y alcancé a ver las siglas N.S.
Paulina le entregó el papel a Jorge y este lo acercó a las velas para poder leerlo mejor.
"Instrucciones:
-Es tu deber, como líder del equipo, hacer todo lo posible por encontrar una muestra de sangre de los infectados
-Una vez que tengas la muestra, si es posible, debes capturar uno de los insectos NoSaigo
-No habrá repercusiones si lo anterior no se cumple, ya que a estas alturas debe ser casi imposible de conseguir uno
-Al finalizar debes reunirte, junto a todos los del equipo que hayan sobrevivido a los N.S., en el hospital para ser evacuados al cuarto día
-La muestra de sangre es imprescindible, sin ella no hay posibilidades de cura para la enfermedad".
Jorge se quedó pasmado ante lo que leía, aun quedaba una oportunidad para escapar vivos de aquel infierno. Miró su reloj de pulsera, era la una de la madrugada.
-Habrá un equipo de evacuación en el hospital, en un par de horas estarán ahí. Aquí dice que al cuarto día vendrían a evacuar al equipo.
-Tienes razón, pero sólo al equipo de científicos que escoltábamos. De seguro en cualquier momento nos traicionarían.
-Creo al igual que Paulina, que la evacuación sólo está planeada para el grupo de científicos, lo dice de manera expresa en el papel -agregó Erik-. Además de la evacuación, me ha llamado la atención eso de los insectos NoSaigo. Tal vez esos bichos son los que propagan la enfermedad.
-Tal vez, pero si fuera así estaríamos todos contagiados -refutó Paulina mientras dejaba el arma en la mesa.
-Puede suceder que al picar los insectos mueran, igual como les sucede a las abejas, entonces...
-La enfermedad estaría siendo propagada por los contagiados... -interrumpió Paulina.
Erik asintió y tomó el papel para leerlo detenidamente.
-La enfermedad comenzó hace pocos días, es imposible que al momento de enviar el grupo ya les hubiesen puesto nombre a los bichos y a los portadores de la enfermedad. Esto lo tienen que haber conocido desde antes.
Repentinamente Jorge dio un golpe sobre la mesa para llamar la atención de los dos, parecía estar un poco molesto y ansioso.
-Eso no importa ahora. Debemos hacer un plan para salir de este agujero y dirigirnos al hospital. Podemos partir a las tres de la madrugada y quedarnos ocultos ahí hasta que el equipo de evacuación llegue, ya que de día no lo lograremos.
Erik y Paulina se quedaron pensando por unos momentos, era importante salir, pero también importan saber de la enfermedad, así no se contagiarían por ella fácilmente, pues sabrían que precauciones tomar.
-Está bien, ¿qué es lo que propones? -preguntó Paulina a Jorge mientras cruzaba los brazos y arqueaba una ceja.
Se levantó lentamente, se sentía muy cansado. Entonces recordó al viejo Juan y la multitud que los perseguía por la calle.
-¿Dónde estoy? -se preguntó a sí mismo en voz baja.
De pronto una puerta de metal se abrió de golpe a su espalda; Erik se giró asustado y vio a un sujeto, tal vez unos cuantos años mayor que él, de cabello castaño que vestía un uniforme militar.
-Al fin, dormilón -dijo el extraño con tono burlón.
Erik se quedó en silencio, observándole como si fuese un fantasma.
-No me mires así, no soy uno de ellos. Mi nombre es Jorge Rivas y pertenezco a una división especial del ejército -dijo el hombre extendiendo la mano para ayudarle a levantarse.
-Yo... soy Erik... vivía por aquí hace tiempo -contestó Erik estrechando la mano de Jorge colocándose de pie.
-Lindo lugar para venir de visita, creo -dijo el militar con sarcasmo-. Vamos, sígueme, te presentaré a alguien.
Erik asintió y le siguió fuera de aquella fría y oscura habitación, aunque del otro lado, nada era diferente. Caminaban alumbrados por una vela, que Jorge cargaba, a través de un estrecho conducto. Parecía que iban por el alcantarillado.
-Desde hace tres días que nos escondemos aquí. Hemos intentado escapar durante las noches, pero es imposible, el pueblo está repleto de ellos, de los N.S. -contó Jorge.
-¿Los N.S.? ¿Les pusieron nombres? -preguntó Erik un poco desconcertado por el detalle de lo dicho por el militar.
-Luego te lo explico. Listo, llegamos -dijo al mismo tiempo que abría otra puerta de hierro.
Entraron en una sala mucho más espaciosa que aquella en la que se había despertado. En medio había una mesa con dos velas y dos sillas, una mujer estaba sentada en una, reflexionando algo de lo que nunca se enterarían. Habían otras dos puertas en los muros izquierdo y derecho que llevaban a otros cuartos.
-Vaya, vaya -dijo la mujer sin mirarles en cuanto entraron-; ha despertado el muchacho que gusta de dar paseos por calles infestadas de esos malditos.
-¡Yo no...!
-Tranquilo, Erik -le calmó Jorge sonriendo-, sólo está bromeando. Toma asiento.
Erik se acercó a la mesa y se sentó en una de las sillas con algo de desconfianza. La mujer, que estaba frente a él, revisaba un arma, muy parecida a la que Juan le había entregado, con afán. La muchacha, tal vez de su misma edad, tenía el cabello negro, de tez blanca, ojos azules y delgada, muy hermosa; vestía un pantalón militar y una sudadera negra sin mangas.
-¿Qué hacías solo en la calle? -preguntó la chica de repente con voz firme e intimidante.
-Yo... bueno, yo no estaba solo -contestó Erik un poco nervioso-. Otra persona iba conmigo, pero se quedó atrás cuando nos perseguían. Ayer llegué por la noche a mi casa, una granja a unos cuantos kilómetros del pueblo. Venía en busca de mi familia, pero cuando llegué fui emboscado por esas personas, los infectados. Me salve gracias a un viejo llamado Juan, que mató a mis perseguidores; estuvimos escondidos en una vieja cabaña, usada como almacén, en medio del bosque. Fue idea mía venir al pueblo en busca de un auto o algo así para poder escapar.
-Mala idea... pésima idea... -dijo la chica sin quitar la mirada del arma- además, ya no queda en que poder escapar, los autos están descompuestos o se los llevaron aquellos que fueron inteligentes al huir en cuanto comenzó todo esto.
-Pero debe haber alguno en el cuartel de policía, incluso en el departamento de bomberos y el hospital -refutó Erik.
-No sé qué es lo que te hace pensar que somos unos aventureros y que salimos a la calle como si nada -contestó la chica con un poco de enfado.
-Entonces ¿qué hacían cuando me rescataron? -preguntó Erik arqueando una ceja.
-Oímos los disparos y pensamos que era algún grupo de rescate que había recibido nuestro mensaje de auxilio. Pero nos encontramos contigo sorpresivamente -respondió la muchacha, aunque esta vez con más calma.
-Entiendo... -dijo Erik bajando la mirada.
-Paulina, no seas dura con el chico -dijo Jorge sonriendo desde la puerta de hierro por la que anteriormente habían entrado.
-Por cierto, ¿cómo es que llegaron a para aquí? -preguntó Erik.
Jorge se acercó a Erik, hasta quedar iluminado totalmente por las velas.
-Verás, hace cuatro días informaron a nuestro superior sobre una enfermedad extraña que había contagiado a la mayoría de los pobladores de este lugar. Enviarían a un equipo especial de investigadores a recoger muestras y necesitaban una buena escolta. Paulina, otros cinco militares, que no conocía, y yo, fuimos llamados para hacerlo. Cuando llegamos habían varios bloqueos en el camino hacia acá, no dejaban pasar a la gente que intentaba huir, no querían arriesgarse a que la enfermedad se propagara. Los miembros de la policía y un grupo pequeño del ejército tenían bloqueada la entrada al pueblo. Al llegar nos reunimos con tres científicos en la comisaría y desde ahí nos dirigimos al pequeño hospital, donde se suponía, habían llevado al primer contagiado. En el trayecto fuimos emboscados por una docena de contagiados, no teníamos la potencia de fuego necesaria como para salir victoriosos del encuentro. Sobrevivimos cuatro: Paulina, uno de los militares, un científico y yo. Nos escondimos en una casa por varias horas, sin llamar la atención, además, ya era imposible ir en busca de alguna muestra que sirviera de investigación. Decidimos ir a la estación de radio para enviar un mensaje de auxilio, lo cual fue todo un éxito, pero al intentar volver al refugio nos salieron al encuentro varios sujetos que asesinaron a los otros, sólo Paulina y yo salimos vivos. Huimos tan rápido como pudimos, y llegamos hasta una calle que estaba siendo reparada, tenía un agujero enorme en el medio, entonces nos adentramos, en un acto de desesperación por escapar y nos encontramos con esta inmensa red de túneles que te llevan a varios puntos diferentes del pueblo. Afortunadamente, los malditos no lograron vernos cuando entramos, así que no pudieron seguirnos. Desde ese día hemos estado esperando que alguien llegue a rescatarnos.
-Pero nadie es tan idiota como para arriesgar la vida por otros, y no me quejo, yo no vendría. Ayer durante el medio día subimos a las calles, para intentar captar algo con el radio. Oímos que los policías y el pequeño contingente de militares estaba siendo atacado. Debido a eso ya no nos queda esperanza.
-Eres bastante optimista... -le dijo Erik con sarcasmo.
Jorge sonrió, nunca había escuchado a alguien que se atreviera a decirle eso a la chica, pues su carácter era bastante especial.
-La verdad, Erik, es que estamos atrapados y tal vez, pronto nos encuentren los N.S.
-¿Por qué los llamas así? -preguntó Erik esperando una buena respuesta- Es perturbador ver a alguien que les coloca nombre.
Paulina se echó a reír, burlándose de Jorge por lo que Erik había dicho.
-Tu sinceridad al hablar es admirable, pero muchas veces es mejor dejar la boca cerrada -contestó Jorge-. El nombre yo no se los he puesto, los científicos que escoltamos los llamaban de esa forma. Pero no sabemos por qué...
-Tengo una idea, creo que con esto podremos averiguarlo... -interrumpió Paulina sacando una bola de papel arrugada de su bolsillo.
-Me ocultaste esa información... -reprochó Jorge.
-No seas idiota, lo que sucede es que no recordaba esto -contestó al mismo tiempo que estiraba el papel-. Era de uno de los científicos, se le cayó del bolsillo cuando nos dirigíamos al hospital. Bueno para que les cuento eso. El asunto es que mientras estuvimos escondidos en la casa le eché una mirada rápida y alcancé a ver las siglas N.S.
Paulina le entregó el papel a Jorge y este lo acercó a las velas para poder leerlo mejor.
"Instrucciones:
-Es tu deber, como líder del equipo, hacer todo lo posible por encontrar una muestra de sangre de los infectados
-Una vez que tengas la muestra, si es posible, debes capturar uno de los insectos NoSaigo
-No habrá repercusiones si lo anterior no se cumple, ya que a estas alturas debe ser casi imposible de conseguir uno
-Al finalizar debes reunirte, junto a todos los del equipo que hayan sobrevivido a los N.S., en el hospital para ser evacuados al cuarto día
-La muestra de sangre es imprescindible, sin ella no hay posibilidades de cura para la enfermedad".
Jorge se quedó pasmado ante lo que leía, aun quedaba una oportunidad para escapar vivos de aquel infierno. Miró su reloj de pulsera, era la una de la madrugada.
-Habrá un equipo de evacuación en el hospital, en un par de horas estarán ahí. Aquí dice que al cuarto día vendrían a evacuar al equipo.
-Tienes razón, pero sólo al equipo de científicos que escoltábamos. De seguro en cualquier momento nos traicionarían.
-Creo al igual que Paulina, que la evacuación sólo está planeada para el grupo de científicos, lo dice de manera expresa en el papel -agregó Erik-. Además de la evacuación, me ha llamado la atención eso de los insectos NoSaigo. Tal vez esos bichos son los que propagan la enfermedad.
-Tal vez, pero si fuera así estaríamos todos contagiados -refutó Paulina mientras dejaba el arma en la mesa.
-Puede suceder que al picar los insectos mueran, igual como les sucede a las abejas, entonces...
-La enfermedad estaría siendo propagada por los contagiados... -interrumpió Paulina.
Erik asintió y tomó el papel para leerlo detenidamente.
-La enfermedad comenzó hace pocos días, es imposible que al momento de enviar el grupo ya les hubiesen puesto nombre a los bichos y a los portadores de la enfermedad. Esto lo tienen que haber conocido desde antes.
Repentinamente Jorge dio un golpe sobre la mesa para llamar la atención de los dos, parecía estar un poco molesto y ansioso.
-Eso no importa ahora. Debemos hacer un plan para salir de este agujero y dirigirnos al hospital. Podemos partir a las tres de la madrugada y quedarnos ocultos ahí hasta que el equipo de evacuación llegue, ya que de día no lo lograremos.
Erik y Paulina se quedaron pensando por unos momentos, era importante salir, pero también importan saber de la enfermedad, así no se contagiarían por ella fácilmente, pues sabrían que precauciones tomar.
-Está bien, ¿qué es lo que propones? -preguntó Paulina a Jorge mientras cruzaba los brazos y arqueaba una ceja.
viernes, 2 de noviembre de 2007
Capítulo 4: El Pueblo
El sonido de varios disparos le despertaron sobresaltado. Abrió los ojos, pensando que todo había sido una horrible pesadilla, que su familia y todo lo de enfermedad eran parte de una desquiciada fantasía. Pero no, no era así, pues se vio rodeado de cajas y barriles, lo mismo que había visto antes de quedarse dormido. Otro disparo a lo lejos, entonces se colocó de pie rápidamente, el viejo no estaba en ningún lado. Miró por la ventana con cautela, pero no había nadie afuera.
Se quedó durante el resto del día, vigilando el lugar y esperando escuchar más disparos, pero eso no sucedió.
-Me muero de hambre... -murmuró mientras buscaba algo para comer dentro del almacén.
La noche cayó y el viejo, que el día anterior lo había rescatado, no aparecía.
Pensó en salir, pues ahora que estaba oscuro podría ocultarse fácilmente entre los arbustos si alguno de los humanos contagiados le encontraba. Entonces, recordó los disparos que había escuchado durante la mañana, en ese instante la puerta del almacén se abrió lentamente. Con extrema cautela, Erik se escondió detrás de unos barriles.
-¿Estás aquí? -preguntó una voz grave, la que encontró conocida.
Era el viejo, que llegaba con un rifle en sus manos, tal y como si hubiese ido de cacería. Erik salió de sus escondite y se lo encontró de frente, con un aspecto cansado y cabizbajo.
-Lo estaba esperando... -dijo Erik mirándole con suma atención- ¿dónde ha estado?
El viejo Juan se sentó en el piso de madera y dejó el rifle a un lado, apoyado en la pared y se dispuso a responder:
-Durante la madrugada escuché algunos ruidos muy cerca de este lugar, creí que nos habían encontrado los infectados. Decidí salir a echar un vistazo por los alrededor, pero no quise despertarte, dormías con tanto afán que preferí dejarte. Cuando estuve en el bosque me encontré con dos de mis amigos del pueblo y un policía; según el policía, un grupo de militares había dejado un camión muy cerca de este lugar, y pretendían llegar a el. Verás, en estas situaciones un humano sólo se preocupa de su bienestar, me había alejado lo suficiente de esta casa como para perder demasiado tiempo en volver a buscarte, ellos esperarían por mi.
Erik arqueó una ceja y el viejo sonrió a medias.
-Lo siento, pero es la verdad. Me uní a ellos y caminamos hasta el lugar donde se encontraría el vehículo. Pronto amaneció y nos convertimos en presas fáciles para los contagiados. Apuramos el paso y llegamos a nuestro destino, pero sólo nos encontramos con un camión descompuesto y con los cuerpos descuartizados de varios militares. Esas criaturas, son tan salvajes que no descansan hasta verte hecho pedazos. Sin otra cosa que hacer, les hable sobre este almacén y decidieron acompañarme. Nos adentramos en lo profundo del bosque para no ser encontrados, pero al mediodía nos vimos rodeados, venían de todas partes, corriendo y gimiendo con desesperación. Fui el único que logró escapar, pero no pude llegar de inmediato aquí, tuve que subir a un árbol y esperar a que se dispersaran; entonces se hizo de noche y ya no me buscaron más, fue ahí cuando me escabullí hasta llegar nuevamente aquí.
El viejo parecía trastornado luego de contar la historia, era algo que le había dejado, sin duda, en un estado muy alto de desesperación y alteración.
-Yo no quiero morir aquí... -dijo de repente Erik.
El viejo le observó desconcertado, tal vez el muchacho deseaba escapar, pero hacer cualquier movimiento sin pensarlo bien era de un desquiciado.
-¿Qué pretendes? -preguntó el viejo.
-Ir al pueblo, por supuesto... -contestó Erik con firmeza.
-¡Estás loco! -exclamó el viejo con sorpresa.
-Baje la voz... -pidió Erik al mismo tiempo que miraba por la ventana.
El viejo meneo la cabeza, desaprobando la idea del muchacho.
-Si vamos al pueblo podríamos encontrar una posibilidad de salvarnos, aquí, en esta vieja casucha, no podemos hacer nada...
-El pueblo es donde comenzó todo esto, debe estar infestado, además, podríamos contraer la enfermedad, tal vez está en el aire o algo así.
-No lo creo, de esa forma estaríamos contagiados también, y andaríamos por ahí correteando a otros como animales.
-Típico de los jóvenes...
El viejo se quedó pensando en la idea del muchacho unos instantes. Por una parte era cierto lo que decía, eso de morir en el almacén no era buena idea, y era cuestión de tiempo que los infectados los encontraran; pero ir al pueblo, donde podrían encontrar una mayor cantidad de sujetos con ansías de asesinarles, era algo que merecía meditación.
-Sin un auto no llegaremos a ningún lugar, y en el pueblo podremos encontrar uno, además están los teléfonos. Existe la posibilidad de que alguien de afuera venga a buscarnos. No es algo que necesita de tanta reflexión, creo.
El viejo se decidió, de alguna forma el chico le había convencido; él no era un cobarde y si moría, lo haría por lo menos enfrentándose a esas cosas o buscando una vía de escape.
Juan se levantó y sacó un reloj antiguo de bolsillo que miró atentamente.
-Son las nueve en punto de la noche, es buena hora para dirigirse al pueblo. Por cierto -dijo mientras metía se llevaba la mano a la espalda-, uno de mis amigos tiró esto al suelo y lo recogí, será de gran ayuda.
El viejo Juan entregó una pistola a Erik, quien la miró con atención, no era muy diferente de la que había perdido en la granja.
-Si no tienes buena puntería, intenta disparar a la rodilla... -aconsejó Juan al momento que abría la puerta de la casa.
Erik no guardó el arma, se la llevó en la mano por si cualquier cosa sucedía.
En realidad ir al pueblo tampoco le apetecía mucho, pero era la única forma de encontrar una posible vía de escape. Ni siquiera la pistola le hacía sentir seguro, ya nada lo haría.
Salieron los dos sigilosamente de la casa, dejando la puerta abierta y se adentraron en el bosque. Protegidos por los grandes árboles y arbustos caminaron a paso rápido, intentado no hacer demasiado ruido. Generalmente el viaje al pueblo desde esos lugares tardaba una hora a pie, no habría problema, pues la noche les cobijaba.
Juan sacó el reloj antiguo cuando estuvo en lo alto de una colina, donde al parecer terminaba el bosque. Erik llegó a su lado jadeando, cansado por la subida y agotado de estar evitando a cada momento llamar la atención, pues en el camino se habían topado con varios infectados, que gracias a la oscuridad y los arbustos, no les habían descubierto.
-Son casi las once de la noche, nos hemos tardado más de lo necesario -dijo Juan en voz baja-. Ahí está el pueblo; parece demasiado espeluznante, estoy seguro de que cualquier personas en sus cabales no entraría ahí jamás. Espero que no sea mucho peor que el almacén. Bueno, así sería si no nos descubren.
-¿Quieres viajar siempre de noche y durante el día esconderte sobre un árbol? -preguntó Erik mirándole de reojo.
-Es una opción muchacho, es una opción... -contestó el viejo sonriendo a medias.
-Debemos bajar de aquí... -dijo Erik mirando hacia abajo.
-Sígueme -ordenó Juan.
Caminaron colina abajo hasta encontrarse con las primeras casas de la comunidad. Eran todas de color blanco, con techos de tejas rojas y pequeñas cercas celestes que delimitaban el terreno de cada vivienda.
-Tendremos que entrar en una de las casas y luego salir a la calle, pero supongo que eso no es muy conveniente -dijo el viejo mientras pasaba a través de los arbustos del patio trasero de una de las casas.
Erik le siguió sin decir nada. El lugar estaba hundido en el completo silencio, ni un gemido, ni un grito proveniente de los contagiados con la enfermedad salvaje. Caminaron a través del patio, pasando entre algunos juguetes rotos y manchados de sangre.
-Que... desastre... -murmuró Erik.
Juan se detuvo en seco, Erik hizo lo mismo. El viejo observaba atentamente hacia la casa; la ventana de la puerta trasera estaba rota y las del segundo piso se encontraban abiertas.
-¿Qué sucede? -preguntó Erik en voz baja.
-Algo se ha movido dentro, lo he visto en la ventana del segundo piso... -respondió Juan con una expresión de miedo en su rostro.
Al verle, Erik se asustó aun más, si el viejo moría él se quedaría solo y estaba seguro de que no duraría mucho tiempo vagando por el pueblo.
Juan apuntó con el rifle a la puerta trasera, esperando a que apareciera quien los había observado desde el segundo piso de la casa.
Al lado de la puerta había un ventanal a través del cual se podía ver un poco el comedor de la casa. Erik apuntó con su armas a ese lugar. El brazo le temblaba, ni siquiera tenía una puntería muy buena como para matarle en el primer intento, no esperaba mucho de sus habilidades para manejar la pistola, además el nerviosismo y miedo que sentía afectaba a todo su cuerpo.
De pronto se escapó un disparo, Erik temblaba por completo, había disparado contra el ventanal, provocando un estruendoso sonido que probablemente se había oído en todo el barrio, dado el silencio sepulcral que reinaba.
-¡Idiota! -exclamó con furia Juan.
Un sujeto apareció por el lugar en el que antes se había encontrado el ventanal y se les quedó mirando unos segundos, para luego gritar y correr hacia ellos velozmente. Juan apuntó con el rifle y disparo cuando el individuo estaba cerca. La bala había penetrado justo en medio de la frente, lo había matado. Pero aun no estaban completamente a salvo, pues en ese instante varios gritos y chillidos se escucharon muy cerca del lugar.
-¡Corre! -gritó Juan a Erik.
Pasaron por un lado de la casa, saltaron la pequeña cerca de madera y llegaron a la calle. Miraron a ambos lados, debían saber de donde vendrían sus perseguidores antes de echar a correr.
-No aparecen... -murmuró el viejo.
-¡Por allá! -gritó Erik apuntando hacia una casa de la que salían tres mujeres corriendo hacia ellos.
Erik y Juan empezaron a correr hacia el otro extremo de la calle desesperadamente, mientras que más y más personas contagiadas se sumaban a la persecución; salían desde las calles y de las casas, todas con un fin diferente, matar o comer, pero ambos igual de terribles.
Erik se giró para disparar, pero el viejo le gritó:
-¡No lo hagas, no gastes balas, sólo concéntrate en correr!
-¡¿Qué haremos?! -exclamó Erik.
-¡Correr hasta encontrar algún lugar seguro! -respondió el viejo que extrañamente era muy rápido para su edad.
Pero de pronto, algo falló en él, se hizo más y más lento, Erik le sobrepasó en la carrera. Se giró para ver que le sucedía, pero Juan le ordenó que continuara. El muchacho hizo caso sin dudarlo. Momentos después volvió a mirar hacia atrás, pero esta vez Juan ya no estaba y los contagiados avanzaban, sin signos de rendirse, hacia él.
Cuando iba saliendo del barrio y a punto de rendirse, dos militares, con mascaras para soportar los gases, aparecieron frente a el. Erik se lanzó al piso para evitar que le dispararan. Uno de los sujetos le ayudó a ponerse de pie mientras el otro baleaba a sus perseguidores.
Todo se hizo confuso en ese momento, sólo vio que se adentraba en un lugar oscuro a través del asfalto, guiado por quien le había ayudado. Después de eso se desmayó.
Se quedó durante el resto del día, vigilando el lugar y esperando escuchar más disparos, pero eso no sucedió.
-Me muero de hambre... -murmuró mientras buscaba algo para comer dentro del almacén.
La noche cayó y el viejo, que el día anterior lo había rescatado, no aparecía.
Pensó en salir, pues ahora que estaba oscuro podría ocultarse fácilmente entre los arbustos si alguno de los humanos contagiados le encontraba. Entonces, recordó los disparos que había escuchado durante la mañana, en ese instante la puerta del almacén se abrió lentamente. Con extrema cautela, Erik se escondió detrás de unos barriles.
-¿Estás aquí? -preguntó una voz grave, la que encontró conocida.
Era el viejo, que llegaba con un rifle en sus manos, tal y como si hubiese ido de cacería. Erik salió de sus escondite y se lo encontró de frente, con un aspecto cansado y cabizbajo.
-Lo estaba esperando... -dijo Erik mirándole con suma atención- ¿dónde ha estado?
El viejo Juan se sentó en el piso de madera y dejó el rifle a un lado, apoyado en la pared y se dispuso a responder:
-Durante la madrugada escuché algunos ruidos muy cerca de este lugar, creí que nos habían encontrado los infectados. Decidí salir a echar un vistazo por los alrededor, pero no quise despertarte, dormías con tanto afán que preferí dejarte. Cuando estuve en el bosque me encontré con dos de mis amigos del pueblo y un policía; según el policía, un grupo de militares había dejado un camión muy cerca de este lugar, y pretendían llegar a el. Verás, en estas situaciones un humano sólo se preocupa de su bienestar, me había alejado lo suficiente de esta casa como para perder demasiado tiempo en volver a buscarte, ellos esperarían por mi.
Erik arqueó una ceja y el viejo sonrió a medias.
-Lo siento, pero es la verdad. Me uní a ellos y caminamos hasta el lugar donde se encontraría el vehículo. Pronto amaneció y nos convertimos en presas fáciles para los contagiados. Apuramos el paso y llegamos a nuestro destino, pero sólo nos encontramos con un camión descompuesto y con los cuerpos descuartizados de varios militares. Esas criaturas, son tan salvajes que no descansan hasta verte hecho pedazos. Sin otra cosa que hacer, les hable sobre este almacén y decidieron acompañarme. Nos adentramos en lo profundo del bosque para no ser encontrados, pero al mediodía nos vimos rodeados, venían de todas partes, corriendo y gimiendo con desesperación. Fui el único que logró escapar, pero no pude llegar de inmediato aquí, tuve que subir a un árbol y esperar a que se dispersaran; entonces se hizo de noche y ya no me buscaron más, fue ahí cuando me escabullí hasta llegar nuevamente aquí.
El viejo parecía trastornado luego de contar la historia, era algo que le había dejado, sin duda, en un estado muy alto de desesperación y alteración.
-Yo no quiero morir aquí... -dijo de repente Erik.
El viejo le observó desconcertado, tal vez el muchacho deseaba escapar, pero hacer cualquier movimiento sin pensarlo bien era de un desquiciado.
-¿Qué pretendes? -preguntó el viejo.
-Ir al pueblo, por supuesto... -contestó Erik con firmeza.
-¡Estás loco! -exclamó el viejo con sorpresa.
-Baje la voz... -pidió Erik al mismo tiempo que miraba por la ventana.
El viejo meneo la cabeza, desaprobando la idea del muchacho.
-Si vamos al pueblo podríamos encontrar una posibilidad de salvarnos, aquí, en esta vieja casucha, no podemos hacer nada...
-El pueblo es donde comenzó todo esto, debe estar infestado, además, podríamos contraer la enfermedad, tal vez está en el aire o algo así.
-No lo creo, de esa forma estaríamos contagiados también, y andaríamos por ahí correteando a otros como animales.
-Típico de los jóvenes...
El viejo se quedó pensando en la idea del muchacho unos instantes. Por una parte era cierto lo que decía, eso de morir en el almacén no era buena idea, y era cuestión de tiempo que los infectados los encontraran; pero ir al pueblo, donde podrían encontrar una mayor cantidad de sujetos con ansías de asesinarles, era algo que merecía meditación.
-Sin un auto no llegaremos a ningún lugar, y en el pueblo podremos encontrar uno, además están los teléfonos. Existe la posibilidad de que alguien de afuera venga a buscarnos. No es algo que necesita de tanta reflexión, creo.
El viejo se decidió, de alguna forma el chico le había convencido; él no era un cobarde y si moría, lo haría por lo menos enfrentándose a esas cosas o buscando una vía de escape.
Juan se levantó y sacó un reloj antiguo de bolsillo que miró atentamente.
-Son las nueve en punto de la noche, es buena hora para dirigirse al pueblo. Por cierto -dijo mientras metía se llevaba la mano a la espalda-, uno de mis amigos tiró esto al suelo y lo recogí, será de gran ayuda.
El viejo Juan entregó una pistola a Erik, quien la miró con atención, no era muy diferente de la que había perdido en la granja.
-Si no tienes buena puntería, intenta disparar a la rodilla... -aconsejó Juan al momento que abría la puerta de la casa.
Erik no guardó el arma, se la llevó en la mano por si cualquier cosa sucedía.
En realidad ir al pueblo tampoco le apetecía mucho, pero era la única forma de encontrar una posible vía de escape. Ni siquiera la pistola le hacía sentir seguro, ya nada lo haría.
Salieron los dos sigilosamente de la casa, dejando la puerta abierta y se adentraron en el bosque. Protegidos por los grandes árboles y arbustos caminaron a paso rápido, intentado no hacer demasiado ruido. Generalmente el viaje al pueblo desde esos lugares tardaba una hora a pie, no habría problema, pues la noche les cobijaba.
Juan sacó el reloj antiguo cuando estuvo en lo alto de una colina, donde al parecer terminaba el bosque. Erik llegó a su lado jadeando, cansado por la subida y agotado de estar evitando a cada momento llamar la atención, pues en el camino se habían topado con varios infectados, que gracias a la oscuridad y los arbustos, no les habían descubierto.
-Son casi las once de la noche, nos hemos tardado más de lo necesario -dijo Juan en voz baja-. Ahí está el pueblo; parece demasiado espeluznante, estoy seguro de que cualquier personas en sus cabales no entraría ahí jamás. Espero que no sea mucho peor que el almacén. Bueno, así sería si no nos descubren.
-¿Quieres viajar siempre de noche y durante el día esconderte sobre un árbol? -preguntó Erik mirándole de reojo.
-Es una opción muchacho, es una opción... -contestó el viejo sonriendo a medias.
-Debemos bajar de aquí... -dijo Erik mirando hacia abajo.
-Sígueme -ordenó Juan.
Caminaron colina abajo hasta encontrarse con las primeras casas de la comunidad. Eran todas de color blanco, con techos de tejas rojas y pequeñas cercas celestes que delimitaban el terreno de cada vivienda.
-Tendremos que entrar en una de las casas y luego salir a la calle, pero supongo que eso no es muy conveniente -dijo el viejo mientras pasaba a través de los arbustos del patio trasero de una de las casas.
Erik le siguió sin decir nada. El lugar estaba hundido en el completo silencio, ni un gemido, ni un grito proveniente de los contagiados con la enfermedad salvaje. Caminaron a través del patio, pasando entre algunos juguetes rotos y manchados de sangre.
-Que... desastre... -murmuró Erik.
Juan se detuvo en seco, Erik hizo lo mismo. El viejo observaba atentamente hacia la casa; la ventana de la puerta trasera estaba rota y las del segundo piso se encontraban abiertas.
-¿Qué sucede? -preguntó Erik en voz baja.
-Algo se ha movido dentro, lo he visto en la ventana del segundo piso... -respondió Juan con una expresión de miedo en su rostro.
Al verle, Erik se asustó aun más, si el viejo moría él se quedaría solo y estaba seguro de que no duraría mucho tiempo vagando por el pueblo.
Juan apuntó con el rifle a la puerta trasera, esperando a que apareciera quien los había observado desde el segundo piso de la casa.
Al lado de la puerta había un ventanal a través del cual se podía ver un poco el comedor de la casa. Erik apuntó con su armas a ese lugar. El brazo le temblaba, ni siquiera tenía una puntería muy buena como para matarle en el primer intento, no esperaba mucho de sus habilidades para manejar la pistola, además el nerviosismo y miedo que sentía afectaba a todo su cuerpo.
De pronto se escapó un disparo, Erik temblaba por completo, había disparado contra el ventanal, provocando un estruendoso sonido que probablemente se había oído en todo el barrio, dado el silencio sepulcral que reinaba.
-¡Idiota! -exclamó con furia Juan.
Un sujeto apareció por el lugar en el que antes se había encontrado el ventanal y se les quedó mirando unos segundos, para luego gritar y correr hacia ellos velozmente. Juan apuntó con el rifle y disparo cuando el individuo estaba cerca. La bala había penetrado justo en medio de la frente, lo había matado. Pero aun no estaban completamente a salvo, pues en ese instante varios gritos y chillidos se escucharon muy cerca del lugar.
-¡Corre! -gritó Juan a Erik.
Pasaron por un lado de la casa, saltaron la pequeña cerca de madera y llegaron a la calle. Miraron a ambos lados, debían saber de donde vendrían sus perseguidores antes de echar a correr.
-No aparecen... -murmuró el viejo.
-¡Por allá! -gritó Erik apuntando hacia una casa de la que salían tres mujeres corriendo hacia ellos.
Erik y Juan empezaron a correr hacia el otro extremo de la calle desesperadamente, mientras que más y más personas contagiadas se sumaban a la persecución; salían desde las calles y de las casas, todas con un fin diferente, matar o comer, pero ambos igual de terribles.
Erik se giró para disparar, pero el viejo le gritó:
-¡No lo hagas, no gastes balas, sólo concéntrate en correr!
-¡¿Qué haremos?! -exclamó Erik.
-¡Correr hasta encontrar algún lugar seguro! -respondió el viejo que extrañamente era muy rápido para su edad.
Pero de pronto, algo falló en él, se hizo más y más lento, Erik le sobrepasó en la carrera. Se giró para ver que le sucedía, pero Juan le ordenó que continuara. El muchacho hizo caso sin dudarlo. Momentos después volvió a mirar hacia atrás, pero esta vez Juan ya no estaba y los contagiados avanzaban, sin signos de rendirse, hacia él.
Cuando iba saliendo del barrio y a punto de rendirse, dos militares, con mascaras para soportar los gases, aparecieron frente a el. Erik se lanzó al piso para evitar que le dispararan. Uno de los sujetos le ayudó a ponerse de pie mientras el otro baleaba a sus perseguidores.
Todo se hizo confuso en ese momento, sólo vio que se adentraba en un lugar oscuro a través del asfalto, guiado por quien le había ayudado. Después de eso se desmayó.
viernes, 26 de octubre de 2007
Capítulo 3: El Viejo
Con una fuerza extraordinaria la mujer lo lanzó contra la puerta.
-¡¿Mamá?!
Parecía no prestar atención al llamado del muchacho, no parecía razonar, lo único que hacía era gemir e intentar golpearle.
Erik la empujó hacia atrás logrando quitársela de encima y ocupó esos segundos en que ella se reponía para reanudar su ataque en correr hacia la escalera de madera rápidamente. En ese momento los que estaban afuera de la casa comenzaron a golpear con fuerza la puerta de entrada. La mujer corrió tras él y alcanzó uno de sus piernas, la sostuvo con fuerza y haló.
Erik la golpeó con el pie que tenía libre en el rostro, pero ni siquiera disminuía un poco la fuerza del apretón; mientras tanto, la puerta comenzó a ceder, uno de los sujetos de afuera la atravesó con el puño.
Volví a golpear, esta vez con más fuerza, a su madre en el rostro y esta finalmente lo dejó libre. Erik se colocó de pie y corrió hasta una de las habitaciones, seguido de cerca por la mujer, cuya ventana daba con la parte trasera de la casa.
-Mi familia. -murmuró en cuanto entró en el cuarto y cerró la puerta con el seguro- Ahora como escapo de este... -se quedó observando la ventana abierta.
Dos golpes, tres golpes. El ruido de la puerta de entrada haciéndose añicos se escuchó en toda la casa, los pasos acelerados por la escalera y luego por el pasillo flanqueado por tres habitaciones. Los cinco contagiados comenzaron a golpear con fuerza la puerta hasta que la rompieron y entraron con rapidez, pero en el lugar no había nadie.
Luego de saltar y caer sobre una carreta de heno se adentró con velocidad en los maizales. Corrió sin detenerse a través de estos, pero poco se alejaba de la casa, parecía que no avanzaba nada. Los gemidos de sus cazadores le incitaron a esforzarse más por alcanzar un lugar seguro. Pensó en regresar al auto, pero no tenía las llaves y era demasiado peligroso darse el tiempo para buscarlas con su familia merodeando el lugar.
De repente paró en seco, oyó otras pisadas acercarse a él rápidamente.
-¿No son los únicos aquí...? -se preguntó en voz baja.
Se agachó y se arrastró hacia un lado. Pocos segundos después llegaban dos sujetos corriendo a gran velocidad como desquiciados que se detuvieron cerca de donde él había estado antes; miraban a todos lados buscando, pero no encontraron nada. Caminaron despacio por los alrededores.
Erik aterrado se arrastró con sigilo para alejarse de ellos; momentos después miró hacia atrás y ya no había nadie, al parecer los contagiados se habían marchado. Se levantó e intentó avanzar sin hacer mucho ruido. Cuando había dado unos pocos pasos aparecieron desde el costado derecho tres sujetos gritando y gimiendo. Erik empezó a correr tan rápido como sus cansadas y temblorosas piernas le permitieron.
La carrera se hacía difícil con las plantas dándole en el rostro y en el cuerpo, pero sus perseguidores ni se inmutaban por estas, seguían como si nada tras él.
Se dio cuenta de que faltaba muy poco para salir ya de la plantación de maíz, fuera de ese lugar podría correr más rápido, pero los individuos que le daban caza lo alcanzarían también fácilmente.
Corrió sin cesar, pensando a momentos en rendirse y servir de juguete para los infectados, pues estos lo matarían a golpes dado el salvajismo que causaba la enfermedad.
Ya podía ver unos cuantos árboles y la carretera, si ponía todo su esfuerzo entonces podría subirse a uno sin que se dieran cuenta, pasar ahí la noche y esperar a que alguien le rescatase, aunque era algo poco probable, pero en momentos como ese no podía perder la esperanza hasta en la idea más tonta que se le ocurriera. De pronto salió y su sorpresa fue grande al ver a un hombre de pie a unos pocos metros de él, entonces pensó que estaba perdido, su muerte era inminente. Ya estaba demasiado cansado como para huir, le habían atrapado.
-¡Abajo idiota! -le dijo el sujeto al momento que le apuntaba con una escopeta.
Erik hizo caso de inmediato y se lanzó al suelo como si este fuera agua e intentara hundirse para perder a sus perseguidores. Sintió el barro en su rostro y en sus brazos al quedar acostado; cerró los ojos, apretó los dientes y se quedó ahí, esperando a que el hombre hiciera algo. Segundos después oyó dos disparos y en seguida el sonido de tres cuerpos pesados cayendo al suelo muy cerca de él.
-De pie muchacho... -ordenó el sujeto, en ese momento los gritos de otros se escucharon desde las plantaciones de maíz- ¡De prisa!
Erik se levantó y le siguió. Cruzaron la carretera para luego ingresar al bosque. El terreno accidentado les impidió ir más rápido, pero ya casi estaban a salvo. Minutos más tarde se encontraron con una pequeña cabaña a oscuras.
-Entra, rápido -ordenó el individuo mientras miraba hacia atrás, percatándose de que no les hubiesen seguido.
Erik pasó a un lado de quien le había salvado la vida y pudo verle el rostro más de cerca, era un viejo de barba gris, un poco sucia, vestía una camisa rasgada con varios manchones de sangre sobre ella. Era de tez blanca y ojos de color marrón oscuro.
-No hagas ruido... -le ordenó en voz baja al mismo tiempo que cerraba la puerta con seguro.
Los minutos pasaron, pero nada sucedió, ni siquiera gemidos escuchaban, tal vez ya se había alejado del lugar. El viejo apoyó la escopeta en la pared a un lado de la puerta y suspiró de cansancio.
-Mi nombre es Juan... -le dijo a Erik estirando la mano.
-Yo soy Erik -contestó el muchacho estrechando la de Juan.
-Es un suicidio entrar a esa granja -dijo el viejo sentándose en el suelo, ya que el lugar al parecer servía sólo para almacenaje-. Tuve la idea de esconderme en esa granja, pero los vi llegar, eran alrededor de veinte los que se adentraron en los maizales. Me escondí entre los árboles a un lado de la carretera. Minutos después oí gritos y disparos. Todo eso sucedió aproximadamente al medio día.
Erik se quedó pasmado al escuchar la historia, su familia había sido atacada unas horas después de haberles hablado por teléfono. Bajó la mirada con tristeza e intentó no pensar en eso, nunca habría imaginado que sería la última conversación que tendría con ellos.
-Yo... eran mi familia, se supone que venía a buscarlos para llevarlos a la ciudad -explicó Erik-. Pensé que algunos militares y la policía local habían contenido a los contagiados en el lugar de origen.
-Así fue, pero sólo por un par de horas -contestó Juan-. Durante la madrugada de hoy las fuerzas fueron atacadas por estos sujetos. Mueren con un disparo, igual que las personas normales, pero son demasiado rápidos, ni siquiera te das cuenta cuando ya los tienes encima. Las granjas de los alrededores ya deben estar repletos de ellos. Encontré este lugar y me escondí, hasta que hace un rato escuché disparos. Creí que habían enviado otra fuerza para hacer desaparecer a esos malditos, pero me quedé en la carretera, oculto en los árboles, esperando y ahí te encontré.
-Fui yo el de los disparos... pero creo que he perdido el arma mientras corría, no se en que momento, lo único que pensaba era en escapar -dijo Erik.
-Entiendo...
Se quedaron en silencio unos momentos, escuchando y mirando a todos lados. Parecía que no andaban cerca del lugar, eso les permitiría pasar la noche a salvo.
-Una amiga me llamó al teléfono celular unas horas atrás, dijo que habían evacuado a todos en las cercanías...
-Evacuar... para nada, eso nunca iba a suceder. Es lo que dicen a los noticiarios para calmar a las personas. Los habitantes debían huir por su propia cuenta, lo malo es que por aquí no muchos entienden la gravedad de cosas como estas o son demasiado testarudos para abandonar sus hogares y tierras.
Erik recordó al viejo mecánico que había revisado su auto en el trayecto a la granja; sonrió a medias.
-¿Tienes el teléfono aquí? -preguntó Juan ansioso de escuchar una respuesta positiva.
Erik negó moviendo la cabeza.
-Está en el auto... que se encuentra frente a mi casa en la granja...
-Casi imposible de conseguir. Esa gente enferma aun debe merodear los maizales.
-¿Qué haremos, entonces? -preguntó Erik cruzando los brazos.
-En unas horas amanecerá -respondió Juan mientras sacaba un antiguo reloj de bolsillo-. Creo que es mala idea pasear a plena luz del día con esos locos dando vueltas por ahí. Por ahora duerme, yo me quedaré vigilando.
Erik asintió, se apoyó en la pared junto a unos barriles y cerró los ojos. No sabía si podría dormir, pero se sentía demasiado cansado, y debía aprovechar mientras estuviera a salvo en aquel almacén.
-¡¿Mamá?!
Parecía no prestar atención al llamado del muchacho, no parecía razonar, lo único que hacía era gemir e intentar golpearle.
Erik la empujó hacia atrás logrando quitársela de encima y ocupó esos segundos en que ella se reponía para reanudar su ataque en correr hacia la escalera de madera rápidamente. En ese momento los que estaban afuera de la casa comenzaron a golpear con fuerza la puerta de entrada. La mujer corrió tras él y alcanzó uno de sus piernas, la sostuvo con fuerza y haló.
Erik la golpeó con el pie que tenía libre en el rostro, pero ni siquiera disminuía un poco la fuerza del apretón; mientras tanto, la puerta comenzó a ceder, uno de los sujetos de afuera la atravesó con el puño.
Volví a golpear, esta vez con más fuerza, a su madre en el rostro y esta finalmente lo dejó libre. Erik se colocó de pie y corrió hasta una de las habitaciones, seguido de cerca por la mujer, cuya ventana daba con la parte trasera de la casa.
-Mi familia. -murmuró en cuanto entró en el cuarto y cerró la puerta con el seguro- Ahora como escapo de este... -se quedó observando la ventana abierta.
Dos golpes, tres golpes. El ruido de la puerta de entrada haciéndose añicos se escuchó en toda la casa, los pasos acelerados por la escalera y luego por el pasillo flanqueado por tres habitaciones. Los cinco contagiados comenzaron a golpear con fuerza la puerta hasta que la rompieron y entraron con rapidez, pero en el lugar no había nadie.
Luego de saltar y caer sobre una carreta de heno se adentró con velocidad en los maizales. Corrió sin detenerse a través de estos, pero poco se alejaba de la casa, parecía que no avanzaba nada. Los gemidos de sus cazadores le incitaron a esforzarse más por alcanzar un lugar seguro. Pensó en regresar al auto, pero no tenía las llaves y era demasiado peligroso darse el tiempo para buscarlas con su familia merodeando el lugar.
De repente paró en seco, oyó otras pisadas acercarse a él rápidamente.
-¿No son los únicos aquí...? -se preguntó en voz baja.
Se agachó y se arrastró hacia un lado. Pocos segundos después llegaban dos sujetos corriendo a gran velocidad como desquiciados que se detuvieron cerca de donde él había estado antes; miraban a todos lados buscando, pero no encontraron nada. Caminaron despacio por los alrededores.
Erik aterrado se arrastró con sigilo para alejarse de ellos; momentos después miró hacia atrás y ya no había nadie, al parecer los contagiados se habían marchado. Se levantó e intentó avanzar sin hacer mucho ruido. Cuando había dado unos pocos pasos aparecieron desde el costado derecho tres sujetos gritando y gimiendo. Erik empezó a correr tan rápido como sus cansadas y temblorosas piernas le permitieron.
La carrera se hacía difícil con las plantas dándole en el rostro y en el cuerpo, pero sus perseguidores ni se inmutaban por estas, seguían como si nada tras él.
Se dio cuenta de que faltaba muy poco para salir ya de la plantación de maíz, fuera de ese lugar podría correr más rápido, pero los individuos que le daban caza lo alcanzarían también fácilmente.
Corrió sin cesar, pensando a momentos en rendirse y servir de juguete para los infectados, pues estos lo matarían a golpes dado el salvajismo que causaba la enfermedad.
Ya podía ver unos cuantos árboles y la carretera, si ponía todo su esfuerzo entonces podría subirse a uno sin que se dieran cuenta, pasar ahí la noche y esperar a que alguien le rescatase, aunque era algo poco probable, pero en momentos como ese no podía perder la esperanza hasta en la idea más tonta que se le ocurriera. De pronto salió y su sorpresa fue grande al ver a un hombre de pie a unos pocos metros de él, entonces pensó que estaba perdido, su muerte era inminente. Ya estaba demasiado cansado como para huir, le habían atrapado.
-¡Abajo idiota! -le dijo el sujeto al momento que le apuntaba con una escopeta.
Erik hizo caso de inmediato y se lanzó al suelo como si este fuera agua e intentara hundirse para perder a sus perseguidores. Sintió el barro en su rostro y en sus brazos al quedar acostado; cerró los ojos, apretó los dientes y se quedó ahí, esperando a que el hombre hiciera algo. Segundos después oyó dos disparos y en seguida el sonido de tres cuerpos pesados cayendo al suelo muy cerca de él.
-De pie muchacho... -ordenó el sujeto, en ese momento los gritos de otros se escucharon desde las plantaciones de maíz- ¡De prisa!
Erik se levantó y le siguió. Cruzaron la carretera para luego ingresar al bosque. El terreno accidentado les impidió ir más rápido, pero ya casi estaban a salvo. Minutos más tarde se encontraron con una pequeña cabaña a oscuras.
-Entra, rápido -ordenó el individuo mientras miraba hacia atrás, percatándose de que no les hubiesen seguido.
Erik pasó a un lado de quien le había salvado la vida y pudo verle el rostro más de cerca, era un viejo de barba gris, un poco sucia, vestía una camisa rasgada con varios manchones de sangre sobre ella. Era de tez blanca y ojos de color marrón oscuro.
-No hagas ruido... -le ordenó en voz baja al mismo tiempo que cerraba la puerta con seguro.
Los minutos pasaron, pero nada sucedió, ni siquiera gemidos escuchaban, tal vez ya se había alejado del lugar. El viejo apoyó la escopeta en la pared a un lado de la puerta y suspiró de cansancio.
-Mi nombre es Juan... -le dijo a Erik estirando la mano.
-Yo soy Erik -contestó el muchacho estrechando la de Juan.
-Es un suicidio entrar a esa granja -dijo el viejo sentándose en el suelo, ya que el lugar al parecer servía sólo para almacenaje-. Tuve la idea de esconderme en esa granja, pero los vi llegar, eran alrededor de veinte los que se adentraron en los maizales. Me escondí entre los árboles a un lado de la carretera. Minutos después oí gritos y disparos. Todo eso sucedió aproximadamente al medio día.
Erik se quedó pasmado al escuchar la historia, su familia había sido atacada unas horas después de haberles hablado por teléfono. Bajó la mirada con tristeza e intentó no pensar en eso, nunca habría imaginado que sería la última conversación que tendría con ellos.
-Yo... eran mi familia, se supone que venía a buscarlos para llevarlos a la ciudad -explicó Erik-. Pensé que algunos militares y la policía local habían contenido a los contagiados en el lugar de origen.
-Así fue, pero sólo por un par de horas -contestó Juan-. Durante la madrugada de hoy las fuerzas fueron atacadas por estos sujetos. Mueren con un disparo, igual que las personas normales, pero son demasiado rápidos, ni siquiera te das cuenta cuando ya los tienes encima. Las granjas de los alrededores ya deben estar repletos de ellos. Encontré este lugar y me escondí, hasta que hace un rato escuché disparos. Creí que habían enviado otra fuerza para hacer desaparecer a esos malditos, pero me quedé en la carretera, oculto en los árboles, esperando y ahí te encontré.
-Fui yo el de los disparos... pero creo que he perdido el arma mientras corría, no se en que momento, lo único que pensaba era en escapar -dijo Erik.
-Entiendo...
Se quedaron en silencio unos momentos, escuchando y mirando a todos lados. Parecía que no andaban cerca del lugar, eso les permitiría pasar la noche a salvo.
-Una amiga me llamó al teléfono celular unas horas atrás, dijo que habían evacuado a todos en las cercanías...
-Evacuar... para nada, eso nunca iba a suceder. Es lo que dicen a los noticiarios para calmar a las personas. Los habitantes debían huir por su propia cuenta, lo malo es que por aquí no muchos entienden la gravedad de cosas como estas o son demasiado testarudos para abandonar sus hogares y tierras.
Erik recordó al viejo mecánico que había revisado su auto en el trayecto a la granja; sonrió a medias.
-¿Tienes el teléfono aquí? -preguntó Juan ansioso de escuchar una respuesta positiva.
Erik negó moviendo la cabeza.
-Está en el auto... que se encuentra frente a mi casa en la granja...
-Casi imposible de conseguir. Esa gente enferma aun debe merodear los maizales.
-¿Qué haremos, entonces? -preguntó Erik cruzando los brazos.
-En unas horas amanecerá -respondió Juan mientras sacaba un antiguo reloj de bolsillo-. Creo que es mala idea pasear a plena luz del día con esos locos dando vueltas por ahí. Por ahora duerme, yo me quedaré vigilando.
Erik asintió, se apoyó en la pared junto a unos barriles y cerró los ojos. No sabía si podría dormir, pero se sentía demasiado cansado, y debía aprovechar mientras estuviera a salvo en aquel almacén.
miércoles, 24 de octubre de 2007
Capítulo 2: Llegada
-¿No sabes lo que sucedió? -preguntó el viejo mecánico del lugar.
-En realidad... no -contestó el muchacho que le miraba con desconcierto.
-Hace tres días que la totalidad de los habitantes de un pueblo cercano han caído enfermos. Es algo extraño, se comportan como seres irracionales; lo he visto en la televisión, atacan a mordidas a los que se les cruzan por el frente. Pero los militares y unos pocos policías locales les han detenido el avance por ahora.
El muchacho de cabello negro, ojos azules y piel pálida abrió le entregó dinero al hombre y abrió la puerta del auto.
-Entonces usted debería marcharse de este sitio ¿no cree? -preguntó arqueando una ceja.
El mecánico soltó una carcajada y se dio dos suaves golpes en la panza.
-Claro que no, este ha sido el negocio de mi familia por muchos años, sería un insulto a la memoria de mi padre, que en paz descanse. La mayoría de los pobladores se ha ido por el miedo a esa epidemia, pero yo me quedaré hasta el final.
-Como usted quiera...
El muchacho se subió al auto, bajó el vidrio para sentir la fresca brisa de la tarde de verano.
-Pienso que me estás mintiendo; si sabes acerca de la historia, de las noticias sobre ese suceso y me parece que te diriges hacia allá. Espero que no seas uno de esos tontos reporteros que dan su vida por la primicia -dijo de pronto el hombre acercándose a la ventana-. Yo estoy un poco loco por quedarme, pero tú si que eres idiota.
El chico sonrió por unos segundos al mirarle, luego dirigió la mirada hacia el frente y frunció el ceño. Encendió el auto y segundos después se vio en la carretera flanqueada por el bosque. El teléfono celular en el asiento de al lado comenzó a sonar, el muchacho lo miró de reojo y lo cogió sin prisa.
-¿Diga? -contestó con desinterés.
"Erik, no vayas, he visto en las noticias que es peligroso -advirtió la voz de una muchacha-, a estas horas ya han evacuado a la mayoría de las personas que viven en los alrededores. Ellos deben estar a salvo; además han colocado barricadas en las carreteras, no dejan pasar a nadie."
-Ya te lo dije, sólo los buscaré y los llevaré a la ciudad, no te preocupes por mi -contestó el muchacho.
La llamada se cortó en ese instante; miró la pantalla del teléfono, pudo ver que no tenía señal alguna. Tampoco podría devolverle la llamada. Lanzó el celular al asiento de al lado y siguió manejando. Pronto el sol desapareció y la luna iluminó la vacía carretera. Se suponía que no demoraría demasiado en llegar, eso le había dicho a su familia antes de salir de la universidad aquel día muy temprano por la mañana. Sería un agrado volver a la granja, aunque fuese por unos momentos.
Aumentó la velocidad un poco más, lo de la enfermedad le estaba preocupando demasiado, sus padres y su hermana pequeña corrían peligro quedándose en el campo. Pero si era verdad que los habían evacuado, entonces no había problema alguno. De pronto la sombra de algo o alguien pasó corriendo frente al auto con gran rapidez. Erik frenó de golpe y los neumáticos provocaron un estruendoso sonido. Se quedó mirando, aferrado al volante, a todos lados, pero no había nadie y era imposible intentar observar a través del espeso bosque. Sintió un poco de miedo, pensó en un animal, pero era demasiado grande como para ser uno, si era una persona entonces tenía que tener cuidado, tal vez era algún ladrón que provocaba accidentes en el camino atravesándose de esa forma para poder asaltar más fácilmente. De debajo del asiento sacó una pequeña pistola que uno de sus amigos le había prestado antes de iniciar su viaje. Entonces recordó la enfermedad, podía ser alguien que se haya contagiado, tal vez se la contagiaría a él. Rápidamente pisó el acelerador y continuó su camino.
Pasaron dos horas desde que se había detenido, llegaba a la enorme granja de sus padres. Los maizales cubrían varias hectáreas y había un sólo camino de tierra que llegaba directo a la casa.
-Es extraño... -murmuró al mirar hacia adelante en el camino- no hay ninguna luz que provenga desde la casa. Es muy temprano para que duerman aun, además les dije que vendría a buscarlos. Tal vez la policía del pueblo vino y se los llevó a un lugar más seguro.
Anduvo lentamente por el camino de tierra y piedras, no deseaba aumentar la velocidad para no causarle daño al auto o a los neumáticos. Mientras manejaba miraba a todos lados con desconfianza, tenía el presentimiento de que alguien se lanzaría contra el vehículo en cualquier momento.
-Maldita epidemia... -farfulló.
Después de unos minutos llegó a la gran casa, de color blanco y muy bella, con flores de todos los colores plantadas a su alrededor. Se bajó del auto, no sin antes tomar el arma que guardaba bajo el asiento del conductor, y caminó sigilosamente hasta la casa. De pronto las nubes cubrieron la luna y el brillo de esta desapareció dejándolo en medio de la aterradora oscuridad del lugar, en ese instante su corazón dio un salto, parecía que avanzaba con lentitud, las piernas le temblaron. Al acercarse más, se dio cuenta de que la puerta de entrada estaba abierta y tenía una oscura mancha encima, debido a la falta de luz no podía apreciarla bien. Subió las pequeñas escalerillas que lo llevarían hasta la parte delantera de la casa y antes de cruzar el umbral intentó observar, pero la oscuridad era total. Entró muy despacio, con el arma en alto, desafortunadamente no sabía utilizarla muy bien, sólo la había traído para asustar a alguien si era necesario, pero no para usarla.
Se quedó paralizado en la entrada, no sabía porque, pero las piernas ya no le respondían. Aquella enfermedad tan extraña, los síntomas que causaba en las personas; según había escuchado en el noticiario, esta apartaba a la persona totalmente de la razón llevándole al salvajismo y canibalismo total, como si quien la tuviese se moviera por el impulso de alimentarse y matar. Todo eso pasaba por su mente hasta que la madera del piso crujió a unos metros de él. Apuntó con desesperación hacia ningún lugar, los brazos le temblaron. Entonces pensó que podían ser sus padres, quienes habían dejado todo a oscuras para no ser encontrados por los contagiados. Otra vez la madera crujió, esta vez más cerca de él.
Ya no pudo más, se dio vuelta y corrió tan rápido como pudo hasta el auto, otros ruidos de pisadas se unieron a las suyas junto a un sonido metálico como de llaves que caía sobre el piso de madera; se giró para ver bien y sólo vio a un sujeto salir de la casa a gran velocidad. Afortunadamente había dejado la puerta abierta del vehículo, se introdujo en él y apuntó desde dentro hacia el vidrio delantero. El individuo que le perseguía se lanzó sobre el auto e intentó romper el cristal con los puños de manera salvaje. Erik cerró los ojos y disparó tres veces y una de las balas penetró afortunadamente en la garganta del hombre, quien cayó temblando y escupiendo sangre al suelo.
Erik se dispuso a encender el vehículo, pero las llaves no estaban, entonces recordó aquel ruido que había sentido al correr. Se bajó rápidamente, con el corazón a punto de salir disparado del pecho, miró por el lugar, pero debido a la oscuridad no las encontraba. En ese momento escuchó un gemido, como de animal, proveniente de los maizales que rodeaban la casa. Con desesperación entró en la casa y cerró la puerta con el seguro.
-Están aquí... ya han llegado hasta este lugar... -murmuró aterrado.
Desde el maizal llegaron corriendo cuatro individuos a los que no pudo identificar con claridad. Sus movimientos bruscos al moverse evidenciaban el salvajismo en ellos, estaban contagiados con aquella enfermedad desconocida. En ese instante las nubes se alejaron de la luna y permitieron que nuevamente iluminara el lugar.
Dos hombres, una mujer y una niña hurgueteaban en el auto. De sus bocas brotaba sangre, tenían cortes en varias partes de sus cuerpos. Estaban pálidos, como si estuviesen muertos, sus ojos estaban inyectados en sangre.
-No puede ser... -murmuró al reconocer a dos de ellos- papá, Hanna...
Retrocedió atemorizado lentamente, entonces el piso crujió, se dio la vuelta para mirar y vio a su madre lanzarse como una fiera sobre él.
-En realidad... no -contestó el muchacho que le miraba con desconcierto.
-Hace tres días que la totalidad de los habitantes de un pueblo cercano han caído enfermos. Es algo extraño, se comportan como seres irracionales; lo he visto en la televisión, atacan a mordidas a los que se les cruzan por el frente. Pero los militares y unos pocos policías locales les han detenido el avance por ahora.
El muchacho de cabello negro, ojos azules y piel pálida abrió le entregó dinero al hombre y abrió la puerta del auto.
-Entonces usted debería marcharse de este sitio ¿no cree? -preguntó arqueando una ceja.
El mecánico soltó una carcajada y se dio dos suaves golpes en la panza.
-Claro que no, este ha sido el negocio de mi familia por muchos años, sería un insulto a la memoria de mi padre, que en paz descanse. La mayoría de los pobladores se ha ido por el miedo a esa epidemia, pero yo me quedaré hasta el final.
-Como usted quiera...
El muchacho se subió al auto, bajó el vidrio para sentir la fresca brisa de la tarde de verano.
-Pienso que me estás mintiendo; si sabes acerca de la historia, de las noticias sobre ese suceso y me parece que te diriges hacia allá. Espero que no seas uno de esos tontos reporteros que dan su vida por la primicia -dijo de pronto el hombre acercándose a la ventana-. Yo estoy un poco loco por quedarme, pero tú si que eres idiota.
El chico sonrió por unos segundos al mirarle, luego dirigió la mirada hacia el frente y frunció el ceño. Encendió el auto y segundos después se vio en la carretera flanqueada por el bosque. El teléfono celular en el asiento de al lado comenzó a sonar, el muchacho lo miró de reojo y lo cogió sin prisa.
-¿Diga? -contestó con desinterés.
"Erik, no vayas, he visto en las noticias que es peligroso -advirtió la voz de una muchacha-, a estas horas ya han evacuado a la mayoría de las personas que viven en los alrededores. Ellos deben estar a salvo; además han colocado barricadas en las carreteras, no dejan pasar a nadie."
-Ya te lo dije, sólo los buscaré y los llevaré a la ciudad, no te preocupes por mi -contestó el muchacho.
La llamada se cortó en ese instante; miró la pantalla del teléfono, pudo ver que no tenía señal alguna. Tampoco podría devolverle la llamada. Lanzó el celular al asiento de al lado y siguió manejando. Pronto el sol desapareció y la luna iluminó la vacía carretera. Se suponía que no demoraría demasiado en llegar, eso le había dicho a su familia antes de salir de la universidad aquel día muy temprano por la mañana. Sería un agrado volver a la granja, aunque fuese por unos momentos.
Aumentó la velocidad un poco más, lo de la enfermedad le estaba preocupando demasiado, sus padres y su hermana pequeña corrían peligro quedándose en el campo. Pero si era verdad que los habían evacuado, entonces no había problema alguno. De pronto la sombra de algo o alguien pasó corriendo frente al auto con gran rapidez. Erik frenó de golpe y los neumáticos provocaron un estruendoso sonido. Se quedó mirando, aferrado al volante, a todos lados, pero no había nadie y era imposible intentar observar a través del espeso bosque. Sintió un poco de miedo, pensó en un animal, pero era demasiado grande como para ser uno, si era una persona entonces tenía que tener cuidado, tal vez era algún ladrón que provocaba accidentes en el camino atravesándose de esa forma para poder asaltar más fácilmente. De debajo del asiento sacó una pequeña pistola que uno de sus amigos le había prestado antes de iniciar su viaje. Entonces recordó la enfermedad, podía ser alguien que se haya contagiado, tal vez se la contagiaría a él. Rápidamente pisó el acelerador y continuó su camino.
Pasaron dos horas desde que se había detenido, llegaba a la enorme granja de sus padres. Los maizales cubrían varias hectáreas y había un sólo camino de tierra que llegaba directo a la casa.
-Es extraño... -murmuró al mirar hacia adelante en el camino- no hay ninguna luz que provenga desde la casa. Es muy temprano para que duerman aun, además les dije que vendría a buscarlos. Tal vez la policía del pueblo vino y se los llevó a un lugar más seguro.
Anduvo lentamente por el camino de tierra y piedras, no deseaba aumentar la velocidad para no causarle daño al auto o a los neumáticos. Mientras manejaba miraba a todos lados con desconfianza, tenía el presentimiento de que alguien se lanzaría contra el vehículo en cualquier momento.
-Maldita epidemia... -farfulló.
Después de unos minutos llegó a la gran casa, de color blanco y muy bella, con flores de todos los colores plantadas a su alrededor. Se bajó del auto, no sin antes tomar el arma que guardaba bajo el asiento del conductor, y caminó sigilosamente hasta la casa. De pronto las nubes cubrieron la luna y el brillo de esta desapareció dejándolo en medio de la aterradora oscuridad del lugar, en ese instante su corazón dio un salto, parecía que avanzaba con lentitud, las piernas le temblaron. Al acercarse más, se dio cuenta de que la puerta de entrada estaba abierta y tenía una oscura mancha encima, debido a la falta de luz no podía apreciarla bien. Subió las pequeñas escalerillas que lo llevarían hasta la parte delantera de la casa y antes de cruzar el umbral intentó observar, pero la oscuridad era total. Entró muy despacio, con el arma en alto, desafortunadamente no sabía utilizarla muy bien, sólo la había traído para asustar a alguien si era necesario, pero no para usarla.
Se quedó paralizado en la entrada, no sabía porque, pero las piernas ya no le respondían. Aquella enfermedad tan extraña, los síntomas que causaba en las personas; según había escuchado en el noticiario, esta apartaba a la persona totalmente de la razón llevándole al salvajismo y canibalismo total, como si quien la tuviese se moviera por el impulso de alimentarse y matar. Todo eso pasaba por su mente hasta que la madera del piso crujió a unos metros de él. Apuntó con desesperación hacia ningún lugar, los brazos le temblaron. Entonces pensó que podían ser sus padres, quienes habían dejado todo a oscuras para no ser encontrados por los contagiados. Otra vez la madera crujió, esta vez más cerca de él.
Ya no pudo más, se dio vuelta y corrió tan rápido como pudo hasta el auto, otros ruidos de pisadas se unieron a las suyas junto a un sonido metálico como de llaves que caía sobre el piso de madera; se giró para ver bien y sólo vio a un sujeto salir de la casa a gran velocidad. Afortunadamente había dejado la puerta abierta del vehículo, se introdujo en él y apuntó desde dentro hacia el vidrio delantero. El individuo que le perseguía se lanzó sobre el auto e intentó romper el cristal con los puños de manera salvaje. Erik cerró los ojos y disparó tres veces y una de las balas penetró afortunadamente en la garganta del hombre, quien cayó temblando y escupiendo sangre al suelo.
Erik se dispuso a encender el vehículo, pero las llaves no estaban, entonces recordó aquel ruido que había sentido al correr. Se bajó rápidamente, con el corazón a punto de salir disparado del pecho, miró por el lugar, pero debido a la oscuridad no las encontraba. En ese momento escuchó un gemido, como de animal, proveniente de los maizales que rodeaban la casa. Con desesperación entró en la casa y cerró la puerta con el seguro.
-Están aquí... ya han llegado hasta este lugar... -murmuró aterrado.
Desde el maizal llegaron corriendo cuatro individuos a los que no pudo identificar con claridad. Sus movimientos bruscos al moverse evidenciaban el salvajismo en ellos, estaban contagiados con aquella enfermedad desconocida. En ese instante las nubes se alejaron de la luna y permitieron que nuevamente iluminara el lugar.
Dos hombres, una mujer y una niña hurgueteaban en el auto. De sus bocas brotaba sangre, tenían cortes en varias partes de sus cuerpos. Estaban pálidos, como si estuviesen muertos, sus ojos estaban inyectados en sangre.
-No puede ser... -murmuró al reconocer a dos de ellos- papá, Hanna...
Retrocedió atemorizado lentamente, entonces el piso crujió, se dio la vuelta para mirar y vio a su madre lanzarse como una fiera sobre él.
martes, 23 de octubre de 2007
Capítulo 1: Epidemia
-¿Cuál es su estado? -preguntó un hombre alto, de bata blanca, cabello rubio, ojos azules y de constitución delgada, a la enfermera que iba junto a la camilla en la que llevaban a un muchacho que no mostraba síntoma alguno de vida.
-Parece estar muerto, pero aun tiene pulso, sólo su aspecto externo es grave -contestó la mujer-. Tiene fiebre y me han informado de que escupió sangre dos veces en la ambulancia.
-¿Alguien sabe lo que le sucedió? -preguntó el doctor mientras tocaba la frente del chico.
-Sus padres dijeron que se encontraba de campamento, en el bosque cercano al pueblo, con unos amigos; ellos dijeron que se desmayó de repente, lo trajeron tan rápido como pudieron, pero como andaban a pie tardaron un poco más de hora y media.
El médico observaba con interés al muchacho, sus síntomas eran demasiado extraño, puesto que llevaba más de una hora y media desmayado. Pensó en todas las posibles enfermedades, en alguna caída o algo así, pero nada se le ocurría, jamás había visto algo así.
-Mire ahí... -apuntó de pronto la enfermera al cuello del chico, en donde tenía una pequeña picadura de insecto.
-Podría ser una alergia, pero se ve demasiado grave como para que fuera una. Tal vez no tiene nada que ver -dijo el doctor.
Continuaron por un pasillo de baldosas blancas, pasaron por una doble puerta y entraron en una habitación equipada con casi todo lo necesario para atender a un enfermo.
-Si empeora deberá ser llevado a la ciudad -dijo la enfermera mirando con preocupación al doctor- Pero será difícil de todas formas, ya son las nueve de la noche y Henry, el de la ambulancia, no se encuentra aquí.
-Haremos todo lo posible para que no suceda eso... debo hablar con sus padres. Cuida de él hasta que vuelva.
La mujer asintió un poco insegura. El silencio se apoderó de la sala, era algo inquietante. Buscó en unos cajones algunas jeringas y tomó una pequeña bolsa que contenía suero.
-No sentirás nada de...
Se quedó muda e inmóvil al ver que el chico ya no se encontraba en la camilla. Su respiración se aceleró y el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Después de unos segundos en lo que el miedo la dominó dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el muro, así tenía a vista todo el lugar y si el muchacho tenía ganas de bromear no la sorprendería.
-Ya deja... esto... no es... chistoso -tartamudeó.
Pero era extraño, el chico enfermo no podía levantarse de repente como si nada; algo andaba muy mal.
Caminó muy despacio hasta la puerta, en cuanto la cruzara saldría corriendo sin parar en busca del doctor o de cualquier otro funcionario del pequeño hospital para que le ayudase. De repente oyó un disparo y en ese momento una larga y blanca cortina que separaba una parte de la sala, en la que se encontraban otras máquinas para asistir a un herido, se movió levemente. Entonces la mujer ya no aguantó el miedo y salió corriendo sin importarle nada. Corrió a través de los pasillos lo más veloz que pudo hasta la recepción, en donde se encontró con el cadáver de un hombre. Se cubrió la boca y se apoyó en el muro. Miro a todos lados en busca de ayuda, pero no había rastro del doctor, ni de ninguna otra persona. Se acercó a una puerta que tenía un grabado que decía "seguridad", llamó dos veces sin dejar de mirar a todos lados nerviosamente, pero nadie abrió, entonces giró el pomo y entró. El guardia no estaba, sin embargo todos los monitores de las cámaras de seguridad estaban encendidos. Se sentó en la silla giratoria que se encontraba frente a los televisores y comenzó a observar uno por uno. En ese momento el agudo grito de dolor de alguna persona dentro del hospital le colocó los pelos de punta y segundos después vio a un sujeto corriendo por uno de los pasillos, por sus ropas, no pertenecía al hospital. Corría como salvaje y se dirigía a la habitación en la que ella había estado antes de ir a la recepción. Algo en su interior le indicó que no saliera del lugar. Sintió miedo y pánico, pero no estaba dispuesta a gritar o algo por el estilo, pues llamaría la atención
-¿Qué diablos sucede...? -se preguntó a si misma en voz baja.
Minutos después alguien golpeó la puerta con gran fuerza. La enfermera se levantó de la silla de inmediato. Nuevamente el mismo golpe. Observó a los monitores, buscó el de la recepción y vio a un hombre de bata blanca, muy parecido al doctor con el que había hablado antes, pero parecía diferente, parecía un animal, pues se estrellaba una y otra vez con la puerta. La mujer estaba completamente aterrada, no se podía imaginar que era lo que sucedía; tal vez era un pesadilla.
Sonrió a medias, intentado convencerse de que era un mal sueño, pero no era así, no era una fantasía. Los golpes siguientes y los continuos gritos de los sujetos que corrían por los pasillos le dieron a entender de que la situación era bastante real. Aparecieron más, ya eran seis individuos los que vagaban por el lugar actuando como salvajes. Parecían estar empapados de sangre.
En ese momento la puerta comenzó a ceder, pronto se abriría y el doctor entraría. Miró a todos lados, un ducto de ventilación cerca del techo le dio esperanzas. Colocó la silla por debajo de su posible vía de escape y se subió en ella para entrar en el ducto. Parecía haber sido hecho a su medida, pues no tuvo problemas en entrar. Comenzó a avanzar arrastrándose, y cuando hubo andado unos metros el ruido de la puerta haciéndose añicos le hizo seguir más rápido. Llegó hasta los vestidores, en ese lugar había una ventana por la cual podría escapar. Se sintió aliviada. Quitó la rejilla sin hacer mucho ruido y bajó con cuidado de no dañarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y cuando se dispuso a abrir la ventana miró hacia atrás por curiosidad. El muchacho que se suponía estaba gravemente enfermo la miraba con los ojos bien abiertos e inyectados de sangre; parecía agitado y de su boca corría un hilo de sangre. Entonces supo que ya no tenía escapatoria. Deseó haber sabido que sucedía con todos antes de morir, pero aquella petición que pasó por su mente en aquel momento jamás se realizaría.
El doctor caminó rápidamente hasta la recepción en busca de los padres del muchacho enfermo, tenía unas cuantas preguntas que hacerles, además necesitaba ver a quienes le habían traído al hospital.
Le pareció extraño no escuchar ruido alguno proveniente de las demás habitaciones. Sintió escalofríos y avanzó más rápido. Justo antes de llegar un hombre se abalanzó sobre él y le mordió en el hombro, en ese momento un disparo directo a la cabeza del sujeto hizo que le soltara. El doctor se puso de pie dolorido por la herida y vio al guardia, un hombre gordo de cabello negro y de baja estatura, que le apuntaba tembloroso.
-No... dispare -pidió con dificultad debido al dolor.
El rostro del guardia estaba pálido, parecía muy asustado o sorprendido por algo realmente horrible. Desde una esquina de la recepción observaba una mujer de cabello castaño y tez morena. Ella tenía la misma expresión que el guardia en su rostro. En ese instante dos sujetos entraron a gran velocidad al hospital, uno de ellos se abalanzó sobre el guardia y el otro intentó coger a la mujer, pero esta huyó despavorida por uno de los pasillos. El médico los siguió, aun sin entender por qué actuaban así aquellos individuos, incluido el que le había atacado antes. De repente un muchacho ensangrentado entró por la ventana del pasillo, desde fuera del hospital, rompiendo el vidrió. El doctor cayó al suelo, no pudo defenderse, ni siquiera hacer un poco de resistencia. El chico le mordió el cuello con fiereza. Pero un grito, proveniente de algún lugar muy cercano, hizo que le soltara de inmediato, dejándolo moribundo sobre un charco de sangre que aumentaba a cada momento.
-Parece estar muerto, pero aun tiene pulso, sólo su aspecto externo es grave -contestó la mujer-. Tiene fiebre y me han informado de que escupió sangre dos veces en la ambulancia.
-¿Alguien sabe lo que le sucedió? -preguntó el doctor mientras tocaba la frente del chico.
-Sus padres dijeron que se encontraba de campamento, en el bosque cercano al pueblo, con unos amigos; ellos dijeron que se desmayó de repente, lo trajeron tan rápido como pudieron, pero como andaban a pie tardaron un poco más de hora y media.
El médico observaba con interés al muchacho, sus síntomas eran demasiado extraño, puesto que llevaba más de una hora y media desmayado. Pensó en todas las posibles enfermedades, en alguna caída o algo así, pero nada se le ocurría, jamás había visto algo así.
-Mire ahí... -apuntó de pronto la enfermera al cuello del chico, en donde tenía una pequeña picadura de insecto.
-Podría ser una alergia, pero se ve demasiado grave como para que fuera una. Tal vez no tiene nada que ver -dijo el doctor.
Continuaron por un pasillo de baldosas blancas, pasaron por una doble puerta y entraron en una habitación equipada con casi todo lo necesario para atender a un enfermo.
-Si empeora deberá ser llevado a la ciudad -dijo la enfermera mirando con preocupación al doctor- Pero será difícil de todas formas, ya son las nueve de la noche y Henry, el de la ambulancia, no se encuentra aquí.
-Haremos todo lo posible para que no suceda eso... debo hablar con sus padres. Cuida de él hasta que vuelva.
La mujer asintió un poco insegura. El silencio se apoderó de la sala, era algo inquietante. Buscó en unos cajones algunas jeringas y tomó una pequeña bolsa que contenía suero.
-No sentirás nada de...
Se quedó muda e inmóvil al ver que el chico ya no se encontraba en la camilla. Su respiración se aceleró y el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Después de unos segundos en lo que el miedo la dominó dio unos pasos hacia atrás y se apoyó en el muro, así tenía a vista todo el lugar y si el muchacho tenía ganas de bromear no la sorprendería.
-Ya deja... esto... no es... chistoso -tartamudeó.
Pero era extraño, el chico enfermo no podía levantarse de repente como si nada; algo andaba muy mal.
Caminó muy despacio hasta la puerta, en cuanto la cruzara saldría corriendo sin parar en busca del doctor o de cualquier otro funcionario del pequeño hospital para que le ayudase. De repente oyó un disparo y en ese momento una larga y blanca cortina que separaba una parte de la sala, en la que se encontraban otras máquinas para asistir a un herido, se movió levemente. Entonces la mujer ya no aguantó el miedo y salió corriendo sin importarle nada. Corrió a través de los pasillos lo más veloz que pudo hasta la recepción, en donde se encontró con el cadáver de un hombre. Se cubrió la boca y se apoyó en el muro. Miro a todos lados en busca de ayuda, pero no había rastro del doctor, ni de ninguna otra persona. Se acercó a una puerta que tenía un grabado que decía "seguridad", llamó dos veces sin dejar de mirar a todos lados nerviosamente, pero nadie abrió, entonces giró el pomo y entró. El guardia no estaba, sin embargo todos los monitores de las cámaras de seguridad estaban encendidos. Se sentó en la silla giratoria que se encontraba frente a los televisores y comenzó a observar uno por uno. En ese momento el agudo grito de dolor de alguna persona dentro del hospital le colocó los pelos de punta y segundos después vio a un sujeto corriendo por uno de los pasillos, por sus ropas, no pertenecía al hospital. Corría como salvaje y se dirigía a la habitación en la que ella había estado antes de ir a la recepción. Algo en su interior le indicó que no saliera del lugar. Sintió miedo y pánico, pero no estaba dispuesta a gritar o algo por el estilo, pues llamaría la atención
-¿Qué diablos sucede...? -se preguntó a si misma en voz baja.
Minutos después alguien golpeó la puerta con gran fuerza. La enfermera se levantó de la silla de inmediato. Nuevamente el mismo golpe. Observó a los monitores, buscó el de la recepción y vio a un hombre de bata blanca, muy parecido al doctor con el que había hablado antes, pero parecía diferente, parecía un animal, pues se estrellaba una y otra vez con la puerta. La mujer estaba completamente aterrada, no se podía imaginar que era lo que sucedía; tal vez era un pesadilla.
Sonrió a medias, intentado convencerse de que era un mal sueño, pero no era así, no era una fantasía. Los golpes siguientes y los continuos gritos de los sujetos que corrían por los pasillos le dieron a entender de que la situación era bastante real. Aparecieron más, ya eran seis individuos los que vagaban por el lugar actuando como salvajes. Parecían estar empapados de sangre.
En ese momento la puerta comenzó a ceder, pronto se abriría y el doctor entraría. Miró a todos lados, un ducto de ventilación cerca del techo le dio esperanzas. Colocó la silla por debajo de su posible vía de escape y se subió en ella para entrar en el ducto. Parecía haber sido hecho a su medida, pues no tuvo problemas en entrar. Comenzó a avanzar arrastrándose, y cuando hubo andado unos metros el ruido de la puerta haciéndose añicos le hizo seguir más rápido. Llegó hasta los vestidores, en ese lugar había una ventana por la cual podría escapar. Se sintió aliviada. Quitó la rejilla sin hacer mucho ruido y bajó con cuidado de no dañarse. Una sonrisa se dibujó en su rostro y cuando se dispuso a abrir la ventana miró hacia atrás por curiosidad. El muchacho que se suponía estaba gravemente enfermo la miraba con los ojos bien abiertos e inyectados de sangre; parecía agitado y de su boca corría un hilo de sangre. Entonces supo que ya no tenía escapatoria. Deseó haber sabido que sucedía con todos antes de morir, pero aquella petición que pasó por su mente en aquel momento jamás se realizaría.
El doctor caminó rápidamente hasta la recepción en busca de los padres del muchacho enfermo, tenía unas cuantas preguntas que hacerles, además necesitaba ver a quienes le habían traído al hospital.
Le pareció extraño no escuchar ruido alguno proveniente de las demás habitaciones. Sintió escalofríos y avanzó más rápido. Justo antes de llegar un hombre se abalanzó sobre él y le mordió en el hombro, en ese momento un disparo directo a la cabeza del sujeto hizo que le soltara. El doctor se puso de pie dolorido por la herida y vio al guardia, un hombre gordo de cabello negro y de baja estatura, que le apuntaba tembloroso.
-No... dispare -pidió con dificultad debido al dolor.
El rostro del guardia estaba pálido, parecía muy asustado o sorprendido por algo realmente horrible. Desde una esquina de la recepción observaba una mujer de cabello castaño y tez morena. Ella tenía la misma expresión que el guardia en su rostro. En ese instante dos sujetos entraron a gran velocidad al hospital, uno de ellos se abalanzó sobre el guardia y el otro intentó coger a la mujer, pero esta huyó despavorida por uno de los pasillos. El médico los siguió, aun sin entender por qué actuaban así aquellos individuos, incluido el que le había atacado antes. De repente un muchacho ensangrentado entró por la ventana del pasillo, desde fuera del hospital, rompiendo el vidrió. El doctor cayó al suelo, no pudo defenderse, ni siquiera hacer un poco de resistencia. El chico le mordió el cuello con fiereza. Pero un grito, proveniente de algún lugar muy cercano, hizo que le soltara de inmediato, dejándolo moribundo sobre un charco de sangre que aumentaba a cada momento.
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